miércoles, 1 de junio de 2022

MANHATTAN TRANSFER

 Manhattan Transfer

Por Efraim Castillo.

"John Dos Passos inventó una sola cosa: el arte de relatar. Pero esto es suficiente. Lo considero el escritor más grande de nuestro tiempo".

—Jean-Paul Sartre (American Novelists in French Eyes. Atlantic Monthly, 1946).

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Dentro de las relaciones sociales, escribir y leer representan actividades enmarcadas por la moda. De ahí, a que existan textos cuyos nombres son ampliamente conocidos pero cuyos contenidos se ignoran. Barthes inscribe en función de fenómeno este tipo de alienación social y explica que “la literatura no solamente actúa por su calidad literaria, por su captura, por su lectura, en sentido propio, sino también un poco por ósmosis, por metonimia” (Le plaisir du texte, 1974).  Entre los grandes textos de la novelística del Siglo XX, la novela de John Roderigo Dos Passos, Manhattan Transfer, viene a representar un claro ejemplo de este fenómeno.



¿Quién,  preocupado por tener un poco de pulimiento literario no ha oído hablar de Manhattan Transfer (1925)? inclusive, personas que no la han leído opinan sobre su técnica de contrapunto y hasta de su descripción panorámica del deterioro y decadencia sociales. Y este es el papel del que habla Barthes de la literatura como una moda. Actualmente en el planeta la moda es la novelita light, esa que evade la roman á thése y se limita a sólo entretener. Desde luego, no hay punto de comparación entre una narración light  y Manhattan Transfer, donde los episodios se marcan por acontecimientos económicos, sociales, ideológicos y por los inventos que revolucionaron las costumbres del mundo. He aquí un claro ejemplo:

“En la esquina de Canal Street se paró ante una droguería amarilla y se quedó mirando la cara pintada en un anuncio. Era una cara afeitada, distinguida, con cejas arqueadas y un bigotazo bien recortado: la cara de un hombre que tiene dinero en el banco, muy bien colocada sobre un cuello de pajarita ceñido por amplia corbata negra. Debajo, en letra inglesa, se leía la firma King C. Gillette. Sobre la cabeza campeaba el lema: ‘no stropping no honing’. El hombrecillo barbudo se echó el hongo atrás descubriendo su frente sudorosa, y se quedó largo rato mirando los ojos de King C. Gillette […] Luego apretó los puños, sacó el pecho y entró en la droguería”.

Lo que transcurre luego Dos Passos lo remite a la especulación del lector, aunque lo importante es que el hombrecillo que se afeita no es el protagonista de Manhattan Transfer; es uno de los cientos de personajes que aparecen y desaparecen deglutidos por la ampliación de la ciudad y los fenómenos que acontecen en ella.

 “Babilonia y Nínive eran de ladrillo” —escribe Dos Pasos. “Toda Atenas era doradas columnas de mármol. Roma reposaba en anchos arcos de mampostería. En Constantinopla las torres llamean como enormes cirios en torno al cuerno de Oro... Acero, vidrio, baldosas, hormigón, serán los materiales de los rascacielos. Apilados en la estrecha isla, edificios de mil ventanas surgirán resplandecientes, pirámide sobre pirámide, blancas nubes sobre la tormenta”.

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Esa es la descripción exacta y poética del New York de comienzos del Siglo XX, así como el rótulo perfecto al segundo capítulo de Manhattan Transfer, titulado Metrópoli. En ese mismo capítulo aparece —imitando el lead de un diario—: “MORTON FIRMA EL PROYECTO DE ENSANCHE DE NUEVA YORK”, que luego Dos Pasos conduce a hacia un bajante que agrega: “se aprueba el decreto que hará de Nueva York la segunda metrópoli del mundo”.

Entre el rótulo, el lead y el bajante de periódico, el lector de Manhattan Transfer encuentra lo que la narración en tercera persona escudriña: la escenografía perfecta para la historia de sujetos que viven alienados y sufren y gozan entre los intestinos de asfalto y hormigón de una ciudad en expansión. Arthur Mizener, uno de los críticos que categorizó la obra de Dos Passos en sus mejores niveles, escribió que lo que pasó con Manhattan Transfer fue que “a medida que comenzaron a salir a la luz publicaciones novelísticas que seguían el estilo contrapuntístico de esta obra, la propia producción de Dos Passos fue recibida con menos favor” (12 Great American Novels, 1969).










John Dos Pasos


Manhattan Transfer fue publicada en 1925, tres años después de aparecer el Ulises de Joyce (1922) y cuatro después de la publicación de Tres Soldados, la primera novela de Dos Passos y una de sus más representativas estructuras narrativas y que, como registró Malcolm Cowley, es “una verdadera novela de arte” (The New Republic, 1931).

 Atrapada entre Tres Soldados” y la trilogía U.S.A. (Paralelo 42, 1919 y El Gran Dinero, 1930-1936), es preciso situar a Manhattan Transfer como la obra de Dos Passos que lucha por ser diferente. Es preciso asentar que Dos Passos estuvo en la llamada Lost Generation —frase acuñada por Gertrude Stein (The Making of Americans, 1903-1911) y epigrafiada por Hemingway en The sun also rises [Fiesta] (1926)—, que incluía los autores cumbres de la literatura norteamericana de entreguerras (Hemingway, Scott Fitzgerald, el propio Dos Passos, etc.) y envolvía el asesoramiento de la Stein y Ezra Pound. Pertenecer a esta exiliada peña literaria obligaba a Dos Pasos a la búsqueda de nuevas formas expresivas. El grupo, además, contaba con el patrocinio editorial de Madame Shakespeare (Sylvia Beach) e incluía nombres como el de Pablo Picasso y James Joyce, a quien la señora Beach le publicó Ulises.

Aunque en Manhattan Transfer Dos Passos parece estar influenciado por las corrientes revolucionarías que presionaban la literatura a partir de la experiencia revolucionaria rusa de 1917, en sus obras posteriores (sobre todo en su trilogía U.S.A.) embiste contra toda manifestación ideológica: el comunismo, el fascismo, el New Deal de Roosevelt, aunque con cierto favoritismo al trotskismo. La voz de Dos Passos, desde un aparente bloqueo a la descripción de caracteres psicológicos en los personajes, emergió potente hacia la denuncia del hombre esclavizado por la ciudad, en tanto que subyacían en él las angustias de una era que lo aplastaba por caminar a pasos inalcanzables.

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En Manhattan Transfer los personajes —cientos de personajes— envejecen sin comprender la transformación que los envuelve. Por eso, lo mecánico, junto a la cibernética y robotización que los amenazan y acorralan, constituyen el único camino hacia lo inexorable: la sumisión, la cosificación.

(“Otro Río antes del Jordán. En la segunda Avenida, esquina a Houston, delante del Cosmopolitan Café, un hombre subido en una caja de jabón grita: ‘…esos individuos, compañeros…, esclavos del jornal como yo lo era…, os impiden respirar…, os quitan el pan de la boca, ¿Dónde están las chicas bonitas que yo veía venir por el boulevard? Buscadlas en los cabarets elegantes..., Estamos oprimidos, amigos, camaradas, esclavos debiera decir... Nos roban nuestro trabajo, nuestros ideales, nuestras mujeres… Construyen sus grandes hoteles para millonarios y sus teatros que valen fortunas y sus barcos de guerra, ¿y qué nos dejan? ...Nos dejan tuberculosis, raquitismo y un montón de calles sucias llenas de latas de basura… Estáis pálidos, compañeros… Necesitáis sangre… ¿Por qué no os metéis un poco de sangre en las venas?’”—Manhattan Transfer: Capítulo VIII. Segunda Sección).

Debo señalar que Manhattan Transfer fue una excusa de Dos Pasos para introducir una situación que Sartre —uno de sus grandes admiradores— trató de emular en su trilogía Los caminos de la Libertad (1945-49), bautizándola como “la instauración de un método de exposición multiplanística para describir objetivamente los pensamientos de determinados personajes alejados en el tiempo y el espacio”. Sartre afirmó que “después de leer esta novela de Dos Passos fue que pensé por primera vez en tejer una narración de varias vidas simultáneas, con personajes que se cruzan sin conocerse jamás y quienes todos contribuyen a la atmósfera de un momento o de un período histórico” (Sartre: American Novelists in French Eyes, 1946).








Jean-Paul Sartre


O sea, eso que expone Sartre es la emancipación orgánica de la ciudad presionando sobre la maduración consonante de sus habitantes, que Dos Passos utiliza para especular sobre el azar y conducir los tiempos con el rigor del materialismo histórico. Así, ninguno de los personajes de la novela escapa a su destino. El fuego, la guerra, las apuestas, la explotación del hombre por el hombre; todo alcanza en Manhattan Transfer el equilibrio de un proceso natural.

Dos Passos requirió mucho más espacio descriptivo que Joyce para montar su texto, con una asombrosa economía de palabras y distanciándose de las veinticuatro horas en que Stephen Dédalus [Telémaco] y Leopold Bloom [Ulises] cargaron sus conciencias para expresar sus particulares concepciones del mundo. Manhattan Transfer es la novela de Nueva York, pero es también la novela del aplastamiento del hombre ante su imposibilidad de sobrevivir como individuo. Por eso, Dos Pasos pone en boca de Oglethorpe: “Yo leo y me callo. Soy un observador silencioso. Sé que cada frase, cada palabra, cada signo de puntuación que aparece en la prensa pública, está revisado, tachado y raspado en interés de los anunciantes y accionistas. La fuente de la vida nacional es envenenada en su manantial”.