Publicidad
y corrupción
Por Efraim Castillo
Más allá de los kickbacks de
Odebrecht, esos azarosos sobornos que desgraciaron al país y enriquecieron a delincuentes
que aún caminan airosos por nuestras calles, están los tenebrosos tejemanejes instaurados
desde la publicidad/propaganda estatal, que se convirtió en una fiesta de miles
de millones de pesos para beneficiar a ministros y burócratas palaciegos y a las
llamadas bocinas, y cuyo dispendio,
libre de supervisión, se manejó de acuerdo a los vaivenes de una estrategia
propagandística sui generis, en donde
el danilismo creía estar por encima de la nación, emitiendo mensajes destinados
a encumbrar obras construidas o en construcción, surgidas casi todas desde
contratos amañados. O sea, la publicidad —utilizada principalmente como
propaganda— se convirtió durante el danilismo en una maldita fuente circular,
en un feedback que producía y
realimentaba un sistema altamente corrupto.
La publicidad y la propaganda, cuando proceden del Estado, se han
prestado siempre a esos juegos sucios, en donde sobresalen los publicitarios que
se enganchan a la profesión sin tener una verdadera vocación y practican el
oficio como un negocio para enriquecerse. Esto ya lo había escrito hace más de
cincuenta años en la revista Ahora, cuando publicaba la columna semanal Pulso
Publicitario, para la cual tuve que adoptar el seudónimo Carlos Trigo debido a
las denuncias que hacía. En mis artículos referentes a la corrupción
publicitaria denuncié los modus operandi
de ese método delincuencial para abultar y disfrazar presupuestos [tanto
estatales como privados], los cuales parten desde lo que conocemos como el anuncio, que es la unidad informativa contentiva
del mensaje y que, tal como enunció Marshall
McLuhan en Understanding Media: The
extensión of Man [1964], “es el objeto vital de la comunicación”.
Pero, ¿cómo opera la corrupción estatal a través de la publicidad/propaganda?
Este sistema publicitario delictivo tiene cuatro vertientes: 1. Cuando el
presupuesto se destina a ocultar obras basadas en contratos delictivos, alabándolas
como beneficiosas e imprescindibles con el fin de aumentar la inversión, permitiendo reforzar el
núcleo creativo con mentiras [como aconteció con el acueducto de la línea
noroeste, las plantas generadoras Punta Catalina, la autopista del coral, etc.].
2. Cuando se abulta el presupuesto con ítems
innecesarios apoyados en la complicidad, o de una agencia o de un soporte
[televisión, prensa, radio, influencers,
etc.]. 3. Cuando se adulteran los cargos por creación, investigación, talento,
asesoría, etc.; a veces, estos modos operativos se combinan de la misma manera
que en la mercadotecnia, estableciendo mezclas que responden a las intenciones
del fraude programado [es bueno señalar que la postmodernidad, aunque
sosteniéndolo como base, ha superado los alcances del clásico marketing mix, inyectando a la mezcla
factores emanados desde una cibernética en permanente cambio]. 4. Con la utilización
de brókeres —a manera de testaferros—
que compran los contratos a los medios con dineros provenientes del mismo
mecanismo corrupto.
Pero, ¿se adecentará la publicidad/propaganda del Estado en este
anunciado gobierno del cambio? ¿Podrán vencer la tentación de pescar en ese
océano de billetes de banco los encargados de ejecutarla?