miércoles, 18 de marzo de 2020

LA CIUDAD COMO ESPEJO


La ciudad como espejo

Por Efraim Castillo

La ciudad colonial es el único rincón verdaderamente español del país y uno de sus encantos consiste en lo fácil que puede atravesarse a pie, tanto de norte a sur, como de este a oeste. Trujillo nos dejó una ciudad colonial medianamente organizada; una ciudad con un sentido paternal de la limpieza y el orden. Pero aquellas fueron, desde luego, unas conquistas situadas al margen de los horrores, como hicieron los romanos en las ciudades ibéricas y germánicas: un hacer para aguijonear, un fomentar para humillar.


 Rafael L. Trujillo

Pero sería bueno recordar que la ciudad se formó como la contracultura del nomadismo, como la asimilación de aquellos humanos errantes que, cansados, buscaban cobijarse en lo sedentario. La ciudad fue un invento para hacer posible el fenómeno del establecimiento y ejercer el poder a plenitud. Los sumerios, egipcios, griegos, romanos y los demás hospederos de civilizaciones, levantaron sus fortalezas y crearon dentro de ellas modos de vida para proteger sus herramientas y estrategias. La ciudad fue —y aún es— el mejor de los sistemas para controlar al hombre. La ciudad es, así, la mejor aliada del poder, facilitando las estadísticas de nacimientos, de los sistemas educativos, de los controles de alimentos y, sobre todo, de las muertes. La ciudad es —y fue— el control absoluto del hombre por el hombre.

Esta Santo Domingo —que fue Ciudad Trujillo por  virtud de un lambonismo que no acaba— vio la carnavalización desde la monstruosidad de aquella “Feria de la paz”, la cual, alimentándose con los pagos quincenales, se multiplicó para trastocarse en Guachupita, en Mata hambre, en Gualey, en todas las villas de miseria que el progreso edifica para rememorar la muerte. Porque para el campesinado emigrado a la urbe no hay otro retorno que aquel aprisionado por la memoria. Desde la villa andrajosa, desde el arrabal incierto, el agricultor enganchado a quincallero o a aprendiz de albañil sólo cobija otra migración en su mente: la que marcha hacia la cárcel o hacia el afanoso triunfo del despojo.


 Joaquín Balaguer

Luego sobrevino la ciudad de Balaguer hacia el caos irredento, hacia la presunción de ser sin estar, hacia la escenografía del teatro pobre, donde las avenidas, las horribles estatuas, los monumentos y rotondas sorprendidos, todo como confusión para despertar asombros; todo como caricias para adormecer las madrugadas, todo como ecos para despertar furiosas inmigraciones desde el campo.


 Leonel Fernández

A la ciudad de Balaguer le siguió la de Leonel, que la atosigó de rampas, perforando en su intestino un sistema ferroviario que aún no termina de propiciar el desahogo. Pero desde Ovando, todas las transformaciones se han olvidado del peatón, del que va a pie rumiando sus sueños y es al que espera la reivindicación. 



 Nicolás de Ovando

De ahí, entonces, que no debe extrañar a nadie que el emigrar del campo a la ciudad se haya convertido en otra moda, en otro estilo de vida entre los habitantes rurales, los cuales sólo buscan integrarse a una aldea global que ya McLuhan, hace décadas, definió muy claramente.


lunes, 16 de marzo de 2020

MI QUERIDO TEILHARD


Mi querido Theilard

Por Efraim Castillo

El deseo de escribir algo —un artículo, un poema— sobre el sacerdote jesuita Pierre Theilard de Chardin (1881-1955), lo enlazo a uno de los episodios más dolorosos de mi vida: la expulsión de que fui objeto en el Instituto Politécnico Loyola (1954), la cual cargo como una cruz desde hace 65 años, porque constituyó la rotura de un sueño. Sí, aquella expulsión —que vinculé a mis constantes discusiones con un profesor de historia y un pequeño enfrentamiento con el sacerdote que nos enseñaba teología, al que cuestioné sobre la sexualidad de Jesús— malogró mis deseos de abrazar el sacerdocio y me convirtió en un asiduo negador de los conceptos que relacionan la pedagogía con las metafísicas religiosas. Debido a la aflicción que me embargó por aquella expulsión, adquirí —no como una revancha, sino como una coraza— la capacidad de desarrollar inquietudes literarias y un apasionamiento por las reivindicaciones sociales, algo que maduró a finales de los años cincuenta cuando las neuronas profundas que mueven la creatividad me empujaron hacia la literatura.

 Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955)

Aquella exclusión del Loyola me internó en un hábito de lectura que me llevó a indagar y visibilizar mundos que rebasaban las realidades vividas, vislumbrando entonces lo que podría ser mi futuro. En ese interregno descubrí a Theilard y su encuentro con “el ideal divino en la médula de los objetos materiales” (Theilard: Escritos del tiempo de guerra, 1915-1919), apasionándome con una lectura que me ayudó a percibir los correlatos vitales entre las percepciones y las apercepciones; y así, muchos de los conceptos que antes consideraba como puras abstracciones, los valoré en su justa dimensión. Theilard abrió en mí amplios continuos, profundas realidades y los esplendentes fluidos  de una maravillosa evolución universal. Por eso, Theilard me cautivó.

Ya en mi vida adulta —envuelto en las investigaciones del mercado, la publicidad y la literatura—, Theilard me ayudó a comprender la dicotomía entre la estructura estética del mundo y las crecientes exigencias científicas de los últimos doscientos años; comprendí que era posible conciliar teología, paleontología, zoología, botánica y geología en una espiritualidad cristocéntrica, ese lugar en donde el amor es un explosivo que aglutina el perdón. Entonces hallé respuestas para entender lo que ocurría en el mundo y comprendí la esencia de la noosfera, la capa pensante de las evoluciones geológica y biológica que habitan el espacio, un asentamiento trascendente en donde convergen la psiquis y los fenómenos del pensamiento humano, ese corte maravilloso desde donde “la Tierra cambió su piel y [mejor aún] encontró su alma” (Theilard: El fenómeno humano, 1955).

Entendí —adentrándome en las teorías de Theilard— que los conceptos mueren, ya sean ejecutados por los concretos que los suplantan, las argucias que los marginan, o las tecnologías que los vuelven obsoletos. Porque después de todo, es en la ínsula [en lo profundo de la cisura silviana] en donde se aposenta el tizón que enciende los goces de los hallazgos y perpetúa una memoria que vacila entre lo meramente aparente y lo real.

PERCEPCIÓN/APERCEPCIÓN


Percepción/Apercepción

Por Efraim Castillo

En los sondeos de opinión pública que se realizan para determinar las predilecciones de los votantes en los torneos electorales, la futurología y la lucubración juegan un papel protagónico. Y lo juegan, porque exceptuando a los militantes de voto duro —cuya preferencia está atada al partido—, el azar de las muestras cubre mayormente a ciudadanos apartidistas que guían sus favoritismos a través de la percepción. Y aquí se cuela y entra en juego el aforismo de Nietzsche de que “no hay hechos sino interpretaciones” (1886), porque los flujos perceptivos son procesos de cambios continuos y dinámicos que varían de acuerdo a los inputs sensoriales. Es decir, la percepción no determina lo absoluto —lo determinado— en el sistema cognitivo del votante.

 Joseph (Joe) Napolitan (1929-2013)

Pero, no obstante, el vocablo percepción es, posiblemente, el vocablo sagrado en los procesos electorales, sobre todo durante las coyunturas en donde se avecinan los cambios posicionales de gobiernos y administraciones; acentuándose como predicción antes de finalizar los conteos de votos. Así, el vocablo percepción abre llaves e impresiones en la mente del elector.

Joseph Napolitan (1929-2013), el hombre que creó la profesión de asesor político y, por lo tanto, la persona reconocida como el padre de esa actividad, en su libro Cómo ganar elecciones (1994) enunció que el “candidato podrá tener cuatro cardenales y dieciséis obispos que testimonien su honestidad, pero si la gente continúa creyendo que es deshonesto, no podrá realizar la obra de gobierno, [debido a que] la percepción es más importante que la realidad”.

(Esta aseveración de Napolitan conforma el capítulo 17 de su libro y está refrendada por una exitosa experiencia de consultoría política que llevó a la presidencia a John F. Kennedy, Lyndon Johnson, Valery Giscard d’Estaing, Ferdinand Marcos, Boris Yeltsin y Oscar Arias, entre otros; amén de a decenas de senadores y congresistas a ocupar curules en el congreso norteamericano.)

Pero, ¿es irrefutable la afirmación de Napolitan acerca de que la percepción opera una impresión del candidato que enmascara la realidad y no puede ser revertida? Eso podría ser cierto si no existiera ese otro vocablo, apercepción, que para Immanuel Kant (siguiendo a Leibniz) determina que “es el acto fundamental del pensamiento, la concepción primaria de las formas a priori o formales que el entendimiento añade a la materia de la experiencia subjetiva” (Crítica de la razón pura, 1781-87). Es decir, la percepción primaria es una experiencia subjetiva que puede transformarse mediante la apercepción, en donde lo percibido se filtra a través de la conciencia y se convierte en pensamiento, en conocimiento.

 Edward Bernays Freud (1891-1995)


Por eso, no existe un dictum que legalice la percepción como una impresión inevitable, por lo que puede revertirse en lo contrario de los inputs que la conformaron. Edward Bernays Freud (1891-1995), creador de la propaganda moderna y cuyo libro, Propaganda, influyó en las estrategias comunicativas de Joseph Goebbels, explicó que es posible realizar cambios perceptivos a través de una “manipulación consciente e inteligente de los hábitos que moldean las mentes y definen nuestros gustos” (Propaganda, 1928).