jueves, 26 de noviembre de 2020

ADULONES Y COBEROS

 

Adulones y coberos

Por Efraim Castillo

Recientemente conversé con un amigo sobre el papel de los adulones, lisonjeros y coberos a través de la historia; un nefasto papel que han desempeñado —y siguen desempeñándose— cuando las víctimas de sus adulaciones, lisonjas y cobas resultan ser reyes, héroes bélicos o estadistas con aspiraciones de convertirse en propietarios de sus naciones.

A partir de aquella conversación me pregunté si Nemrod, señalado como descendiente de Noé y organizador de Babilonia —de acuerdo al Génesis bíblico—, o todos aquellos que como la XIX dinastía egipcia (conformada por Ramsés I y sus descendientes), los reyes griegos y macedónicos, los emperadores romanos (desde Augusto y Tiberio hasta Aureliano, atravesando por los abusivos sicópatas Calígula, Claudio y Nerón); si esa estela de conquistadores criminales que impulsó la fiebre del oro y la fama para asesinar y despojar de sus tierras a los habitantes del llamado “nuevo mundo”; si Stalin, Mussolini, Hitler, Trujillo, Batista, Pinochet, Idi Amín Dadá, Pol Pot, Saddam Hussein, Omar Hasan Ahmad al-Bashir, y los delirantes canallas que han teñido de rojo los horizontes continentales, fueron alimentados en sus crímenes por adulones, lisonjeros y coberos. ¡Sí, lo fueron! 

 Nemrod

La coba, la adulación y la lisonja, cuando se prodigan hacia aquel que desvaría por el poder, no sólo provoca en él la ensoñación de que puede alcanzarlo, sino que establece un doble engaño: el efecto provocado en el alentado por la mentira y la sensación de plenitud en quien lo prodiga, que se considera con derecho a la prebenda y al pago de la   ficción inventada. Este cruel ejercicio, no sólo establece el endiosamiento del engañado, sino que arrastra a los que serán sus principales víctimas: los gobernados, los pueblos, que siempre ponen los muertos y las lágrimas. Por eso, casi siempre, el blanco fácil de la coba, de la adulación y el quitapolvismo es el dictador, que frente al espejo permite que su ego le grite que es mucho más grande que la figura reproducida ante él, por lo que necesita que los coros de coberos, adulones, lisonjeros, sobones y embelesadores, lo elogien constantemente, formando anillos donde la misma coba se vuelve trampa, intriga y calumnia.

Desgraciadamente, la historia dominicana está llena, envenenada, no sólo de coberos y lambones, sino de aquellos que fueron presas de sus tramas. Por eso, al estudiar el discurso que ha transcurrido desde el sueño precursor de José Núñez de Cáceres [1821], y la decisión de Duarte y los trinitarios de separarnos definitivamente de Haití en 1844, debemos detenernos en esta cáfila de mentirosos, cuyas adulaciones y cobas han entorpecido los caminos de la Patria.

 Juan Pablo Duarte

Pero no nos detengamos en los que auparon con sus alabanzas y aplausos corales a Trujillo. Miremos este hoy, este presente donde la política se nutre de esta escoria.  Miremos a nuestro alrededor y preguntémonos si se habrá detenido ese cáncer que embute en los cerebros de los gobernantes la coba y la mentira para provocar alucinaciones de continuidad y grandeza.

viernes, 20 de noviembre de 2020

Absorción/Transculturación/Fusión

 

Absorción/Transculturación/Fusión

Por Efraim Castillo

En su columna El salto de la pulga [Listín Diario, 5 de noviembre, 2020], Freddy Ortiz lanzó al país un aviso que produjo escalofrío: “Esto pinta feo: 25% de los nacidos en la capital durante los últimos diez meses son hijos de haitianas traídas a parir”. Esa preocupación la había expuesto reiteradamente —tanto en este diario como en varias de las plataformas sociales de Internet— y se la señalé a Luis Abinader como una de las tareas que tenía pendiente el llamado gobierno del cambio si alcanzaba el poder. O sea, lo señalado por Ortiz es un eco de lo que se ha venido martillando desde hace años acerca del peligro que representa esta desmedida invasión de haitianos.

 Efraim Castillo y Freddy Ortiz

La diferencia entre el aviso de Freddy Ortiz y el conocimiento y la sospecha de esa invasión a través del útero, radica en que el por ciento señalado por Ortiz [25%] no se había asimilado desde la perspectiva de un por ciento tan elevado; es decir, que de cada cien nacimientos registrados en los hospitales de Santo Domingo, una cuarta parte de los mismos corresponden a haitianos. Y no se precisa ser avezado en aritmética para realizar el simple cálculo de que, si miramos hacia el futuro y multiplicamos ese porcentaje por un lustro o una década, el escalofrío podría convertirse en un abominable horror, en un terrible espanto y daría paso a un correlato cuyas consecuencias serían, primero la absorción numérica de los ciudadanos dominicanos por nacionales haitianos, y luego una transculturación y fusión como aconteció en Kosovo, aunque sin división, sino tal como soñaron los líderes haitianos desde que dirigieron su mirada hacia el Este de esta vejada isla.

La absorción biológica y el proceso de transculturación guardan un gran parecido al fenómeno de la hipertextualidad, la cual —apoyándome en Gérard Genette [Palimpsestes, 1962]— puntualiza “la relación que une un texto B [el hipertexto] a un texto anterior A [el hipotexto]”. O sea, el texto B [que voy a llamar Haití y su creole], al cubrir por mayoría al texto A [que llamaré República Dominicana y su español] termina transformándolo. Por eso, la absorción biológica es una asimilación y principia la fusión de una cultura a otra. De esos ejemplos está llena la historia.

 Gérard Genette

Los prohaitianos —esos traidores disfrazados de falso humanismo que satanizan y acusan constantemente de racistas a los que nos duele el país— deberían recorrer el viacrucis de nuestra historia y detenerse en las virulencias de los ataques haitianos y su horrorosa ocupación de veintidós años, en donde trataron por la fuerza de haitianizarnos con la imposición de su lengua y sus costumbres. Deberían estudiar el discurso histórico de Haití y entender por qué se ha convertido en un país fallido, en un país que tras no poder conquistarnos con las armas, busca ahora la fusión a través de una inmigración arrolladora, contando con el apoyo de los traidores del patio y las naciones que desean librarse de esa carga.

 

domingo, 15 de noviembre de 2020

ABSORCIÓN/TRANSCULTURACIÓN/FUSIÓN

 

Absorción/Transculturación/Fusión 

Por Efraim Castillo

En su columna El salto de la pulga [Listín Diario, 5 de noviembre, 2020], Freddy Ortiz lanzó al país un aviso que produjo escalofrío: “Esto pinta feo: 25% de los nacidos en la capital durante los últimos diez meses son hijos de haitianas traídas a parir”. Esa preocupación la había expuesto reiteradamente —tanto en este diario como en varias de las plataformas sociales de Internet— y se la señalé a Luis Abinader como una de las tareas que tenía pendiente el llamado gobierno del cambio si alcanzaba el poder. O sea, lo señalado por Ortiz es un eco de lo que se ha venido martillando desde hace años acerca del peligro que representa esta desmedida invasión de haitianos.

La diferencia entre el aviso de Freddy Ortiz y el conocimiento y la sospecha de esa invasión a través del útero, radica en que el por ciento señalado por Ortiz [25%] no se había asimilado desde la perspectiva de un por ciento tan elevado; es decir, que de cada cien nacimientos registrados en los hospitales de Santo Domingo, una cuarta parte de los mismos corresponden a haitianos. Y no se precisa ser avezado en aritmética para realizar el simple cálculo de que, si miramos hacia el futuro y multiplicamos ese porcentaje por un lustro o una década, el escalofrío podría convertirse en un abominable horror, en un terrible espanto y daría paso a un correlato cuyas consecuencias serían, primero la absorción numérica de los ciudadanos dominicanos por nacionales haitianos, y luego una transculturación y fusión como aconteció en Kosovo, aunque sin división, sino tal como soñaron los líderes haitianos desde que dirigieron su mirada hacia el Este de esta vejada isla.

 La lucha en Kosovo ha dejado trises huellas.

La absorción biológica y el proceso de transculturación guardan un gran parecido al fenómeno de la hipertextualidad, la cual —apoyándome en Gerald Genette [Palimpsestes, 1962]— puntualiza “la relación que une un texto B [el hipertexto] a un texto anterior A [el hipotexto]”. O sea, el texto B [que voy a llamar Haití y su creole], al cubrir por mayoría al texto A [que llamaré República Dominicana y su español] termina transformándolo. Por eso, la absorción biológica es una asimilación y principia la fusión de una cultura a otra. De esos ejemplos está llena la historia.

 Gerald Genette.

Los prohaitianos —esos traidores disfrazados de falso humanismo que satanizan y acusan constantemente de racistas a los que nos duele el país— deberían recorrer el viacrucis de nuestra historia y detenerse en las virulencias de los ataques haitianos y su horrorosa ocupación de veintidós años, en donde trataron por la fuerza de haitianizarnos con la imposición de su lengua y sus costumbres. Deberían estudiar el discurso histórico de Haití y entender por qué se ha convertido en un país fallido, en un país que tras no poder conquistarnos con las armas, busca ahora la fusión a través de una inmigración arrolladora, contando con el apoyo de los traidores del patio y las naciones que desean librarse de esa carga.

 

domingo, 1 de noviembre de 2020

AQUEL 6 DE NOVIEMBRE

 

Aquel 6 de noviembre

Por Efraim Castillo 

"Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. En el nombre de Dios uno y trino, Autor y Supremo Legislador del Universo.

Los Diputados de los pueblos de la antigua parte Española de la Isla de Santo Domingo, reunidos en Congreso Constituyente Soberano, cumpliendo con los deseos de sus comitentes, que han jurado no deponer las armas hasta no consolidar su independencia política, fijar las bases fundamentales de su gobierno, y afianzar los imprescriptibles derechos de seguridad, propiedad, libertad é igualdad, han ordenado y decretan la siguiente: 
CONSTITUCIÓN POLITICA DE LA REPÚBLICA DOMINICANA"

Los treinta y un hombres que conformaron aquel congreso constituyente —el 6 de noviembre del 1844 en San Cristóbal— con el propósito específico de elaborar una Constitución que garantizara respeto, protección, garantía y deberes a los dominicanos, convirtió en una realidad geográfico-política la nación que Juan Pablo Duarte y los Trinitarios habían ideado en 1838; entendían que los sujetos sociales a los que otorgaban esos derechos y obligaciones [desde y] con el Estado recién formado, ya existían como nación y lo entendían porque —probablemente— conocían el discurso del doctor José Núñez de Cáceres frente al invasor haitiano Boyer, el 9 de febrero del 1822, en donde vaticinó “la imposibilidad de unión entre los dos pueblos de la isla por su diversidad de razas y costumbres”, afirmándole “que  la palabra [es] el instrumento de comunicación entre los hombres; y si no se entienden por el órgano de la voz, no hay comunicación [y] ya veis aquí un muro de separación tan natural como insuperable, como puede serlo la imposición natural de los Alpes y los Pirineos” [Max Henríquez Ureña, Revista Clío 32, 1938].

 José Núñez de Cáceres Albor

Tanto Núñez de Cáceres como Duarte, los Trinitarios y los treinta y un hombres que redactaron nuestra primera Constitución, sabían que más allá del concepto de persona —que puede ser máscara e imitación—, los trescientos cincuenta años [1492-1844] de una historia cuajada de vicisitudes, traiciones y esperanzas, se habían conjugado para convertir a hombres y mujeres provenientes de múltiples continentes y ADN en sujetos sociales a través de una lengua que les permitía informar, comunicar y transmitir a sus descendientes sueños y alternativas, confiriéndoles una singularidad, un sello diferenciador, una cultura con los que podían ser identificados y distinguidos de los habitantes de las demás islas hispano-hablantes del Caribe y, sobre todo, de las que no la hablaban, como el vecino haitiano que trató de anexarnos. Es decir, esos sujetos sociales eran propietarios de una lengua que los capacitaba para transformar y transformarse mediante ella, agrupándolos y convirtiéndolos en ciudadanos de un país soberano.

 Juan Pablo Duarte

Y desde aquel 6 de noviembre del 1844, nuestra Constitución —nuestro sagrado documento— ha sido sometida treinta y nueve veces a cambios, muchos de ellos introducidos para violentar la pureza de su intención e inyectar en su texto artículos que permitieron crímenes y corruptelas a los dictadores que han manchado nuestra historia. Sin embargo, nuestra Constitución ha conservado la esencia que ha regido un discurso nacional lleno de esperanzas, porque esa fue la intención de los treinta y un hombres que aquel 6 de noviembre se reunieron en San Cristóbal para redactarla. 

Por eso, sencillamente por eso, nuestra Constitución —y cualesquier constitución del planeta— está más allá de un simple pedazo de papel, como expresó Federico de Prusia en 1784, y que repitieron el jurista alemán Ferdinand Lasalle en 1862 y Joaquín Balaguer en 1966, enunciados que se han convertido en desgraciados aforismos, a pesar de que quienes los emitieron lo hicieron en contextos muy disímiles.