domingo, 19 de abril de 2020

LA SOCIALIZACIÓN HUMANA


La socialización humana
Efraim Castillo
En esta cuarentena he comprendido mejor la importancia de la socialización humana, la cual ha definido la propia historia, afianzado el concepto de que la naturaleza no hace nada en vano y de que el hombre —como expresó Giovanni Pico della Mirandola— “es la más afortunada de todas las criaturas y la más digna de toda admiración” [Oratio de hominis dignitate, 1487]. Y para explicar el origen de la socialización humana es preciso mezclar ficción literaria y teoría científica, ya que todo comenzó con el australopiteco [Plioceno-Pleistoceno], aquel homínido bípedo que dio inicio a la aventura humana en el paleolítico [hace tres millones de años], el cual, con una capacidad craneana de entre 450 y 600 cm3, tuvo que soportar grandes y violentos cambios climáticos, por lo que su dieta se convirtió de vegetariana en lacto-vegetariana, pescetariana y carnívora, lo que le permitió  disfrutar de dilatados espacios de ocio por la ocupación estomacal de prótidos. Esta alimentación aumentó su cerebro de 600 a 950 cm3 y dio lugar a una mutación del gen codificado como MYH16, según las investigaciones de Bruce Lahn et al, del Howard-Hughes Medical Institute [HHMI], que estudiaron 214 genes en el 2004 y determinaron que “el tupido haz de músculos maxilares que aprisionaban el cráneo cedió y así el cerebro pudo crecer y, aún hoy, seguir creciendo”.

 Dr. Bruce Lahn.

El evolucionado nuevo espécimen, el homo habilis, tenía un foramen magnum situado mucho más delantero y dio a la cabeza una postura más erguida, pudiendo desarrollar invenciones como el mazo u otro tipo de tecnología y hacer posible que diferenciara los trabajos, los dividiera y pudiese asistir a una extraordinaria etapa de socialización en su vida tribal. Esta evolución, desde luego, requirió de cientos de miles de años, datados entre las interglaciaciones de Mindel-Riss [390 mil años], Riss o Illinois [290 mil años], Riss-Würm [140 mil años], y Würm o Wisconsin [80 mil años].



Las investigaciones de Lahn arrojaron mucha luz en el evento evolutivo del cerebro humano y registraron que “al mismo tiempo los ojos, al acercarse sobre una cara contraída por el abultamiento de la frente, pudieron empezar a converger y a fijar todo cuanto las manos aprehendían, aproximaban y presentaban”. Asimismo, se llegó a la expansión de las zonas cerebrales, a la existencia de tubérculos genianos superiores e inferiores, a la reestructuración del cuello junto con la postura erguida y se comprendió la importancia de aquilatar individuos viejos en la comunidad que posibilitaran la transmisión de experiencias y enseñaran a los menores del clan un lenguaje sintetizado hacia lo esencial.

A través de la maravillosa socialización —y ya nuestro antepasado convertido en homo sapiens— su capacidad craneana alcanzó en  miles de años los 1,300 cm3, luego los 1,400-1,450 cm3; y al entrar al paleolítico superior [40,000 AP] su cerebro alcanzó los 1,600 cm3 [ya como homo sapiens-sapiens], que es el tamaño actual. Entonces, sí, se comprendió eso que Aristóteles definió como el más profundo de los vínculos sociales: el amor.

lunes, 13 de abril de 2020

RECORDANDO A PEDRO


Recordando a Pedro

Por Efraim Castillo

En los días que el muro de Berlín fue derribado, Silvano Lora, Dato Pagán, Pedro Mir y yo, ocupando asientos en el atelier de Silvano de la avenida Pasteur, nos planteábamos apasionadamente el futuro de las culturas; es decir, de los componentes físicos y abstractos que moldean la totalidad de las producciones sociales e impregnan las singularidades a las naciones, esas cualidades que, evadiendo lo que numérica o cuantitativamente no responde a la especificidad local, crea la diferencia entre los pueblos  y que Heidegger, sabiamente, expuso «como el valor de un ser —su poder— que puede medirse por su capacidad de recrearse», asegurando que «un ser es tanto más singular cuanto más capaz es de recrearse» (Heidegger: “Identität und differenz, neske, pfullingen”, 1957).

 Pedro Mir.
Pedro Mir —que siempre fue dado a la observación profunda— no salía aún de su estupefacción por el desgajamiento en cadena de una estructura político-social como la Unión Soviética, que había costado tantos esfuerzos y sacrificios, pero apostaba a que lo que se vislumbraba en el horizonte como una naciente, desafiante y arbitraria polaridad en la conducción mundial, no podría erradicar el abanico multifactorial de valores que conformaban las singularidades nacionales.
Y esto lo decía Pedro Mir, a pesar de saber que desde hacía tiempo en la URSS y otros países de la Europa oriental los pantalones tipo vaquero, la Coca-Cola y los hotdogs comenzaban a ponerse de moda. Pedro conocía que no hay conquista completa hasta que la integración de lo meramente singular [ese complejo entorno —no contorno— de valores, creencias y actitudes compartidas] no se disolviera en lo numérico o cuantitativo, produciéndose el efecto-mosaico de la contaminación.
 Silvano Lora.
 Dato Pagán.

Entonces, Silvano, Dato y yo reforzábamos las reflexiones de Mir, señalándole las grandes conquistas, crecimientos imperiales y muertes de civilizaciones registradas en la historia: la sumeria, ahogada por la egipcia y otros pueblos de la Anatolia; la egipcia, consumida por reyertas internas y suplantada por un reinado griego a la muerte de Alejandro [el de Tolomeo]; la griega, absorbida por la romana, y ésta disgregada a partir de los grandes papados fortalecidos por Carolus Magnus [Carlomagno], que vigorizaron la llamada Edad Media; hasta llegar al último de los grandes guerreros europeos, Napoleón, que selló sus conquistas con un revolucionario código impregnado en las huellas de la Revolución Francesa y el derecho consuetudinario, pero que no pudo —a pesar de todas las ocupaciones martilladas por lanzas, sables, fusiles y cañones que destruyeron aldeas, ciudades y vastos territorios— destruir las singularidades de las naciones conquistadas, las cuales supervivieron a la masacre y a la asfixia.
Pedro Mir sabía que lo que ha impregnado de ese sabor singular a la enorme diversidad de pueblos ha sido —y será— la maternidad y la cocina, transmitidas como herencia por un cordón umbilical que se extiende orgánicamente a la lengua, a los olores y a los colores, y que se complementan en una expresión fundamental de totalidad.

(Publicado en este diario el 19 de noviembre del 2016)


miércoles, 8 de abril de 2020

¡SÍ, ME QUEDO EN CASA!


Sí, me quedo en casa

 


Por Efraim Castillo 

Sí, me estoy quedando en casa y se me agotan las reservas de alimentos y los fármacos recetados para regular la presión arterial, disminuir el crecimiento de la próstata, proteger el único riñón que me queda y otros padecimientos que han surgido desde que entré en el ciclo biológico de la ancianidad. Desde luego, al pasar todo el tiempo en casa, leo —casi devoro— más libros y navego y descubro un ciberespacio que no había concebido antes; un ciberespacio congestionado de cuantas cosas pueda uno imaginarse: películas, noticias, correos útiles e inútiles, podcast, memes, bulos [fake news], publicidad comercial, publicidad política, literatura, pornografía y chateos. También descubro acrónimos y siglas que, antes de la cuarentena, desfilaban fugazmente frente a mis ojos y no me detenía a indagar lo que significaban, como tbt [throwback thursday], fb [Facebook], yt [YouTube], lol [laughing out loud], omg [oh my God], xoxo [hugs and kiss], ily [i love you] y otros que me separaban generacionalmente de mis hijos y nietos.

Sin embargo, en esa telaraña de multi-información, de mentiras, desaciertos y locuras, también encuentro verdades, manifestaciones de amor, tiernos abrazos, efusivas reuniones familiares y aplausos a los verdaderos héroes de esta pandemia: a los médicos, paramédicos, policías, militares y voluntarios espontáneos que desafían en todos los terrenos al coronavirus [SARS –Covid 2], protegidos sólo con el escudo de una vocación de servicio y un corazón fortalecido de amor.

Sí, me estoy quedando en casa, y al hacerlo trato de contribuir con mi actitud a combatir este brote epidémico planetario, a combatir desde mi aislamiento que el virus  no me contagie ni yo contagiar a los demás y así imposibilitar su propagación. Y ahora que me quedo en casa, he rememorado soledades, abandonos, nostalgias y viejas cuitas que mi memoria tenía archivadas en esos surcos que los lóbulos del cerebro esconden para espantar las tristezas. Y entonces me fortalezco cuando leo los mensajes solidarios de un mundo atrapado entre un agente infeccioso microscópico [pero con la asombrosa capacidad de mutarse en nuestro organismo] y la sorpresa de saberse indefenso, achicado, y sólo recurre como arma esencial de combate a una frase que nos llega hondo: 

"¡Quédate en casa!"...

Y aquí estoy, quedándome en casa hasta que mi cuerpo, la provisión de alimentos y medicamentos aguanten, porque los que no contamos con esas tarjetas clientelistas como solidaridad y las otras —que han convertido una amplia franja de nuestra sociedad en un ejército de inútiles, en manadas de seres manipulados hacia el voto—, estamos expuestos, al quedarnos en casa, a convertir nuestros hogares en redención, sí, pero también en desamparo, soledad, en tumbas navegando a la deriva. Pero por suerte, estamos en el mes de abril, en primavera, y es bueno recordar que abril y la primavera forman parte de una historia de gloria; porque en abril y la primavera las campanas repiquetean siempre para anunciar reivindicaciones y cambios profundos.

Sí, me estoy quedando en casa.

 Abril 7, 2020.