domingo, 9 de mayo de 2021

SOBRE MECENAS

 

Sobre mecenas

Por Efraim Castillo

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(Cuando dirigía el suplemento Cultura del diario El Siglo (1998-2001), Diógenes Céspedes me entrevistó sobre una actividad neoplatónica que, debido al marketing de los patrocinios, se extingue en el mundo: el mecenazgo)

Diógenes Céspedes: Castillo, mucho se ha hablado sobre los mecenas y los mecenazgos, así como de su importancia en la historia del arte y la literatura. ¿Cómo ves tú ese fenómeno?

Efraim Castillo: Las palabras mecenas y mecenazgo —que se traducen como persona protectora de artistas y escritores y la cualidad que implica su praxis— no existieran como tales si el descendiente de etruscos, Cayo Cilnio Mecenas, cuyo patronímico les dio origen, no hubiese conocido la filosofía platónica cuando realizaba estudios en Grecia junto a Augusto, que más tarde se convirtió en emperador romano. Aspirante sempiterno a convertirse en poeta, pero sin el suficiente talento para ello, Cayo Cilnio Mecenas tuvo que conformarse con la práctica de un platonismo en que la contemplación de lo eterno, sin excluir la intuición intelectual, adquiría un derecho de entrada hacia la investigación de la verdad, de lo que se cree auténticamente verdadero en el mundo inteligible, opuesto en principio a lo sensible y que, desbordando la razón, da cuenta del mismo mediante las ideas y las esencias.

Es este platonismo (al que también se adscribe el emperador Augusto) el que influyó en Cayo Cilnio Mecenas para convertirse en su consejero, guiándolo hacia la protección y patrocinio de las actividades literarias de los poetas Sexto Propercio, Virgilio y Horacio, concediendo a Roma no sólo un extraordinario parentesco de su épica con la griega, sino plasmando en la historia de la literatura una conexión poética que se extendió hasta el Renacimiento. Este platonismo se habría de convertir en el neoplatonismo cuando la noción del Bien (adscrita en la filosofía de Platón) se fundió con la idea pitagórica del Uno, acoplándose ambas corrientes en una búsqueda constante de la perfección y la realidad. El neoplatonismo, siglos más tarde, se apoderaría de la Edad Media a través de San Agustín, arribando al Renacimiento y aposentándose, nada más y nada menos que en Lorenzo de Medici, aspirante de por vida a convertirse en filósofo y poeta y que, desde luego, entraría a la posteridad, no por ser el amo y señor de la banca florentina, sino por la protección que ejerció sobre todo aquel que buscaba la perfección y la realidad (principios netamente neoplatónicos),  a través del arte y la literatura.

Los casos de Cayo Cilnio Mecenas y Lorenzo de Medici son casi gemelos, a excepción de que el primero practicaba su contemplación individual del mundo desde una plataforma imperial, y el segundo desde la estructura de una urbe, Florencia. Pero son muy similares, casi idénticos, si se realiza algún esfuerzo investigativo en los aspectos fundamentales de sus aspiraciones a convertirse en poetas y filósofos.

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Ni Ramsés ni los demás faraones fueron protectores o benefactores de las artes y la literatura porque éstas no funcionaban en el sistema social egipcio, tal como se practicaron posteriormente en Grecia, ya que fue durante la administración de quince años de Pericles en donde se dio inicio a un mecenazgo de Estado, sistema para el cual no se había acuñado aún ni nombre ni registro histórico de esta actividad. Hay, sin embargo, una similitud entre Pericles y Lorenzo de Medici, una cierta conexión que se asienta en el poder, pero que se bifurca y aleja desde la plataforma estratégica: Lorenzo era un banquero que proporcionaba desde los fondos familiares la ayuda a los artistas, escritores y filósofos, mientras que Pericles, el constructor del Partenón en la Acrópolis y discípulo del músico Damón y del filósofo Anaxágoras, así como amigo inseparable del dramaturgo Sófocles, del historiador Heródoto, del escultor Fidias (quien le realizó varios bustos) y del sofista Protágoras, patrocinaba el arte y la literatura con los dineros del Estado ateniense. No hay que descartar que Pericles pudiera ser el ejemplo-a-seguir de Cayo Cilnio Mecenas, a excepción del triste final del estadista griego, que fue sacado del poder bajo una acusación de malversación de fondos. Y esta podría ser una de las razones que han propiciado que al protector y patrocinador del arte y la literatura se le llame Mecenas y no Pericles.      

DIÓGENES CÉSPEDES: ¿Es esta es la única importancia que le ves? ¿No habría en la sistematización de la protección y el patrocinio del arte y la literatura alguna otra búsqueda clandestina?

EFRAIM CASTILLO: Ese podría ser sólo un aspecto de la importancia. Tanto Cayo Cilnio Mecenas como Lorenzo de Medici y el Papa Julio II, entre otros patrocinadores históricos de las artes y las letras (y voy a echar a un lado el rol de Pericles), visionaron y procuraron su incursión en la inmortalidad, mediante la simple compra de un boleto que les permitiría encontrar el talento adecuado para protegerlo y administrarlo, sistematizando un mercadeo que amplificaba una práctica aparentemente filantrópica, pero que se desconectaba de ésta porque, contrario al mecenazgo, que grita su acción en la filantropía, el protector no da la cara, sino que ejerce la praxis desde el más puro anonimato.

Los retratos de Lorenzo abundan en los museos florentinos, así como las estatuas de Cayo Cilnio Mecenas, y este fenómeno se ha venido repitiendo a lo largo de siglos y, posiblemente, el ejemplo menos auténtico es el de nuestro mecenas Joaquín Balaguer, al que nunca se le ocurrió procurarse un busto con su figura, ni cabildear junto a los lambones de turno el nombramiento de calles con su nombre. Sin embargo, Balaguer conoció la importancia de su mecenazgo de Estado y la trascendencia del mismo, un ejercicio muy diferente al del mecenazgo individual practicado por Cayo Cilnio y Lorenzo.

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Alguien podría argüir que estos protectores procuraban enaltecer y encumbrar el arte hasta los linderos de una estética trascendente y vinculada a lo divino. Pero ahí residía el afán de mercadearse como estrategia de un seguro paso a la inmortalidad. Roma liberó el patrocinio y promoción del arte de lo estatal, tal como imperó en Grecia a partir de Pericles, desarticulándolos y emancipándolos hacia la individualización; hacia una noción que involucraba al ciudadano simple, tal como aconteció con Cayo Cilnio Mecenas, un fenómeno que se repitió con la familia Medici, la cual estaba compuesta por prestamistas que poseían casi todo el comercio y la banca de Florencia desde el Siglo XIII.

El desarrollo del mecenazgo de los Medici no fue tan sencillo como se ha descrito en la historia del arte. En el bajo Renacimiento emigró desde Florencia la mayor parte de sus comerciantes y artistas, huyendo de la codicia de Cosme de Medici, abuelo de Lorenzo, quien dejó la ciudad casi carente de negocios y lugares de entretenimiento. Cuando Cosme murió en 1464, Lorenzo tenía quince años y a esa edad comenzó su neoplatonismo como una actitud contemplativa del mundo, estudiando y analizando las categorías y diferencias existentes entre los lenguajes del arte. Lorenzo pudo establecer que para devolver a Florencia la buena estrella de su economía debía crear condiciones favorables para la administración del ocio, por un lado, y dinamizar las actividades políticas con una aplastante opresión fiscal, por el otro. Lo lúdico, la entretención y administración del ocio, así como el embellecimiento de la urbe, se convirtieron en actividades compensatorias de las carencias libertarias ciudadanas y Lorenzo sintió en ese Siglo XV (más de trescientos años antes) el mismo goce estético experimentado por el poeta John Keats, en 1819, cuando escribió su Oda a una urna griega, que terminó con estos versos: 

Cuando a nuestra generación destruya el tiempo / tú permanecerás, entre penas distintas / de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo: / «La belleza es verdad y la verdad belleza»… / Nada más se sabe en esta tierra y no más hace falta.

Es en ese estadio de la evolución del arte, en ese maravilloso renacimiento, en donde emerge el mecenas como un oportunista que determina entrar en la memoria de la histórica a través del arte y la literatura, como hicieron Lorenzo de Medici y Giovanni Rucellai, otro de los nobles enriquecidos con la industria de la lana. Y esto parecería una estrategia bien simple, pero no lo es. El individualismo liberal es una consecuencia de la independencia del arte profano del litúrgico y adquiere en el mecenazgo un rol de cierta valía debido a que la relación principal de la producción lúdica hasta comienzos del Barroco era interpretada exclusivamente por la iglesia. Desde luego, el dinero que la iglesia manejaba para la promoción y administración del arte y la literatura provenía de las arcas burguesas y aristócratas, sin asumir éstas el protagonismo que merecían.

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El mecenazgo, así, otorgó un pasaporte a los nuevos ricos y aristócratas para que establecieran una nueva relación, un nuevo estatus social: el de patrocinador de artista, donde la exaltación del protector transbordaba una praxis que les permitía entrar a la inmortalidad junto al productor mimético financiado. De alguna forma el mecenazgo puso el primer mosaico en la nueva plataforma de la producción artística. Uno de los claros ejemplos que proporciona la historia de este menage-a-trois (mecenas-artista-mercado) es la relación estrecha entre Niccolò di Bernardo dei Machiavelli (Maquiavelo), los Medici, los Borgia y los artistas, los cuales influyeron de manera preponderante en el desarrollo del Renacimiento.

El Príncipe, la obra emblemática de Maquiavelo (quien escribió otras diez obras, entre las que se encuentran comedias, una novela, biografías, un ensayo sobre la guerra y algunos tomos de historia), refleja una totalidad: la del espíritu renacentista, una noción que bordea la conexión Hombre-Estado, pero no como enfrentamiento, sino como una dualidad en búsqueda constante del perfeccionamiento de la propia conciencia humana a través de lo político como esencia, y fue escrita para Lorenzo de Medici II, hijo de El Magnífico, pero teniendo como prototipo del héroe a César Borgia (hijo de Rodrigo de Borja, convertido en papa con el nombre de Alejandro VI) y considerado por Maquiavelo como modelo de unidad, a pesar de que César fue perseguido escarnecidamente por el Papa Julio II, protector de Michelangelo Buonarroti.

Maquiavelo (1469-1527) nació en una Florencia ya establecida como capital del arte y fue testigo del mejor momento del Renacimiento. El Príncipe es un estudio riguroso acerca del ejercicio del poder y, sobre todo, del paso del hombre a la posteridad a través de esa práctica. Creo, sinceramente, que en ningún estadio de la historia el poder se ha ejercido tan plenamente como en el Renacimiento, en donde la licencia para matar por cuchillo o por envenenamiento fue permitida y auspiciada por las leyes y la Iglesia; o al menos, mirada de soslayo o pasada por alto por éstas. Napoleón, Mussolini, Hitler, Lenin, Trujillo, Fidel, Kennedy, todos los gobernantes rígidos, duros, implacables, de moral dual, visionarios, democráticos o austeros, han representado el papel de El Príncipe en algún momento de sus vidas y, ¡quién sabe!, si en todos sus momentos estelares. Lo curioso, entonces, reside en que el mecenazgo es parte primordial del estadista que procura ser más temido que amado. Porque, ¿acaso la protección de la res publica no engendra un cierto tipo de patrocinio en donde los principios del mecenazgo están presentes?

DC: ¿Cuáles tipos de mecenazgos se practican en estos tiempos?

EC. La única diferencia entre mecenas y mecenazgo reside en la práctica, en las estrategias de sus discursos, aunque es preciso especificar que, como traté de explicarte anteriormente, existe un mecenazgo individual y un mecenazgo de Estado, a los que hay que insertar en estos tiempos otro nuevo: el mecenazgo corporativo, que se ha estado promocionando, inclusive, a través de la Internet.

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Mecenas podría ser, entonces, un individuo como Lorenzo de Medici, o también el Estado, como en la Grecia de Pericles; o una corporación, como la Fundación Rockefeller, en los EEUU; o aquí la empresa E. León Jimenes que patrocina concursos de arte, literatura, y financia una galería-museo en la ciudad de Santiago; y la Agencia Bella, aquí en Santo Domingo, que ha fundado un museo dedicado a la obra del Maestro Jaime Colson.

El mecenazgo, por otra parte, responde a una estrategia donde el discurso (individual, estatal o corporativo) se involucra sistemáticamente en una política cultural, tal como el practicado en México por José Vasconcelos, que amplió la responsabilidad gubernamental sobre el patrimonio a las ciencias y las artes aztecas, convirtiendo en obligaciones de Estado la enseñanza, la difusión y el estímulo a las artes y las ciencias; o como el ejercido durante los setenta y pico de años que operó la Unión Soviética, en donde el arte, la ciencia y la literatura se patrocinaban para que obedecieran a estilos y concepciones ceñidas al socialismo; o como la actividad individual sistematizada por Solomon R. Guggenheim a partir de 1937, que tras fundar con su nombre una institución filantrópica, patrocina hoy varios museos ubicados en Nueva York, Venecia y la ciudad vasca de Bilbao.

En el mecenazgo corporativo (que ejemplifiqué con The Rockefeller Foundation, en 1913; a la que se le añadió The Laura Spelman Rockefeller Memorial, en 1918), se podría auspiciar la protección y promoción del arte y la literatura desde tres ópticas que difieren entre sí pero exploran el mismo objetivo: la búsqueda de la inmortalidad individual o familiar, tal como aconteció con los Medici; la evasión de impuestos cobijada en la filantropía; y la búsqueda afanosa de una imagen política, que involucra y anexa al mecenazgo en la categoría social del oportunismo.

Entonces, se podrían sintetizar los tres tipos de mecenazgos de la siguiente manera:

a) El Mecenazgo individual, donde el patrocinador —un individuo— busca la gloria personal, invirtiendo recursos en la protección de un artista o escritor para apoyarse en sus talentos y convertirse en inmortal. En la historia de la literatura, del arte y la música, se pueden encontrar cientos, tal vez miles de ejemplos de protección y patrocinio individual a productores culturales. Este mecenazgo individual podría representarse admirablemente con Cayo Cilnio Mecenas y Lorenzo de Medici. 

b) El Mecenazgo de Estado, que podría ser reglamentado por un individuo, como en el caso griego de Pericles, pero siempre obedeciendo a una política estatal y los ejemplos sobran: la Unión Soviética, la dictadura de Trujillo, el México postrevolucionario, etc.). 

Y c) el Mecenazgo corporativo, que no busca la glorificación ni la inmortalidad, sino la evasión de impuestos, el aumento de la imagen pública y la venta de moral de producción, a través del montaje de un altruismo amplificado socialmente por la publicidad y la propaganda.(

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Desde la muerte de Trujillo, que practicaba un mecenazgo de Estado paternalista, pocas personas y empresas lo han practicado en el país. Cuando producía la publicidad de la firma Radiocentro, aconsejé a su presidente, Isaac Lif (que se dedicaba a coleccionar la obra de Yoryi Morel), proteger artistas locales de gran talento y durante algunos años (1987-1990), Lif efectuó cierto mecenazgo con el Maestro Ramón Oviedo, comprando su producción, introduciéndolo en las grandes subastas de arte y promoviéndolo en revistas internacionales especializadas. Pero si investigamos la inversión de Lif en la pintura de Oviedo, podríamos apostar a que el empresario salió beneficiado de su mecenazgo, en virtud de que la obra coleccionada supera por mucho lo invertido en ella.

Actualmente, el país cuenta con algunos seudo-mecenas, los cuales ejercen su quatsi philanthropia con segundas intenciones. Estos seudo-mecenas —que por lo regular poseen un excelente ojo crítico— se convierten, no en protectores, sino en inversionistas del artista al que dicen ayudar y de esta manera la protección se convierte en negocio, en una especie de activo subyacente, una maniobra ejecutada con el propósito específico de sacar ventajas pecuniarias. Un papel similar lo realizaron los hermanos Leo y Gertrude Stein, en el París de comienzos del Siglo XX, cuando invirtieron ciertas sumas en las obras tempranas de los integrantes de la bande à Picasso (Picasso, Braque, Hugué y otros amigos del Bateau-Lavoir, e integrada además por Guillaume Apollinaire). El retrato de Gertrude pintado en múltiples sesiones por Picasso, que costó menos de quinientos francos, hoy no tiene precio y, si lo tuviera, no bajaría de los 100 millones de dólares. 

También ciertas galerías nacionales de arte han protegido a determinados artistas, pero esas protecciones no han respondido a estrategias bien definidas y, por lo tanto, los pintores y escultores envueltos en los pretendidos mecenazgos no han resultado beneficiados. Y es que no se debe confundir el mecenazgo con la marchantería de arte. Posiblemente el más decisivo manejador de galerías que ha tenido el país fue Nicolás Nader, que sí practicó cierto mecenazgo con muchos de los que son hoy maestros de nuestra pintura, a los que protegía y aseguraba la compra de sus obras.

Los ejemplos de E. León Jimenes y el Museo Bellapart son diferentes, porque representan, tal vez, ciertos puntos brillantes de mecenazgo, aunque no implican la protección directa a ningún artista. E. León Jiménez sostiene un concurso de arte que se ha mantenido incólume durante décadas y ha incursionado magistralmente en la evolución de nuestra plástica; por eso, la sola mención de su concurso motoriza la calidad de los participantes. El Museo Bellapart, por otro lado, ha dado una clara señal al empresariado nacional de que las ganancias pueden ser beneficiosas para todos a través del muestreo artístico. ¿Qué habría sido de la obra de Jaime Colson si Juan José Bellapart no la hubiese reunido en un majestuoso albergue como el que le construyó en la avenida John F. Kennedy?

 

jueves, 6 de mayo de 2021

DORIS MELO



Doris Melo: Poeta de la soledad y el fuego

 
Por Efraim Castillo
 
1

En la poesía de Doris Melo yace una evocación, un anhelo, un presentimiento de hallazgo, en donde la ternura se arremolina entre el fuego de una pasión suspendida y la noción de saberse expuesta, aprisionada en el contexto de su propia realidad. Por eso (sí, por eso) su poética estremece y cala hondo.

Bajo la resaca de este mar cansado
de parir tantos desencuentros
renace en ti de nuevo
este amor como el ave fénix...
Para coserlo con hilo visionario.

(Como el Ave Fénix [2008])

2

En su poética, Doris Melo, con una espada de fuego en las manos, arremete contra los atosigadores de la lengua, contra los hacedores de mentiras, contra los falsos profetas que embadurnan de adjetivos sus escritos y fundan conciliábulos estériles para profananr el ejercicio histórico de la crítica.

Busco la palabra precisa
para traerte a mi luz...
palabras sin ojos, sin manos ni estrellas.
En un silencio ancestral te reinvento
y en ese mismo instante
en cópula musical te pienso
tibio y sereno.

(Las mujeres que habitan en mí [2012])

Doris Melo

3

Doris Melo es la poeta de la voz ontológica, esa voz en donde la soledad, la melancolía y la memoria se convierten en luz, rodeando las angustias y exaltándolas hacia los júbilos. Y desde esa apacible soledad que canta, la voz de Doris Melo se torna un rebaño de auroras y presentimientos recostados en el esplendor del amor. 

Aprendí de la vida que hay que ser decidida,
intuitiva y fuerte como una Walkiria.
Aprendí que para luchar en esta vida
debe uno  ser guerrera y apalabrada
para luchar por lo que uno quiere
con pasión desmedida, gallardía y entereza.
Pero sobre todo aprendí a desarrollar
la paciencia que se necesita,
cuando el destino así lo ha decidido...
También aprendí a ser perspicaz,
en saber aceptar lo que no puedo cambiar
pues eso solo lo sabe tu destino...

(Una mujer que ha domado todas sus fieras [2012])

4

La poesía de Doris Melo se filtra entre las metáforas y devora las circunstancias y continuos para dar en el blanco y derribarlo, como todo poema que a través del lenguaje subvierte el propio yo y se torna en sujeto de la historia. En su poética, el misterio se extiende hacia la nostalgia, respondiendo a lo total y destrozando máscaras e imposturas, porque posee la virtud de absorber y transformar la realidad en ficción (y viceversa) liberando la presencia protagónica del dolor, la pasión y los gozos.

En las alforjas vacías de la conciencia
reminiscencias de antiguos ritos paganos se ciernen
en el domicilio de una calle arropada por palabras
que giran  hacia la nada  tratando de humanizar la noche
al vórtice de sus juegos apasionados,
que como cántaros hastiados del delirio
esparcen en la noche esa  armónica cadencia.
Esta carne hecha de versos,
de palabras que pulen el tiempo
habitada de surcos,
en la brevedad  de agotados  atardeceres,
atisbando tibios lechos  de   sentidos placeres...

(Esta carne hecha de versos [2012])