Mi amigo Mario
Por Efraim Castillo
(La historia nunca dice adiós. Lo que
dice siempre es un hasta luego. —Eduardo Galeano.)
Aunque conocí a Mario Lama
Handal a comienzos de los 70’s, ya había escuchado mucho acerca de él a través
de Rafael Corporán de los Santos, Tito Campusano y Adriano Rodríguez, quienes
desde bien temprano en los años 60’s, o tenían programas radiales, o poseían
guagüitas anunciadoras, y Calzados Lama —la tienda que Mario y sus hermanos
Juan y Alicia habían heredado de su padre— era su principal cliente. La manera
en que lo conocí se debió, precisamente, a la publicidad, porque para Mario un
establecimiento comercial, así como una industria o un servicio, no podrían
existir sin la construcción y proyección de una buena imagen hacia la
colectividad, y ese es un perfil que sólo la publicidad, la propaganda o las
relaciones públicas producen.
Fue Vinicio Hernández quien me
lo presentó, invitándome a un almuerzo celebrado en el antiguo restaurante Lina
—de la avenida Independencia— y que, al acudir a la cita, me sorprendió con
otro invitado: Mario Lama, que había sido [como me enteré luego] el promotor del
encuentro, con el propósito de conocerme para ofrecerme la publicidad de su
empresa. Al preguntar a Mario el porqué de su interés en mi agencia, respondió
que me había conocido a través de los anuncios que hacía, por lo que deseaba
que me hiciera cargo de la comunicación social de su cadena de tiendas de
calzados y de Vulcanizados Dominicanos, la industria de zapatillas deportivas
(tenis) que poseía su familia. A partir de entonces, Mario Lama se convirtió en
un excelente amigo y cliente vital de mi publicitaria, debido a su gran temple
competitivo y su filosofía para ofertar, con la cual muchas veces perdía dinero
para retener clientela.
Al cerrar mi agencia en los
90’s para dedicarme a trabajos creativos, asesorías y practicar plenamente la
literatura, Mario siempre estuvo a mi lado y al solicitarme que le estructurara
una house agency para manejar su
publicidad, trabajé directamente en su empresa por algo más de tres años y allí
le conocí mejor. Sí, le conocí mejor que cuando en carros y camiones llenamos
con sus tenis y zapatos cuantas tiendas existían en el país; mucho mejor que
cuando nos enfrentamos a su competencia a base de publicidad y buena colocación
en los mass media; mucho mejor que
cuando me confesó que la globalización y la cibernética habían cambiado la
funcionalidad del punto de venta, convirtiéndolo o en una reducida boutique o en un gran shopping mall, por lo que Calzados Lama
se abriría al concepto de una gran tienda, y fue entonces cuando nació Plaza
Lama, a la que bautizamos con el slogan de La supertienda.
Es por todo esto que puedo
afirmar que Mario Lama no ha muerto, porque vive en cada espacio de la
publicidad dominicana, representando lo mejor del llamado cliente publicitario. Y desde ese bastión, Mario construyó su
doctrina: servir siempre lo mejor ajustado a las necesidades de los humildes.
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