Las influencias
Por Efraim Castillo
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Al contemplar o leer
una obra pictórica del joven Omar Molina, uno, ipso facto, no adivina, sino que percibe la enorme influencia de su
abuelo materno, Ramón Oviedo (1924-2015) en su pintura. Pero, ¿y qué?, me
pregunto. ¿Acaso Leonardo no dejó una escuela que contó con excelentes maestros
como Juan Beltrafino, Andrés Solario, César de Sexto, Bernardino Luini, Juan
Antonio Vais (Sodoma), Fra
Bartolomeo, Andrea del Sarto y la notable familia de los Bronzino, entre otros?
¿Acaso Miguel Ángel, Rafael, Correggio, Giorgio Barbarelli, Ludovico, Agustín,
Aníbal y Antonio Carracci, Caravaggio y los grandes maestros del Renacimiento
no formaron, graduaron y dejaron sus improntas maravillosas en cientos de otros
maestros y escuelas?
Pero lo más
importante sería preguntarse si acaso el Renacimiento no le debe al duocento y trecento, es decir, a la
enorme y trascendental influencia de un talento que condicionó el Gótico italiano como Giotto di Bondone,
quien superó las frías y decorativas repeticiones bizantinas del arte y creó la
teoría y práctica del boceto, siendo el responsable de la elevación a categoría
mayor de los elementos pictográficos que convergieron en los amplios atributos
de lo figurativo.
En la historia del
arte, el sentido y la apreciación de las influencias se ha debatido como un
viento circular; pero nadie —absolutamente nadie— se ha atrevido a condenarlas.
Aún así, las sospechas caen pesadamente sobre los seguidores de los maestros cuando
los paradigmas comienzan a agrietarse y a impulsarse apremiantemente sobre los
mercados.
Si se repasara
rápidamente —de manera expeditiva— el historial de las influencias, se podría
arribar a una simple conclusión: los protagonistas principales fueron aquellos
coléricos primitivos que, a través de símbolos idílicos (posiblemente
quiméricos) gozaron con reeditar la selva y sus fieras en el dominio de la
cueva. Así, la pictografía o escritura —de alguna manera— se aposentó y creció
en la civilización sumeria y desde allí a Egipto y Creta, en el esplendor de la
Edad de Bronce (3000 al 1200 a. C.),
fomentando los registros memoriales que maravillaron a los griegos, y de éstos
a los romanos. Si se sigue un recuento carente de una cronología rigurosa y
que, por lo tanto, debería convertirse en arbitrario, se podría apostar a que
es imposible registrar en la historia una expresión lúdica completamente pura.
Inclusive, allí donde prevalecen los palimpsestos (recomposiciones del pasado y
sus memorias, reescritas para fomentar las exclusividades y originalidades), se
descubre una huella de las provocaciones emitidas a partir de las influencias.
Paul Ricoeur
Paul Ricoeur fue el
primero en poner el dedo sobre la llaga en su ensayo sobre Freud, De l’intérpretatión, Essai sur Freud (Le Seuil, 1965), donde
resume los nexos que recorren los mundos culturales. Para Ricoeur, en “la
escuela de la sospecha pensar equivale a interpretar, pero ésta (la interpretación) sigue un
proceso vertiginoso: no sólo las tradiciones, las ideas recibidas y las ideologías
son engañosas y mistificadoras, sino que la misma noción de verdad es el efecto de una
estratificación histórica”.
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En la construcción de los concretos históricos las
influencias pueden enmascarar o desenmascarar algunos hechos, pero nunca podrán
ubicarse en la negatividad de los acontecimientos, si coadyuvan en los
procesos. Sólo bastaría una pequeña mirada hacia atrás, hacia ese estadio al que
deberíamos etiquetar como el antes en
la historia de las relaciones pictográficas dominicanas, y el después que rehízo las actividades de la
disciplina. Desde luego, me refiero al antes
en que se debatían nuestros pintores sin las relaciones de influencia de la ola
migratoria española y europea de 1940 y lo que aconteció después de su llegada.
¿Se han detenido los censores de las influencias a
observar lo que era la pintura de Yoryi Morel cuando no conocía la obra de
George Hausdörf? ¿O lo que hubiese sido la obra total en la historia de nuestra
plástica sin las influencias de Manolo Pascual, Jaime Colson, Josep Gausachs, Eugenio
Fernández Granell y todos los que proporcionaron las sustancias decisivas para
convertir nuestro país en un territorio con las extraordinarias características
estéticas que poseemos, haciendo posible operar una esplendente cultura en las
artes plásticas?
Eugenio Fernández Granell y Andrés Bretón
Pero por encima de todo esto podría también
argumentar a favor de las influencias prodigiosas que éstas produjeron en las
primeras hornadas de egresados de la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA) y
sus discípulos. Las cadenas de influencias sólo se detienen en los concretos
que Oswald Spengler llamó formas muertas”
(La decadencia de Occidente. Bosquejo de
una morfología de la historia, edición en español de1923, con prólogo de
José Ortega y Gasset), que son aquellos objetos que no aportan deslumbramientos
lúdicos en otras culturas y no producen eco. El mundo de las influencias no se
estructura con enmascaramientos ni emboscadas, sino con legados, con anexos
donde la riqueza de una obra se rejuvenezca en otra; tal como si una
repercusión se multiplicase ad infinitum
en otras. Por eso, me adhiero al enunciado de Terry Eagleton de que “todas las
esferas del pensar y actuar humanos, incluyendo la literatura, la teoría y la
crítica literarias, están determinadas por la forma en que organizamos la vida
social en común” (Una Introducción a la
Teoría Literaria, 1988 [en español]).
Para que un ser humano no reciba influencias
tendría que aislarse completamente y carecería de las defensas psicosociales
alcanzadas a través de las relaciones con sus congéneres. Lo importante de las
influencias es permitir la fragmentación de los discursos, los arribos; esas
señales luminosas donde el camino da un salto y se vislumbra la estructuración
de una nueva matriz estética, de un nuevo peldaño que aproxima al productor con
el paradigma, con la originalidad. De ahí, a que es necesario dejar a los
jóvenes productores plásticos (esos que poseen influencias y herencias de sus
maestros) avanzar por los caminos del arte, conduciendo su obra hacia la sustancia
vital de la especificidad dominicana y desvincularla de un sistema radicular
que, como el haitiano, nos socava y arremete en los mercados internacionales.
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