La narrativa yugulada
A Pedro Peix. In memoriam.
Por Efraím Castillo
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¿Cuántos poemas, obras teatrales, ensayos y memorias, se habrán escrito y recopilado desde que Meleagro de Gádara organizó su antología La Corona [Guirnalda]? Nacido en el Siglo I a. C. [aunque La Corona data del Siglo II], Meleagro compendió epigramas de cuarenta y seis poetas griegos en una colección que está considerada como la primera antología de la historia. A partir de esa recopilación, los griegos reunieron epigramas y trozos escogidos de las obras de poetas y prosistas y llamaron a ese compendio florilegio [antología: de anthos, flor; y legein, coger], con lo que pretendieron perpetuar lo mejor de la expresión literaria griega de una generación. De ahí, que una antología, en amplitud, puede reunir [compendiar] no sólo una determinada disciplina literaria, sino organizar una selección de géneros literarios y publicarlos en uno o varios volúmenes. Desde luego, antologizar [antologar] no significa historiografiar [historiar] o criticar. Antologizar es reunir, compendiar, entresacar [florilegiar], para situarnos en la ortodoxia histórica de la praxis.
Meleagro
Las antologías literarias publicadas
en el país [hasta 1971] carecían del contacto, del diálogo entre el texto
seleccionado y el recopilador [ese encuentro con la quintaesencia poética], en virtud de que eran recopilaciones
antojadizas y elitistas que sólo satisfacían la mediocridad del antologador; el cual asumía un falso
liderazgo crítico, otorgándose privilegios para seleccionar y dejar fuera de
los compendios a escritores meritorios. Por eso, al quedar fuera de los
registros e índices bibliográficos, esos escritores se convertían en
desconocidos y se esfumaban de la historia. Así, las antologías se
estructuraban como rejuegos mañosos, tramposos, entre peñas y cenáculos. Todo
hasta La Narrativa Yugulada, de Pedro
Peix [Alfa & Omega, 1971], una antología unigenérica [de narrativa corta]
que compendia una selección que cubre cuarenta años de producción cuentística
[1930-1970]. Y es justo que después de haber dicho hasta La narrativa yugulada,
explique el porqué de una sentencia que podría parecer parcial, sobre todo para
aquellos que habían incursionado en la crítica literaria interesada o en la
antologización exclusivista, antojadiza y banal, porque es mejor parecer
arbitrario y no vengativo o injusto.
Pedro Peix tuvo la osadía —es preciso
decirlo— de organizar su antología con una carga de sentido histórico que
abarca casi medio siglo de afanes narrativos, donde la espesura de las
publicaciones y las precariedades políticas de las coyunturas abordadas
pudieron convertir la recopilación en algo insustancial; pero Peix logró
acometerlo. Podría, inclusive, hacer ver en Peix al antologador insatisfecho
procurando resolver problemas de cotejos cronológicos y analogías. Sin embargo,
ese gran esfuerzo tuvo resultado. Está ahí. Y al parecer no fue un trabajo
final [anoto yo] para presentar al futuro literario nacional los resultados de
esfuerzos colectivos en narrativa breve durante cuarenta años; aunque expeditó
un camino investigativo que [estoy seguro] se vislumbra ahora más liviano,
menos fatigoso, que el que se le presentaba antes al investigador literario que
pretendía indagar un estadio tan vasto de expresividad comunicativa entre
narradores breves dominicanos y sus receptores.
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Varias preguntas siempre surgen
cuando se presenta a los lectores una determinada antología: ¿quiénes figuran
en ella?, ¿están todos los que debieran estar? Posiblemente esas interrogantes
sinteticen lo que vendría a ser el tuétano de una recopilación genérica: los
seleccionados. Respecto a esto, Pedro Peix sobredimensionó su antología
tratando de abarcar un amplio trecho histórico donde el género narrativo creció progresivamente [sobre todo a partir de
finales de los años treinta]; y lo explica con estas palabras: “En los últimos quince
años, los cuentistas dominicanos han intentado asumir el torbellino fugaz y
necesario de las corrientes literarias en un atropellado [pero justo] afán por
reconquistar y colmar la tradición del vacío”.
Esto significa que Peix tenía
conocimiento de los alcances de su propia generación —identificada a través de
la intelligentsia que la representaba—,
lo que requería un análisis separado de las otras. De ahí, que los nombres
agrupados en esta Narrativa Yugulada
debieron ser desmontados y ordenados, no sólo cronológicamente, sino en
categorías cuya representación trascendiera la temática y la datación. Tal vez
por eso, Peix no deseó ser incisivamente riguroso con los textos seleccionados.
Parecería que su selección fue una respuesta meditada a otras antologías que no
efectuaron una labor mesurada con los textos seleccionados ni con el período
histórico en el que aparecieron las narraciones. Es lógico pensar que ese error
radicó en un-pasar-por-alto la condición
que debe representar el género literario seleccionado respecto al trecho
histórico de su creación y la relación dialéctica con el tema; o sea, el empleo
profundo del concepto en la apreciación crítica.
Los autores incluidos en La Narrativa Yugulada no fueron seleccionados
[como en otras antologías que aparecieron con anterioridad] por capricho, parentesco
literario, amistad, recomendación o participación en grupos; Peix echó a un
lado esas monomanías discriminatorias que implicaban un rechazo o una ventaja
personal. Por eso, desde Juan Bosch [que abre la antología] hasta Enriquillo
Sánchez [que la cierra], se cubre lo mejor de la cuentística dominicana, y
cualquier investigador literario encontrará en ella lo que ha sido la narración
breve del país en un período histórico de cuarenta años [desde los treinta a
los setenta].
Pedro Peix, como narrador, no deja a un lado su imaginación demiúrgica, capaz de tornar algún verbo sonoro —pero poco empleado— en espadilla simbólica para vertebrar alguna agudeza, algún comentario crítico hacia aquellos que han hecho de la literatura nacional un feudo de extravagancias y privilegios. El verbo yugular [detener algo con violencia, cortar de cuajo, etc.] lo ha empleado Peix como una hipérbole para denotar que a la narrativa corta del país se le cercenó casi con violencia a través del miedo y la censura. Por eso, Bosch escribió la casi totalidad de su obra narrativa en el exilio, sin el amargo y desquiciante peso de una dictadura sobre su espalda; mientras la mayoría de los escritores jóvenes antologados [como la Generación del 60] tuvieron que hacerlo bajo el acecho del espía o del censor.
3
Los sobrevivientes de la dictadura
que siguieron escribiendo junto a los que lo hicieron post-Trujillo-mortem, sin lugar a dudas estuvieron yugulados por la ausencia de una crítica
capacitada y conocedora de la teoría literaria. De ahí, que salvo pocas
excepciones, la narración breve dominicana y la poética en su conjunto no
lograron reproducir los hitos sobresalientes de nuestra historia, limitándose lo
mejor de esa literatura [sobre todo la narración] a evocar o ficcionar un
folklorismo disfrazado de costumbrismo o imitar estilos importados. Peix, en La narrativa yugulada, traza y separa
por ejes lo que afirma son “los tres
eslabones del cuento dominicano”, pero no ahonda en los motivos ideológicos ni
ontológicos que motivaron esos ejes.
Pedro Peix
El primero de los ejes Peix lo
inicia en 1930 y lo extiende [con intervalos de silencio] hasta finales de la
década de los 50]. El segundo de esos ejes Peix lo agrupa entre el breve
período que siguió a la muerte violenta de Trujillo [1961] y la revolución de
abril y guerra patria de 1965, que reúne umbilicalmente a los escritores
premiados en los concursos de La Máscara.
El tercer eje Peix lo ubica en 1970. Pero creo que por la ausencia de una
estructura orgánica, esos ejes de la cuentística nacional no podían
concentrarse así, porque el vacío aludido por Peix [extendido por varios años
hasta la muerte de Trujillo] debió ser sometido a un juicio crítico capaz de
desentrañar las causas profundas de ese silencio, de la misma manera en que el
propio Peix explica el “interregno de breve esterilidad que siguió a los
concursos de La Máscara” y que, según
él, “constituyó la sustancia de la supuesta yugulación”.
No obstante, en su antología, Peix recopila con honestidad cuarenta años de
narrativa breve nacional, algo que es materia fundamental para el historiador
literario.
Las narraciones recopiladas —no sé
si publicadas tras conversaciones con sus autores— podrían representar la
máxima expresión de los cuentistas, aunque tengo la sospecha que no, como en mi
caso, que habría preferido la inclusión de alguna narración mía que hubiese
escapado del solipsismo cargado de subjetivismo que me arropó durante los años
1966-68. Por eso creo que esta antología
debió ser ampliada, ordenando históricamente los prodigiosos relatos que evadieron
la censura dictatorial y reprodujeron los trastornos sociales que nos
apesadumbraron en medio siglo de existencia.
Sin embargo, para seleccionar las
narraciones contenidas en su antología, Peix demostró algo que en nuestro país
escasea y de lo cual Toynbee aconsejó a Occidente: paciencia [leer su monumental “Estudio de la historia”]. Paciencia
para investigar y soportar los descréditos, paciencia para enfrentarse a los
enemigos, y paciencia para leer. Pero quizás la paciencia que debemos cultivar
con mayor vigor sea esa que envuelve las categorías, organizaciones y sistemas
en los saltos de la historia y construye la cultura.
Porque —es bueno apuntarlo— el resumen de una antología de narrativa breve,
aunque aglomere un lapso de cuarenta años, forma parte fundamental de lo que
somos.
Noviembre 27, 1981.
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