jueves, 29 de abril de 2021

EL MALDITO CORDÓN TRAS LA INTERVENCIÓN NORTEAMERICANA DEL 28 DE ABRIL, 1965

EL MALDITO CORDÓN CONSTRUIDO POR LOS YANQUIS TRAS INVADIRNOS EL 28 DE ABRIL DE 1965

(Fragmento del Capítulo XVIII de mi novela Currículum [El síndrome de la visa], 1982)

Portada de Currículum (El síndrome de la visa), 1982.

Por Efraim Castillo

EL CORDÓN COMENZABA en el hotel El Embajador, de la cadena Intercontinental Hotels, perteneciente a la Pan American World Airways. Allí todos los que huían de la pretendida amenaza comunista tenían asilo. Los norteamericanos los acogían, les daban papeles de residencia transitorios y los transportaban en helicóptero hacia el portaviones Boxer, que fue parte de la Operación Power Back y desde allí los llevaban a Puerto Rico.
Por eso, el cordón comenzaba, precisamente, en el hotel El Embajador y se extendía a través de las avenidas Sarasota, Abraham Lincoln, las calles Pedro Henríquez Ureña, San Juan Bosco y desde allí hasta la avenida Teniente Amado García Guerrero, atravesando la avenida Duarte y yendo a parar al puente Juan Pablo Duarte, para entonces enfilarse hacia el aeropuerto internacional de Las Américas, la puerta de entrada internacional más importante del país. Y los yanquis dominaban el cordón; lo habían asegurado con alambres de púas y miles de marines, repitiendo así la infame historia del 16.
Pero no fueron los marines los que abrieron el cordón. Los que lo hicieron fueron los boinas verdes y detrás de éstos los paracaidistas de la División 82, comandada por el general Bruce Palmer.
Los boinas verdes no pidieron permiso para estructurar el cordón. Saltaban por patios y jardines, disparando a todo el que no comprendía sus brincos y cientos de dominicanos murieron en la apertura del cordón que serviría de entrada y salida a todos los que huían del alegado peligro comunista, por una parte, y a los que venían a negociar o a continuar los negocios de las corporaciones gringas, por la otra. Así, el cordón era un pasillo de múltiples usos: aseguraba el tránsito rápido desde San Isidro a los bordes de la ciudad intramuros y Ciudad Nueva; impedía que los combatientes constitucionalistas de la parte Norte de Santo Domingo se unieran a los del Sur; protegía el ir y venir de los industriales, ganaderos, terratenientes y comerciantes desde el Este al Cibao, desde el Sur al Este y viceversa; y obligaba al sector revolucionario a dos alternativas: o romper el cordón para integrarse al resto de la nación, o lanzarse al mar.
Con el cordón, los norteamericanos también aseguraban otra cosa: el control de la entrada y salida del pueblo hacia y desde la parte constitucionalista; sí, al pueblo, que era el principal sostenedor de la revolución ahora convertida en Guerra Patria.
Beto, que no había visto el cordón, supo de él a través de Pedro La Moa, quien había aparecido misteriosamente el día 28 de abril por los lados de Santa Bárbara y le habló sobre la posibilidad de formar un comando allí, y otro en San Antón.
—Tenemos que organizar esta revolución, Beto, o nos comerán los yanquis —le dijo La Moa—. Ya esta no es una guerra entre nosotros y el CEFA, sino de nosotros contra el CEFA y los yanquis, y mientras más organizados estemos mejor resistiremos. ¿Has visto el cordón, pequeñoburgués?
—¿El cordón?
—Sí, el cordón. Es una franja delgada que atraviesa la ciudad de Este a Oeste, para conectar el aeropuerto con el hotel El Embajador. Los yanquis utilizaron algunos de los puntos que se encontraban en manos del CEFA y fortalecieron los alrededores del palacio para alojar allí su gobierno títere. Prácticamente nos han aislado, Beto, para impedir que podamos ayudar a los compañeros que combaten en la parte Norte de la ciudad, de donde vengo —y La Moa, al recordar la parte Norte, quebró la voz—. Allí se está cometiendo una carnicería, Beto. Pude escapar metiéndome por entre el viejo alcantarillado construido por Trujillo. El CEFA está fusilando familias enteras y mienten a los periodistas internacionales cuando les cuentan que en el sector dominado por los constitucionalistas se están fusilando curas, violando monjas y torturando a los policías cascos blancos que fueron tomados prisioneros tras la caída de la Fortaleza Ozama.
—¡Mierda! —exclamó Beto. ¡Malditos yanquis!
—Sí, Beto. Esa fue la misma táctica que empleó Franco en España contra los republicanos en Madrid y utilizan la mentira como arma ideológica para que el pueblo nos odie.