Perdonar sin olvidar
Por
Efraim Castillo
El
año 2022 está frente a nosotros con grandes oportunidades para practicar el
perdón, un ejercicio que, desde luego, no nos obliga a olvidar, ni a dejar de
lado el ethos perdido en los
dieciséis años de gobiernos peledeístas, donde una pandilla de malhechores asaltó
el Estado y dio rienda suelta al soborno, robo, nepotismo, prevaricación,
engaño y todas las perversiones que es posible perpetrar desde un poder
descontrolado.
Pero
el perdón no puede amañarse desde un nefasto borrón y cuenta nueva que tanto
daño ha hecho al discurso político dominicano; y de ahí, a que habría que
preguntarse como Jacques Derrida, “¿qué perdonar y por qué?, si el perdón es, en cierto sentido, incompatible con el
olvido; precisamente porque aquello que es borrado, reprimido y olvidado nunca
puede llevar al perdón; y una ofensa pasada sólo puede ser perdonada si
permanece inscrita en la memoria sin ser olvidada” (Entrevistado por Michel Wieviorka en Monde des débats; diciembre, 1999).
Yo
creo en ese perdón instaurado por Jesús, que se ha trasformado en el más
extraordinario de los reciclajes humanos. El perdón proyecta lo mejor de
nosotros, nos libera y nos acerca más a nosotros y a los otros. Al perdonar nos
volcamos sin tapujos en un desborde de alborozo, en una fiesta en que espíritu
y carne se funden y se acoplan, convirtiéndonos en materia de ángel.
Perdonar,
más que un arte, es la extracción de una fibra inmensa que llevamos dentro y aletea
cuando nos dañan, bloqueando esa otra fibra insana que llamamos odio. Mientras
el perdón es luz, el odio es oscuridad y temor. Y ambas fibras pueden definir
el ethos y lanzarnos a la historia de
manera diferente, como a Nerón o Calígula, que sucumbieron frente a las
venganzas; o como a Jesús, que abogó y murió por perdón y amor.
La
historia de cada civilización se ha definido por esas dos fibras: las
civilizaciones del odio, del ojo por ojo y diente por diente, y las que han
heredado el perdón de labios de Jesús, enriqueciendo nuestras vidas y lanzando
nuestros corazones hacia los júbilos. Así, nuestra materia de ángel aguarda tan
sólo por la decisión de nosotros saber valorarla y utilizarla en los momentos
precisos: como Juan Pablo II frente al hombre que atentó contra su vida y por
el que oró cada mañana; como Juana de Arco sonriendo con amor a los que la
llevaron a la hoguera; como Magali, mi hermana, perdonando al orate que la
agredió a golpes. El ejercicio del perdón es tan simple, tan tenue, que desde que
nacemos podemos ejercerlo. Comienza con una sonrisa, con los brazos abiertos,
con los ojos humedecidos de amor y un corazón palpitante. Luego, las palabras siguen
y los estremecimientos brotan espontáneos.
Sí,
creo en el perdón, el más extraordinario de los dones humanos, la más rica
herencia de Jesús, la única señal posible de que dentro de cada hombre y mujer vibra
esplendente una materia de ángel.
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