Mi querida Carmen
Por Efraim Castillo
Cuando leí el
decreto 544-21, fechado al 6 de septiembre pasado, en el cual se nombraba como
Ministra de Cultura a la señora Milagros Germán Olalla en sustitución de Carmen
Heredia de Guerrero y a ésta se le designaba como asesora del Poder Ejecutivo
en materia de políticas culturales, recordé un decreto similar del 10 de agosto
del 2020, que nominaba a mi querida Carmen en ese ministerio, y cuyo
nombramiento me llenó de una alegría que, poco tiempo después, se convirtió en
pena tras meditar lo que ella tendría que soportar en ese apelotonado territorio
de escritores, artistas y críticos.
Carmen Heredia Vda. Guerrero.
Pero, ¿por qué
Abinader sustituyó a Milagros y Carmen de sus respectivos asientos,
invirtiéndolos, llevando a una en lugar de la otra y viceversa?
Creo que la
respuesta a esa pregunta la sospechan todos. Por una parte, Milagros Germán
Olalla confundió la comunicación oficial con una actividad farandulera y, al no
saber vender la imagen del presidente con la solemnidad requerida, trató de viralizar sus actividades como si se
tratase de un personaje de la tele. Por la otra, Carmen Heredia, presa de un
staff compuesto por una fauna variopinta y buscadora de brillos, fue abrumadoramente
cercada y torpedeada, obligándola a buscar el auxilio de familiares cercanos; y
ese aparente nepotismo, más las zancadillas urdidas por los que debían ser sus
auxiliares, convirtió el Ministerio de Cultura en una olla de grillos de donde
salían pasquines, chismes y maldiciones; lo opuesto, lo inverso a lo que
debería ser una estructura para proyectar, afianzar y asegurar la cultura de un
país, el sagrado discurso en donde confluyen los avatares, entornos y vivencias
que modelan el espíritu de una nación.
Milagros Germán Olalla.
A mí, personalmente, me tiene sin cuidado el paso de Milagros Germán por la burocracia oficial y su nombramiento como Ministra de Cultura lo vislumbro como una eventualidad que, para convertirse en exitosa, dependerá de las asesorías asignadas y los intelectuales a los que acuda para orientarse. Sin embargo, lo que siento por Carmen Heredia es pena, porque ella sí sabía lo que significaba el lugar donde fue designada, pero fue inutilizada por una jauría de lobos hambrientos.
Y puedo decir que
Carmen sí sabía a lo que iba en ese ministerio, porque la conozco desde hace
más de sesenta años, cuando fuimos vecinos en la calle Las Carreras del
Ensanche Lugo y su hermano Mario (uno de los actores más talentosos del país) se
convirtió en un entrañable amigo. Asimismo, Juan Bosco Guerrero, que fue su
esposo y hoy su viuda, formó parte, junto a mí, de un grupo de amantes de la
filosofía que nos reuníamos noche por noche en el parque Independencia en busca
de asombros vivenciales, estudiando a Kierkegaard, Nietzsche, Kant, Husserl,
Heidegger y Sartre, entre otros. En esos años, Carmen, además de estudiar
ballet con la profesora Magda Corbett, recibía clases de música y siempre la vi
con un libro en las manos.
¡Ánimo, estimada
Carmen, te queremos mucho!
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