sábado, 24 de noviembre de 2012

EL ROSTRO DEL ESTAFADOR


Por Efraim Castillo


1
 


 

¿Conoces el rostro de un estafador?

Lo advierto: no busques en él transparencia.

Ni escarbes en la gruta aglomerada,

ni en la ladera que se empina.

Su rostro es un chiquero enlodado,

levantado entre sol y bruma adornado de espinas

y viejos dolores adocenados.


El rostro del estafador es un rostro anochecido:

escondido tras el piano en el happy hour

quebrándose entre reflejos de candilejas

y abrumado por los vahos y las sombras.


El rostro del estafador no está lejos de ti.

Está ahí, junto a las huellas del día,

contiguo a cada espasmo ritual,

en el galope frenético de la última sonrisa

y estacionado como lumbre en el viento circular.


2
 


 


¡Cuidado con el sonriente rostro del estafador!

Está ahí, como desdoble abierto al futuro,

como un viejo tronco que te invita a sentar.

¡Cuidado que te envuelve en el terciopelo del verbo

y como el cocodrilo de lágrimas eternas!


¿Deseas conocer el rostro del estafador?

Asómate al espejo, mírate a los ojos,

esgrime la oración del alba,

entrecruza signos sin remembranzas

y escucharás el eco de la semejanza,

la madeja parsimoniosa de los mimos,

el silencio de las cartillas y abecedarios

y entre los cristales emergerá su semblante

contemplándote a ti como su ego.

Entonces verás un crepúsculo tardío,

un presentido tono de llanto inconcluso

y el retorno agónico de repetidos truenos.



3

 
 

¿Apreciarías sentir los azotes del estafador?

Adelanta cada molécula de tu carne:

soporta como un latido de demonio

cada tentación a los deleites.

Esfúmate en las bocanadas del ahogo,

aprisiónate en tus propios brazos

y abanícate en los restos de la brisa.


Sí, ilusiónate en el festín de los recuerdos;

tiéndete sobre la señal que asoma

y cúbrete con los despojos presupuestados.


4

 
 

¡Pero no grites nada! Las voces, los cantos,

aún los débiles murmullos, sólo servirán para

alentar de argucias las cantatas irreverentes,

los plagios melódicos de los primeros júbilos

y ya nada quedará para reponer las memorias.

Sólo las horribles máscaras del miedo resurgirán

entre simulaciones asentadas entre llantos

y el yo y el tú y el otro se adentrarán en el nosotros

para completar la farsa que auspiciará el retorno.

viernes, 23 de noviembre de 2012


Mapas de Efraim Castillo

Por Miguel D. Mena. Berlín, octubre del 2003.
 
Situar la obra de un autor es asumirla como punto, eje, línea de fuga con respecto a muchísimos otros puntos y ejes y puntos. La obra de Efraím Castillo (30.10.1940) implica no solamente el viaje por todos los géneros literarios –que él ha sabido cultivar con igual éxito-, sino el de planear sobre una época que no ha dejado de ser convulsiva y que todavía nos media en el imaginario.

Si se piensa en el viajar y el planear será obligatoria la evocación de los mapas. Esa es la propuesta que tratamos de hacer en las páginas siguientes: la recuperación cartográfica de un decir que mira a la Historia, al Ser, que puede trazar el aeropuerto como límite pero que no se deja seducir con quimeras geográficas o con simples adscripciones terrenales.

El decir de Efraím Castillo siempre ha sido dialogante con eso que forma la extra-insularidad. Bien que de frente las palmas puedan ser oropeles de escenarios, pero más allá se dará un diálogo con el existencialismo –desde el heideggereano hasta el sartreano-, el teatro del absurdo, el boom latinoamericano,  lo más reciente de la integración de las “culturas populares” en la narrativa. Esto podría ser un punto de partida para tratar la posible extra-insularidad que contenemos, pero que se no escapa al ver a la Historia como lo externo, como una flecha cuando en realidad no es más que un cuadro rizomático en permanentes líneas de fuga.

El corpus primario de este libro lo constituye un diálogo (¿entrevista?), que gracias al desarrollo de las redes pudimos desarrollar entre los meses de julio y agosto del 2003. Luego se incluyen algunos textos críticos sobre su labor literaria, entre otros, uno bastante incisivo de la crítico argentina Nina Bruni sobre El personero (1999), revelador del creciente interés que allende nuestras fronteras generan las letras de Castillo.
 
La Dra Nina Bruni junto al Dr. Lance Cowie, al centro, y Justice Ulric, durante una exhibición de pintura


 

Como complemento (¿rescate?) presentamos dos obras de teatro totalmente desconocidas para el público contemporáneo: A mitad del camino (1963), la primera en pensar aquella experiencia guerrillera de junio de 1959, que daría al traste con la dictadura de Trujillo dos años después; y El cinco geométrico (1965), donde se evidencia el fructífero diálogo –y casi único en su tiempo- que desarrollara con el teatro del absurdo.

Al final presentamos su bibliografía activa y pasiva.

Ojalá y con este material pueda el lector –el amante de las letras, el crítico-, encontrar referentes significativos que posibiliten la cartografía por una obra que es a la vez una época, una carta de ruta por nuestros escenarios esenciales.
 
 (Esta fue una de las preguntas a Efraim)

—MIGUEL: Hay una constante en su trabajo, desde el principio hasta estos días —no quiero hablar de final, porque creo que todavía hay suficiente tinta o bytes—, y esa constante es el tema de Nueva York. ¿Cómo es que ese espacio opera tan tempranamente como referente?

 EFRAIM: Ya Nueva York  ha dejado de ser una constante del sueño nacional para convertirse en un reto, en el crossover obligado de nuestros desheredados, de todos los dominicanos aceptadores de retos. Nueva York, así, ha alcanzado la proporción de una nueva categoría en la nomenclatura social dominicana, sólo emparentada a un cierto heroísmo. Cuando escribí Currículum (El síndrome de la visa) a finales de los setenta, los latinoamericanos en los Estados Unidos llegaban tan sólo a quince millones.
 
 Portada de la primera edición de Curriculum (El síndrome de la visa), obra del artista Nic Brito.


 

 En aquella ocasión puse en manos de Jiménez, El hijo de la viuda, un traficante de visas y viajes en yola, la aseveración de que el reto de Hispanoamérica sería superar en número a los afro-americanos, que entonces sumaban algo más de cuarenta millones. Hace treinta y cuatro años yo puse esto en la boca de Jiménez, El hijo de la viuda:

               Pues sí, viejo, hay tres ciudades que te recomiendo con toda el alma: New York, Los Ángeles y Miami. Allí hay latinos en cantidad. Sabes, Pérez, sabes, chico, ¿cuántos millones de latinos formales, legales, hay en los Estados Unidos? ¡Quince, hermano, quince millones, ahora en los setenta! Y como los negros se han estacionado en cerca de cuarenta y cinco, el futuro pinta hispano en gringolandia. Como van las cosas, viejo, pronto seremos allá una gran fuerza y tendremos nuestros veranos de candela, Pérez: New York, candela; Los Ángeles, candela; Miami, candela. ¡Nos tendrán que respetar, viejo! Ahora estamos arrinconados, apretujados, llenos de miedo, y si de vez en cuando salimos, sólo lo hacemos pensando en que vendrá algún negro para arrebatarnos la cartera, un agente de inmigración que nos exigirá los papeles, o un blanquito que nos dará un puntapié. ¡Y lo que tienen es nuestro, Pérez! ¡Nuestrito! ¿De dónde, coño, crees tú que sacan los gringos el estaño? ¡De Bolivia, Pérez… de Bolivia! ¿Y el cobre? ¡De Chile! ¿Y el azúcar? ¡Del Caribe, de nosotros: de Puerto Rico, de República Dominicana, de Centroamérica! ¿Y el petróleo? ¡O. K., de Arabia, pero también de Venezuela y México! ¡Todo es nuestro, chico! Parte de este pantalón que tengo puesto se ha hecho con sudor mío y lo que yo saco con mi pequeña mafia  vuelve a ellos, de algún modo vuelve a ellos, Pérez. Oye, yo no conozco la magia, la brujería de cómo lo hacen... ¡Pero vuelve a los malditos gringos! Entonces, amigo, ¿por qué ciudad te decides?
La silueta de New York simboliza a la megápolis.
 

 

viernes, 16 de noviembre de 2012


Sobre fotografías y otras yerbas

 Por Miguel D. Mena


—Efraim, vi alguna vez una foto tuya discutiendo con un cliente de tu agencia en la Revista ¡Ahora!, en el año 70. La sensación que tuve entonces fue la misma que tendría luego ante una foto de Hitler frente a una mesa con un mapa de Europa. Claro, la guerra tuya no es de devastación: es de estímulo a una acción mediante colores, palabras, imágenes. ¿Qué piensas sobre esas teorías modernas —pienso en Lipovetsky, en Baudrillard—, que se refieren a la simulación como el ser de los espejos en nuestras superficies?


 
—Efraím: ¿Recuerdas a Wislawa Szymborska, ganadora del Nóbel de literatura en 1996 y su maravilloso poema La primera fotografía de Hitler? Pues recordé ese poema de la Szymborska por una descarga neuronal —una especie de correlato relampagueante— que me provocó tu analogía entre mi fotografía de los 70 y la del Führer, frente a una mesa contemplando un mapa de Europa. El correlato, desde luego, es en retruécano, en virtud de que en el poema de Wislawa, La primera foto de Hitler, es la de un niño inocente que luego se convierte en carnicero; mientras que la mía es la de un aspirante a escritor que, un poco más de diez años antes, deseaba no acumular nada en la vida, salvo algunas obritas de teatro, dos o tres novelitas y una docena de narraciones, y que se ve metido en el atolladero de la publicidad, uno de los trucos del sistema al que no quería arribar, sino combatir.

A continuación te destaco el poema de Wislawa Szymborska:



La primera fotografía de Hitler

¿Quién es este bebé en camiseta?
¡Pero si es el pequeño Adolfo, el niño de los Hitler!
¿Acaso llegará a ser un gran abogado,
o tal vez tenor de la Ópera de Viena?
Pero ¿de quién es esta manita, esta orejita tan coqueta?
Pero ¿de quién es esta barriguita saciada de leche?
No se sabe todavía:
¿será de un impresor, de un médico,
de un hombre de negocios,
de un sacerdote?
¿A dónde irán estos piececitos, hasta dónde?
¿Al parque, a la escuela, a la oficina,
tal vez rumbo al matrimonio con la hija del alcalde?

¡Oh!, mi bebé, mi ángel, cosita mía, mi rayo de sol,
cuando viniste al mundo hace un año no faltaron signos en el cielo y en la tierra:
el sol primaveral, los geranios en las ventanas,
el organillo en el patio,
un buen augurio envuelto en papel rosado,
el sueño profético de tu madre justo antes del alumbramiento:
una paloma en el sueño -buenas noticias atraparla-,
el Mesías, largo tiempo esperado, por fin llegará.

Toc toc. ¿Quién es? Es el corazoncito de Adolfo que resuena.
Su biberón, su sonajero, su cuna, su babero.
El niño —gracias a Dios, toco madera— está bien.
Se parece a sus padres, a un gatito en su canasta,
a los niños de todos los álbumes de familia.

¡Ah no: no me vayas a llorar ahora!
El señor fotógrafo, debajo del trapo
negro, va a hacer clic-clic.

Es una foto del Atelier Klinger,                                                              
(de la Brabenstrasse, Braunau).
Braunau es un pueblo pequeño pero respetable,
de comercios serios, de vecinos honrados,
olor de pasta horneándose y de jabón negro.
No se oyen los alaridos de los perros ni los pasos del destino.


El profesor de Historia se amodorra
y bosteza inclinado sobre los cuadernos.


Las fotografías son instantáneas fugaces e, inclusive, aquellas tomadas y publicitadas como testigos de la historia, tales como el izamiento de la bandera norteamericana en Iowo Jima (de Joe Rosenthal); el beso de agradecimiento de la joven francesa al soldado norteamericano tras la liberación de Francia (de Robert Dosineau); la madre inmigrante (de Dorothea Lange); la del soldado Federico Borrell cayendo abatido durante la Guerra Civil Española, (de Robert Capa); han sido blanco de conjeturas.

 El soldado republicano Federico Borrell, mientras cae abatido durante la Guerra civil española. (Fotografía de Robert Capa).

 
Las fotografías pueden llevar a esa aberración de Narciso tratando de atrapar al otro, cuando en realidad se atrapa a sí mismo. Eso, también, puede aplicársele a la moda. Ahora recuerdo las palabras de Maupassant antes de acuchillarse repetidamente la garganta con su viejo cortaplumas:

¿Quién puede prever si mis historias sobrevivirán? ¿Quién puede saberlo? Hoy te consideran un gran  hombre y la próxima generación te tira al mar. La gloria es cuestión de suerte, una jugada a los dados, mientras el amor es una sensación nueva arrancada a la nada.
Gilles Lipovetsky


 Tú lo sabes, Miguel, Gilles Lipovetsky subrayó un conocimiento que puede escarbarse en Hegel: las formas contemporáneas de la moda forman parte de una estrategia de democratización. Algo que para Baudrillard, es una pura ilusión.

Del libro “Los años de la arcilla: Haceres literarios de Efraim Castillo”.
ISBN: 978-99934-0-457-6. Editorial: Ediciones del Cielonaranja.
Marzo, 2004.

jueves, 15 de noviembre de 2012

DE SALUD Y OTRAS COSAS

 
Por Dr. César Mella
 
 
 Dr. César Mella  (cesarm2@codetel.net.do)

 
"Yo no sé qué le ha visto María a ese negrito, que se ha dejado pintar tres hijos y van para los 20 años juntos”.
Cuando las diferencias, de cualquier tipo: color de la piel, edad, abolengo e historial previo, son marcadas en las parejas, el vecindario suele ser implacable en sus juicios.
La observación popular cree que gente disímil dura más tiempo unida que las parejas de muchas coincidencias en orígenes, gustos, cultura y nivel profesional.
¿Es que las diferencias originan una tendencia a complementarse?
¿Es que las semejanzas o coincidencias pueden llevar al aburrimiento o, por otro lado, a competir y al desgaste?
 
Aunque estas especulaciones no tienen un asidero científico, lo cierto es que una dama extrovertida muchas veces constituye el bumper o una suerte de relacionista de un marido introvertido.
Un caballero flemático torea con mucha paciencia a una pareja colérica.
He preguntado a miles de parejas que cómo se conocieron y cuál es su química.
Casi siempre me cuentan que se conocieron por las diferencias que tenían en algunos tópicos y que los amigos comunes los instaban a dejar esas discusiones.
Lo cierto es que a lo largo del camino se produce un proceso de adaptación en el que cada cual va entendiendo el lenguaje del otro y cuando uno sube el otro baja; cuando uno pelea el otro se calla; cuando hay dolor el otro es un analgésico, y así sucesivamente.
“Mi pareja y yo no nos parecemos en nada”, afirmó una paciente con 30 años de casada, pero agregó: “nosotros coincidimos mucho en los valores morales; nos hemos sido fieles y en muchas cosas el uno es el complemento del otro”.

Sacando un poco de lo que he visto en consulta yo creo que hay claves que mantienen a la gente unida:

1.- Capacidad de perdonar.
2.- Química sexual positiva y en renovación progresiva.
3.- Mantener ambas familias equidistantes y sin injerencia.
4.- Cuentas claras en la economía compartida o doméstica.
5.- Cuidarse del morbo de la política y los fanatismos religiosos.
6.- Tener los pies sobre la tierra en cuanto a las competencias y presión social (ser más y aparentar menos).
7.- Cero triangulaciones y nada de amantes de ningún lado.
8.- Tener claro hacia dónde vamos como familia, así como sostener opiniones unificadas respecto a la crianza y conducción de los hijos.
 
Me parece estar escuchando la voz melodiosa de Marco Antonio Muñiz interpretando un bolero inmortal, cuyo autor de letra desconozco y que dice así:
Me gusta la gente alegre y tú no sabes reír/
Me gustan los ojos grandes y tú lo tienes pequeños/
Me gusta soñar despierto y tú no sueñas así/
Y siendo como tú eres, me he enamorado de ti/
A pesar de todo, te quiero a pesar de todo/
No me importan los motivos… yo te quiero porque sí/.
Después de leer este artículo: en ti y tu pareja, ¿qué predomina más, las coincidencias o las disidencias?
 
(Publicado en El Nacional. 10 Noviembre 2012)

miércoles, 7 de noviembre de 2012


Figuración del arcoiris

Por Efraim Castillo

(A Euribíades Concepción Reynoso,
buscador insaciable de la luz, RIP)





 

 

 SEÑOR, ME HAS dado gotas de miel
          apartando el vinagre espeso;
frescos, claros arroyos donde las hojas
          se abaten.

Me has dado el ardiente, el frío desierto
          donde los cuajos de montañas
          se miden como espantos.
Me has dado distancias entre mar y mar,
la amplitud de la sonrisa que afirma,
esta carne en la que me veo cada mañana
          y me grita;
ese eco que responde y atosiga.

Pero hay vueltas —como tumbos al vacío,
          como rotonda donde bruma,
          trueno y goce se retuercen—,
recodos tenues, Señor, donde el eco
          —como guirnalda rezagada—
golpea mi máscara, mi escondite secreto de silicona
y es entonces cuando se abanican los presentimientos y la vida
como resorte quebrado ayuntando las respuestas y la muerte.

Señor,
encerrado en esta cáscara viviente,
doblado en mí mismo,
zarandeado como vulva in vitro,
descreído como víbora pisada,
¿no podría preguntarte, siquiera,
por lo que permanece aún prohibido,
entre desastres causados en el nicho adánico,
donde bestias y brisas sobrecogían
          el amanecer y lo bebían,
y la luz se tendía a la sombra?
 


 


Sería mucho pedirte, Señor,
que me abras más, mucho más,
          tu aliento,
tu silueta al moverse entre presentidas
          constelaciones de amor
          y la más pura alegría;
que como simple apócrifo reintento
acomodes mi insinuación en el Aposento Bajo,
allí —justamente allí— donde los huracanes pasan silbando
          sus prisas y las agonías cesan con tus pisadas?

Podría lanzarme —abandonándolo todo—
          aguas arriba, subir la colina,
          crucificarme contigo
y beber el último trozo de tu suspiro,
de tu abandono,
de tu misericordia
y no estaría nada más y nada menos desdoblando
          la actuación de la vida,
la repetición de un grito en abismo.



 


Dime, entonces, ¿qué debo hacer?
Explícamelo como lo ordenas al sol
          cada mañana,
como lo arguyes sobre el alcatraz
          sobre las aguas;
como lo expresas en la maravillosa
          figuración del arcoiris,
o, también, en la humedad
          de la yerba amanecida.
 
¡Estoy tan cansado, Señor!
¡Estoy tan ahíto de gritos revestidos,
de algarabías camufladas,
de historias repetidas, martillantes,
orladas de dientes oscuros,
que hasta podría dormirme entre el céfiro,
esperando subirme al tren del destino!

Este cansancio podría extrañarte,
          ¡oh, Señor!,
pero ha sido comprado en la última
          oferta esgrimida,
en la gran venta interior del alma;
precisamente donde la locución
          abate al signo y lo trastrueca;
precisamente allí donde la música
rebota entre los tímpanos
cimbreando la razón, partiéndola,
rompiéndola como cuarzo tostado.
 

¡Perdona, Señor, este cansancio tan común de vida!
Este cansancio de buscar lo errante como
          el guerrillero la quebrada,
          la purificadora muerte entre el río y la piedra.
¡Perdóname, aunque sí supe siempre lo que hacía
sin jamás dudar de la misericordia y el chasco!

Estoy abierto a ti, Señor:
mírame, ¿no parezco, acaso, el arrepentimiento puro,
el trueque perdido en el mar, el dardo tirado al corazón?
 
¡Acógeme, Señor, entre el sudario
y tu primera y segunda heridas;
entre la más afilada de aquellas
          espinas que hirieron tu frente!
Y desde la noción del dolor sagrado
remóntame en el vuelo de la penitencia.

¡Ah, Señor, cuán apacible, cuán resplandeciente puede ser
el goce de saberse amado y permanecer absorto en tu vibrante
          aliento!