The
University of the West Indies
“Ese
gran pueblo de buena voluntad no cree en ‘el fin de la Historia’, simplemente
porque los pueblos padecen en cada mañana el peso o el horror de la Historia
[...] Estamos ante la necesidad de un gran viraje cuyas claves aún no se han
definido”
Abel
Posse [1]
INTRODUCCIÓN
EL
PERSONERO DE EFRAÍM CASTILLO
Dentro de la extensa narrativa publicada
sobre la Era del dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo (1930-1961), y en
especial la del último decenio, El Personero se distingue como novela coral. Se
constituye en un extenso diálogo donde el lector, interlocutor indispensable,
se ve involucrado en las pasiones, los horrores y las angustias de los últimos
diecisiete años de la tiranía. La historia de amor que enfrenta tácitamente a
Trujillo y a Alberto Monegal, su personero más cercano y enamorado de su amante
favorita, se convierte en la perfecta excusa argumental para indagar las
diferentes teorías sobre el trujillismo, cuya reflexión está a cargo de esas
múltiples voces que se escuchan reiteradamente como si surgieran de una
conciencia histórica colectiva.
La complejidad estilística de la
novela requiere otro análisis minucioso de sus diferentes componentes y de sus
posibilidades de abordaje para discutir su tesis central: ¿se prefiere la
desmemoria a la fecunda discusión sobre el pasado histórico?
Tal
caso en relación con la figura del
intelectual se entrelaza en el texto a partir de un hecho muy simple: la Viuda
de Monegal, luego de una treintena de años, encarga a dos caricaturescos
bibliotecólogos, El Gordo y El Flaco, reabrir la gran biblioteca de su esposo
(la BAM) para limpiarla y entregar los libros al Estado, clausurada desde el
momento de la muerte del personero tras una cruel agonía impuesta por El Jefe.
La BAM, “red espesa de significaciones”, es el nudo gordiano de varias
historias y especulaciones, generalmente a cargo de El Gordo:
-¡Todo
fue parte de la mecánica del extravío, Flaco! En Monegal se operó, mientras
reducía y ampliaba sus desahogos, un
estado anímico similar al de Rommel después de la bomba a Hitler: mujer, hijos,
la familia operaron una presión sobre su vida en el futuro, lo que se ejercería
sobre ellos tras la muerte del protector. En esas circunstancias los hombres
como Rommel y Monegal fundan, en las ataduras de las pistas dejadas, no sólo su
propia reivindicación, sino la de sus familiares. De ahí, entonces, las pistas
dejadas por Monegal, que sabía que la BAM sería comprada o confiscada por el
Estado, no sólo como un acto de recuperación de la obra del personaje
desaparecido, sino también por los ejemplares de valor incalculable que posee.
[267]
Pero
este laberinto de avances y retrocesos “es la pista del país” [267], el pasado,
el presente y el futuro de la República Dominicana, al que Monegal predeterminó
como un postrujillismo de consecuencias funestas [268].
A partir de este puzzle histórico,
van fortaleciéndose las diversas teorías que el ideólogo trujillista urdió a
modo de laberinto para ser interpretadas luego de su desaparición. En fin, los
personajes desmenuzan un sinfín de las teorías convergentes, esparcidas durante
la Era y las dejan a nuestra consideración para ¿rearmar? los acertijos de la
historia que se encadenan inexorablemente entre sí.
PRESENTACIÓN
METODOLÓGICA
Una reflexión sobre el rol del
intelectual desde una perspectiva sociológica, histórica y literaria, exige la
aceptación de determinadas cuestiones de corte filosófico.
Si nos remontamos al inicio de la
modernidad, encontramos que su advenimiento saca a la luz como una
característica principal la figura de los intelectuales y su rol en relación
con el poder / saber conectado con la política que surge o podría resultar de
sus posturas. Tal relación ubica al centro de los acontecimientos a un sector
social intelectual clave en el nacimiento de los tiempos modernos y no menos
relevante en los nuestros.
Aceptamos, pues, la existencia de
una sociología de los intelectuales y adoptamos para la presente exposición la
propuesta de Zygmunt Bauman. El sociólogo de la Universidad de Leeds, analiza
el papel de los intelectuales modernos y la conexión de su trabajo con el
desarrollo de la cultura moderna mediante un estudio de la esencia de la
modernidad y de la posmodernidad en el análisis de la cultura. Los
intelectuales “legislaban” sobre las opiniones del resto de la sociedad
mientras se creyó que se podía determinar la verdad de las creencias. Pero en
nuestro tiempo, el período posmoderno [2] , se perdió aquella certeza moderna y
se relativizaron nuestros sistemas de valores y creencias, convirtiéndose los
intelectuales en “intérpretes” de los diferentes puntos de vista. El nuevo rol
del intelectual tiene consecuencias directas para el análisis de la cultura
contemporánea. Delineamos a continuación algunas precisiones a tener en cuenta:
1. El intelectual se autoasigna su objeto de
estudio. Al intentar autodefinirse y otorgarse capacidades traza un límite de
su propia identidad que pasa a ser político pues se concede el poder de
incluirse o excluirse en un contexto social.
2. Aunque el hecho de autodefinirse obliga a
los intelectuales a enumerar sus características, no hacen referencia a la
relación social que los distingue del resto de la sociedad porque la categoría
de intelectual emerge como dadora de sentido y no pone en tela de juicio sus
propias condiciones como tales.
3. También vale preguntarse cómo y cuándo
aparece la figura del intelectual (¿en un momento histórico preciso?, es una
invariante de la condición humana?) para cuestionarse por su particularidad.
4. Su distinción radica en ser una figura
específica y singular, moderna y posmoderna.
Por
tal motivo, para analizar el rol del intelectual durante la Era de Trujillo en
El Personero, nos basaremos sobre las estrategias del trabajo intelectual cuyas
metáforas son la del papel del “legislador” y la del “intérprete”.
Si
los intelectuales se asignan un lugar en la sociedad, el campo intelectual
necesita pensarse dentro del campo del poder y en cuanto a las relaciones
sociales donde esta categoría cumple un papel estructural en el desarrollo
social. Del análisis de Bauman, cuya tesis principal es demostrar la particularidad
del intelectual moderno asociado al poder en comparación con los tiempos
premodernos de los sabios y maestros dominantes, tres aspectos son útiles para
profundizar la mirada sobre el tema que nos compete:
1. La pragmática del poder que incluye el
campo intelectual genera una aguda asimetría que provoca un sentimiento de
inseguridad en los dominados, carentes de el conocimiento. El intelectual como
sabio asociado al poder pone en marcha un excelente mecanismo de
autoperpetuación de ese poder/saber que, por supuesto, se apoya en las
personas incompletas y necesitadas del cuerpo social.
2. El estado como administrador y regulador
de lo cotidiano, de la vida social y como orden de poder, abre un espacio para
el intelectual quien establece un discurso capaz de generar dicho modelo.
3. Los intelectuales se convirtieron en el
gozne de la transición en los tiempos modernos con una visión prospectiva que
transformó la incertidumbre de ese paso en una respuesta respecto de la vida
social. Sin embargo, este intelectual funcional (quizás ideal) sólo garantizó
la perpetuación de un régimen, a la luz de los hechos y textos analizados. Pero
lo más importante tal vez radique en la toma de conciencia de aquella
incertidumbre que, luego de dos siglos, transmuta en otra como umbral de la
posmodernidad o última etapa de una modernidad inconclusa. [3]
De todos modos, el lugar cardinal
que Bauman asigna al intelectual en la relación poder/conocimiento, despeja
el camino ascendente del intelectual funcional de visos gramscianos que, aunque
sujeto a un discurso de la razón relativamente autónomo, se vincula a la
reproducción y/o crítica del orden establecido. Otra cuestión velada es cómo
medir la autonomía de la razón. Probablemente se dé por entendido que el
discurso racional, ligado al Estado, legitimándolo o criticándolo, está
determinado por el poder.
DE
LEGISLADORES e INTÉRPRETES
LOS
INTELECTUALES: PEQUEÑOS BURGUESES
Los
fracasos recurrentes del liberalismo en relación con la política práctica,
provocan en los intelectuales dominicanos de fines del siglo XIX y principios
del XX una decepción angustiante de corte existencial que se resuelve en la
tragedia de la “inviabilidad de la nación dominicana”. Este nacionalismo
impotente de base rodosiana sumado a la consecuente incapacidad de las clases
gobernantes para formar instituciones estables propias de un Estado nacional,
es la base óptima sobre la cual Trujillo yergue su régimen. Convirtió al
nacionalismo en el credo de redención sublime que proclama la superación del
pasado, falsificándolo, y los intelectuales, apostando desde su punto de vista
a la única posibilidad de “futuro”, libran acaloradas batallas verbales en el
único espacio público de realización. La historia nos demuestra cómo este
estrato social intermedio se somete por causas socio-económicas al diseño de
proyecto totalitario que llega a conformar un “sistema de significación
mitológica” impuesto a la sociedad como legitimación del poder despótico [4] .
Lo
cierto es que este falso “poder del saber” otorgado por Trujillo a sus
intelectuales orgánicos junto con reconocimiento, cargos públicos, manejo de la
prensa y a cambio de absoluta fidelidad, lanza al personaje más antiteórico de
toda la Era al camino exitoso de sus treinta y un años de tiranía.
Por
lo tanto, aquel fracaso de la materialización de la utopía liberal percibido por los intelectuales como una
doble tragedia (inviabilidad de la nación; la dicotomía ciudad-campo) explica
la facilidad con la que Trujillo neutraliza a los intelectuales tradicionales o
aristocráticos.
Esta
falaz ideología del progreso nacional que el dictador utiliza como columna
vertebral de su régimen, encierra las teorías clave del universo trujillista
que El Personero pone en tela de juicio.
ALBERTO
MONEGAL, LEGISLADOR
La representación del intelectual
del régimen trujillista se centra en el personaje de Alberto Monegal como el
“ideólogo” principal tanto de los aciertos de El Supremo como de sus más
terribles yerros pergeñados a través de sus intrigas.
Las peculiaridades de esta figura
se construyen a partir de múltiples perspectivas en dos líneas temporales: la
del pasado, cuando el mismo Monegal ya en reclusión recuerda sus vicisitudes
como personero y se confiesa en voz alta, y la del presente a cargo de la
Viuda, de los bibliotecólogos que van componiendo las hipótesis a partir de las
huellas dejadas por el amanuense, y del coro-pueblo, semejante en su función al
de la tragedia griega.
Todas las observaciones e
interpretaciones vertidas por los personajes sumadas a los monólogos y a las
remembranzas de Monegal, nos revelan su ánimo ambivalente, con fuertes vaivenes
emocionales, a un muerto en vida; un personero, leal y traicionero, “Y no
debería sorprendernos que Monegal, a la larga, convirtiera su gran amor, su
idolatría por Trujillo, en celos, primero, y en odio después.” [108]
Como único teórico coherente de la
legitimación del poder despótico, Monegal nos deja como herencia un legado de
“significantes cruciales” [268] para nuestras interpretaciones. Nos detalla
aspectos impensables de la vida del dictador, lo cual manifiesta el contrapunteo
constante destacado en la novela entre su sentimiento de adoración extrema por
El Padre de la Patria y su amarga y cruda reflexión sobre la verdad de los
acontecimientos, como un rasgo psicológico maquiavélico de quien legitimara la
autarquía de Trujillo, su verdugo (“lo destruyó y bien le pesó” [27])
Aunque Monegal se autodefina como
“un servidor de Trujillo, un personero, un vulgar bufón en la corte de los
lambones” [115] su impronta como quien “esculpió la imagen” y los mitos trujillistas
provoca el debate pues en la novela se entrecruzan aquellos, impuestos a la
sociedad, que realmente construyeron y sostuvieron al régimen mediante una
simbología discursiva que desvirtuó el pasado y ocultó al sujeto real “para
hacer ver a Trujillo como un resultado
de nuestra historia, haciendo inclusive que el genocidio de los haitianos se
olvidara al paso de dos o tres años...” [104-6]
Como dador de sentido a una
“realidad virtual” que en su asociación con el poder absoluto debía legitimar,
a lo largo de El Personero se interpretan desde todos los ángulos las teorías
primordiales del régimen y que sitúan a Monegal como el intelectual que se
autoasigna el derecho de una posición privilegiada que, a pesar de su trágica
caída, logra con astucia su objetivo durante la Era trascendiendo a los tiempos
posteriores.
Estas
grandes teorías, transformadas en los mitos recurrentes de la Era [5] , fueron
articuladas por el intelectual funcional con la instrumentalidad de lo
político: el absurdo adquiere un hálito de mesianismo que adultera la historia
dominicana hasta negarla y que, en definitiva, convierte a la ideología de la
Era en una gesta épica.
LA
HISPANOFILIA: MADRE DE TODAS LAS TEORÍAS
LO
HISPÁNICO, SINÓNIMO DE LA DOMINICANIDAD
El nacionalismo como elemento
aglutinante de los intelectuales de la Era, símbolo de la plena realización
nacional, necesitaba por definición la presencia de un “Otro” amenazante y
bárbaro que la historiografía dominicana desde el siglo XVIII y la literatura
de principios del XX supieron inventar: Haití [6] .
Justamente,
todas las referencias sobre lo haitiano en la novela connotan lo negativo en
relación con el vudú [26], la brujería [87] o el rechazo visceral a los negros en pos de mejorar la raza [182;
276]
Aunque definido como “hispanista de
pacotilla” [133] por su viuda quien culpa a España de toda la desgracia del
país desde su posición pro yanqui,
Monegal “soñaba con la utopía de un relanzamiento gigantesco del país como bastión
de la conquista” [133] para salvarlo de la haitianización “a través de los
profundos lazos culturales que fueran capaces de oponerse al crecimiento
geométrico de la agresión africohaitiana” [168] En consecuencia, lo hispánico
debía adquirir en el sistema educativo de República Dominicana un protagonismo
estelar.
Esta visión histórica pensada
arbitrariamente desde la diferencia insalvable que causa la colonización
francesa en Haití, se resuelve en una dicotomía falsa pero efectiva a los fines
perseguidos por el régimen: la dominicanidad como prolongación de la hispanidad
por la naturaleza humanista de la colonización versus el haitianismo como
extensión de un engendro aportado por Francia y por los esclavos africanos.
La
sublimación disparatada y grotesca de lo hispánico propulsa la aventura
intelectual de la diferencia como la matriz ideológica del régimen contra la
“amenaza” de la desintegración que el amanuense trujillista impidió
“heroicamente” perpetrar, justificando así el genocidio haitiano respaldado por
durísimas políticas fronterizas:
El
37, contrario a lo que muchos creen, no será recordado como un año de luto y
dolor para nuestro país, que prácticamente ha alcanzado la gloria bajo su
dirección, sino como una fecha ratificadora de la Separación del 44. Esa
política del chapeo deberá erigirse como una constante necesaria, lógica y
nacionalista, si verdaderamente deseamos ser libres como país que respeta y
venera sus ancestros. Nunca he dudado de que en algún rincón oscuro de la Patria
se anide un Moisés que emerja vigoroso para desear reivindicar lo que los
haitianos consideran como suya: la isla total. Nuestra frontera no puede
convertirse, bajo ningún concepto, queridísimo Jefe, en otra Isla de la
Tortuga, que nos enajene para siempre. Así, la Frontera deberá ser el lugar
para la vigilancia eterna, llevando hasta ella hombres y mujeres puros, que
evadan de sus conciencias todas las tentaciones que la corrupción del
contrabando puede ofrecer. Estas dos variables enriquecerán robustamente la
política intramigratoria y fortalecerán los dos poderosos signos de nuestra
nacionalidad: el mulataje y la lengua. [138]
EL
MULATAJE Y LA MITIFICACIÓN DE LA FRONTERA
Si
lo racial define lo cultural, la teoría del mulataje se complementa estratégicamente
con la de la hispanidad y con la consecuente mitificación de la Frontera
pues para concretar el plan de Monegal:
“El mulataje deberá ser la raza del país en cinco generaciones.” [137]
Las rutas sinuosas de la BAM seguidas por los bibliotecólogos, nos revelan las dos caras de una misma moneda. El amanuense no sólo veía en Trujillo el alter ego de la hispanidad [106-7] sino la síntesis misma de la sociedad dominicana. El astuto Monegal “apeló al mulataje que encarnaba Trujillo para construir su teoría” porque “sabía que erradicar África de nuestro territorio [deduce el Gordo] era una utopía”. [137]
La política migratoria con Europa y con Japón en los tiempos de posguerra para llevar a República Dominicana agricultores, sobre todo españoles que fortalecieran el idioma, y la perpetua vigilancia de la frontera con Haití son las variables cruciales que fortalecerán ambos rasgos distintivos de la nacionalidad dominicana: el mulataje y la lengua, robusteciendo la política intramigratoria. Ya no cabe duda de que Monegal recupera a favor de “su patrón racial” la doble dicotomía histórica ya mencionada: el “Otro” enemigo perenne, lo haitiano, y el “Otro” enemigo interno, el campesinado, reinterpretando a su gusto los conceptos decimonónicos de civilización y barbarie.
Las rutas sinuosas de la BAM seguidas por los bibliotecólogos, nos revelan las dos caras de una misma moneda. El amanuense no sólo veía en Trujillo el alter ego de la hispanidad [106-7] sino la síntesis misma de la sociedad dominicana. El astuto Monegal “apeló al mulataje que encarnaba Trujillo para construir su teoría” porque “sabía que erradicar África de nuestro territorio [deduce el Gordo] era una utopía”. [137]
La política migratoria con Europa y con Japón en los tiempos de posguerra para llevar a República Dominicana agricultores, sobre todo españoles que fortalecieran el idioma, y la perpetua vigilancia de la frontera con Haití son las variables cruciales que fortalecerán ambos rasgos distintivos de la nacionalidad dominicana: el mulataje y la lengua, robusteciendo la política intramigratoria. Ya no cabe duda de que Monegal recupera a favor de “su patrón racial” la doble dicotomía histórica ya mencionada: el “Otro” enemigo perenne, lo haitiano, y el “Otro” enemigo interno, el campesinado, reinterpretando a su gusto los conceptos decimonónicos de civilización y barbarie.
EL
RÉGIMEN QUE NO DUERME
La utopía de Monegal sostenía una
teoría que denominó “orientación en la orientación” según la cual este
pueblo no podía [...] tener reposo ni mental ni físico, en virtud de que aún la
sangre mulata no había llegado a su síntesis verdadera. Sostenía el personero
que cuando se produjera el milagro de la simbiosis exacta, en donde la
mulatidad alcanzara ese grado de perfección ideal, entonces se reinvertiría la
orientación hacia las promesas no cuajadas. Monegal apuntaba hacia una
simbiosis en que lo español, como predominio cultural, aflorara sobre los demás
vestigios enrolados en eso que él llamaba desagradable mejunje de atisbos
africanos, indígenas rezagados y, lo peor, yanquis superpuestos, que se tragarán
todo el ancestro, el inconmensurable ancestro del verdadero ser dominicano.
[226]
Con
esta noción sociológica donde se aduce al concepto de agitación constante, al
régimen no durmiente para mantener a los estamentos sociales en continuo
movimiento, el personero logró que Trujillo comprendiera “que el circo es parte
esencial de los pueblos”, que lo lúdico es parte de esa agitación constante,
una rama de su teoría de la orientación en la orientación, y que el deporte es
“tan afín a la conducta social como la fue la guerra en el estadio feudal de la
civilización.” [226-7]
LOS
YANQUIS SUPERPUESTOS O LA CONTAMINACIÓN CULTURAL
Si bien presentaremos en otro
escrito las múltiples imágenes cinematográficas de Ciudad Trujillo en relación
con el tema del progreso en términos comparativos del pasado (la Era) y la
presente Santo Domingo, nos compete mencionar los informes de Monegal,
descubiertos e interpretados por el Gordo, que asombran por su visión futura de
la ciudad y sobre los cuales desarrolla su teoría sobre el turismo.
Alberto
Monegal previó las consecuencias del turismo explicándolo en términos de
“polos” que dividen en dos a la isla de norte a sur (Cordillera septentrional y
central al oeste, y Cordillera oriental) y de las estribaciones con incursiones
medioambientalistas en los Haitises. [60]
El caso es que la comparación del Gordo entre el informe de Monegal de los años ’50 y el ordenado por Balaguer en el ’67 al Estudio H. Zinder por encargo de la OEA para promover el desarrollo turístico, resulta en que Monegal había observado a mediados de siglo cuáles serían las derivaciones “del asalto campesino a la ciudad” [63] hacia fines de siglo (anticipándose al temor siempre discutido por los bibliotecólogos) sobre la aparición de “hombres rubios con cámaras, pantaloncitos tipo Bermudas y nuestras mulatitas a cuestas como cruces encendidas.” [63]
El caso es que la comparación del Gordo entre el informe de Monegal de los años ’50 y el ordenado por Balaguer en el ’67 al Estudio H. Zinder por encargo de la OEA para promover el desarrollo turístico, resulta en que Monegal había observado a mediados de siglo cuáles serían las derivaciones “del asalto campesino a la ciudad” [63] hacia fines de siglo (anticipándose al temor siempre discutido por los bibliotecólogos) sobre la aparición de “hombres rubios con cámaras, pantaloncitos tipo Bermudas y nuestras mulatitas a cuestas como cruces encendidas.” [63]
Combatió
el turismo a través de su teoría de la contaminación cultural alertando a los
académicos sobre los peligros de la mezcla de nuestras esencias; así justifica
la necesidad de un dictador como Trujillo, líder único y mentor de la cultura y
de la historia dominicanas. La lógica explica que la reiterada necesidad de una
dictadura se basa sobre determinado ciclo del ser humano que lo impele a ser
guiado. [64]
El remate final, prueba de los
vaticinios de Monegal, lo da el Gordo con su manifiesta preocupación sobre las
implicancias de la invasión turística en un país sin educación como República
Dominicana:
la
fuga a la ciudad engalanada de gift shops, y la multiplicación de las academias
para la enseñanza del inglés, con el empobrecimiento del pobre español. ‘¡Aprended
inglés, el idioma del futuro!’, se imaginó el Gordo que dirían los mensajes en
grandes vallas publicitarias. ‘¡El que no sabe inglés será hombre-hambre,
hombre-miseria, hombre-estropajo, hombre-mierda! [62-3]
PRIMERA
CONCLUSIÓN
· Alberto Monegal fue mucho más que un
intelectual que legitimara el poder despótico de Trujillo. Durante el proceso
polivalente de la constitución de su figura como el intelectual de la Era, su
categoría emerge como “dadora de sentido” a una realidad (virtual) o, mejor
dicho, a un sistema a un punto tal que transforma la ideología que legitima
racionalmente al régimen en un mito fundamental (¿o fundamentalista?) en el
cual Trujillo es la única verdad superior.
El
discurso de su producción intelectual, pleno de pensamientos, valores y
símbolos capitales en la estructura de la dominación, oculta al sujeto real
Trujillo para identificarlo en su identificación con el discurso de su gesta
nacional donde hasta el mismo Monegal se diluye como intelectual y curiosamente
se reconoce como bufón del carnaval, a pesar de dar forma y sentido a la
tiranía:
Además
de personero soy amanuense, mis escritos son los de él, mis discursos son los
de él; me estoy convirtiendo, poco a poco, en él. [...] Los amanuenses somos así,
nos debemos al patrón, al que nos paga. Además, tengo que pasear con el Jefe,
subir y bajar los escalones, desplazarme con él a los mítines, a las inauguraciones. [...] Los que marchamos
a la sombra de Trujillo carecemos de tiempo propio; es más, el país mismo ya no
tiene tiempo propio. [...] El país se ha acostumbrado a respirar, a caminar, a
trabajar con el ritmo del Jefe y estamos dejando de ser nosotros para
convertirnos en él. ¿Qué mejor destino que ése? ¿Qué éramos antes que él? [92]
Parece ser una constante que la figura del
intelectual emerja como tributaria de la relación saber/ poder en los momentos
de profundas transiciones o crisis. Así como el paso crítico a la modernidad
trajo consigo la incertidumbre sobre el porvenir que permitió al intelectual
aliar su saber al poder del Estado para legitimarlo o intentar un discurso
“relativamente” autónomo que abriera un espacio de crítica positivo, también
parece una constante que estos amanuenses sean destruidos, como Monegal, por el
mismo poder que los necesita para legitimarse. Tal asociación del intelectual
con el poder parece, paradójicamente, necesaria y eventualmente imposible.
La
intelectualidad dominicana del siglo XIX y principios del XX no pudo propiciar
un espacio de interpelación social con la crisis de la disociación entre la
utopía liberal y la política práctica. Sólo se estigmatizaron con un
denominador común: la inviabilidad de la nación dominicana, prólogo adecuado
para la historia que Trujillo escribiera. La intelectualidad burguesa que dio
el primer impulso a Trujillo y, sobre todo, el ideólogo del régimen, Alberto
Monegal en El Personero [7] , en pro del nacionalismo y del progreso, nos
demuestran de qué manera el intelectual se convierte en un cuchillo de doble
filo para quien no sabe tomarlo por el asa.
· La otra cuestión es si un
intelectual funcional (legislador) como Monegal que lleva al paroxismo la
figura de Trujillo y todos los acontecimientos de la Era no corre el riesgo de
asumir como verdadera la realidad inventada para el tirano:
-Los intelectuales de la Era, Flaco, trataban
de probar a Trujillo sus infinitas capacidades, ya no de servir sólo como
amanuenses, sino la de estructurar la realidad como una ficción. Creo que
Monegal sabía que a Trujillo este informe número dos sobre su teoría y práctica
de la intermigración para mejorar la raza, le sería leído al Jefe desde la
plataforma de la anécdota; como una curiosidad monegalesca de imbricar un poco
de sazón a la realidad.
-¿Realidad virtual?
-Un poco más que eso, Flaco.
Monegal sólo actuaba en esos fenómenos que implicaban situaciones antropológicas.
[...] ¿Ves este paquete de papeles marcado con un número tres?
-Sí, lo estoy viendo.
-Pues creo que con esto mi tesis
sobre las teorías de Monegal y sus conexiones ulteriores alcanzan una amplia
apoyatura.
-¡Explícate, Gordo!
-En estos papeles, Monegal
plantea a Trujillo la necesidad de mejorar su ganado. ¿Te das cuenta como el
tal Monegal argüía lo que él consideraba mejoramientos biológicos en todos los
órdenes? ¿Recuerdas la anécdota de Trujillo con Juancito Rodríguez y de cómo
surgió la enemistad entre ambos caciques?
-Algo he oído, Gordo.
-Esa enemistad se debió a
asuntos de celos por el ganado vacuno de Rodríguez de parte de Trujillo. ¡Y oye
lo que recomienda Monegal al Jefe respecto al ganado!: [...] Los próximos pasos
para ganar el respeto total de las naciones del mundo será la consecución de la
raza nacional a través de un mulataje que imbrique los residuos inmortales de
la sangre ibérica con los despojos de la aborigen y el salpicamiento de la
negra; esa negra que llegó a América sin desearlo, sin pedirlo, sin siquiera
soñarlo. A esa yunción extraordinaria de carne y fluido esencial deberá seguir
la creación del ganado dominicano. Entonces seremos la isla clase aparte, el
país de la utopía ganada, del sueño real. [...] ¿Estás oyendo, flaco?
-¡Increíble, Gordón! ¡No hay
nada más parecido a Maquiavelo! [143-4]
La
interpretación de la Viuda, en cambio, es mucho más práctica y clave para otro
aspecto insoslayable en El Personero:
-¡Mierda
para Monegal, Castillo! Ese no era nada más y nada menos que un poeta
disfrazado de historiador. ¡Monegal todo lo metaforizaba... se iba a la lengua
de los poetas o, peor aún, a la lengua de los historiadores, o ambas a la vez,
para tamizar, filtrar los sentidos, las palabras, a veces hasta lo inteligible,
hacia las zonas en donde se regodeaba consigo mismo y con el futuro! [246]
Estas
dos últimas citas dejan claro que el personero se permite estructurar
“monegalescamente” una realidad como ficción y nos enfoca en todas las
alusiones en la novela sobre su capacidad de novelar, demostrada cabalmente con
el análisis de La Mañosa de Juan Bosch [181] o con la descripción de la entrada
de los camiones que transportaron la primera ola intramigratoria a la ciudad de
San Cristóbal “como si se tratara de probar a Trujillo que la vida de los
pueblos de mueve como una ficción redimida.” [140]
LA
NOVELIZACIÓN DE LA HISTORIA
De lo expuesto anteriormente, un
análisis más completo del rol del intelectual en El Personero no puede rehuir
al tema de la ficcionalización de la historia: primero, porque la novela es una
ficción sobre la Era que claramente plantea las dudas sobre la validez de la
novela histórica y cómo hacer historiografía, y, por otra parte, porque la Era
se constituyó sobre la estructura de un discurso ficcional que llegó a
construir una realidad paralela o virtual.
Sobre
los siguientes temas, emprendemos nuestras consideraciones. [8]
1. CÓMO ENTENDEMOS LA HISTORIOGRAFÍA
Aunque
la oscilación constante entre los dos aspectos clave y supuestamente opuestos
que se van construyendo a partir de las intrigas históricas propuestas por la
BAM –la validez de la investigación histórica y la novela como un modo de hacer
historiografía- se resuelven en apariencia en el capítulo previo al epílogo de
la novela cuando el Gordo y el Flaco deciden “alimentar los fuegos de la tarde”
con los documentos y las fotografías que hubieran sido parte de una novela, no
es más que una estrategia que pone al descubierto el verdadero interrogante
sobre la Historiografía.
Los
quebrados caminos de interpretación en voz de los verborrágicos personajes que
a lo largo de la extensa novela nos conducen a tomar partido, alternativamente,
por una posición u otra, nos lleva a interpretar la historiografía como el
terreno donde coinciden lo real y las prácticas del discurso ficcional. Lo
interesante es que cuando esta unión no puede ni pensarse se practica una
sutura, base sobre la cual Monegal (léase los intelectuales de la Era)
construyó el sistema de significaciones que dieron cuerpo al mito que también
moldeó el presente de los dominicanos. No en vano, finalizando la novela, el
Gordo coincide en parte con Castillo, escritor de la novela frustrada, “En que la Era de Trujillo es una novela que
estamos viviendo aún. Las fotografías, cartas, libros y documentos de esta
biblioteca sólo forman parte de un capítulo. Lo bueno podría estar por llegar.”
[421] La Viuda, con su pragmatismo habitual asegura: “¡Lo que pasa es que como
sucede en Alemania con muchos secretos a
voces de la tiranía hitleriana, aquí aún El Jefe sigue mandando!” [362]
Aunque
parezca preferible la memoria histórica a la desmemoria, irónicamente, se
convierte en trampa mortal porque “recordar los horrores del pasado” obliga a
recordar sus virtudes y a reconocer al presente “neotrujillismo despotricado,
vagabundo, mucho más ladrón y enfermizo que la matriz copiada.” [422]
El
coro de personajes cruciales en la historia relatada supera en cierta media el
valor de los documentos históricos.
-¿Qué
sabes de la historia, Martínez? Lo único que deseo es que te introduzca en ella.
Hay cambios muy violentos en las vidas de los hombres y a ti te ocurrió uno de
ellos. A través de esos cambios se pierden las perspectivas, los ángulos en que
el frente y la parte trasera se confunden. ¿Has pensado en lo de tu hija, en
cómo te reconocerá la historia?
-¡Mierda!
¡Lo que dices es pura mierda, Gómez! ¡La historia es esta que estamos viviendo,
aquí, en el Trocadero, en esta bohemia que nos rodea y deleita! ¿Para qué
pensar en el futuro o en el pasado, o en este mismo presente? El Jefe nos absorbe,
nos guía, nos detiene y adelanta, y él es un faro, Gómez, no lo olvides jamás!
[378]
La
inclusión de extensos diálogos y de las entrevistas a la Viuda de Monegal, a
Marta Martínez, amante de Trujillo y Monegal, al Trepador Martínez, padre de la
muchacha, y a su segunda esposa, expone a los lectores a la opinión en voz alta
y sin intermediaros acerca del significado de “contar la historia”
Pero,
¡por favor, no anote eso! [ruega Marta], porque hay decires, palabras que sería
mejor que la historia se las tragase y que nadie, absolutamente nadie en lo por
venir, osara pronunciar. Que hay pasajes, trechos memoriales que deberían
quedar como tumba, como sagrada tumba de lo que se pronunció y desapareció, y
no como huesos o carne, o pulpa de fruta que se lanza a tierra; [...] porque
¿qué debe y qué no debe anotarse? [378]
El Personero no resuelve la
controversia porque el verdadero objetivo es plantear la duda. Pero lo cierto
es que la polifonía de opiniones y reconstrucciones teóricas sobre la Era
ahondan el punto e vista crítico y provocan una saludable duda que relativiza
cualquier pretensión de imponer una visión unívoca sobre la realidad como
verdadera. Si un intelectual o los intelectuales orgánicos del régimen
construyeron una realidad como se construye una novela ¿por qué la ficción no
puede ser un modo de abordar la historia y de deconstruir un canon impuesto por
el poder?
2. RELACIÓN HISTORIOGRAFÍA – PODER
No
cabe duda de que Alberto Monegal como el amanuense de Trujillo define a la
historiografía en su directa relación con el poder autoritario. Los
intelectuales de la Era organizaron hasta la exageración la memoria del Jefe
mediante publicaciones masivas y un discurso majestuoso (el mismo estilo que
Monegal utiliza en cada documento dirigido a Trujillo) que definían al dictador
como la “encarnación de la historia” misma. [106] Los hechos narrados,
transformados en los mitos substanciales que atraviesan la Era resultaron
concluyentes para validar
la racionalidad del sistema en la historia dominicana, proyectados a la
sociedad como verdad única.
Con
distintos matices, el canon de obras y autores del trujillismo libra un combate
verbal con el cual subyugan el pasado (y el presente) utilizando en su favor
los tópicos centrales de textos fundacionales desde período colonial. Su
historiografía consiste en la ficcionalización de la historia, no para crear
una tradición (en conceptos de Eric Hobsbawn) sino para imponerse como la
tradición recurriendo a la deshistorización del pasado. Monegal pregunta sobre
Trujillo: “¿Qué éramos antes sin él?”
En
la novela se enfatiza la capacidad del amanuense para crear una realidad
virtual: el “como si” de de Certau se convierte en un abismo entre lo real y lo
discursivo.
Por
consiguiente, el nuevo interrogante gira en torno a la definición y el rol de
los historiadores. ¿Son “poetas” [246] que metaforizan la realidad y que se
autoasignan el derecho de configurarla como el autor de una novela?, ¿los
poetas son historiadores y críticos que buscan desmontar las plataformas sobre
las que se construyó la Era y cuyas consecuencias aún se padecen? , ¿O
simplemente los intelectuales adoptan una moda?
3. CÓMO ABORDAMOS LA HISTORIOGRAFÍA
Todo
lo anterior nos inclina a aceptar la existencia de un punto en común entre la
historiografía y la ficción: ambas parten de una deliberación sobre lo real. En
el caso de la Era, su historiografía se concentra en los mitos fundacionales
que la convierten en un absoluto infranqueable e impuesto a la sociedad. El
Personero suscita múltiples propuestas de interpretación, reflexión y crítica
sobre el mismo período y sobre el presente dominicano e, incluso,
latinoamericano. [cita autores brujos]
Por
lo tanto, no es absurdo abordar el análisis de la historiografía o de un período histórico
desde las obras de ficción que lo apropian como materia literaria y filosófica.
Quizá superen a la Historia por las propuestas sobre la Verdad, relativizando
todo concepto y punto de vista, porque la potencial validez de su contenido
radica más en los significados que evoca que en lo factual.
En
última instancia, la tiranía de Trujillo (como cualquier dictadura) se fundó y
se perpetuó al organizar, intelectuales mediante, un sistema social con los
patrones de una estructura narrativa (la del mito) cuyo grado superlativo de
distancia con lo real configuró una dimensión paralela cuyo único héroe fue el
Jefe. De ahí que “la Era es una novela que estamos viviendo” y que El Personero
es otro espacio de apertura para indagar el pasado y el presente.
4. RELACIÓN ENTRE LA ESCRITURA DE LA HISTORIA
Y LA LITERATURA
En
la relación entre la escritura de la historia y la literatura, Hayden White
encuentra que las obras historiográficas reproducen en sus tramas los
arquetipos de la novela: la comedia, la tragedia y la sátira. Cuando el
historiador aplica inconscientemente –según White- uno de estos patrones, le
confiere a su narración un significado particular. Así es que, desde este
modelo, construye los metarelatos que
dominaron la imaginación histórica en Europa del siglo XIX. Un recorrido por
los trabajos históricos y literarios dominicanos desde el período colonial al
siglo XX [9] realza como factor común el predominio del modo trágico de narrar
el pasado dominicano en el sentido de colisión de fuerzas o elementos
irreconciliables en la naturaleza humana y en la sociedad,
la figura del “Otro”, en una dicotomía insalvable: lo haitiano como enemigo
acérrimo externo y el enemigo interno, el campesinado o la barbarie.
Este
pesimismo intelectual que hoy día se percibe en muchas novelas de los ’90 sobre
la Era se debilita en El Personero y deja el protagonismo a una sátira muy
sutil como lugar desde donde se interroga sin rodeos conceptuales ni
lingüísticos el quehacer histórico y literario. Las
“historias” narradas sobre Trujillo [215-6] además de significar un dinero
extra en estos tiempos de escasez, constituyen el modo de recoger las huellas
que la historia inducida [215-16] ha relegado para silenciar complicidades.
Tales vestigios de una memoria silenciada, a los que Monegal había comenzado a
recoger antes de que le sobreviniera su desgracia, muestran facetas
inadvertidas del tirano que deben ser conocidas por las generaciones
posteriores para que “su juicio acerca
de la historia dominicana más reciente sea más completo” [216]; la ficción
siempre apoyada sobre la garantía de los hechos “...De nada nos servirá
inventar si deseamos reconstruir un episodio que sólo será bueno en la medida
que probemos que fue verdad y no una simple ficción.” [102]
Sobran
las alusiones irónicas a la literatura actual publicada sobre el trujillismo
“...(porque ahora todo el que lo desea se destapa con un libro acabando a
Trujillo...)” [221] El oportunismo se asocia al dinero y al sensacionalismo
“¡Estos papeles de Monegal podrían hacernos ricos! Podríamos publicarlos,
novelarlos, vendérselos a algún periódico, incluyendo las fotografías. Estamos
en una época en que todo lo que huele a Trujillo es noticia que interesa a la
gente.” [49] o, simplemente, a lo que parecería ser una moda que se confunde
con las intenciones honestas de quienes desean abrir un verdadero espacio de
reflexión sobre Trujillo y su época: ...señora
Martínez [...]...se tendría que contar su historia de manera clara y concisa
[...] Podría interpretarlo usted como una salida maniquea a una época que ya
nos ha vendido como de horror y barbarie, y usted sabe [...] que muchas cosas
no acontecieron como se nos pretende vender. [216]
La crítica al lector de este tipo
de novelas y al público en general también señala oposiciones. Por una parte se
habla de una “generación y media que desea leer... saber más sobre Trujillo...
no obstante todo lo que se ha publicado” [49] poniendo de relieve otros de los interrogantes
abiertos por la revisión histórica de
los intelectuales, aquel de que si todo tiempo pasado fue mejor:
-¿Era
aquello pero que esto que se vive ahora? Los jóvenes desean saber si la
desgracia del trujillismo es peor que la desgracia de la democracia. Los
papeles de Monegal no van a descubrir la vida total de la dictadura, pero
podrían ayudar a decir a los interesados en sus misterios cómo vivían, cómo
actuaban sus personeros y, más que todo, qué temores sentían del mismo régimen
al que servían. De ahí, que debamos apurarnos en rebuscar, porque, al parecer,
lo más emocionante, gordín, parece estar debajo de todas esas montañas de
libros... [49]
Por
otro lado, no se pasa por alto el gusto común del público porque “¡La gente lo
que desea es oír mierdas, comparar mierdas con la que le toca vivir
diariamente!” [421] y cierra el misterio sustancial de la potencial novela
–como el Epílogo que el escritor Castillo finalmente les deja- echando por
tierra toda la investigación hecha por los bibliotecólogos.
Un
lector agudizado ahondaría todos los significados que envuelven la
autoexclusión de Monegal, sus motivaciones profundas para consumirse en su
propia salsa; pero los lectores comunes, que son quienes sostienen a los
escritores, lo que buscan es el misterio, el drama que rodea a la muerte
violenta, Flaco. Si la muerte de Gómez se queda en el aire puedes apostar el
fracaso del libro. ¿No crees? [411]
Aunque la valoración de un episodio
se base sobre su grado de verdad, la documentación sola no es suficiente:
-¡Pero
ahí está el dinero, Gordo! Aún no nos decidamos a publicar la historia, tenemos
un paquete de documentos que vale mucho dinero.
-¡No
sueñes, Flaco! Estos documentos, estas fotos, toda esta vaina sólo podría
venderse alrededor de una historia. Sin una historia, nada en la vida vale.
¿Qué crees tú lo fue lo más importante de Julio César, aparte de sus
conquistas? ¡Cleopatra, Flaco... Cleopatra! [...] El dinero está en la
historia, no en las cartas, ni en las fotos,
ni en las muertes! A lo mejor Castillo descubrió
algún resorte, algún intersticio por donde la historia podría desvanecerse,
diluirse y decidió cerrarla así. [421]
Lo paradójico viene al promediar la
novela cuando se tensionan al máximo las dos fuerzas opuestas: documentación
histórica y ficcionalización. Se define a El Personero como una novela histórica sobre los últimos
diecisiete años del trujillismo absolutamente distinta de las otras que se han
escrito porque no será exactamente una novela trujillista. [208-9] Como el
proyecto ha sido abandonado por su mismo autor, la ironía indica que estamos
leyendo un documento único sobre la BAM,
la investigación de los bibliotecólogos y de Castillo porque todo lo que
pudiera resultar evidencia de la potencial novela ha sido quemado [214; 420-1]
La explicación se encuentra justamente
en la cuestión de qué debe ser contado y qué no:
-Monegal
fue un autorrecluso, un autoexcluído del movimiento social y mi socio y yo
hemos considerado que la memoria que fabricó para ser recordado debe permanecer
tal cual. El Monegal del amor, ese que lo sacrificó todo por amor, deberá
perpetuarse en la ficción, en la especulación que la literatura creativa otorga
a los seres extraordinarios para acercarlos al mito. [214]
Con
atisbos de desesperanza se decide truncar la escritura de la novela y lo que se
perfilaba como un proyecto absolutamente distinto desemboca, deliberadamente,
en una reflexión sobre la trampa de la memoria histórica. La desmemoria es
nuestro mal mayor (“En cada vuelta que des por el país te tropezarás con uno,
dos, diez, treinta asesinos que te sonreirán como si nada hubiese pasado, como
si los muertos de los treinta y un años no fueran más que basura.” [421]) Pero
el recuerdo del pasado exige reconocer sus virtudes y, peor aún, revela la
deformación del presente. De allí que el hallazgo impactante de los
bibliotecólogos que revelaba una arista insospechada del régimen es pura basura
que debe ser quemada [423].
Aunque siempre existe el escritor
oportunista que desea sacar provecho de los horrores de la historia, a lo largo
de la novela se sostiene la idea de autoasignarse un espacio diferente del resto
de los intelectuales que distingue a los bibliotecarios y al propio Castillo,
como personaje y como novelista. La propuesta subyacente estriba en escribir
una novela que abra un espacio de crítica verdadero; en caso contrario conviene
desistir como Castillo.
SEGUNDA
CONCLUSIÓN
ALBERTO
MONEGAL y EFRAÍM CASTILLO, INTÉRPRETES
Como ya se viera, hemos
asignado al personero
Monegal el rol
del legislador –siguiendo
la clasificación de Bauman- porque pone en existencia y sostiene toda una Era
de horror y de legitimación del absurdo. Sin embargo, puede argüirse que al
dejar las huellas históricas en su biblioteca de lo que la historia oficial no
cuenta, Alberto Monegal se atribuye también la capacidad de prefigurar un
futuro a pesar de su muerte: ¡Monegal todo los metaforizaba [...]para tamizar,
filtrar los sentidos, las palabras, a veces hasta lo inteligible, hacia las
zonas en donde se regodeaba consigo mismo y con el futuro! [246]
Se
instituye como el primer intelectual crítico de la tiranía, adelantándose a
todos los intérpretes. He aquí la fina ironía de la novela: también se ha
transformado en un documento histórico, crítico y ficcionalizado en torno a la
figura del ideólogo del régimen Trujillista al que en verdad Efraím Castillo
decidió no escribir.
EFRAÍM
CASTILLO EN RELACIÓN CON LA INTELECTUALIDAD DOMINICANA
La problematización de los
equívocos y de la incertidumbre de los intelectuales dominicanos con el
pensamiento del siglo XIX y con la historia dominicana en general, está a cargo
de los intelectuales que luego de la muerte de Trujillo se incorporaron
tardíamente a las corrientes
del pensamiento universal que el tirano había sepultado. Llegaron a República
Dominicana “las ideas del pensamiento social que habían germinado en el mundo
americano en los años veinte [...] y hasta una nueva visión de la historia
comenzó a propagarse [...] estremecidos todos por la gran movilidad social que
caracterizaba la época”. De esta gran movilidad surgen fuertes movimientos
reaccionarios contra la interpretación de la historia, el arte y la literatura
para desarticular controvertidamente la historiografía tradicional. Los
intelectuales, luego de la muerte de Trujillo, comenzaron “lo que es hoy una
visión total del proceso histórico dominicano, desde una intelección que se
basa no sólo en la búsqueda de las fuentes documentales tradicionales, sino en
el cotejo de fuentes diversas en el testimonio de la oralidad y en la
interpretación.”
Los intelectuales que clausuran el
siglo XX con una prolífera producción novelística sobre la Era de Trujillo, se
autoasignan el rol del intelectual intérprete o posmoderno, entendiendo a la
posmodernidad no como un ciclo que reemplazaría al moderno sino como el período
de “radicalización de esa modernidad” donde se problematizan esos vínculos
equívocos con el quehacer social y la
cultura y que, a su vez, permite al intelectual construir un punto de vista
exterior, relativo y crítico (es decir, posmoderno), que percibe a los
distintos proyectos o épocas históricos como contingentes y no totales.
En tal sentido, el intelectual se
ubica como mediador e intérprete del cambio social y deja abierto el espacio
para su autocrítica y, en particular, Efraím Castillo se sitúa a sabiendas en
la línea de fuego cruzado mediante tres rasgos cardinales de las prácticas
culturales modernas (muy en relación con las prácticas de los medios): la
ironía, la distancia crítica y la reelaboración lúdica.
¿POR
QUÉ SE DISTINGUE EFRAÍM CASTILLO COMO INTELECTUAL?
Desmonta los mitos de la
ideología trujillista e implanta la duda sobre la historiografía oficial y
sobre la reconstrucción de la Historia, tan enigmática, intrincada y paradójica
como la BAM, como la misma novela. Es decir: revierte drásticamente a través
del testimonio oral y de la coralidad aquel proceso domesticador de la barbarie
que consistió en la incorporación de la oralidad a la escritura que los intelectuales dominicanos de fines
del siglo XIX y principios del XX preconizaban y que los revisionistas de la
historia deconstruyen. En consecuencia, El Personero se articula fundamentalmente
sobre el testimonio –con la incorporación de la entrevista como género
literario- de quienes fueron
protagonistas silentes de la Era y que en el presente interpretan, también, las
luces y las sombras de tal proceso, superando el valor de la documentación
escrita.
· Desde la línea temporal del
presente de la novela, abre un espacio público de crítica social –centrado
principalmente en la dicotomía trujillismo versus actual democracia-, de
crítica literaria en torno a las causas de la aparición de tanta literatura
sobre la Era y de autocrítica como novelista-personaje que probablemente tenga
su base en los comentarios actuales sobre su obra. [214; 277]
· Hace de El Personero un
lugar común de transgresión que propone visiones desenmascaradoras o
alternativas (recurriendo a las estrategias de los medios masivos) en
conjunción con el desparpajo expresivo y la verborragia organizada como huellas
significantes. Todas las estrategias literarias están al servicio de la interpelación
de los órdenes establecidos históricos, sociales, literarios desde la
perspectiva del presente.
· Nos demuestra que ni
Trujillo, ni Monegal (entiéndase intelectuales de la Era) fueron figuras que
cerraron a la sociedad sobre sí misma a pesar de los horrores de la tiranía. Lo
antes prohibido se piensa ahora. En
consecuencia, el ser social toma forma de una interrogación constante que
diluye toda certidumbre con respecto a un orden establecido y obliga a ejercer
una sensibilidad nueva –posmoderna en el sentido ya señalado- hacia lo
diferente, hacia la historia, hacia los conceptos de nación y democracia,
siempre articulados con un discurso. El riesgo fue –de hecho- es y será la
tentación de un discurso suturante, totalitario en el contexto del pesimismo
intelectual crónico.
· En la pluma de Andrés L.
Mateo, aunque los intelectuales dominicanos tuvieron su revancha contra la
historia dominicana y contra el trujillismo, siguen “pesimistas en la mayoría
de los casos. Atrincherados y humillados pretendiendo dar cuenta de la
posfactualidad del poder. Amanuenses, ancilares de palacio o burdos apologistas
de lo que sea. Escudriñadores silentes del devenir, o parias rencorosos.”
El
Personero, como excepción a la regla, interpela hasta la propia imagen de su
autor y desecha por completo el manto trágico que envuelve a la mayoría de las
narraciones de esta última década sobre la Era. Si Efraím Castillo busca la
resonancia de su palabra en un espacio público a ser también redefinido, lo
hace desde la ironía superlativa probablemente para que su discurso sea
polémico y abierto, para autodefinirse y diferenciarse como intelectual en una
posición determinada y, quizá, para que en el futuro vuelva a escribirse que
“en la aventura espiritual de la dominicanidad, nada hay más parecido a la
patria que sus intelectuales” pero esa vez con el fin de resaltar que como
sector social diferenciado y funcional han concretado –o están realizando- la
utopía de la modernidad inconclusa.
NOTAS
[1]
Op.cit. pp.97 y 103.
[2]
Op.cit. Zygmunt Bauman analiza el papel de los intelectuales modernos y la
conexión de su trabajo con el desarrollo de la cultura moderna mediante un
estudio de la esencia de la modernidad y de la posmodernidad en el análisis de
la cultura. Los intelectuales “legislaban” sobre las opiniones del resto de la
sociedad mientras se creyó que se podía determinar la verdad de las creencias.
Pero en nuestro tiempo, el período posmoderno, se perdió aquella certeza
moderna y se relativizaron nuestros sistemas de valores y creencias. Durante
este período los intelectuales se convirtieron en “intérpretes” de los
diferentes puntos de vista. Este nuevo rol del intelectual tiene consecuencias
directas para el análisis de la cultura contemporánea.
[3]
Si bien nos apropiamos del concepto de posmodernidad de Bauman que se
desarrolla a lo largo de la exposición y se aplica estrictamente en relación
con la novela El Personero, queremos señalar que no es un hecho arbitrario ni
aislado. Esta interpretación de la posmodernidad coincide con la de muchos
intelectuales de la Sociología y de las Relaciones Internacionales asociándola
con el componente ideológico de la globalización y caracterizándola como una
etapa exacerbada de tal proceso que parte del Primer Orden Económico Mundial
(vísperas de la expansión europea hasta el siglo XVIII) y se concreta en el
Segundo. En tal sentido, hablamos de posmodernidad –incluida la propuesta de
Bauman- como el azote furioso de un capitalismo descontrolado.
[4]
Para mayores detalles ver Andrés L. Mateo op.cit.
[5]
Ver Andés L. Mateo, op. cit.
[6]
Al respecto resulta necesaria la lectura de la investigación de Pedro L. San
Miguel, op.cit.
[7]
Vale señalar las notorias similitudes en la composición del personero Alberto
Monegal con la de Manuel Arturo Peña Batlle (1902-1954), uno de los
intelectuales más sobresalientes de la Era así como el más complejo desde un
punto de vista psicológico. Las páginas que de Robert D.T. Crassweller
(op.cit.) le dedica [195-97; 220-21] manifiestan las coincidencias con el
amanuense protagonista de la novela: todo sentimiento era un sentimiento “in
excelsis”, adhesión al trujillismo a pesar de ser contrario a él que desemboca
en una contradictoria devoción extrema por el Jefe, libra una batalla emocional
que lo lleva a l muerte. Según Andrés Mateo (op.cit., cap.VII, p.164) Peña
Batlle, al igual que el personero creado por Efraím Castillo, muere postergado
y dolido en su aristocracia intelectual y relata algunas de las humillaciones
impuestas por el dictador. Mateo afirma que luego de recibir un diagnóstico adverso
sobre su quebrantada salud desde Nueva York, Peña Batlle se encierra, como
Monegal, en su casa a esperar la muerte. Sus lealtades más radicales señaladas
por Crassweller toman forma en El Personero de las teorías estructurantes del
régimen, como analizamos en la presente exposición: a) nostalgia por la España
imperial que lo conduce a su visión trágica de Latinoamérica: la independencia
de la Madre Patria fue un error; b) devoción a ultranza por la fe católica; c)
extrema hostilidad hacia Haití, fobia que lo convierte en el autor intelectual
de la política trujillista de la dominicanización de la frontera haitiana.
[8]
El fundamento teórico de toda la reflexión sobre la novelización de la historia
fue dado por la obra de Pedro San Miguel La isla imaginada, op.cit. y nos
apropiamos deliberadamente de los cuatro conceptos clave que abrieron una nueva
perspectiva en la novela estudiada.
[9]
Ver Pedro San Miguel, op.cit.
BIBLIOGRAFÍA
Bauman,
Zygmunt. Legisladores e Intérpretes. Sobre la modernidad, la posmodernidad y
los intelectuales. Traducción de Horacio Pons. Buenos Aires: Universidad
Nacional de Quilmes, 1997.
Castillo,
Efraím. El Personero. Santo Domingo, República Dominicana: Editora Taller,
1999.
Crassweller,
Robert D.T. The life and Times of a Caribbean dictator. New York: The Mc Millan
Company, 3rd printing, 1966.
Gramsci,
Antonio. “La
formación de los intelectuales” en Los intelectuales y la organización de la
cultura. México: Juan Pablos Editor, 1975.
Mateo,
Andrés L. Mito y Cultura en la Era de Trujillo. Santo Domingo, República
Dominicana: Librería La Trinitaria e Instituto del Libro, 1ª ed., 1993.
Pagni,
A. y von der Walde, E. “Qué intelectuales en tiempos posmodernos o de ‘cómo ser
radical sin ser fundamentalista’” en Culturas del Río de la Plata (1973-1995).
Vervuert Verlag. Frankfurt am Main: 1995.
Posse,
Abel. “La izquierda Justina y los intelectuales” en Argentina, el gran viraje.
Buenos Aires: Emecé, 2000.
Said,
Edward W. “Representaciones del intelectual” en Representaciones del
intelectual. Barcelona: Paídós, 1996.
San
Miguel, Pedro. La isla imaginada: historia, identidad y utopía en La Española.
San Juan de Puerto Rico, Santo Domingo, República Dominicana: Isla Negra/ La
Trinitaria, 1ª ed., 1997.
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