jueves, 8 de julio de 2021

¿ES LUIS ABINADER UN LÍDER?

 ¿ES LUÍS ABINADER UN LÍDER?

Por Efraim Castillo

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Ojalá que no se aleje el día en que Luis Abinader comprenda que no fue la hegemonía empresarial quien lo llevó a la presidencia ni la que lo sostiene en el poder, ni tampoco la que lo defenderá frente al pueblo. Ojalá Abinader comprenda que es el PRM y los pequeños partidos que lo apoyaron en la pasada campaña los que darán la cara por él cuando las cosas comiencen a pasar de castaño oscuro a un color más sombrío.

Luís Abinader con su banda presidencial.

Esta observación la expreso porque todos sabemos que Abinader no es un líder nato, sino un dirigente surgido por cuatro circunstancias que han afectado la vida del país desde la entrada del presente siglo:
a) el despedazamiento y achicamiento del PRD, debido al pugilato entre Hipólito Mejía y Miguel Vargas, manipulado por Leonel Fernández y Danilo Medina a través de nombramientos de su militancia en el gobierno;
b) la modificación constitucional de Hipólito en el 2002, que permitió la reelección presidencial consecutiva y violó la prohibición de 1994, uno de los triunfos políticos de Peña Gómez sobre el continuismo balaguerista. Esta modificación constitucional devolvió a la presidencia a Leonel Fernández y dio inicio al clivaje perredeísta y posterior nacimiento del PRM;

Logotipo PRM

c) la infernal corrupción de estado implantada por el leonelismo-danilismo, la cual se ramificó en todos los niveles administrativos del Estado: Presidencia, Obras Públicas, Educación, FFAA, Salud Pública, Justicia, Ministerio Público, Agricultura, etc.; y
d) la salida del PLD de Leonel Fernández tras el fraude cometido contra él por la dirigencia danilista en las primarias de ese partido (octubre del 2019).
Asimismo, Luis Abinader debe saber que su liderazgo aún está en construcción, porque los líderes, para convertirse en sujetos icónicos, en patterns y cabezas visibles de la historia, deben crear una característica diferencial con los liderazgos que le precedieron (Trujillo, Balaguer, Bosch y Peña Gómez, los cuales cubrieron los gobiernos de Guzmán Fernández, Hipólito Mejía, Leonel Fernández y Danilo Medina).
La construcción del liderazgo tiene que llenar esa cuota de valores señalada por Max Weber en la conferencia dictada en la librería Steinicke de Munich (28 de enero, 1919), como parte del ciclo de charlas La política como vocación (Politik als Beruf); donde señaló, entre otras cosas, la más importante de las condiciones que debe poseer un líder para alcanzar el dominio del Estado: el carisma; un concepto que lo acercó a la “ley psicológica de la unidad mental de las masas”, concebida por Gustave Le Bon en su obra Psicología de las masas (1895).
Por eso, Abinader debe aprovechar las operaciones Pulpo, Coral, Medusa —y todas las demás que surjan— para fundar un liderazgo; aprovechando “la orientación de los sentimientos” (Le Bon) que se han despertado en esta cacería a la corrupción y así elevar su voz con la firmeza del que habla para resolver; del que señala el camino a un pueblo que lo eligió y debe sostenerlo; a un pueblo que busca afanosamente ese guía que lo oriente en esta terrible tormenta.

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¿Reelección?

Cuando el 30 de septiembre del año pasado (2020) leí en el diario Hoy las declaraciones de José Ignacio Paliza (Ministro de la Presidencia y Presidente del PRM) de que la  primera medición de popularidad sobre Luis Abinader había alcanzado un 90% de aprobación, volvió a mí una preocupación que me ha perseguido desde que Hipólito Mejía restauró la reelección en nuestra Constitución y echó al zafacón la lucha histórica de José Francisco Peña Gómez para abolirla, condenándonos a padecer esa desgracia cada cuatro años. Mi inquietud por la temprana encuesta sobre Abinader (a treinta días de asumir la presidencia) giró en torno a un gusanillo que enferma a los gobernantes y les hace creer que son dioses imprescindibles, empujándolos a buscar la repostulación, considerando que un cuatrienio no basta para realizar el programa de gobierno que habían prometido al país.

Cuando un gobernante aspira a reelegirse ofende a su militancia partidaria, incurriendo en una práctica que ha mellado y dividido a decenas de organizaciones políticas latinoamericanas: la fomentación de un neopatrimonialismo asociado al clientelismo, en donde el grupismo, la repartición privilegiada de puestos de trabajo, los obsequios de tarjetas y las bonificaciones destruyen la unidad del partido; tal como aconteció en el PLD. Asimismo, ofende la historia, violando miserablemente la posibilidad de la alternabilidad en el poder y quebrando el espacio que amplía los renuevos, la savia que nutre los brotes de creatividad y entusiasmo; y permitiendo crecer dentro de la organización un clientelismo que provoca un cáncer que auspicia envidias, odios y aberraciones.

Se podría pensar que la práctica de la reelección es una tradición en nuestro discurso histórico. Pero no, esa perversión viene aparejada a un discurso que debió desaparecer la noche del 30 de mayo de 1961 y renació en el 66, con Balaguer. Ahora, al agigantar su ego, el gobernante se sobrevalora y se observa como el único con recursos para guiar la nación, menospreciando a los demás aspirantes del partido que lo llevó al poder y violentando su régimen orgánico. Este vicio (apoyándome en Guenther Roth) “personaliza el poder político en un visible proceso de centralización sobre una persona” (Poder personal y clientelismo, 1990). El alejamiento de los candidatos al partido Bernard Manin lo observa como una personalización propensa a favorecer el poder personal […] proveniente de la personalidad del líder, que se vuelve menos proclive a dialogar con los pares de su fuerza política” (Principes du Gouvernement Representative, 1995).


Guenther Roth. B. Manin

Una de las tareas fundamentales que tiene pendiente Luis Abinader es con su partido, por lo que debe aquietar la desmesurada proyección de su imagen, repetida con abundantes alocuciones y comparecencias; y tratar de vigorizar a un PRM que surgió para alojar una militancia emigrada del PRD; y por esto debe integrarse a él para robustecer sus cuadros y base. Abinader, además de conducir al país, debe mirar profundo hacia el PRM, el cual no podrá —sin una sólida estructura— resistir los embates de una oposición que luce mejor organizada.