MI HISTORIA PERSONAL CON EFRAIM CASTILLO
Efraim Castillo
Hacen diana en la memoria recóndita, en esa masa neuronal donde reposan tentaciones y embrujos, soledades y suspiros... Las palabras... No sé en cuál porcentaje de vagancias y periplos descansa mi prisión, mi pantalla... el arbitraje final de mi existencia...
miércoles, 16 de agosto de 2023
AQUILES JULIAN
miércoles, 17 de agosto de 2022
IVÁN: EL DRAMATURGO
Iván: El dramaturgo
Por Efraim
Castillo
1
Como
productor cultural, Iván García (1938-) pertenece a la Generación del 60, aún
su vinculación a la intelligentsia nacional date de la segunda
mitad de los años cincuenta, cuando egresó del Teatro Escuela de Arte
Nacional [TEAN]. La vinculación de García a los productores
culturales surgidos a comienzos de los años sesenta no está conectada, sin
embargo, a las búsquedas ideológicas que marcaron las actividades culturales de
esta generación, sino a una constante exploración para acrecentar su
crecimiento intelectual. En esos años (1961-65) García enriqueció su visión
dialéctica de la historia y exploró la base epistemológica del teatro.
Iván García
En un artículo que escribí sobre la obra Espigas Maduras de Franklin Domínguez, apunté que la fundación del Teatro Escuela de Arte Nacional databa del 1946, precisamente un año después de concluida la Segunda Guerra Mundial y cuatro años antes del estreno en París de La cantante calva [La Cantatrice chauve] en 1950, la primera pieza teatral de Eugene Ionesco, obra que significó la aparición de una nueva vanguardia teatral mundial.
La fundación del TEAN, a cargo de Emilio Aparicio, un actor y director español, inyectó a la primera generación de actores graduados del país los vicios y virtudes del teatro español de aquellos años, y por la férrea dictadura que vivíamos ese tipo de proyección escénica marcó un proceso relativo de maduración que se manifestó después de la segunda mitad de los años cincuenta.
Este proceso de maduración, desde luego, es preciso precipitarlo por los conocimientos adquiridos por Franklin Domínguez [1931-] del teatro norteamericano, los cuales propiciaron la simbiosis entre los vicios y virtudes del teatro español enseñados por Luis Aparicio y el nuevo teatro norteamericano.
Franklin Domínguez
El montaje de obras teatrales no obedecía —hasta algo más de la segunda mitad de la década del cincuenta— a una preocupación social sino a un proyecto didáctico, organizado alrededor de una censura que solo ejercería su percepción de prohibición cuando la coyuntura de 1959 la envolvió y la represión se dejó sentir en un cruel crescendo.
Desde luego, el país aún no había asimilado —para tornarla en praxis— una experiencia teatral capaz de facturar una extensa cantera de actores y directores, ni producir objetos dramáticos magistrales. Sin embargo, en tan sólo quince años [de 1946 a 1961] el país comenzó a moldear los resortes para impulsar actores, directores y dramaturgos.
En ese periodo surgieron y se consolidaron sólidos actores de la talla de Salvador Pérez Martínez [El Pera], Freddy Nanita, Juan Llibre, Lucía Castillo, Monina Solá, Rafael Gil, Divina Gómez, entre otros [formados, durante el primer lustro]; Iván García, Armando Hoepelman, Pepito Guerra, Ina Moreau, Rafael Vásquez, Rubén Echavarría, Delta Soto, Miguel Alfonseca, Rafael Villalona, Mario Heredia, etc. [formados en el último lustro]; y la dramaturgia procesó su fortalecimiento con autores como Manuel Rueda y Marcio Veloz Maggiolo, amén del establecimiento definitivo de Franklin Domínguez y la incursión escénica de poetas como Héctor Incháustegui Cabral y Máximo Avilés Blonda.
2
Iván García tenía alrededor de veintitrés años de edad cuando Trujillo fue muerto en 1961 y unos dieciséis cuando se inició en el teatro. Esa es una de las razones que ubican al Iván dramaturgo bajo la influencia de la Entregeneración del 50, un movimiento intelectual que vivió y padeció las coyunturas y conflictos que marcaron el agotamiento de la dictadura, y en el cual Iván selló definitivamente su acercamiento pasionario hacia la actuación, los escenarios y la literatura dramática.
Pero como un acabado narrador y poeta de aguda visión social, es preciso incluirlo en la Generación del 60, donde las presiones grupales e ideológicas incidieron en su definitiva formación cultural; un fenómeno que no sólo se manifestó en él, sino de igual forma en Miguel Alfonseca, Rubén Echavarría, Juan José Ayuso y la mayoría de los que integramos aquella generación.
Esta conexión intergeneracional multiplicó la toma de conciencia de muchos de los jóvenes que se unieron alrededor de ideales sociales y desarrollaron altos niveles de maduración, como ocurrió con Iván y otros, que requirieron de algunos años para un-darse-cuenta de la realidad social y diferenciar la poética de la propaganda, alcanzando grandes avances en el dominio del lenguaje, «ese instrumento que patentiza lo humano» [Heidegger: «Hölderlin y la esencia de la poesía», 1936].
Posiblemente, la maduración fundamental de aquella generación fue la revolución de abril, la cual marcó un antesy un después en sus poéticas, convirtiendo en realidad un enunciado de Husserl: «La sabiduría es una aptitud meramente práctica [que está] relacionada con las virtudes personales» [«La filosofía como ciencia estricta». Revista Logos, 1911].
Cuando se estrenó La Cantante Calva [París, mayo de 1950] García tenía trece años. Claro, pudo haber leído sobre ese estreno, pero eso habría que constatarlo a través de una rigurosa investigación que rastree diarios, revistas y libros llegados al país alrededor de esa fecha; aunque dudo que eso haya sucedido. García, de seguro, supo de Ionesco y su Cantante Calva mucho tiempo después y, con seguridad, se enteró que Esperando a Godothabía sido estrenada tres años después [París, enero de 1953], estableciendo una vanguardia teatral mundial cuyos influjos aún se sienten.
Eugene Ionesco
Por eso, no puede parecer extraño el desconocimiento de una vanguardia cultural determinada en el país durante los años cincuenta, debido a que sólo era posible tener conocimiento de las vanguardias culturales a través de Hollywood, los Estudios Churubusco-Azteca, o alguna publicación que escapara a la censura dictatorial.
En una dictadura, las vanguardias son demasiado peligrosas; sobre todo, si encierran una estructura —como explica Roland Barthes—, «donde el artista busca el medio para resolver una contradicción histórica» [Le Plaisir du Texte, 1973]. Los textos de Las sillas, Esperando a Godot y Paolo Paoli [de Arthur Adamov] llegaron al país en 1960, en la primera edición de Editorial Aguilar correspondiente a la colección Teatro Contemporáneo. Luego, llegó al país El Teatro de Eugene Ionesco [Losada, 1964], con La Cantante Calva en español.
3
Los cuatro extranjeros [exiliados en Paris] que solidificaron la subversión formal del teatro fueron George Schehadé, Arthur Adamov, Eugene Ionesco y Samuel Beckett. Yo me enteré de Ionesco y su cantante calva cuando presencié su montaje en el Théâtre de la Huchette —en el Barrio Latino de París—, durante el invierno de 1962, donde se presentaba junto a Las sillas. Considero que estas obras no hubiesen sido prohibidas por la tiranía, ya que no esgrimían armas contra un sistema dictatorial y se limitaban —como en el teatro existencial— al grito desgarrador que provoca cierto tipo de angustia —como el tedium vitae, ese aburrimiento que corroe a la burguesía.
Samuel Beckett
Confrontada con la primera revolución teatral de los últimos ciento cincuenta años (protagonizada por Ibsen con Casa de muñecas, [1879]), la vanguardia teatral de los años cincuenta no aportó —en lo fundamental— ninguna variación sustancial, salvo la aplicación del diálogo automático, cuyo resorte inspirador es preciso buscarlo en Joyce (¿no fue Beckett, acaso, discípulo de Joyce?) y en ciertas filtraciones visual-metafóricas del mejor cine de Chaplin. Pero como apoyatura de un mundo en que la lingüística había llegado al nivel de ciencia, no se podía permitir que los recursos teatrales quedasen estacionados en una mimesis convencional. De Ibsen a Jarry, Pirandello, Artaud, y luego a Brecht, el teatro había experimentado cambios en los resortes escenográficos, simbólicos, dialogales, pero no en la estructura del sentido.
Henrik Ibsen
En lo fundamental, la anécdota era parte protagónica, pero el teatro debía decir algo para establecer el acto sociológico, comunicante, entre oficiante y auditorio. Ibsen liberó la rigurosidad del proyecto coreográfico con un diálogo en que la coherencia se medía por la acción, explayando la posibilidad donde el actante imbricara la vivencia en lo mimético. Pirandello y Brecht [sobre todo Pirandello] hicieron partícipe al auditorio en el rejuego escénico y estructuraron un teatro sociológico, liberado del yugo de lo excluyente. Pero ni las ideas ni los conceptos sobre la función plástica constituían una representación de la inverosimilitud y se sentían, o desprendían, de lo representado.
Si la burguesía francesa, primero, y luego la del mundo capitalista, propiciaron el éxito del proyecto teatral vanguardista, no fue porque este teatro obviara con sorna sus intereses [no poniéndolos en ridículo, como en el teatro de Brecht], sino porque constituía un experimento que devolvía el teatro a sus orígenes, representando una nada que respondía a la reimplantación de la escritura automática. Era, en pocas palabras, la activación de uno de los movimientos burgueses que significó cierta esperanza dentro del elitismo cultural capitalista, tal como el surrealismo: una vuelta al André Bretón de 1924.
Sin embargo, el miedo de las dictaduras al teatro vanguardista residía en las articulaciones de los signos y los ritmos; esa sospecha —siempre presente— que producen los metalenguajes ocultos y pueden ser absorbidos por los auditorios, alertando las paranoias dictatoriales. Y ese pudo ser uno los frenos del retraso del teatro del absurdo, no solo en nuestro país, sino en otros regímenes tiránicos.
4
Esta podría ser, quizás, una de las motivaciones que llevaron a Iván García a crear las cargas simbólicas en los personajes de «Fábula de los cinco caminantes» [Fórtido, Mínimo, Orátulo, Cárnido y Resoluto], los cuales llenan sus intervenciones a través de una sinonimia absoluta, disolviendo sus individualidades a pesar de las profundas sinécdoques que producen sus nombres y la generalización cognoscitiva de los totales enfrentados. Esta obra, muy parecida a «Esperando a Godot», sólo alcanza alrededor de ciento ochenta intervenciones dialogales [más el monólogo de Orátulo], por lo que su montaje favorece una amplia exposición de contrasentido.
El parecido de la pieza de García con Esperando a Godot, de Beckett, se circunscribe a eso que Maurice Merleau-Ponty enuncia: «La pretendida evidencia del sentir no se funda en un testimonio de la consciencia, sino en el prejuicio del mundo’» («Phénoménologie de la perception», 1945). Tanto la obra de Beckett como la de García involucran cierta hipóstasis en sus discursos, atando el destino humano a la evasión constante de sus vinculaciones con un ordenamiento metafísico.
Los personajes de Esperando a Godot [Estragon, Vladimir, Lucky, Pozzo y Un muchacho], aguardan un desenlace que nunca llega; porque, ¿para qué involucrar lo que se espera de un mundo donde la desesperanza y los mitos socavan la libertad? Sin embargo, en Fábula de los cinco caminantes sí se hace sentir, porque la espera es un aliado convencional, un repetidor de historias que convierte la esperanza en recompensa.
En García, lo bueno y lo malo en el humano, su intervención a favor o en contra del devenir, estimula los equilibrios vivenciales en virtud de la existencia de una clara clasificación simbólica respecto a lo natural y lo absurdo [lo verbal y ultra-verbal]. Pero ambas obras conducen a ese fenómeno señalado por Eco: «Cómo se comunica o se significa y qué es lo que se comunica o significa» («Tratado de semiótica general», 1975).
Martin Esslin
Martin Julius Esslin, quien creó el término «teatro del absurdo» en su libro del mismo nombre, publicado en 1961, lo definió como «una forma de expresión dramática que encara con valentía un mundo que ha perdido su significado y ya no es posible aceptar más tiempo las formas estéticas basadas en una continuidad estandarizada».
De ahí, esa trituración de frases huecas que establece un correlato entre la incoherencia y la asfixia de la angustia, la cual se abate en los diálogos de un teatro que, no obstante haber llegado tarde al país, encontró en Iván García y en mí, sus cultores a comienzos de los sesenta.
Como proyecto didáctico, el Ministerio de Cultura debería establecer temporadas para montar obras pertenecientes a esta vanguardia teatral. Y creo que le haría un gran favor al país, tan inmerso en montajes de ese otro teatro, el light, el fácil y enajenante, que es demandado por un contenido evasivo donde el mensaje se diluye en modulaciones ordenadas por narrativas apoyadas en el puro entretenimiento, en el mero espectáculo, lo viral.
domingo, 17 de julio de 2022
HAY UN PAÍS EN EL MUNDO
Hay un país en el mundo
Por Efraim Castillo
1
Fue maravillosa la lucidez ideológica de Pedro Mir (1913-2000) antes de
arribar a los treinta años; por eso, su conciencia revolucionaria brilló sobre
los poetas del país entre los años 1935-1950. Sólo habría que investigar las
producciones poéticas de esos quince años para arribar a esa conclusión. Mir,
que se estrenó como rapsoda sumergido en la influencia de Federico García Lorca
(1898-1936), introdujo en su poética temas sociales que establecieron
diferenciaciones sustanciales con el bardo granadino, tales como un marcado
énfasis en la comprensión y reflexión de las contradicciones de clase.
Los primeros poemas de Pedro Mir, A
la carta que no ha de venir, Catorce
versos y Abulia, fueron
publicados el 19 de diciembre de 1937 en la página dominical del Listín Diario,
entonces dirigida por Juan Bosch (1909-2001). Al publicar estos poemas de Mir,
Bosch profetizó su futuro con una pregunta que se tornó profecía: “¿Será este muchacho el esperado poeta social
dominicano?” Pero es importante señala que un mes después de la publicación
de esos poemas (enero de 1938), el propio Bosch tuvo que marchar al exilio.
Luego, tres meses después (marzo 13, 1938), el Listín publicó Poema del llanto trigueño, el cual marcó
una clara separación entre Mir y los productores independientes de aquellos
años (Guzmán Carretero [1915-1948], Incháustegui Cabral [1912-1979], Manuel del
Cabral [1907-1999]), a través del entroncamiento de un-darse-cuenta de la crisis ideológica que atravesaba la intelligentsia nacional en una coyuntura
donde la dictadura fortalecía su poder (1930-1944) y expandía su dominio en el
tejido social. Al respecto, es preciso estar consciente, ya que no creo en
ciertos poemas —aparentemente sociales— escritos en el país entre 1938-1942.
La poética de Mir está llena de imágenes donde las contradicciones de la
producción cultural se visibilizan por el enfrentamiento ideológico que
abatía un mundo al que Mir, proveniente de la geografía nacional donde
nació nuestro proletariado [el batey petromacorisano], conocía y sabía hasta
qué punto se ahondaban las negaciones de clase entre el patrón azucarero, el
obrero del ingenio y el cortador de caña (bracero).
Por eso, aunque tal vez alejado de la práctica política en el inicio de esa
década, Mir pudo decir en Poema del llanto
trigueño —con cierto sabor lorquiano—:
En la calle del Conde asomada a las
vidrieras, / aquí las camisas blancas, / allá las camisas negras, / ¡y
dondequiera un sudor emocionante en mi tierra! / ¡Qué hermosa camisa blanca! /
Pero detrás: / la tragedia, / el monorrítmico son de los pedales sonámbulos, /
el secreteo fatídico y tenaz de las tijeras.
Algo que ningún poeta se había atrevido a decir en un país que acababa de cambiar el nombre ancestral de su capital, Santo Domingo, por el ya execrable Ciudad Trujillo. Mir, en Poema del llanto trigueño traza el ascendiente social poético del que sería —once años después— uno de los poemas de mayor sustanciación ideológica escrito en el país, Hay un país en el mundo.
2
La trascendente materia verbal manejada por Mir conformó —a partir de esa
producción— su maduración hacia una poética que posibilitó Hay un país en el mundo (1949) y Contracanto a Walt Whitman (1953). Desde luego, esa poética es una
consecuencia directa de su relación con el batey,
con la ontologización del dolor, con
la exclusión y la explotación del obrero. Georg Lukács, en Historia y conciencia de clase (1923) lo describe bien: «Los
momentos ideológicos no solo 'encubren' los intereses económicos, no son solo banderas y consignas en la
lucha, sino partes y elementos de la lucha misma [...] y cuando se busca por
medio del materialismo histórico el sentido sociológico de esa lucha, es
posible descubrir esos intereses como los momentos explicativos [y] decisivos
en última instancia».
Por eso, tanto en La Mañosa de
Juan Bosch como en Over de Ramón
Marrero Aristy (1913-1959), la proyección de la imagen total particulariza una
región específica del país desde la plataforma social, aún con la reproducción
de enfrentamientos entre la totalidad del movimiento con la totalidad de los
objetos. Sin embargo, en Hay un país en
el mundo a lo meramente descriptivo Mir le incorpora las prácticas de
clase, imbricadas mediante la simple implementación de un discurso cuyo
referente transborda la subjetividad y se desplaza entre las fuerzas
productivas y las relaciones de clase, marcando —por lo tanto— un producto
literario verdaderamente inmerso en una práctica literaria en correspondencia
con un todo dialéctico.
Hacia finales de los cuarenta [1949] —cuando Mir escribió en Cuba Hay un país en el mundo—, Trujillo había
fortalecido casi al máximo su régimen dictatorial, permitiendo en 1947 una
cierta apertura política e ideológica para disminuir las presiones externas y,
sobre todo, en atención a los mercados de exportación de nuestros principales
rubros agrícolas, como la caña, un sector en donde había depositado sus
apetencias. Esa apertura, a pesar de que dinamizó las conciencias
inconformes, también produjo una práctica ideológica entre una juventud que
había seguido los pasos soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial y había
sentido como suyas las luchas obreras del Este dominicano, hornada inicial de
la lucha de clases. Ese 1947, asimismo, había sido testigo del abortado plan de
Cayo Confites, que se cristalizó en
el Luperón de 1949. Precisamente, Mir se exilió en 1947.
El desembarco de Luperón fue en
el mes de junio y Publicaciones EMIR, que realizó la Quinta Edición de Hay un país en el mundo (1968), no
especifica en cuál mes de 1949 escribió Pedro Mir el poema; una fecha que
podría no tener importancia, pero la tiene, ¡y mucha!, en virtud de que ese
momento —como coyuntura histórica— pudo influir en la expedición comandada por
Horacio Julio Ornes Coiscou; o viceversa, haber constituido la expedición de Luperón el motivo de su evocación, de su
inspiración, produciendo una relación dialéctica, no sólo en la búsqueda de la
materia verbal, sino como correlato entre el poeta, su poética y el poema.
3
Al respecto, es preciso señalar que Hay
un país en el mundo no sólo sentó en el país las bases de una práctica
literaria inmersa en lo ideológico, sino que sirvió de vínculo literario al
exilio anti-trujillista. Desde luego, habría que preguntarse, ¿cuántos
dominicanos deben su militancia revolucionaria al poema de Mir, de la misma
manera que muchos rebeldes del mundo se lo deben a la novela La Madre, de Máximo Gorki? Lo
importante, entonces, sería estudiar el trazado ideológico de algunas poéticas,
como [por ejemplo] La Mañosa de
Bosch, Over de Marrero Aristy, y La Madre de Gorki, que son referencias
narrativo-discursivas donde la historia se enfrenta a colisiones. Pero el aeda [diferente al narrador] debe
aquilatar sus experiencias vivenciales y filtrarlas a través de ese ‘’furor
[fervor] poético’’, donde la imagen estructura y predomina el propio canto a
través de tropos, sin doblegar —desde
luego— el mensaje que subyace a lo largo del tejido.
Mir, más allá de la influencia de
Lorca, debió ser un profundo estudioso del trayecto poético de un cantor
suramericano, Pablo Neruda [1904-1973], y debió, asimismo, estudiar a
concienciación las obras de César Vallejo [1892-1938] y Nicolás Guillén
[1902-1989]. Ese itinerario, esa ascensión en el camino hacia una práctica
literaria relacionada con lo ideológico y conectora del cantor con la realidad
socio-histórica dominicana, tuvo su fuente nutricia —como afirmé anteriormente—
en su propia región nativa, San Pedro de Macorís, donde se asentaron los
primeros brotes de modos de producción capitalista y las contradicciones en el
seno de sus unidades fundamentales: proletariado y burguesía. Además, podría
existir cierta relación con la propia literatura petromacorisana (y pienso en Los
Humildes de Federico Bermúdez [1884-1921]). Todas estas relaciones
pudieron estar presentes en la coyuntura de 1949.
Estructurado por doscientos sesenta y seis versos, Hay un país en el mundo (quinta edición de Publicaciones EMIR [Eridania Mir, hermana del poeta], en 1968)
contiene un índice muy arbitrario de once partes, pero que no responde a la
verdad estructural, ya que ésta es preciso definirla así: Descripción Geográfica (desde el primer
verso hasta el treinta y cuatro); Descripción Humana Rural (desde el verso
treinta y cinco hasta el setenta y cinco); Paréntesis,
donde el textista prepara al oidor o lector para las canciones (desde el verso
setenta y seis al ciento dos).
Canción I (desde el verso ciento tres al ciento veinte), que refunde el estilo inicial de Mir, emparentado cercanamente a Lorca, haciendo uso del decasílabo con cesura casi matemática en la quinta sílaba: 5+5, y tal vez con la intención de que la cadencia pegajosa de este viejo metro señalice hacia lo elemental la importancia del mensaje: “Plumón de nido nivel de luna / salud del oro guitarra abierta / final de viaje donde una isla / los campesinos no tienen tierra” (versos 103, 104, 105 y 106, p.7, seguidos de tres cuartetos y lo que pudo ser un pareado final, pero sin rima consonante).
4
Paréntesis II (desde los versos ciento veintiuno al ciento treinta y seis), constituye una preparación para la Canción deliciosa de los ingenios de azúcar y de alcohol (versos ciento treinta y cinco al ciento treinta y seis, médula indiscutible del poema). Canción II (desde los versos ciento treinta y siete al ciento setenta y cuatro, construidos como referencia litúrgica a una connotación de júbilo religioso, dejando a un lado el pareado de cifrado simple, pero capaz de decodificarse fácilmente. Mir sabe que la esencia del mensaje no debe complicarse con una materia verbal yuxtapuesta y recurre al arma curial del aleluya para posibilitar una señalización de la acumulación originaria: ‘’Son del ingenio’’; es decir, del dueño absoluto de la explotación.
Paréntesis III (desde el verso ciento setenta y cinco al doscientos dieciocho), que parece enmarcado en una visible crisis de inspiración pero que en realidad es sólo un anticlímax para preservar al auditorio y lectores la continuidad de la contradicción de clase, fuera del marco específico del ingenio, que Mir envuelve en la metáfora de “un día luminoso [que] despierta en las espaldas de repente”. Este Paréntesis III posibilita la expectación en la yunta reconciliatoria del dolor rural y urbano, implicando como presas del silencio a “las ciudades llenas de abogados que no son más que nieblas [y también] silencio”, sentencia muy directa hacia los productores de objetos poemáticos contemporáneos y a los poetas emergidos en la llamada Generación del 48, de los cuales Mir con seguridad tendría noticias en La Habana
.
Canción III (versos doscientos diecinueve al doscientos cuarenta y
ocho, representados por dos sonetos construidos perfectamente, donde el poeta
sumerge el discurso —tocado de la mano por Lorca— en su propio testimonio: “Hay un hombre de pie en los engranajes /
desterrado en su tierra...” (p. 14), referentes a la enajenación del obrero
por la pérdida de conciencia y convertido en productor de una mercancía que lo enajena,
mientras enriquece a quien lo explota. En el segundo soneto de Canción III, Mir condiciona la lucha
social con la entrada de un proletariado concienciado de su explotación laboral
—como enuncia Lukács en Historia y
conciencia de clase (Op. cit.). Mir involucra esa concienciación como “un rumor iluminado que procederá desde la sierra / traspasará los campos y el celeste dominio“.
No puede haber duda, Hay un país en
el mundo está estructurado por nueve cuerpos: La descripción geográfica, La
descripción humana, Paréntesis I, Canción I, Paréntesis II, Canción II,
Paréntesis III, Canción III, finalizando
con Canción IV (desde el verso
doscientos cuarenta y nueve al doscientos sesenta y seis) donde Mir hace
alusión a la coexistencia pacífica
—creada por Lenin [Obras, Tomo XXIII, 1915-16] y remarcada por Nikita Kruschev en
1955: “Después no quiero más que paz /
un nido / de constructiva paz en cada palma
/ y quizás a propósito del
alma / el enjambre de besos y el olvido…’’
miércoles, 1 de junio de 2022
MANHATTAN TRANSFER
Manhattan Transfer
Por Efraim
Castillo.
"John Dos Passos inventó una sola
cosa: el arte de relatar. Pero esto es suficiente. Lo considero el escritor más
grande de nuestro tiempo".
—Jean-Paul Sartre (American Novelists in French Eyes. Atlantic Monthly, 1946).
1
Dentro de las relaciones sociales,
escribir y leer representan actividades enmarcadas por la moda. De ahí, a que
existan textos cuyos nombres son ampliamente conocidos pero cuyos contenidos se
ignoran. Barthes inscribe en función de fenómeno este tipo de alienación social
y explica que “la literatura no solamente actúa por su calidad literaria, por
su captura, por su lectura, en sentido propio, sino también un poco por ósmosis,
por metonimia” (Le plaisir du texte,
1974). Entre los grandes textos de
la novelística del Siglo XX, la novela de John Roderigo Dos Passos, Manhattan Transfer, viene a representar
un claro ejemplo de este fenómeno.
¿Quién, preocupado por tener un poco de pulimiento literario
no ha oído hablar de Manhattan Transfer
(1925)? inclusive, personas que no la han leído opinan sobre su técnica de contrapunto y hasta de su descripción
panorámica del deterioro y decadencia sociales. Y este es el papel del que habla Barthes de la literatura como una moda. Actualmente
en el planeta la moda es la novelita light,
esa que evade la roman á thése y se
limita a sólo entretener. Desde luego, no hay punto de comparación entre una
narración light y Manhattan
Transfer, donde los episodios se marcan por acontecimientos económicos,
sociales, ideológicos y por los inventos que revolucionaron las costumbres del
mundo. He aquí un claro ejemplo:
“En la esquina de Canal Street se paró ante una droguería
amarilla y se quedó mirando la cara pintada en un anuncio. Era una cara
afeitada, distinguida, con cejas arqueadas y un bigotazo bien recortado: la
cara de un hombre que tiene dinero en el banco, muy bien colocada sobre un
cuello de pajarita ceñido por amplia corbata negra. Debajo, en letra inglesa,
se leía la firma King C. Gillette. Sobre la cabeza campeaba el lema: ‘no stropping no honing’. El hombrecillo
barbudo se echó el hongo atrás descubriendo su frente sudorosa, y se quedó
largo rato mirando los ojos de King C. Gillette […] Luego apretó los puños,
sacó el pecho y entró en la droguería”.
Lo que transcurre luego Dos Passos
lo remite a la especulación del lector, aunque lo importante es que el
hombrecillo que se afeita no es el protagonista de Manhattan Transfer; es uno de los cientos de personajes que
aparecen y desaparecen deglutidos por la ampliación de la ciudad y los
fenómenos que acontecen en ella.
“Babilonia y Nínive eran de ladrillo” —escribe
Dos Pasos. “Toda Atenas era doradas columnas de mármol. Roma reposaba en anchos
arcos de mampostería. En Constantinopla las torres llamean como enormes cirios
en torno al cuerno de Oro... Acero, vidrio, baldosas, hormigón, serán los
materiales de los rascacielos. Apilados en la estrecha isla, edificios de mil
ventanas surgirán resplandecientes, pirámide sobre pirámide, blancas nubes
sobre la tormenta”.
2
Esa es la descripción exacta y
poética del New York de comienzos del
Siglo XX, así como el rótulo perfecto al segundo capítulo de Manhattan Transfer, titulado Metrópoli. En
ese mismo capítulo aparece —imitando el lead
de un diario—: “MORTON FIRMA EL PROYECTO DE ENSANCHE DE NUEVA YORK”, que luego
Dos Pasos conduce a hacia un bajante que agrega: “se aprueba el decreto que
hará de Nueva York la segunda metrópoli del mundo”.
Entre el rótulo, el lead y el bajante de periódico, el
lector de Manhattan Transfer encuentra
lo que la narración en tercera persona escudriña: la escenografía perfecta para
la historia de sujetos que viven alienados y sufren y gozan entre los
intestinos de asfalto y hormigón de una ciudad en expansión. Arthur Mizener,
uno de los críticos que categorizó la obra de Dos Passos en sus mejores
niveles, escribió que lo que pasó con Manhattan
Transfer fue que “a medida que comenzaron a salir a la luz publicaciones
novelísticas que seguían el estilo contrapuntístico
de esta obra, la propia producción de Dos Passos fue recibida con menos favor”
(12 Great American Novels, 1969).
John Dos Pasos
Manhattan
Transfer fue publicada
en 1925, tres años después de aparecer el Ulises
de Joyce (1922) y cuatro después de la publicación de Tres Soldados, la primera novela de Dos Passos y una de sus más
representativas estructuras narrativas y que, como registró Malcolm Cowley, es
“una verdadera novela de arte” (The New
Republic, 1931).
Atrapada entre Tres Soldados” y la trilogía U.S.A.
(Paralelo 42, 1919 y El Gran Dinero, 1930-1936),
es preciso situar a Manhattan Transfer
como la obra de Dos Passos que lucha por ser diferente. Es preciso asentar que
Dos Passos estuvo en la llamada Lost
Generation —frase acuñada por Gertrude Stein (The Making of Americans, 1903-1911) y epigrafiada por Hemingway en The
sun also rises [Fiesta] (1926)—, que incluía los autores cumbres
de la literatura norteamericana de entreguerras (Hemingway, Scott Fitzgerald, el
propio Dos Passos, etc.) y envolvía el asesoramiento de la Stein y Ezra Pound.
Pertenecer a esta exiliada peña literaria obligaba a Dos Pasos a la búsqueda de
nuevas formas expresivas. El grupo, además, contaba con el patrocinio editorial
de Madame Shakespeare (Sylvia Beach)
e incluía nombres como el de Pablo Picasso y James Joyce, a quien la señora
Beach le publicó Ulises.
Aunque en Manhattan Transfer Dos Passos parece estar influenciado por las
corrientes revolucionarías que presionaban la literatura a partir de la
experiencia revolucionaria rusa de 1917, en sus obras posteriores (sobre todo
en su trilogía U.S.A.) embiste contra
toda manifestación ideológica: el comunismo, el fascismo, el New Deal de Roosevelt, aunque con cierto
favoritismo al trotskismo. La voz de
Dos Passos, desde un aparente bloqueo a la descripción de caracteres
psicológicos en los personajes, emergió potente hacia la denuncia del hombre
esclavizado por la ciudad, en tanto que subyacían en él las angustias de una
era que lo aplastaba por caminar a pasos inalcanzables.
3
En Manhattan Transfer los personajes —cientos de personajes— envejecen
sin comprender la transformación que los envuelve. Por eso, lo mecánico, junto
a la cibernética y robotización que los amenazan y acorralan, constituyen el
único camino hacia lo inexorable: la sumisión, la cosificación.
(“Otro Río antes del Jordán. En la
segunda Avenida, esquina a Houston, delante del Cosmopolitan Café, un hombre subido en una caja de jabón grita:
‘…esos individuos, compañeros…, esclavos del jornal como yo lo era…, os impiden
respirar…, os quitan el pan de la boca, ¿Dónde están las chicas bonitas que yo
veía venir por el boulevard?
Buscadlas en los cabarets elegantes..., Estamos oprimidos, amigos, camaradas,
esclavos debiera decir... Nos roban nuestro trabajo, nuestros ideales, nuestras
mujeres… Construyen sus grandes hoteles para millonarios y sus teatros que
valen fortunas y sus barcos de guerra, ¿y qué nos dejan? ...Nos dejan
tuberculosis, raquitismo y un montón de calles sucias llenas de latas de
basura… Estáis pálidos, compañeros… Necesitáis sangre… ¿Por qué no os metéis un
poco de sangre en las venas?’”—Manhattan
Transfer: Capítulo VIII. Segunda Sección).
Debo señalar que Manhattan Transfer fue una excusa de Dos
Pasos para introducir una situación que Sartre —uno de sus grandes admiradores—
trató de emular en su trilogía Los
caminos de la Libertad (1945-49), bautizándola como “la instauración de un
método de exposición multiplanística
para describir objetivamente los pensamientos de determinados personajes
alejados en el tiempo y el espacio”. Sartre afirmó que “después de leer esta novela de Dos Passos fue que pensé por primera vez en
tejer una narración de varias vidas simultáneas, con personajes que se cruzan
sin conocerse jamás y quienes todos contribuyen a la atmósfera de un momento o de
un período histórico” (Sartre: American
Novelists in French Eyes, 1946).
Jean-Paul Sartre
O sea, eso que expone Sartre es la
emancipación orgánica de la ciudad presionando sobre la maduración consonante
de sus habitantes, que Dos Passos utiliza para especular sobre el azar y
conducir los tiempos con el rigor del materialismo
histórico. Así, ninguno de los personajes de la novela escapa a su destino.
El fuego, la guerra, las apuestas, la explotación del hombre por el hombre;
todo alcanza en Manhattan Transfer el
equilibrio de un proceso natural.
Dos Passos requirió mucho más
espacio descriptivo que Joyce para montar su texto, con una asombrosa economía
de palabras y distanciándose de las veinticuatro horas en que Stephen Dédalus
[Telémaco] y Leopold Bloom [Ulises] cargaron sus conciencias para expresar sus
particulares concepciones del mundo. Manhattan
Transfer es la novela de Nueva York, pero es también la novela del
aplastamiento del hombre ante su imposibilidad de sobrevivir como individuo.
Por eso, Dos Pasos pone en boca de Oglethorpe: “Yo leo y me callo. Soy un
observador silencioso. Sé que cada frase, cada palabra, cada signo de
puntuación que aparece en la prensa pública, está revisado, tachado y raspado
en interés de los anunciantes y accionistas. La fuente de la vida nacional es
envenenada en su manantial”.