miércoles, 16 de agosto de 2023

AQUILES JULIAN

 MI HISTORIA PERSONAL CON EFRAIM CASTILLO


Por Aquiles Julián

He tenido un vínculo largo, gratificante y curioso con Efraim Castillo, uno de mis héroes literarios personales. Mi primer contacto con la obra de Efraim fue en los primeros años de los70, cuando fundé junto a Roberto Tavárez, Efrén Ballenilla y otros amigos el «Teatro de la Búsqueda», al que por la onda epocal se le agregó la coletilla «Experimental», por lo cual terminamos siendo el «Teatro de la
Búsqueda – Experimental», TEBUSEX. El grupo surgió en una zona clase media de Los Mina, vinculado a un club denominado «Cultural Seis». Por allí residían Raúl Bartolomé, Domingo Tejada y otros, y desde esos años arranca mi aprecio por él. En el grupo montamos «Viaje de regreso», obra teatral en un acto de la autoría de Efraim. Y la receptividad del público, en las presentaciones que hacíamos en clubes culturales, colegios y liceos, era alta. La obra estudia la angustia existencial de unos soldados que regresan a sus hogares luego de participar en una contienda bélica. Así arrancó la relación con Efraim.

Años después, Efraim, que antes de la contienda de 1965 había incursionado exitosamente en la publicidad, fue una referencia junto a René del Risco y otros escritores, cuando —gracias a Juan Freddy Armando y a la receptividad de William y Darío Vargas que me acogieron en «Extensa Publicidad»— me inicié en la actividad publicitaria a comienzos de los años 80 del siglo pasado.

Efraim no sólo era un ejecutivo y hacedor publicitario, también era un polemista y teórico que sostenía puntos de vista sobre el quehacer de la publicidad y contradecía a otros, defendiendo un espacio profesional ganado a pulso. Es histórica su polémica con el creativo franco-italiano Francois Zillé, importado transitoriamente debido a una alianza entre «Extensa Publicidad» y la agencia europea «Unitrós».

Zillé vino y alborotó el país con sus tesis creativas y publicitarias, buscando lógicamente llamar la atención y atraer clientela hacia su representante local, «Extensa». Efraim le salió al frente, sosteniendo sus tesis y ambos publicaron artículos que yo leía y aprendía de Efraim, no de Zillé.  Años después, Efraim recopiló esos artículos junto a otros y los publicó en un libro.

(Yo entré a «Extensa Publicidad» mucho después. No conocí a Zillé, pese a que mi fraterno Freddy Ortiz me señala a mí como uno de los epígonos de Zillé. De hecho, cuando entré a «Extensa» ya «Unitrós» había descontinuado la alianza, la cual no logró sus metas. Zillé se fue por todo lo alto y le hizo invertir a la pequeña «Extensa» unas pomposas dobles páginas autopromocionales en el «Listín Diario» que lastraron penosamente las finanzas de la agencia. No es sencillo impresionar en una ciudad y un país aldeanos, donde todos nos conocíamos y las cuentas publicitarias se movían —y todavía se mueven— por relaciones personales y no por criterios profesionales).

Años después, comenzamos por el 1977 a promover la «Unión de Escritores Dominicanos», la UED. Su primer y único presidente lo fue el Dr. Víctor Villegas y yo pertenecí como vocal a su primera directiva. Iniciamos una serie de acercamientos a escritores renombrados de nuestro país, entre ellos a Manuel Rueda y también lo hicimos con Efraim Castillo, y ese fue el primer encuentro personal que sostuve con él. Recuerdo que nos invitó a almorzar a varios escritores en «El Mesón de la Cava» y compartió con nosotros impresiones. La UED desarrolló un programa quincenal de actividades en la Biblioteca Nacional, donde estuve personalmente involucrado. Luego, hubo un cambio de directiva en la que no figuré y posteriormente el intento se sumó a decenas de intentos infructuosos de relacionar y organizar institucionalmente a nuestros escritores. Don Víctor siguió fungiendo formalmente como presidente de una institución que no existía, tal como nuestros sindicatos, los llamados «partidos emergentes» y muchísimas otras instituciones que sólo existen de nombres.

Por aquellos años acompañé como un asistente más a Efraim Castillo a aquel acto en el antiguo restaurante «Roxy» de la calle «El Conde», en diciembre de 1982, cuando puso en circulación su primera novela: «Currículum, el síndrome de la visa», y leyó (luego de la presentación que hizo Diógenes Céspedes de la novela) aquel capítulo cargado de «malapalabras» que provocó la exaltación de lo que había quedado de Ramón Lacay Polanco, el cual arrastraba lastimosamente sus últimos años mendigando un trago en la calle «El Conde».

En ocasiones yo transitaba por la calle Enrique Henríquez, donde estaba «Publicitaria Síntesis», la agencia de Efraim, sobre todo cuando por allí vivió mi queridísima amiga Genoveva González.

Efraim evolucionó hacia la novela sin dejar de hacer críticas de cine y literatura, teoría de la comunicación publicitaria, teatro y las campañas con las que producía su medio de vida. Era el «Commander», al que muchos envidiaban bajo las críticas acerbas en que la pequeña burguesía urbana dominicana entretiene sus noches.

Un día  Efraim nos invitó a la novelista Emilia Pereyra y a mí a su hogar y allí nos agasajó con esmero. De él y su esposa Gladys recibimos un trato exquisito, afable y agradable. Y de ese día es la foto en la que estamos juntos. Posteriormente hemos coincidido en algún lugar: en «Plaza Lama», su cliente,  del que es la voz oficial y el asesor por excelencia, su mejor obra comunicacional visto los
imponentes resultados; en las librerías, o en cualquier lugar de la zona próxima al Jardín Botánico, ya que somos vecinos. Él vive en «Los Ríos» y yo en «Altos de Arroyo Hondo III».

Siempre sonriente, siempre fraterno, siempre estimulante. La última vez que le vi me animó a escribir novelas, su pasión. Y me expresó que me enviaría una obra de teatro: «Adán, Eva y los Moluscos», para compartirla con el público lector.

Septiembre 30, 2010.

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