Tres pequeñas
misivas
Por Efraim
Castillo
Para Mirna Santos:
Mi estimada
Mirna, tu artículo sobre Amín Abel lo leí como se leen los mensajes que nos
golpean con sentidas ráfagas de fuego y lágrimas, como esos estremecimientos de
ternura y valor que siempre nos acompañan cuando creemos desfallecer. Sé,
Mirna, como alguien que diariamente puja por escribir algo —aún con o sin
sentido— la manera en que nos invade el dolor al extraer desde lo más profundo
del alma aquellas memorias que nos hicieron vibrar de gozos y nostalgias. Te
felicito, mi admirada amiga, porque el paso terrenal del admirado Amín debe
tornarse, lejos de una fugaz reminiscencia heroica que los tiempos diluyen, en
un paradigma, en un hito, en un faro de reivindicación patria. ¡Qué bueno es
remover la historia, admirada amiga, sin sospechas ni resquebrajamientos, sin
trepadurías ni oportunismos, con artículos como el tuyo! (2010).
Para Aquiles Julián:
Mi querido Aquiles, cuando abrí el correo
esta madrugada me llevé una de las sorpresas más agradables de mi vida: la
inclusión en tu maravillosa Biblioteca Digital de mi obrita Adán, Eva y los
moluscos, que escribí en 1964 —a los 23 años—, cuando me deleitaba con Ionesco,
Beckett y Tardieu, que crearon un teatro en donde la metáfora abierta, satírica
y punzante, regeneró para las tablas la esencia contundente de las prosas de
Joyce, Kafka y el desarraigo del dadaísmo. En aquella época sólo Iván García y
yo nos atrevimos a escribir en República Dominicana un teatro que se asentaba
en aquella línea dramática del absurdo, enfatizando una repetición que concede
—como en un eco— la posibilidad de molestar y profanar ciertas estructuras
sociales, carcomidas por la incomprensión, la soledad y el tedio. Pero además,
estimado Aquiles, te agradezco la inclusión de mi cuento En el nombre del
hombre, una narración antecesora de Los ecos tardíos, así como el ensayo de la
doctora Nina Bruni sobre mi novela El personero. Recibe, Aquiles, mi gratitud
eterna por tenerme en cuenta en esa ciclópea tarea de divulgar la literatura
dominicana y mundial. (2010).
Para Freddy
Ortiz:
Estimado Freddy: Releyendo esta mañana el Ulises de Joyce, (1922), recordé nuestra conversación
en el restaurantito chino sobre la novela que escribes, momento en que te hablé
del monólogo interior [o flujo de la conciencia] al comentarme lo que
escribiste sin puntuación. Pues bien, estimado Freddy, te adjunto un
trabajo sobre esta tendencia literaria empleada por primera vez en Francia por
Edouard Dujardin, en su novela Los laureles están cortados (1888), y practicada
por trascendentes escritores como el propio Joyce, Valéry Larbaud, Virginia Woolf,
William Faulkner y otros, pero nombrada así por la novelista y crítica
literaria británica Mary Sinclair en sus comentarios sobre la novela Pointed
roofs (1915), de Dorothy Richardson, en donde introduce el término stream
of consciousness, tomándolo del ensayo
de William James, Principios de psicología, (1890), pero magnificado en
ese tremendo monólogo de Molly Bloom, en el capítulo final del Ulises de Joyce.
¡Disfruta el adjunto! (2012).