miércoles, 22 de septiembre de 2021

LA VOZ DE ANITA

La voz de Anita

 

Por Efraim Castillo




 





Efraim Castillo



Para mí lo primero fue el oído, pero no por obra y gracia de la conducción radiofónica, sino a través de una voz viva, de una voz entroncada a lo arcaico, a un estadio en donde no existían ni la teoría, ni la utopía, ni el pecado original, porque aquella voz respondía a una noción de subjetividad en que lo perfecto e imperfecto se diluían. Y esa voz fue la de la mujer que me cuidaba, Anita. Una voz parlanchina, llena de alegría, mentiras y escenas fantasiosas, descritas con la pomposidad que sólo es posible imaginar desde la más primitiva sensación de escape. Aquella voz esculpió en mí un mundo mucho más amplio e ilusorio que aquel en que me desenvolvía; que aquel en donde mis ojos comenzaban a silabear en la escuelita de  las Amiama; o el de los cuarteles militares adonde me llevaba el capitán Castillo, mi padre.

En nuestras neuronas sólo sobreviven los paradigmas, los recuerdos que rompen  interrogantes y silencios. Ese es el misterio que descubrió Freud y que Jung olfateó con su premonición de la Primera Guerra Mundial. Lo demás, lo que no es paradigma, se aloja en zonas cerebrales parecidas a los archivos temporales de las computadoras: se destiñen y diluyen hasta desaparecer.

Las nuevas generaciones de escritores, cineastas, pintores, escultores y arquitectos, están atrapadas por una iconografía que rebasa los límites de la realidad debido a la evolución del efectismo visual. Ya McLuhan lo había advertido a finales de los cincuenta, pero su advertencia se esfumó entre los alaridos de los hippies, Vietnam y un mayo parisino aprovechado por la extrema derecha. En ese interregno estuvo la muerte del Che y la dilución del talentoso estadio beatnik.

Yo hubiese podido sepultar la voz de Anita, de aquella niñera, de aquella doméstica, de aquella mujer que me gritaba constantemente a los oídos para hablarme de la simplicidad, contándome historias de duendes y miedos bajo el candor de su voz y el barullo de los cambiantes ritmos. ¡Y lo hice por momentos, aunque siempre volvía a las referencias iniciales: recontando las incidencias, relatando lo inverosímil y fantaseando con el contrapunto de la realidad!

Desde luego, las primeras referencias son como ladrillos; como ese material que te colocan frente a los ojos para que lo mezcles con otros elementos; y es esa percepción de mosaico lo que se convierte en apercepción, fundando los pasajes desde donde afloran las invenciones, los eurekas que deberemos gritar en los años venideros. Y fue así como los relatos y fantasías de Anita se nutrieron con la lectura del teatro de Sófocles, Esquilo, Eurípides, Aristófanes, Shakespeare, Moliere, Calderón, Pirandello, O’Neill, Miller y Williams, hasta alcanzar a Ionesco; sazonándolo todo con los sagrados libros de la biblioteca de Alberto Arredondo Miura, mi abuelo, atesorada por mi madre, tal vez como un recuerdo de mejores tiempos.

Pero lo esencial, lo primario, lo verdaderamente único, fueron las palabras regurgitadas desde la voz apasionada de Anita, mi niñera.

 

domingo, 19 de septiembre de 2021

SUBIR Y BAJAR. BAJAR Y SUBIR

 Subir y bajar. Bajar y subir


(Canto 25 de Confín del Polvo, 1994)

Por Efraim Castillo 
















Subir y bajar. Dibujo de Gabino Rosario.


Este subir y bajar colinas,
este atravesar desfiladeros,
desiertos, inmensas dunas,
bosques petrificados;
este alucinante recorrer, 
siempre subiendo,
bajando siempre,
caminos empedrados 
y selvas con serpientes;
este asedio al subir 
y bajar las mismas escaleras,
los mismos bloques y aceras;
este tedio de subir 
y bajar lo social y lo ridículo,
con entradas apresuradas 
a bancos y vampiros,
a clubes y purgatorios,
a los afanes de las sedas 
y las viejas cachemiras;
este subir bajando 
y bajar subiendo
con los cambios a cuestas 
y la obsolescencia a rastras,
como un rabo de espinas,
como un búho soplador;
este juego sempiterno 
con los dados cargados
los cañones prestos,
y las llamas ardiendo 
en el deseo recomenzado;
este ahogo,
este clamar,
esta sensación 
de hartura y vacío,
de huesos  fracturados,
y frustración cercana;
esta sed de labios muertos,
de escalas sin esquemas,
presintiendo el haber subido,
de nunca haber bajado,
de estar flotando el cuerpo
sobre nubes de incienso
y toneladas de hiel;
este resquemor
este atosigamiento,
estas viejas alquimias 
de sangre envenenada,
estas campanas sin toques,
estas alegrías atajadas
que llevan constantemente
a un alucinante no/tiempo.

viernes, 17 de septiembre de 2021

MI QUERIDA CARMEN

 

Mi querida Carmen

 

Por Efraim Castillo

 

Cuando leí el decreto 544-21, fechado al 6 de septiembre pasado, en el cual se nombraba como Ministra de Cultura a la señora Milagros Germán Olalla en sustitución de Carmen Heredia de Guerrero y a ésta se le designaba como asesora del Poder Ejecutivo en materia de políticas culturales, recordé un decreto similar del 10 de agosto del 2020, que nominaba a mi querida Carmen en ese ministerio, y cuyo nombramiento me llenó de una alegría que, poco tiempo después, se convirtió en pena tras meditar lo que ella tendría que soportar en ese apelotonado territorio de escritores, artistas y críticos.




 










Carmen Heredia Vda. Guerrero.


Pero, ¿por qué Abinader sustituyó a Milagros y Carmen de sus respectivos asientos, invirtiéndolos, llevando a una en lugar de la otra y viceversa?  

 

Creo que la respuesta a esa pregunta la sospechan todos. Por una parte, Milagros Germán Olalla confundió la comunicación oficial con una actividad farandulera y, al no saber vender la imagen del presidente con la solemnidad requerida, trató de viralizar sus actividades como si se tratase de un personaje de la tele. Por la otra, Carmen Heredia, presa de un staff compuesto por una fauna variopinta y buscadora de brillos, fue abrumadoramente cercada y torpedeada, obligándola a buscar el auxilio de familiares cercanos; y ese aparente nepotismo, más las zancadillas urdidas por los que debían ser sus auxiliares, convirtió el Ministerio de Cultura en una olla de grillos de donde salían pasquines, chismes y maldiciones; lo opuesto, lo inverso a lo que debería ser una estructura para proyectar, afianzar y asegurar la cultura de un país, el sagrado discurso en donde confluyen los avatares, entornos y vivencias que modelan el espíritu de una nación. 




 






Milagros Germán Olalla.



A mí, personalmente, me tiene sin cuidado el paso de Milagros Germán por la burocracia oficial y su nombramiento como Ministra de Cultura lo vislumbro como una eventualidad que, para convertirse en exitosa, dependerá de las asesorías asignadas y los intelectuales a los que acuda para orientarse. Sin embargo, lo que siento por Carmen Heredia es pena, porque ella sí sabía lo que significaba el lugar donde fue designada, pero fue inutilizada por una jauría de lobos hambrientos.


Y puedo decir que Carmen sí sabía a lo que iba en ese ministerio, porque la conozco desde hace más de sesenta años, cuando fuimos vecinos en la calle Las Carreras del Ensanche Lugo y su hermano Mario (uno de los actores más talentosos del país) se convirtió en un entrañable amigo. Asimismo, Juan Bosco Guerrero, que fue su esposo y hoy su viuda, formó parte, junto a mí, de un grupo de amantes de la filosofía que nos reuníamos noche por noche en el parque Independencia en busca de asombros vivenciales, estudiando a Kierkegaard, Nietzsche, Kant, Husserl, Heidegger y Sartre, entre otros. En esos años, Carmen, además de estudiar ballet con la profesora Magda Corbett, recibía clases de música y siempre la vi con un libro en las manos.

 

¡Ánimo, estimada Carmen, te queremos mucho!

 

miércoles, 15 de septiembre de 2021

VIDA Y MUERTE

 

VIDA Y MUERTE COMO TRASCENDENCIA

Por Efraim Castillo

(Un adiós a mi cuñado, compadre y amigo Francisco Lluberes Sánchez)

La muerte nos iguala a todos. Lo único que nos diferencia es la vida, la vida vivida, la vida franqueada y luchada, la vida consumida como un círculo donde las trampas, las zancadillas y las sacudidas del azar se dejan atrás para salir indemne, tal como la vivió mi entrañable cuñado, compadre y amigo, Francisco Lluberes Sánchez, a quien la muerte podría igualarlo a cualquier mortal, pero cuya vida consagrada a sus hijas y familiares lo catequiza como un ser bendecido, como un ser para el que la muerte —esa oscura señal de finitud—, no ha sido más que un trascender hacia la plenitud de sus recuerdos.







Francisco Lluberes Sánchez

Sí, la muerte —como una consecuencia— nos iguala a todos, confirmándonos que somos mortales como Sócrates, como Leonardo, como Shakespeare, como todos los conquistadores de mundos y doncellas y, por lo tanto, destinados a morir. Pero lo que nos diferencia es la vida, lo alcanzado en la vida, y que nos conduce siempre hacia caminos de luces y sombras. Y es allí, en esas encrucijadas donde los hombres como mi entrañable cuñado, compadre y amigo, Francisco Lluberes Sánchez, saben transitar entre los senderos donde la honradez y la compasión se abren a la eternidad.

Octavio Paz tiene uno de los enunciados más precisos sobre el vivir y el morir. El poeta mexicano expresó que “la muerte es intransferible, como la vida. Y si no morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra vida la que vivimos”. 

Pero Francisco Lluberes Sánchez sí vivió para descubrir la totalidad de los deleites, esos gozos que se manifiestan en las reuniones familiares, donde hijos, nietos, hermanos y amistades logran la magnitud de los júbilos, los afectos y cariños de los amores compartidos, a través de convivencias y apegos. Porque Francisco fue un polo donde convergieron pasiones, deseos y gratitudes; porque Francisco fue un ejemplo-a-seguir, una antorcha, un visionario que supo entender en vida lo que sería su recuerdo, su presencia después de la muerte. Un recuerdo de vida que vibra a través de sus hijas, de sus yernos, de sus nietos, de sus familiares y sus amigos.







Efraim Castillo y Francisco Lluberes  

Sí, la muerte nos iguala a todos. Pero nos diferencia la vida que vivimos, y esa vida de compasión, de humildad y amor a toda prueba fue lo que hizo de Francisco el hombre trascendente, el hombre íntegro y solidario que fue.

Adiós, Francisco Lluberes Sánchez, mi cuñado, mi compadre y mi amigo. Aunque te has ausentado de la vida, tu espíritu siempre estará con nosotros a través de tu apasionamiento por el béisbol, por la justicia y la verdad.        

lunes, 6 de septiembre de 2021

REELECCIÓN

¿Reelección?

Por Efraim Castillo
 
Cuando el 30 de septiembre del año pasado (2020) leí en el diario Hoy las declaraciones de José Ignacio Paliza (Ministro de la Presidencia y Presidente del PRM) de que la  primera medición de popularidad sobre Luis Abinader había alcanzado un 90% de aprobación, volvió a mí una preocupación que me ha perseguido desde que Hipólito Mejía restauró la reelección en nuestra Constitución y echó al zafacón la lucha histórica de José Francisco Peña Gómez para abolirla, condenándonos a padecer esa desgracia cada cuatro años. 

Mi inquietud por la temprana encuesta sobre Abinader (a treinta días de asumir la presidencia) giró en torno a un gusanillo que enferma a los gobernantes y les hace creer que son dioses imprescindibles, empujándolos a buscar la repostulación, considerando que un cuatrienio no basta para realizar el programa de gobierno que habían prometido al país.
 
Cuando un gobernante aspira a reelegirse ofende a su militancia partidaria, incurriendo en una práctica que ha mellado y dividido a decenas de organizaciones políticas latinoamericanas: la fomentación de un neopatrimonialismo asociado al clientelismo, en donde el grupismo, la repartición privilegiada de puestos de trabajo, los obsequios de tarjetas y las bonificaciones destruyen la unidad del partido; tal como aconteció en el PLD. 

Asimismo, ofende la historia, violando miserablemente la posibilidad de la alternabilidad en el poder y quebrando el espacio que amplía los renuevos, la savia que nutre los brotes de creatividad y entusiasmo; y permitiendo crecer dentro de la organización un clientelismo que provoca un cáncer que auspicia envidias, odios y aberraciones.
 
Se podría pensar que la práctica de la reelección es una tradición en nuestro discurso histórico. Pero no, esa perversión viene aparejada a un discurso que debió desaparecer la noche del 30 de mayo de 1961 y renació en el 66, con Balaguer. Ahora, al agigantar su ego, el gobernante se sobrevalora y se observa como el único con recursos para guiar la nación, menospreciando a los demás aspirantes del partido que lo llevó al poder y violentando su régimen orgánico. 

Este vicio (apoyándome en Günther Roth) “personaliza el poder político en un visible proceso de centralización sobre una persona” (Poder personal y clientelismo, 1990). El alejamiento de los candidatos al partido Bernard Manin lo observa como una “personalización propensa a favorecer el poder personal […] proveniente de la personalidad del líder, que se vuelve menos proclive a dialogar con los pares de su fuerza política” (Principes du Gouvernement Representative, 1995).
 
Una de las tareas fundamentales que tiene pendiente Luis Abinader es con su partido, por lo que debe aquietar la desmesurada proyección de su imagen, repetida con abundantes alocuciones y comparecencias; y tratar de vigorizar a un PRM que surgió para alojar una militancia emigrada del PRD; y por esto debe integrarse a él para robustecer sus cuadros y base. 

Abinader, además de conducir al país, debe mirar profundo hacia el PRM, el cual no podrá —sin una sólida estructura— resistir los embates de una oposición que luce mejor organizada.

domingo, 5 de septiembre de 2021

LAS INFLUENCIAS



 

Las influencias

Por Efraim Castillo

Al contemplar o leer una obra pictórica del joven Omar Molina, uno, ipso facto, no adivina, sino que percibe la enorme influencia de su abuelo materno, Ramón Oviedo (1924-2015) en su pintura. Pero, ¿y qué?, me pregunto. ¿Acaso Leonardo no dejó una escuela que contó con excelentes maestros como Juan Beltrafino, Andrés Solario, César de Sexto, Bernardino Luini, Juan Antonio Vais (Sodoma), Fra Bartolomeo, Andrea del Sarto y la notable familia de los Bronzino, entre otros? ¿Acaso Miguel Ángel, Rafael, Correggio, Giorgio Barbarelli, Ludovico, Agustín, Aníbal y Antonio Carracci, Caravaggio y los grandes maestros del Renacimiento no formaron, graduaron y dejaron sus improntas maravillosas en cientos de otros maestros y escuelas?

Pero lo más importante sería preguntarse si acaso el Renacimiento no le debe al duocento y  trecento, es decir, a la enorme y trascendental influencia de un talento que condicionó el Gótico italiano como Giotto di Bondone, quien superó las frías y decorativas repeticiones bizantinas del arte y creó la teoría y práctica del boceto, siendo el responsable de la elevación a categoría mayor de los elementos pictográficos que convergieron en los amplios atributos de lo figurativo.

Giotto di Bondone

En la historia del arte, el sentido y la apreciación de las influencias se ha debatido como un viento circular; pero nadie —absolutamente nadie— se ha atrevido a condenarlas. Aún así, las sospechas caen pesadamente sobre los seguidores de los maestros cuando los paradigmas comienzan a agrietarse y a impulsarse apremiantemente sobre los mercados.

Si se repasara rápidamente —de manera expeditiva— el historial de las influencias, se podría arribar a una simple conclusión: los protagonistas principales fueron aquellos coléricos primitivos que, a través de símbolos idílicos (posiblemente quiméricos) gozaron con reeditar la selva y sus fieras en el dominio de la cueva. Así, la pictografía o escritura —de alguna manera— se aposentó y creció en la civilización sumeria y desde allí a Egipto y Creta, en el esplendor de la Edad de Bronce (3000 al 1200 a. C.), fomentando los registros memoriales que maravillaron a los griegos, y de éstos a los romanos. Si se sigue un recuento carente de una cronología rigurosa y que, por lo tanto, debería convertirse en arbitrario, se podría apostar a que es imposible registrar en la historia una expresión lúdica completamente pura. Inclusive, allí donde prevalecen los palimpsestos (recomposiciones del pasado y sus memorias, reescritas para fomentar las exclusividades y originalidades), se descubre una huella de las provocaciones emitidas a partir de las influencias.






Paul Ricoeur


Paul Ricoeur fue el primero en poner el dedo sobre la llaga en su ensayo sobre Freud, De l’intérpretatión, Essai sur Freud (Le Seuil, 1965), donde resume los nexos que recorren los mundos culturales. Para Ricoeur, en “la escuela de la sospecha pensar equivale a interpretar,  pero ésta (la interpretación) sigue un proceso vertiginoso: no sólo las tradiciones, las ideas recibidas y las ideologías son engañosas y mistificadoras, sino que la misma noción de verdad es el efecto de una estratificación histórica”. 

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En la construcción de los concretos históricos las influencias pueden enmascarar o desenmascarar algunos hechos, pero nunca podrán ubicarse en la negatividad de los acontecimientos, si coadyuvan en los procesos. Sólo bastaría una pequeña mirada hacia atrás, hacia ese estadio al que deberíamos etiquetar como el antes en la historia de las relaciones pictográficas dominicanas, y el después que rehízo las actividades de la disciplina. Desde luego, me refiero al antes en que se debatían nuestros pintores sin las relaciones de influencia de la ola migratoria española y europea de 1940 y lo que aconteció después de su llegada.

¿Se han detenido los censores de las influencias a observar lo que era la pintura de Yoryi Morel cuando no conocía la obra de George Hausdörf? ¿O lo que hubiese sido la obra total en la historia de nuestra plástica sin las influencias de Manolo Pascual, Jaime Colson, Josep Gausachs, Eugenio Fernández Granell y todos los que proporcionaron las sustancias decisivas para convertir nuestro país en un territorio con las extraordinarias características estéticas que poseemos, haciendo posible operar una esplendente cultura en las artes plásticas?






Eugenio Fernández Granell y Andrés Bretón

Pero por encima de todo esto podría también argumentar a favor de las influencias prodigiosas que éstas produjeron en las primeras hornadas de egresados de la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA) y sus discípulos. Las cadenas de influencias sólo se detienen en los concretos que Oswald Spengler llamó formas muertas” (La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia, edición en español de1923, con prólogo de José Ortega y Gasset), que son aquellos objetos que no aportan deslumbramientos lúdicos en otras culturas y no producen eco. El mundo de las influencias no se estructura con enmascaramientos ni emboscadas, sino con legados, con anexos donde la riqueza de una obra se rejuvenezca en otra; tal como si una repercusión se multiplicase ad infinitum en otras. Por eso, me adhiero al enunciado de Terry Eagleton de que “todas las esferas del pensar y actuar humanos, incluyendo la literatura, la teoría y la crítica literarias, están determinadas por la forma en que organizamos la vida social en común” (Una Introducción a la Teoría Literaria, 1988 [en español]).

Para que un ser humano no reciba influencias tendría que aislarse completamente y carecería de las defensas psicosociales alcanzadas a través de las relaciones con sus congéneres. Lo importante de las influencias es permitir la fragmentación de los discursos, los arribos; esas señales luminosas donde el camino da un salto y se vislumbra la estructuración de una nueva matriz estética, de un nuevo peldaño que aproxima al productor con el paradigma, con la originalidad. De ahí, a que es necesario dejar a los jóvenes productores plásticos (esos que poseen influencias y herencias de sus maestros) avanzar por los caminos del arte, conduciendo su obra hacia la sustancia vital de la especificidad dominicana y desvincularla de un sistema radicular que, como el haitiano, nos socava y arremete en los mercados internacionales.