jueves, 24 de marzo de 2022

CLIVAJE

 PARTIDO O CLIVAJE

 Por Efraim Castillo

Uno de los males detestables y perniciosos que se heredó del trujillismo (y digo trujillismo porque no me atrevo a decir otra cosa) fue aquella desgraciada circunstancia sine qua non de que todos los movimientos sociales dependían de una sola persona: de Trujillo como alter ego del país, de Trujillo como un macho alfa sin cuya presencia no podía realizarse nada; algo que equivalía al ejercicio de un paternalismo llevado al tope, al paroxismo, a la conversión del líder en un hombre-síndrome bajo el cual se consustanciaban todos los fenómenos admisibles y encomiables; todas las virtudes y bonhomías del discurso histórico dominicano. Por eso, la comunicación oficial de la dictadura (propaganda, publicidad y relaciones públicas) se manejaba desde dos altares: la oficina privada del Benefactor en el Palacio Nacional y el poderoso Partido Dominicano.

 Trujillo usó la vertiente ideológica de la comunicación social como una manera de enaltecer y mantener vivo su nombre, su obra, sus maquinaciones; todo como una estrategia para fundar su mito. Y ese eficaz poder de persuasión arrastró hacia su sistema propagandístico el merengue, el paisaje dominicano, nuestra palma endémica (la roystonea regia), todo lo que se identificara con lo nacional, con la finalidad de doblegar la sustancia de lo vernáculo hacia la dictadura. Y con esa finalidad construyó el Partido Dominicano, la estructura de dirección ideológica para aglutinar lo que sería su pensamiento, su ideología; una organización similar al Partido Fascista Republicano fundado en Italia por Mussolini, en 1921.

 Ya a comienzos de los cuarenta Trujillo no sólo representaba al país: él era el país, un líder conceptualizado a través de una simbología machacada durante diez años, en donde la capital y múltiples ciudades y provincias llevaban su nombre, así como estatuas, fotografías, monedas y billetes de banco recién lanzados representaban su figura. Los merengues, carabinés, mangulinas y pambiches arropaban musicalmente sus ejecutorias y llenaban nuestros hogares. Y debe saberse: nada de esto hubiese podido hacerse sin el Partido Dominicano, el guardián ideológico de la dictadura. Trujillo sabía que el partido político es la base desde donde se consolidan las hegemonías y sus programas.

Esto debería tenerlo en cuenta Luis Abinader, cuyo partido navega actualmente por aguas muy diferentes a la suya; precisamente las mismas aguas que llevaron al PRD al clivaje, a esa fisura que lo escindió, empequeñeciéndolo y dando vida al PRM, que es ahora su partido. Y sería bueno entender que si el clivaje del PRD tuvo como base un elitismo político dentro del propio partido (escenificado entre Miguel Vargas e Hipólito Mejía), el cual desfiguró el concepto hegemónico construido por Juan Bosch y continuado ad libitum por José Francisco Peña Gómez, el que se avecina en el PRM —si Abinader no es lo suficientemente inteligente para darse cuenta—, se motivaría por una falta de capacitación política en su liderazgo interno, que se muestra incapaz de ejercer una eficaz labor de dirección, creando así un vacío doctrinario que está ocupando la cúpula empresarial.