jueves, 17 de febrero de 2011

CURRÍCULUM (El síndrome de la visa)


Un día como ayer —hace treinta y ocho años— me enteré de la muerte de Caamaño. La noticia nos llegó a Yaqui Núñez del Risco, Freddy Beras Goico y a mí, mientras asistía en calidad de invitado al programa Nosotros a las 8, que se transmitía por Radio Televisión Dominicana. Cuando salí del programa medité profundamente en la suerte futura del país y comprendí que la diáspora, tras la desaparición de nuestro último gran héroe, se acrecentaría enormemente. Mi novela Currículum (El síndrome de la vida)  fue un resultado de aquella meditación que me persiguió durante siete años (la novela la produje en alrededor de dos meses de agotador trabajo, en 1980).

http://theocmag.blogspot.com/2009/02/36-anos-fusilamiento-de-un-heroe.html


Capítulo I


Vienen de allá. Nos vamos acullá.
A  LA FRANCA, Vicente, tengo que irme.  
—Otro más.
   —Sí, me voy para sumarme a los casi quince millones de los nuestros que se encuentran allá.
   —En verdad, ¿somos tántos?
   —Eso dicen.
   —¿El conteo?
   —Lo sabes: la surveymanía. Esa enfermedad que
comienza a azotarnos y que nos convertirá, a la larga,
en simples números.  
   —Todos los conteos... ¡los cuentos, las fábulas, el cotorreo!
   —Sí.
   —Y, ¿qué hacen, cómo suenan, qué venden, cómo se vende?
   —Lo sabes, también: las computadoras. Todo ordenadito.
   —¿Y para qué? Porque, al final, sólo la muerte.
   —Sí, todos los finales conducen a la muerte. La muerte por suicidio, la muerte por el otro, la muerte por simple muerte.
   —¿Te lo imaginas? Dentro de algunos años: ¡coño, cómo vivían esos tipos! Estadísticas por aquí, estadísticas por allá. 
   —Podrías decirlo igual: la penetración cultural, el cansancio de no conseguir nada... y la edad, además, pero no me convences. En tu decisión de largarte para allá hay otras cosas: el cine, la televisión, Woody Allen paseando por Times Square. ¿Manhattan?
   —Eso creo.
   —¿Y?
   —¿Otro por qué? Sumarme a los de allá: quince millones más uno es igual a quince millones uno. ¿Conforme?
   —Aún no me convenzo.
   —¿De mí?
   —Precisamente. Porque si fuera de Sabana Iglesia, tal vez, quizás. O de San Juan. Pero, no tanto.
   —¿Por?
   —El sur huye menos.
   —¿Los españoles?
   —¡Déjalos fuera! ¡Fueron azarosos para estas tierras!
   —Es siempre lo del sur.
   —Explícate.
   —Piel más oscura.
   —¿Impureza racial?
   —Llámalo así, si prefieres.
   —Pero tiene sus ventajas.
   —Bueno, no es tranquilidad; no es prudencia; no es cortesía; no es melao con caña.
   —¿Adónde diablos piensas llegar, Vicente?
   —Bueno, no es adónde pienso llegar, sino en donde estamos. Hablamos de lugares, apacibles. Con ríos. Arroz. Plátanos. Condición de fuga. De fugar.
   —¿Transfugar? ¿España? Algo así me narró un tal Jiménez, el hijo de la viuda, un lectorcito de novelitas del FBI y vendedor de visas y de-lo-que-sea.
   —-¿Y?
   —La duración aquí. Los colonizadores en: Por. Para. Rajadura. 
   —¿De abrirse una grieta?
   —Sí, de rajarse: como Jalisco.
   —¿Espanto, quebranto, Lepanto?
   —Todo junto: susto, enfermedades, cobardía. Las flechitas, primero; ciclones, terremotos, después; los piratas, mucho después; Luperón y los otros, el 63, mucho-más-después.
   —¿Se rajan?
   —Claro. Pero. Antes. Fortuna espesa. Extremadura, lo peor, primero; Galicia, lo peor, después.
   —¿Y? ¿Cataluña?
   —¡Ojalá!
   —¿Vascongadas?
   —¡Más ojalá!
   —¿De dónde?
   AsturiasGijón. Por ahí. Vienen. Alpargatas. Pantaloncitos así, desbolsillados.
   —¿Para? Supermercados. Ferreterías. Se entrecruzan. Nada de producción. Importación, primero; exportación, después. Con. Se bañan poco.
   —¿Grajo?
   —Peor. Bolsas sucias.
   —¿Cojoncitos?
   —Puede ser. Mala impronta. Hijos míos jamás podrán, tú sabes, con hijas de ellas. Paredes altas. Hijos de ellos con hijas de ellos, tú sabes, si pueden. Cruzar fortunas. Los millones míos con los millones tuyos.
   —Pero, ¿algunos? Sí, algunos: Constanza, Roselló. Podría ser Corripio aquí.
   —¿Podría ser?
   —Sí, nada claro. Abarcando mucho, ¿se aprieta mucho? Las rajaduras no aprietan, aflojan, sueltan, se deshacen. Hay que ver.
   —Ah, ¡conque Asturias! Y es hermosa. Poco mezclada. Tú sabes, los moros penetraron poco allá; los mineros, el comunismo. Pero nosotros tenemos lo peor: buscavidas, desarrapados.
   —¿Honrados?
   —Habría que ver.
   —País extraño.
   —Es preciso. Ser. Como ves.
   —Pero, ¿por qué JánicoSabana IglesiaSan José de las Matas, Puñales, Vicente?
   —La sangre. Poco mezclada. Condición de tránsfugas. Se van. Juran por la bandera de allá. En el sur ocurre poco.
   —¿Acaso está Dios?
   —Podría estar, más bien, el mismo Diablo. Costumbre de desayunar con los demonios.
   —¿Cuáles?
   —El demonio de la sequía, de la desolación.
   —¿Sólo?
   —No. También el demonio del hambre.
   —¿Y la Iglesia?
   —Bien. A Dios gracias.
   —¿Sólo eso?
   —No. También las furias del abandono.
   —Entonces, ¿no se van?
   —Se van. Pero no tanto. Con disimulo. Sequedad. Hambre. Abandono. Tres demonios insalvables. Conducen, eso sí, a la revuelta. Sureños allá, ¿cuántos? ¿Surveymanía? Muchísimos.
   —Pero, ¿y de Sabana Iglesia, de Jánico? ¿Uno por cinco? Surveymanía, encuestamanía. La época. Datos. La cibernética es el futuro. Un slogan: sabed cuantos son y la dicha os sonreirá.
   —¿Uno por diez?
   Surveymanía. Es asunto de hábitat. El curtimiento. La mujer del sur.
   —Pero, ¿la cibaeña?
   —Precisamente la mujer de Mao: cocomordán, toto-que-muerde. El mito. Fenómenos de contacto, mientras que en el Sur los demonios: la sequedad, el hambre, el abandono.
   —Pero, ¿y los guineos, el maní, el arroz?
   —Puntos de contacto. Puntos necios.
   —¿El esfínter como un punto necio?
   —No, sólo recogimiento y soltura en juego constante. Lo ulterior es el hambre por un ordeño del glande.
   —No me convences, Vicente.
   —No me importa.
   —¿Es una tesis?
   —Lo demás es eso, Vicente: sobra, desacuerdo con el límite.
   —Bueno, hablas bonito; siempre has hablado bonito; pero eso no significa que tengas, que obtengas, que sobreentiendas la visa. Entendimiento de aquí, huida de aquí, atajamiento de aquí. ¿El antihéroe? La revolución pasó. ¿Cobardía? Mucha.
   —Sin embargo, es vital la cobardía para ser cuerdo, Vicente. Lo racional versus lo irracional; los cojones, versus las neuronas tales de la parte izquierda de los sesos.
   —¿Justifica eso los quince millones de nosotros allá?
   —Jiménez, el hijo de la viuda, lo justifica, Vicente. Sería la victoria anhelada sobre el imperio por ahogo tercermundista. Como para morirse de risa. Roma ahogada por Atila o la paráfrasis terrible del mito: Atila-cojones-caballo-no crecerá la yerba. O mejor aún: esfuerzo-la-visa-CDA-dominicano ausente.
   —-Pero, no entiendo, Beto: ¿quince millones?
   —Te lo dije, Vicente, repitiéndote lo que leí de fuente  confiable, de The New York Times.
   —¿De los nuestros?
   —No sé. Tal vez Hugo Morales, nuestro siquiatra del Bronx lo sepa. ¿Conoces a Hugo Morales? Es un médico nuestro allá. Preocupado allá. Benefactor allá. ¿Lo sabías? Tenemos muchos médicos dominicanos allá. Porque los cerebros altos obtienen la visa.
   —Pero tú, Beto, ¿no tienes el cerebro alto?
   —Lo tengo hinchado, pero no alto. Conocimientos desarraigados, non sense, política... Pero alto no. Hinchado sí.
   —-Con tu pasado, ¡dudo que te den la visa!
   —Bueno, Vicente, tenemos que hacer el intento porque la visa es una manía.
   —¿Sabes la fecha de la cita?
   —La fecha no me importa. Ya llevo casi cinco años intentándolo, Vicente.
   —¿No te han pedido nada, los cónsules?
   —Mucho. Casi un millón de currículos: un curriculum hoy, otro mañana, otro pasado mañana. Casi un millón de currículos.
   —¿Para qué? ¿Sobre qué?
   —La carrera de mi vida: desde lo fetal.
   —¿Y no lo saben, ya?
   —Desean saber más, sin resabios. Cuestión de cansancio.
   —¿Sólo eso, o están tras la búsqueda de algo?
   —Estoy preparado, Vicente. Estoy en cuatro patas, al acecho.
   —Verdad que eres comemierda, Beto.
   —Comemierda eres tú, Vicente, a la franca.