miércoles, 18 de mayo de 2022

LA NARRATIVA YUGULADA

 La narrativa yugulada

A Pedro Peix. In memoriam.

Por Efraím Castillo

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¿Cuántos poemas, obras teatrales, ensayos y memorias, se habrán escrito y recopilado desde que Meleagro de Gádara organizó su antología La Corona [Guirnalda]? Nacido en el Siglo I a. C. [aunque La Corona data del Siglo II], Meleagro compendió epigramas de cuarenta y seis poetas griegos en una colección que está considerada como la primera antología de la historia. A partir de esa recopilación, los griegos reunieron epigramas y trozos escogidos de las obras de poetas y prosistas y llamaron a ese compendio florilegio [antología: de anthos, flor; y legein, coger], con lo que pretendieron perpetuar lo mejor de la expresión literaria griega de una generación. De ahí, que una antología, en amplitud, puede reunir [compendiar] no sólo una determinada disciplina literaria, sino organizar una selección de géneros literarios y publicarlos en uno o varios volúmenes. Desde luego, antologizar [antologar] no significa historiografiar [historiar] o criticar. Antologizar es reunir, compendiar, entresacar [florilegiar], para situarnos en la ortodoxia histórica de la praxis.







Meleagro

Las antologías literarias publicadas en el país [hasta 1971] carecían del contacto, del diálogo entre el texto seleccionado y el recopilador [ese encuentro con la quintaesencia poética], en virtud de que eran recopilaciones antojadizas y elitistas que sólo satisfacían la mediocridad del antologador; el cual asumía un falso liderazgo crítico, otorgándose privilegios para seleccionar y dejar fuera de los compendios a escritores meritorios. Por eso, al quedar fuera de los registros e índices bibliográficos, esos escritores se convertían en desconocidos y se esfumaban de la historia. Así, las antologías se estructuraban como rejuegos mañosos, tramposos, entre peñas y cenáculos. Todo hasta La Narrativa Yugulada, de Pedro Peix [Alfa & Omega, 1971], una antología unigenérica [de narrativa corta] que compendia una selección que cubre cuarenta años de producción cuentística [1930-1970]. Y es justo que después de haber dicho hasta La narrativa yugulada, explique el porqué de una sentencia que podría parecer parcial, sobre todo para aquellos que habían incursionado en la crítica literaria interesada o en la antologización exclusivista, antojadiza y banal, porque es mejor parecer arbitrario y no vengativo o injusto.

Pedro Peix tuvo la osadía —es preciso decirlo— de organizar su antología con una carga de sentido histórico que abarca casi medio siglo de afanes narrativos, donde la espesura de las publicaciones y las precariedades políticas de las coyunturas abordadas pudieron convertir la recopilación en algo insustancial; pero Peix logró acometerlo. Podría, inclusive, hacer ver en Peix al antologador insatisfecho procurando resolver problemas de cotejos cronológicos y analogías. Sin embargo, ese gran esfuerzo tuvo resultado. Está ahí. Y al parecer no fue un trabajo final [anoto yo] para presentar al futuro literario nacional los resultados de esfuerzos colectivos en narrativa breve durante cuarenta años; aunque expeditó un camino investigativo que [estoy seguro] se vislumbra ahora más liviano, menos fatigoso, que el que se le presentaba antes al investigador literario que pretendía indagar un estadio tan vasto de expresividad comunicativa entre narradores breves dominicanos y sus receptores.

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Varias preguntas siempre surgen cuando se presenta a los lectores una determinada antología: ¿quiénes figuran en ella?, ¿están todos los que debieran estar? Posiblemente esas interrogantes sinteticen lo que vendría a ser el tuétano de una recopilación genérica: los seleccionados. Respecto a esto, Pedro Peix sobredimensionó su antología tratando de abarcar un amplio trecho histórico donde el género narrativo creció progresivamente [sobre todo a partir de finales de los años treinta]; y lo explica con estas palabras: “En los últimos quince años, los cuentistas dominicanos han intentado asumir el torbellino fugaz y necesario de las corrientes literarias en un atropellado [pero justo] afán por reconquistar y colmar la tradición del vacío”.



Esto significa que Peix tenía conocimiento de los alcances de su propia generación —identificada a través de la intelligentsia que la representaba—, lo que requería un análisis separado de las otras. De ahí, que los nombres agrupados en esta Narrativa Yugulada debieron ser desmontados y ordenados, no sólo cronológicamente, sino en categorías cuya representación trascendiera la temática y la datación. Tal vez por eso, Peix no deseó ser incisivamente riguroso con los textos seleccionados. Parecería que su selección fue una respuesta meditada a otras antologías que no efectuaron una labor mesurada con los textos seleccionados ni con el período histórico en el que aparecieron las narraciones. Es lógico pensar que ese error radicó en un-pasar-por-alto la condición que debe representar el género literario seleccionado respecto al trecho histórico de su creación y la relación dialéctica con el tema; o sea, el empleo profundo del concepto en la apreciación crítica.

Los autores incluidos en La Narrativa Yugulada no fueron seleccionados [como en otras antologías que aparecieron con anterioridad] por capricho, parentesco literario, amistad, recomendación o participación en grupos; Peix echó a un lado esas monomanías discriminatorias que implicaban un rechazo o una ventaja personal. Por eso, desde Juan Bosch [que abre la antología] hasta Enriquillo Sánchez [que la cierra], se cubre lo mejor de la cuentística dominicana, y cualquier investigador literario encontrará en ella lo que ha sido la narración breve del país en un período histórico de cuarenta años [desde los treinta a los setenta].

Pedro Peix, como narrador, no deja a un lado su imaginación demiúrgica, capaz de tornar algún verbo sonoro —pero poco empleado— en espadilla simbólica para vertebrar alguna agudeza, algún comentario crítico hacia aquellos que han hecho de la literatura nacional un feudo de extravagancias y privilegios. El verbo yugular [detener algo con violencia, cortar de cuajo, etc.] lo ha empleado Peix como una hipérbole para denotar que a la narrativa corta del país se le cercenó casi con violencia a través del miedo y la censura. Por eso, Bosch escribió la casi totalidad de su obra narrativa en el exilio, sin el amargo y desquiciante peso de una dictadura sobre su espalda; mientras la mayoría de los escritores jóvenes antologados [como la Generación del 60] tuvieron que hacerlo bajo el acecho del espía o del censor.                                                                                              

3

Los sobrevivientes de la dictadura que siguieron escribiendo junto a los que lo hicieron post-Trujillo-mortem, sin lugar a dudas estuvieron yugulados por la ausencia de una crítica capacitada y conocedora de la teoría literaria. De ahí, que salvo pocas excepciones, la narración breve dominicana y la poética en su conjunto no lograron reproducir los hitos sobresalientes de nuestra historia, limitándose lo mejor de esa literatura [sobre todo la narración] a evocar o ficcionar un folklorismo disfrazado de costumbrismo o imitar estilos importados. Peix, en La narrativa yugulada, traza y separa por ejes lo que afirma son “los tres eslabones del cuento dominicano”, pero no ahonda en los motivos ideológicos ni ontológicos que motivaron esos ejes.







Pedro Peix

El primero de los ejes Peix lo inicia en 1930 y lo extiende [con intervalos de silencio] hasta finales de la década de los 50]. El segundo de esos ejes Peix lo agrupa entre el breve período que siguió a la muerte violenta de Trujillo [1961] y la revolución de abril y guerra patria de 1965, que reúne umbilicalmente a los escritores premiados en los concursos de La Máscara. El tercer eje Peix lo ubica en 1970. Pero creo que por la ausencia de una estructura orgánica, esos ejes de la cuentística nacional no podían concentrarse así, porque el vacío aludido por Peix [extendido por varios años hasta la muerte de Trujillo] debió ser sometido a un juicio crítico capaz de desentrañar las causas profundas de ese silencio, de la misma manera en que el propio Peix explica el “interregno de breve esterilidad que siguió a los concursos de La Máscara” y que, según él, “constituyó la sustancia de la supuesta yugulación”. No obstante, en su antología, Peix recopila con honestidad cuarenta años de narrativa breve nacional, algo que es materia fundamental para el historiador literario.

Las narraciones recopiladas —no sé si publicadas tras conversaciones con sus autores— podrían representar la máxima expresión de los cuentistas, aunque tengo la sospecha que no, como en mi caso, que habría preferido la inclusión de alguna narración mía que hubiese escapado del solipsismo cargado de subjetivismo que me arropó durante los años 1966-68. Por eso creo que  esta antología debió ser ampliada, ordenando históricamente los prodigiosos relatos que evadieron la censura dictatorial y reprodujeron los trastornos sociales que nos apesadumbraron en medio siglo de existencia.

Sin embargo, para seleccionar las narraciones contenidas en su antología, Peix demostró algo que en nuestro país escasea y de lo cual Toynbee aconsejó a Occidente: paciencia [leer su monumental “Estudio de la historia”]. Paciencia para investigar y soportar los descréditos, paciencia para enfrentarse a los enemigos, y paciencia para leer. Pero quizás la paciencia que debemos cultivar con mayor vigor sea esa que envuelve las categorías, organizaciones y sistemas en los saltos de la historia y construye la cultura. Porque —es bueno apuntarlo— el resumen de una antología de narrativa breve, aunque aglomere un lapso de cuarenta años, forma parte fundamental de lo que somos.

Noviembre 27, 1981.