lunes, 19 de agosto de 2013


Sobre mecenas y mecenazgos

(Diógenes Céspedes entrevista a Efraim Castillo sobre una actividad neoplatónica que se extingue en el mundo)
 
Diógenes: Castillo, mucho se ha hablado sobre los mecenas y los mecenazgos, así como de su importancia en la historia del arte y la literatura. ¿Cómo ves tú ese fenómeno?

Castillo: Las palabras mecenas y mecenazgo (que se traducen como persona protectora de artistas y escritores y la cualidad que implica su praxis) no existieran como tales, si el descendiente de etruscos, Cayo Cilnio Mecenas —cuyo patronímico les dio origen— no hubiese conocido la filosofía platónica cuando realizaba estudios en Grecia junto a Augusto, que más tarde se convirtió en emperador romano. Aspirante sempiterno a convertirse en poeta, pero sin el suficiente talento para ello, Cayo Cilnio Mecenas tuvo que conformarse con la práctica de un platonismo en que la contemplación de lo eterno, sin excluir la intuición intelectual, adquiría un derecho de entrada hacia la averiguación de la verdad, de lo que se cree auténticamente verdadero en el mundo inteligible, opuesto en principio a lo sensible y que, desbordando la razón, daba cuenta del mismo mediante las ideas y las esencias.
 








Cayo Cilnio Mecenas


Es este platonismo (al que también se adscribe el emperador Augusto) el que influyó en Cayo Cilnio Mecenas para convertirse en su consejero, guiándolo hacia la protección y patrocinio de las actividades literarias de los poetas Sexto Propercio, Virgilio y Horacio, y que dio a Roma no sólo un extraordinario parentesco de su épica con la griega, sino plasmando en la historia de la literatura una conexión poética que se extendió hasta el Renacimiento. Este platonismo se habría de convertir en el neoplatonismo cuando la noción del Bien (adscrita en la filosofía de Platón) se fundió con la idea pitagórica del Uno, acoplándose ambas corrientes en una búsqueda constante de la perfección y la realidad. El neoplatonismo, siglos más tarde, se apoderaría de la Edad Media a través de San Agustín, arribando al Renacimiento y aposentándose, nada más y nada menos, que en Lorenzo de Médicis, aspirante de por vida a convertirse en filósofo y poeta y que, desde luego, entraría a la posteridad, no por ser el amo y señor de la banca florentina, sino por la protección que ejerció sobre todo aquel que buscaba la perfección y la realidad (principios netamente neoplatónicos),  a través del arte y la literatura.









Lorenzo de Médicis


Los casos de Cayo Cilnio Mecenas y Lorenzo de Médicis son casi gemelos, a excepción de que el primero practicaba su contemplación individual del mundo desde una plataforma imperial, y el segundo desde la estructura de la urbe. Pero son muy similares, casi idénticos, si se realiza algún esfuerzo investigativo en los aspectos fundamentales de sus aspiraciones de convertirse en poetas y filósofos.
Los retratos de Lorenzo abundan en los museos florentinos, así como las estatuas de Cayo Cilnio Mecenas y este fenómeno se ha venido repitiendo a lo largo de siglos y milenios y, posiblemente, el ejemplo menos auténtico de la excepción a la regla es el de nuestro mecenas Joaquín Balaguer, al que nunca se le ocurrió procurarse un busto con su figura, así como cabildear con los lambones de turno la nominación de alguna calle o avenida con su nombre. Sin embargo, Balaguer conoció la importancia de su mecenazgo de Estado y la trascendencia de éste a través de sus obras, un ejercicio muy diferente al del mecenazgo individual practicado por Cayo Cilnio y Lorenzo.
Ni Nefertitis, ni los Ramsés, ni los demás faraones fueron protectores o benefactores de las artes y la literatura, porque éstas no funcionaban en el sistema social egipcio tal como se practicaron posteriormente en Grecia, ya que fue durante la administración de 15 años de Pericles en donde se dio inicio a un mecenazgo de Estado, sistema para el cual no se había acuñado aún ni nombre ni registro histórico de la actividad. Hay, sin embargo, una similitud entre Pericles y Lorenzo de Médicis, una cierta conexión que se asienta en, precisamente, el poder, pero que se bifurca y aleja desde la plataforma estratégica: Lorenzo era un banquero que proporcionaba desde los fondos familiares la ayuda a los artistas, escritores y filósofos, mientras que Pericles —constructor del Partenón en la Acrópolis— y que fue discípulo del músico Damón y del filósofo Anaxágoras, amigo inseparable del dramaturgo Sófocles, del historiador Heródoto, del escultor Fidias (quien le realizó varios bustos) y del sofista Protágoras, patrocinaba el arte y la literatura con los dineros del estado ateniense. No hay que descartar que Pericles pudiera ser el ejemplo-a-seguir de Cayo Cilnio Mecenas, a excepción del triste final del estadista griego, que fue sacado del poder bajo una acusación de malversación de fondos. Y esta podría ser una de las razones que han propiciado que al protector y patrocinador del arte y la literatura se le llame Mecenas y no Pericles.      

Diógenes. Pero, ¿esta es la única importancia que le ves? ¿No habría en la sistematización de la protección y el patrocinio del arte y la literatura alguna otra búsqueda clandestina?

Castillo. Ese podría ser sólo un aspecto de la importancia. Hay otros que se esconden en la mediocre realidad de ocupar un lugar destacado en el mundo por el efecto de comprarlo.

Diógenes. Explícate.

Castillo. Tanto Cayo Cilnio Mecenas como Lorenzo de Médicis y el Papa Julio II, entre otros patrocinadores históricos de las artes y las letras (y voy a echar a un lado el rol de Pericles), visionaron y procuraron su incursión en la inmortalidad, mediante la simple compra de un boleto que les permitiría encontrar el talento adecuado para protegerlo y administrarlo, sistematizando un mercadeo que amplificaba una práctica aparentemente filantrópica, pero que se desconectaba de ésta porque, contrario al mecenazgo, que grita su acción, en la filantropía el protector no da la cara, sino que ejerce la praxis desde el más puro anonimato.
Alguien podría argüir que estos protectores —y promotores a la vez—procuraban sólo enaltecer y encumbrar el arte hasta los linderos de una estética trascendente y vinculada a lo divino, como en el ejemplo de la iglesia. Pero ahí se escondía y residía el afán de mercadearse como estrategia de un seguro paso a la inmortalidad. Roma liberó el patrocinio y la promoción de lo estatal que imperó en Grecia a partir de Pericles, desarticulándolos y emancipándolos hacia la individualización, hacia una noción que involucraba a un simple ciudadano, como en el caso de Cayo Cilnio Mecenas, fenómeno que se activó poderosamente con la familia Médicis, la cual estaba compuesta por prestamistas que poseían casi todo el comercio y la banca de Florencia desde mediados del Siglo XIII. El desarrollo del mecenazgo de los Médicis no fue tan sencillo como se ha descrito en la historia del arte. En el bajo Renacimiento emigró desde Florencia la mayor parte de sus comerciantes y artistas, huyendo de la codicia rampante de Cosme de Médicis, abuelo de Lorenzo, y dejando la ciudad casi carente de negocios y lugares de entretenimiento. Cuando Cosme —abuelo de Lorenzo— murió en 1464, éste sólo contaba 15 años y fue a esa temprana edad cuando comenzó a internarse en el neoplatonismo, en esa actitud meramente contemplativa del mundo y descubriendo, así, los puntos de contacto entre los gustos burgueses ciudadanos y los de las cortes principescas. Lorenzo, asimismo, pudo establecer que para devolver a Florencia la buena estrella de su economía, debía crear condiciones favorables para la administración del ocio, por un lado, mientras que por el otro podría reprobar las actividades políticas con una aplastante opresión fiscal. Lo lúdico, la entretención, la administración del ocio, el embellecimiento de la urbe, entonces, trataban de compensar las carencias libertarias ciudadanas.
El advenimiento de Lorenzo en mecenas se desarrolló de una manera singular, tal como lo explica Arnold Hauser (1951):
La evolución que experimenta el cliente artístico, transformándose de fundador en coleccionista, la apreciamos mejor aún en los Médicis: Cosme el Viejo es todavía, sobre todo, el constructor de las iglesias de San Marco, Santa Croce, San Lorenzo y de la abadía de Fiesole; su hijo Piero es ya un coleccionista sistemático, y Lorenzo es exclusivamente un coleccionista1.
Es en este estadio de la evolución del arte en donde emerge verdaderamente el mecenas como un oportunista que determina, como en el caso específico de Lorenzo y también de Giovanni Rucellai (uno de los nobles recién enriquecidos con la industria de la lana), entrar en la memoria de la historia a través del arte y la literatura. Parecería una estrategia bien simple y no lo es. El individualismo liberal es una consecuencia de esta independencia del arte profano del litúrgico y, en parte, el mecenazgo adquiere un rol de cierta valía, en virtud de que el papel principal en la producción lúdica, hasta el bajo barroco, era interpretado exclusivamente por la iglesia. Desde luego, el dinero que la iglesia manejaba para la promoción y administración del arte y de la literatura, provenía de las arcas burguesas y aristócratas, sin asumir éstas el protagonismo que merecían. El mecenazgo, así, otorgó el pasaporte vital para que los nuevos ricos y aristócratas establecieran una nueva relación patrocinador-artista-obra, en donde la auto exaltación del protector transbordaba lo cotidiano para entrar en la inmortalidad junto al artista, el músico y el escritor.

Diógenes. ¿Crees tú, entonces, que el mecenazgo acabó con el monopolio que ejercía la Iglesia sobre el arte?

Castillo. Sí, de alguna forma el mecenazgo puso el primer bloque en la nueva plataforma de la producción artística, a pesar de que los papas, cardenales y obispos pertenecían a la aristocracia. Uno de los claros ejemplos que proporciona la historia de este menage-a-trois, es la relación estrecha entre Maquiavelo, los Médicis y los Borgia.
 



Maquiavelo


El Príncipe, la obra emblemática de Maquiavelo (que escribió unas diez obras más, entre las que se encuentran comedias, una novela, biografías, un ensayo sobre la guerra y algunos tomos de historia), refleja una totalidad: la del espíritu renacentista, una noción que bordea la conexión Hombre-Estado, pero no como enfrentamiento, sino como una dualidad en búsqueda constante del perfeccionamiento de la propia conciencia humana, y fue escrita para Lorenzo de Médicis II, hijo de El Magnífico, pero teniendo como prototipo del héroe a César Borgia, perseguido escarnecidamente por el Papa Julio II, que protegió al escultor y muralista Michelangelo Buonarroti.





César Borgia


Maquiavelo sólo era menor, 20 años que Lorenzo y 8 mayor que César Borgia, por lo que vivió inmerso en el mejor momento del Renacimiento. El Príncipe es un estudio riguroso acerca del ejercicio del poder y, sobre todo, del paso del hombre a la posteridad a través de esa práctica. Creo, sinceramente, que en ningún estadio de la historia, el poder se ha ejercido tan plenamente como en el Renacimiento, donde la licencia para matar, por cuchillo o por envenenamiento, fue permitida y auspiciada por las leyes y la Iglesia, o al menos, mirada de soslayo o pasada por alto por éstas. Napoleón, Roosevelt, Hitler, Lenin, Trujillo, Fidel, Kennedy, todos los gobernantes rígidos, duros, implacables, de moral dual, visionarios, democráticos o austeros, han representado el papel de El Príncipe en algún momento de sus vidas y, ¡quién sabe!, si en todos sus momentos estelares. Lo curioso, entonces, reside en que el mecenazgo es parte primordial del estadista que procura ser más temido que amado. Porque, ¿acaso la protección de la cosa pública no engendra un cierto tipo de patrocinio en donde los principios del mecenazgo están presentes?
Hace poco tiempo, Diógenes, visitaba la Plaza de la Cultura en compañía de algunos de mis hijos, y uno de ellos me preguntó si la construcción de ésta había sido realizada por Balaguer.

—Sí —le dije, agregándole—: fue construida por Balaguer como una forma de perpetuarse en la historia.

 
 
 
 
Joaquín Balaguer
 
 
 
 
Diógenes. ¿Cuáles tipos de mecenazgos se practican en estos tiempos?

Castillo. La única diferencia entre mecenas y mecenazgo reside en la práctica, en las estrategias de sus discursos, aunque es preciso especificar que, como traté de explicarte anteriormente, existe un mecenazgo individual y un mecenazgo de Estado, a los que hay que insertar en estos tiempos otro nuevo: el mecenazgo corporativo, que se ha estado promocionando, inclusive, a través de la Internet.
Mecenas podría ser, entonces, un individuo como en el caso de Lorenzo de Médicis, o el Estado como en el ejemplo de Pericles; o una corporación, como en el caso de la Fundación Rockefeller, en los EE.UU., o la empresa E. León Jimenes, en nuestro país, que ha sido patrocinadora de concursos de arte y literatura y que otorga anualmente el financiamiento para premiar las actividades faranduleras y de música clásica.
El mecenazgo, por otra parte, responde a una estrategia en donde el discurso (individual, estatal o corporativo) se involucra como política a todo un sistema cultural, tal como en el mecenazgo estatal establecido en México por José Vasconcelos, que amplió la responsabilidad estatal sobre el patrimonio cultural y artístico azteca, convirtiendo en obligaciones del Estado la enseñanza, la difusión y el estímulo a las artes y las ciencias2,, y en el ejercido durante los setenta y pico de años que operó la Unión soviética, en donde el arte y la literatura se patrocinaban para que obedecieran a estilos y concepciones ceñidas al estalinismo; o como el mecenazgo individual sistematizado por Solomon R. Guggenheim a partir del año 1937, y que al devenir en una fundación con su nombre, ya cuenta con varios museos en todo el mundo: en la ciudad de Nueva York, en Venecia y en la ciudad vasca de Bilbao, España).









Rockefeller


En el mecenazgo corporativo (que ejemplifiqué con la Fundación Rockefeller, estructurada en el año 1913, y a la que se le añadió la Fundación Conmemorativa Laura Spelman Rockefeller, en 1929, la cual había sido concebida en 1918, se podría auspiciar la protección y promoción del arte y la literatura desde tres ópticas que difieren entre sí:

a) por la búsqueda de la inmortalidad individual o familiar,

b), por la evasión de impuestos, aunque los patrocinios provenientes de la Fundación Rockefeller no se destinan sólo al arte y a la cultura; y

c), por la búsqueda de una imagen política, lo cual no deja de representar un tipo de oportunismo.

Entonces, se podrían sintetizar los tres tipos de mecenazgos de la siguiente manera:
 
1.      El Mecenazgo individual, donde el patrocinador —un individuo— busca la gloria personal, invirtiendo recursos en la protección de un artista o escritor para apoyarse en sus talentos y convertirse en inmortal. Es bueno apuntar, Diógenes, que en la historia de la literatura, del arte y la música, se pueden encontrar cientos, tal vez miles de ejemplos de protección y patrocinio individual a productores culturales:  Balzac, Rainar María Rilke, Beethoven, Chopin, etc. Este mecenazgo individual podría representarse admirablemente con Cayo Cilnio Mecenas y Lorenzo El Magnífico.
2.  El Mecenazgo de Estado, que podría ser sistematizado por un individuo (como en el caso griego de Pericles), pero siempre obedeciendo a una política estatal y los ejemplos sobran: la Unión Soviética, la República Dominicana en la Era de Trujillo, el México postrevolucionario, etc.).
    3. Y el Mecenazgo corporativo, que es ya una praxis de casi todas las grandes empresas industriales y comerciales de los países más desarrollados del mundo. Este tipo de mecenazgo no busca ni la glorificación ni la inmortalidad, sino la evasión de impuestos, el aumento de la imagen pública y la venta de la moral de producción, a través del marco de unas relaciones públicas montadas sobre el propio ejercicio del mecenazgo.
Diógenes. En la actualidad, ¿cuáles son los tipos de mecenazgos practicados en el país?

Castillo. Desde la muerte de Trujillo, que practicaba un mecenazgo de Estado, eminentemente paternalista y glorificador, muy pocas personas y empresas  han practicado el mecenazgo en nuestro país. Cuando hacía la publicidad de la firma Radiocentro, traté de que su presidente, Isaac Lif —que se dedicaba a coleccionar la obra del excelso maestro cibaeño Yoryi Morel—, protegiera a algunos artistas y durante un par de años ejerció cierto tipo de mecenazgo comprando toda la producción del maestro Ramón Oviedo (sin importar la cantidad de éstas) y auspiciando la entrada del gran maestro dominicano en las subastas internacionales. Asimismo, Lif lo promovió en algunas revistas especializadas internacionales. Si hoy sacáramos cuenta de la inversión de Isaac Lif en la obra de Ramón Oviedo se podría apostar a que el empresario salió beneficiado de su mecenazgo, en virtud de que su colección de obras de este pintor supera con holgadísima amplitud la inversión en el mecenazgo.
Actualmente hay en el país medio-mecenas clandestinos, ya que no desean salir a la luz pública. Y digo medio-mecenas porque más que proteger al artista, lo que practican es un papel de profetas que invierten en el arte y los artistas para sacar ventajas pecuniarias en el futuro. Un papel similar lo realizaron Leo y Gertrude Stein en el París de los comienzos del Siglo XX, cuando invirtieron ciertas sumas en las obras tempranas de Picasso y Braque. El retrato de Gertrude Stein pintado en múltiples sesiones por Pablo Picasso, que costó menos de quinientos francos de aquella época, hoy no tiene precio y, si lo tuviera, no bajaría de los 100 millones de dólares. 




Retrato de Gertrude Stein realizadso por Picasso en múltiples sesiones



También ciertas galerías nacionales de arte han protegido a determinados artistas, pero esas protecciones no han respondido a estrategias bien definidas y, por lo tanto, los pintores y escultores envueltos en sus mecenazgos no han resultado beneficiados. Posiblemente el más decisivo manejador de galerías que ha tenido el país lo fue Nicolás Nader, que intuyó la trascendencia de, por lo menos, la mitad de los actuales maestros de nuestra pintura, y a los cuales les aseguraba, mes tras mes, los dineros esenciales para su desenvolvimiento económico. Y es que no se debe confundir al mecenazgo con la marchantería de arte, ya que ésta es una relación artista-intermediario-mercado, o lo que es lo mismo, un puro y simple negocio entre dos partes.

 
 
 
 
 
 
 
 
Eduardo León
 
 
 
Los casos de E. León Jimenes y el Museo Bellapar son diferentes y, posiblemente, representen en estos momentos los únicos casos brillantes de mecenazgo, aunque no implican una protección directa a ningún artista. E. León Jiménez es la firma patrocinadora de un concurso anual de arte que se ha mantenido incólume por varias decenas de años, a pesar de todas las vicisitudes por las que ha atravesado el país, y la sola mención del mismo motoriza la calidad de los participantes. El Museo Bellapar, por otro lado, ha dado una clara señal al empresariado nacional de que las ganancias pueden ser beneficiosas para todos a través del muestreo artístico. ¿Qué habría sido de la obra de Jaime Colson si Bellapar no la hubiese reunido en un majestuoso albergue como el que le construyó en la avenida John F. Kennedy?
Actualmente varios países latinoamericanos tienen leyes sobre el mecenazgo, en donde la exoneración fiscal juega un papel de alta trascendencia. Bien aplicada y seguida, una ley del mecenazgo haría posible un verdadero renacimiento nacional de las bellas artes, reteniendo para el país no sólo la obra de los artistas dominicanos, sino también atrayendo obras de otros países. Aunque Manuel García Arévalo no ha practicado el mecenazgo con obras de artistas nacionales recientes, es indiscutible que ha ejercido una enorme protección al patrimonio cultural precolonial, almacenando en un museo privado valiosas joyas de ese estadio histórico caribeño.
Ahora que contamos con un Ministerio de Estado de Cultura, el momento se presenta propicio para comenzar a inquietar a los legisladores, entusiasmándoles con un proyecto de ley sobre el mecenazgo y en donde, atraído por una exoneración fiscal, nuestro empresariado emprenda la tarea de invertir en el arte y los artistas, ayudando a construir, así, un país con una producción lúdica que se engrane al resto de la actividad social nacional, desde una plataforma digna y promisoria.




 
1 HAUSER, Arnold: HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA Y EL ARTE I. Artes gráficas Aldus, S.A. Madrid. 1967. Pp. 308-309.
2 BLANCO, José Joaquín: ¿MECENAS O PATRONES DE LA CULTURA?. Folio de Nexos, por Internet. Enero 2001.