sábado, 12 de mayo de 2012

Las novelas de Pedro Antonio Valdez y Efraim Castillo
Por José Rafael Lantigua


En 1999, aparecieron dos novelas de autores dominicanos que entrado ya el 2000, tuvimos a bien recensionar. No mucho se dijo después, anotada esta literatura nuestra, por esta falta de labor crítica que sumerge en el olvido el trabajo esforzado de nuestros mejores escritores.
            Sólo Trujillo vende. El malditismo trujillista nos acosa insistentemente. Un amigo me lo recordaba hace unos días cuando me advirtió  el éxito que estaba teniendo un libro reciente sobre un aspecto interesante de la dictadura. “No es el autor el que está vendiendo, es Trujillo, me arguyó”. Y es cierto. Lo que se apremia, lo que se lee, lo que enciende el interés de mucha gente es la historia del trujillismo en sus múltiples variantes. Y entonces no es el escritor de esa obra el que puede considerarse exitoso, es el Jefe que aún muerto manda. Sólo Trujillo vende.
            No ocurre igual con los narradores nuestros que hacen una obra importante, que debieran lograr una más amplia lectoría y, como paso previo a ello, una atención más consecuente de la clase intelectual. Viene a colación el tema, como le gusta decir a un amigo, porque La bachata del ángel caído, de Pedro Antonio Valdez, y El Personero, de Efraim Castillo, dos piezas de nuestra novelística más reciente, realmente trascendentes, que se salen del contexto de escasísimas novelas de valor que se publican entre nosotros, no han merecido todavía el reconocimiento y la atención crítica que merecen.
           
Pedro Antonio Valdez
La de Valdez, notable cuentista y poeta, es su primera novela. Obtuvo el Premio Nacional de Novela en 1998 y la publicó la editorial Isla Negra, de Puerto Rico, al año siguiente. Cuando la comentamos decíamos de ella lo siguiente:
            Juego de abalorios que se cruzan y entrecruzan, entre tramas que se construyen y desconstruyen, esta bachata nar4rativa se convierte en ‘opus’ festiva, con trazos de erótica vivencialidad, abarcando todo lo abarcable, con pasión y deseo, con ‘guiños’ directos o supuestos, mientras la realidad se desbroza quejumbrosa y alegre, a la vez milagrosa y pendenciera, siempre oficiante de presencias y despresencias, no por insólitas, imposibles.
            Y en el trozo final de nuestro comentario apuntábamos:
            Valdez construye, sin dudas, la novela del deslumbramiento, la que deberá marcar si se le hace caso como debiera, el fin de siglo en la narrativa dominicana, anunciando —tal vez, al fin— un despertar esperado y logros fecundos en lo adelante. Salpicada de humor y diatriba, confusa pero no confundidora, tenazmente poética, de trozos inmaculados, de prosa jugosa y juguetona, esta novela alcanza un nivel que no han podido lograr otras novelas dominicanas, insertándose definitivamente entre las mejores producciones del género de la novelística latinoamericana más divulgada del momento, por encima de muchos y parejo con otros con quienes Valdez podría perfectamente parangonarse literariamente (Enero 23, 2000).
            Salió entonces meses después, La fiesta del chivo y todo el andamiaje promocional de la que es, sin duda alguna, una gran novela, colocó a Mario Vargas Llosa entre los fenómenos de la escritura sobre el dictador: Trujillo de nuevo vendía, y ahora mucho más porque venía de manos de un linajudo escritor de monta ancha, respaldado por una poderosa editorial. Y los dominicanos desconocíamos que en 1999, antes de La fiesta frl chivo, Efraim Castillo publicaba su novela El Personero, cuya historia se centra en los pliegues infinitos de la dictadura. Insólito. Trujillo entonces no vendió.
Efraim Castillo     

El Personero es, sin embargo, una novela importante dentro de nuestra novelística. En nuestro largo comentario sobre el suceso, escribimos lo siguiente:
            El Personero es, fundamentalmente, la historia de un intelectual trujillista, Monegal, y es también la historia de una sociedad atacada por los diversos flancos de una dictadura que se solaza en su propio plasma de perversidad y mansedumbre, de sombras fatídicas y memoria estrujante.
            Y, entusiasmados hasta el delirio con la trama, dijimos entonces:
            Efraim Castillo escribe una novela alucinante, procaz, atrevida, cruda, punzante, divertida. Sencillamente magistral, la suya no es una novela sobre Trujillo, sino sobre uno de sus personeros. Y es, además, la novela de Ciudad Trujillo, la de la ciudad y su entorno de graves impurezas y desvaríos frente a su ingenua mansedumbre y tropical engalanadura.
            Y decíamos más:
            Novela magistral como pocas en la novelística dominicana… Todavía no alcanzamos a comprender el por qué esta novela no ha provocado el ruido y el entusiasmo que generó ‘La fiesta del chivo’, de Vargas Llosa. Si por aquella se escribieron comunicados, cartas y columnas recriminando al autor por su osadía, por esta de Castillo debieran producirse otras tantas misivas y advertencias. Digamos que es más ‘fuerte’ que la de Vargas Llosa, describe la vida de un personero de la ‘Era de Trujillo’ que resulta fácilmente reconocible, y contienen elementos que la hacen más cruda y pugnaz que ‘La fiesta del chivo’… Se trata de una novela singular, que hace un recorrido por la sociedad trujillista sin reparos ni postigos. Abierta, descubridora, guillotinante, no es sólo la mejor novela de Efraim Castillo, es mucho más, la mejor novela dominicana sobre la ‘Era de Trujillo’ y una que corre de tú a tú con la de Vargas Llosa (Junio 17, 2000).
            Presumo  que todavía hay lectores que no se han enterado de estos dos buenos libros dominicanos. Nadie les ha dedicado un buen párrafo analítico, fuera de nosotros, perdonando la inmodestia. Nadie le ha dedicado una tertulia o una mesa redonda. Y ambas novelas lo merecen. ¿Cómo es posible que dos novelas importantes y marcadoras, hayan salido casi al mismo tiempo, concluyendo una era y anticipando, tal vez, el futuro de la narrativa dominicana, y nadie parezca haberse dado debidamente por enterado?
            No dejen de pasar por alto estas dos novelas en uno de cuyos casos Trujillo no ha vendido y esto es preocupante.
Tomado del libro ‘La palabra para ser dicha’, de José Rafael Lantigua.

martes, 8 de mayo de 2012

Nostalgia Codeana

Por Ramón Colombo
En medio de la algarabía, al centro de la calle, de la Hostos del 14 de Junio a la Palo Hincado de Corpito Pérez Cabral, busqué rostros cercanamente ausentes (Guillén, Pichirilo, Narcisazo, Juan Miguel Román, Amaury y Leal Prandy). En medio del asfalto sin bocinas, rodeado de letreros de ofertas, quemazón, compre lo que quiera, caminé del Sublime de "abajo el que suba" al 1 y 5 que inventó el medio pollo, y recordé las memorables gestas de la calle (la huelga general antibalaguerista, los golpes de Estado de cada mediodía, las marchas armadas de la Revolución Constitucionalista), y extrañé otros rostros lejanamente presentes: Efraim Castillo y sus largos discursos con puntos, comas y comillas; Ayuso y sus versos erótico-incendiarios; Botello y Botellito fuertemente preparados para la lucha armada; Dotel teorizando en la esquina sobre futuros sublevados; Condecito buscando infructuosamente una pared limpia para hacerse urgentemente muralista; Miñín Soto uno, dos, tres, probando algún altoparlante. No. Ayer que volví a revivir todos aquellos rostros y episodios de una épica generacional cargada de puños, gritos y sueños invencibles, puedo decir, con la nostalgia de todos, que El Conde ya no existe.