lunes, 12 de abril de 2010

El hombre que volvió



Por Efraim Castillo

AGUARDABA AÚN CON la camisa por fuera y los ojos cerrados frente a la luz de la lámpara. Podía oír, a través de la ventana, la multitud vociferante que se aglomeraba en la avenida que baja al mar, y sólo pensó en el reto por delante, en el hacer del camino. Entró la camisa y llamó al ayudante militar para que le anudara la corbatita de lazo. Una a una las botonaduras encontraron su lugar y los gemelos se acomodaron en los puños de la camisa. Mañana de sol, mañana de brisa en esa mitad de agosto, donde todos sus seguidores esperarían, como después de las catástrofes, la diminuta redención de lo-por-hacer. Después de todo, ¿no es el fenómeno de la esperanza una metáfora, un tropo, una lúdica sensación de conformismo y aturdimiento?

—Doctor, la multitud está impaciente…

—¡Déjalos! —le dijo el hombre a su ayudante y se dirigió a la cómoda butaca colocada en un rincón del aposento y se dejó caer en ella—.  Hoy habrá fiesta en barrios y comarcas... ¡Mañana, tal vez, surgirá la eterna presión de lo que no se hizo y debió hacerse!

—Es casi la hora de partir —expresó el ayudante—. ¿Informo al general?

—¡No! ¡Ellos vendrán porque conocen la hora exacta y, además, se imaginan los nuevos nombres que aparecerán en los decretos! Todo está, en apariencia, en su justo lugar… pero luego aparecerán los desencantos, la pérdida de virginidad de la ficción y la cordura y entonces comenzarán los ataques, el continuum de las viejas estructuras y se recordará, al final, la perdurabilidad del hormigón armado reventándose de varillas con el color de la veleidad.

— ¿Valdrá la pena el sacrificio, Doctor?

—Todo sacrificio será válido si el método empleado guarda la relativa coherencia de mantener la presencia de lo histórico: sin la brusquedad del cambio, sin el atosigamiento de las rupturas innecesarias. Esa es la diferencia entre revolución y continuación. ¿Para qué los traumas sociales sangrantes? ¿Sabes dónde descansa el mérito de la Revolución Cubana?

—No, Doctor… no lo sé…

—¡En la alfabetización! He ahí una ruptura-en-continuación, respetuosa de que lo cambiante no es el alborozo de una consigna hacia la violencia, hacia el estrépito de lo avasallante y quebradizo.

Incorporándose del sillón, el hombre extiende los brazos y el ayudante los cubre con la levita color humo-de-Londres que recuerda la ceniza de Pompeya tras el Vesuvio, o de aquellos lodos hallados en el viejo camino que conduce de Las Matas de Farfán a El Cercado. Frente al espejo, el hombre lanza una pregunta:

—¿Está bien anudado el lacito? —Y el ayudante, observándolo, atina a balbucir, casi en silencio—:

—Está perfecto, señor.

Caminando despacio hacia la ventana, el hombre escucha el bullicio de la multitud y piensa: Podría comenzar el camino… la misma conducción de siempre, la misma rutina donde los cuatrienios podrían llevarme al infierno de la maledicencia definitiva, o a la gloria de una perpetuidad bien amada, digna de inserciones en los catálogos históricos de las buenas obras. Porque es el mismo camino: apenas dos o tres distancias entre punto y punto, entre eje y eje, entre infierno y goce. El reto es un camino pesado o un camino ligero… dependiendo de cómo se juegue con las alternativas, con los lastres de una exportación/importación en desuso, enfrentada a la contracultura del no/calórico, de la concienzuda dieta baja en azúcares y sodios que los baby/boomers están imponiendo como autodefensa tipo Siglo XXI. Será, no puede caberme duda, un enfrentamiento entre las verdades de una tecnología a mil-por-hora y de un bucolismo tercermundista que podría descansar en la venta del paisaje, o en el alquiler de terrenos, vía el arrendamiento quinquenal o, en casos extremos, el alquiler de la Patria. Pero como quiera será arduo el caminar las distancias, el atreverse, siquiera, a tratar de detener la caída sin firmar los acuerdos que llevaron a ese otro abril, diecinueve años después, que aún golpea la conciencia social del país.

—¿Está muy claro el día? —pregunta el hombre a su ayudante.

—Está muy hermoso, Doctor —responde el ayudante—. ¿Nos marchamos ya al acto?

—Esperemos un poco —y muy despacio, el hombre vuelve hacia el sillón y se sienta, llevando sus ojos tras los espejuelos hacia la claridad de la ventana. ¿Podría ser un milagro?, se pregunta. ¡No, jamás creí en milagros! Esto, simplemente, ha sido un regreso, una terrible vuelta en el tiempo, en el apabullante trecho de una realidad inmanejable, dejada deteriorar por equipos sin la debida noción, asaltadas las posiciones sin el raciocinio de una ejecutoria rítmica, endosada a una cadencia sonora, de trasborde, sin el entusiasmo pueril de la cosa que se estrena, concatenándola al pasado, a la penumbra que sobrevive del archivo y la hemeroteca. Pero, ¿por qué desechar el milagro? ¿No es posible, así, remontarse a unos doscientos años atrás y emprender la sensación de una fe reencontrada? ¡No! ¡Nada de milagros! Esto es tan concreto como lo ya apuntado: como las vías y los edificios, como las avenidas y los acueductos, como las murallas y los tótems. ¡Ay, si lo concreto de lo construido hubiese sido paradoja y papiro! ¡Cómo explicarlo! ¡Cómo aposentar al hombre en el orgullo del pasado! Se podrá defender el discurso memorial de lo empírico como sustancia primaria del aleteo popular, de toda una unión de coyunturas, estructuras y fenómenos comprobados… Pero si lo preciso de la ruina no superviviera como prueba del pasado, ¿se creería en Nefertitis o en Ramsés, en Julio César o en Gengis Khan? ¡Ah, entonces esta podría ser una tesis de grado, pero sin confundir una cosa con la otra! Porque es el remonte a lo que podría referirme, dejándome llevar un poco hacia atrás, hacia el camino pretérito de los abuelos y ascendientes de este amasijo ingrato de razas que nos azota como simbiosis trunca y que retrasa, en débil equilibrio, el futuro que nos aguarda. Porque, ¿qué somos, realmente? ¿Negros? ¿Mulatos? ¿Indios?

Peña Batlle jodió a Trujillo con la palabra indio y la suspendió de una historia vulnerable, ingrata y mentirosa, llevándonos hasta este punto en que deseamos ser lo que no somos. Pero a partir de hoy no podrá continuar esa política de subterfugios y quimeras y rodaremos como piedras de río hacia la tesis del profesor Chamberlin, de 1933, para impulsar la ausencia de incertidumbres, recurriendo a la elasticidad frente a la demanda… Porque, ¿qué es el mercado, el país, sino una estructura de entradas y salidas sujetas a condiciones variables? Todo el corpus, toda la estructura superviviente de estos ocho años de atrasos ha enlazado a mi favor un laissez faire, laissez passer bonapartista, pero sin el quebrantamiento de los derechos que violé en mis otros gobiernos, como fruto de circunstancias extremas. ¿Qué querían? ¿Acaso deseaban que la guerra fría perturbara cada rincón del país con sus cargas de misterios, de pesquisas inútiles y visiones quiméricas?  ¡Ah, si la Unión Cívica se hubiese alzado con un poder que no podía sostener la verborrea infantil de Viriato Fiallo! ¿Adónde hubiera llegado este suelo que menospreció a Duarte y lo condenó al exilio? Cuando salí como un ente fugado a destiempo, como una sombra humillada por el sol, en 1962, nadie, ¡absolutamente nadie!, me tomó en cuenta para aquel glorioso retorno ayudado por la pólvora yanqui…  ¿Es este, entonces, uno de los resultados del destino? Porque… ¡no, no se puede confundir sacrificio con apetencia: esta nueva toma del poder está vinculada a otra situación o, mejor dicho, a otras esferas con discursos diferentes, en donde podría operar la funcionalidad de una multiconciencia, de una ideología en que se pluralizan la concepción del bienestar con la ocupación de un espacio, por parte de aquellos a los que la esperanza no ubicó en las parcelas políticas eficientes! ¡Ah, la masa silente! ¡No la hay ya; la masa silente ha tomado formas diversas a partir de la Avanzada Electoral y a otras mascaradas que podrían entrar en redivivas contradicciones con sus operarios de turno! Lo que me espera es una apertura total hacia lo humano, con ligeras incorporaciones de permisividad y, luego, un dejarse caer sobre el espaldar de la silla presidencial a sonreír de las contradicciones. Y desde ese asiento mustio, al que llaman y repiten como cotorras mi sentencia de que no es más que una silla de alfileres, enfilaremos las evocaciones hacia Madrid, París, Bogotá, Buenos Aires, México, San José, Caracas… todas las ciudades y villas, caminos y lagos perdidos entre montañas y desfiladeros, pero siempre con la sensación de soledad entre mis labios y preguntándome que ¿dónde, dónde habrá quedado aquella joven de piel aceituna y ojos negros, aprisionada por mis manos en el Boulevard Raspail, presintiendo que al alejarse se alejaba para siempre la virtud de sentar cabeza? Sí, desde ese asiento mustio, inmutable como un laberinto impenetrable, quedará finalizada mi plataforma de sensualidad, sin las represiones ni atropellos cerebrales que desvían los discursos… ¡y sin la fomentación de los clásicos ensueños que pervierten los entusiasmos!

—Doctor… —el ayudante ha llamado al hombre y éste viola sus pensamientos para atender el llamado.

—Sí, dime.

—Han llegado los generales.

—¿Cuáles? ¿Los de verdad, los que aún quedan de uniforme? ¿O los saltimbanquis, los payasos del séquito ambulante?

—Lucen mezclados, Doctor. Pero...

—¡Dime... dime!

— ¡Todos están uniformados!

— ¡Ah, esperan la reincorporación!

—Así parece, Doctor.

—¡Déjalos! ¿Es la hora, ya?

—Casi, señor…

—¡Cálmalos, entonces! ¡Despáchalos! Diles que llamen después de los actos. –El hombre vuelve la cabeza hacia las pisadas que se alejan y llama—: ¡Escucha! ¿Hay civiles entre los que aguardan?

—¡Muchos, señor! ¿Les digo lo mismo?

—No, no les digas nada. Pídeles que escuchen y después resuelvan, porque los futuros personeros estarán impacientes delante de la multitud, con sus trajes blancos de dril o de pesada cachemira oscura; estarán aguardando a que los papeles inserten sus nombres para así alojarse en la cúpula, en la vuelta, en lo que, para ellos, podría ser la última oportunidad de sus vidas. ¡Qué cambios! ¿Adonde habrá volado el espíritu de Peña Batlle, o de Arturo Logroño, o de Ortega Frier, o de aquellos otros cuyo intelecto podía incrustarse en el discurso de la práctica de Estado, con todo y una conciencia de real poder y de percepción teórica? La organicidad de una intelliguentsia verdaderamente inquisidora, anecdótica e inmersa en nuestra realidad social sin los brillos del efectismo politiquero, ¡ha desaparecido para siempre! ¿Cuándo volverá a resurgir, como Ave Fénix, como una sensación retórica de comprensión de lo dominicano otra pléyade de verdaderos pensadores? ¿Será tan difícil agruparla? Porque sé que la hay… Sé que por ahí está dispersa una carnada de productores culturales que podrían insertarse en este discurso mío que ya luce tan pesado y cruel, y ellos podrían tomar la bandera de lo político/literario y pasearla por nuestras ciudades y campos, llevando la luz que se evapora, las esencias que se volatilizan de nuestro entorno desgraciado. ¡Ah, si me suministraran la cooperación de un Veloz Maggiolo, de un José Israel Cuello, de un Franklin Domínguez, de una Grey Coiscou! ¡Ah, si me dieran lo mejor de esas generaciones que se arremolinaron en los románticos 60’s! Porque es tan sólo una pequeña dosis de preparación política cuanto necesitan; hacer una práctica despaciosa de la operación del Estado; trabajar con la idea sacrosanta de que país, república, nación, no es más que una abstracción, una ilusión redentora de ánimos y sonrisas; que lo sacrosanto de la patria podría reivindicarse en la búsqueda del amor. Feliz, muy feliz ese Antonio Guzmán que tuvo su Incháustegui Cabral, y desgraciado del que lo siguió, que se apoyó en la ausencia total de la organicidad intelectual como un heredero de la praxis. ¡Es que no puede existir la evasiva, el abrupto salto de un escalón vital, la glorificación del consejo preciso, espacioso y lleno de tiempo, sin la recurrencia al culto del experto, a la maduración que se encuentra implícita en la educación para el educador y en el consejo para el consejero, echando a su debido lado las sobras de las aberraciones, las distorsiones y los sobresaltos de lo que los tecnólogos tratan de atrapar en la incultura! No, no es pasándole por encima a este desastre como podremos entenderlo: es estudiando los propósitos de los que importaron los tecnólogos para tratar de reírse de nuestra incultura, como podremos entenderlos y neutralizarlos. Los patrones están aquí; esos patterns, esas matrices sociales desprovistas de todo vestigio conductor del gran salto, de la fotocopia china, o coreana, o argentina es lo que deberemos superar para hacer avanzar esta republiqueta. ¿Se puede, o podría, saltar el escarnio de la prisión que encierra la no/educación y su mezcla a una democracia demasiado fusionada a la exteriorización de la geopolítica? ¡Por Dios, no se puede encontrar esa fotocopia! Es lo simbiótico ayudado por lo practicado, como actividad subjetiva conducente, lo que podría activar la nueva memoria; tal como un riachuelo que se vuelca en la convergencia para formar la definitiva corriente de río y gran agua.

—Están ahí, Doctor; ya se apretujan para verlo, para tocarlo, ya no como candidato triunfante, sino como recogedor de la desgracia, del desastre, de la deuda y sus contornos. ¿Qué les digo, Doctor? ¿Podría recibirlos antes de que como cosa tomada y nombrada, se le tenga que llamar de otra forma?

—¡Déjalos ahí! ¡Que escuchen todo cuanto tengan que escuchar y obedezcan todo cuanto tengan que obedecer: estos tiempos mandan algo más que los apoyos políticos: el nuevo mando requiere de la formación de un nuevo material humano gastable, porque el probado no sirvió y tres cuatrienios fueron la mejor de las pruebas! ¿Aparecerá material a mano? ¿No fallarán los nombres insertados en los decretos? Tendremos que, ineludiblemente, inventar a la carrera los hombres y mujeres para la emergencia que se avecina, si no resultan los seleccionados. ¿Crees que aparecerán otros? El partido luce exhausto y me echarán en cara la no/selección de nuestros cuadros. Pero, ¿quién podría tomar el papel de los desaparecidos, de los consejeros gratuitos y con fe en el país que me servían con sus caudales de opinión? ¿Dónde conseguir a otro Polibio Díaz, a otro Luís Julián Pérez? Sabes bien que no puedo osar pedir prestado al último hombre del exilio, su material humano gastable; sabes bien, que este corpus ideológico que poseemos no soporta el leve peso de un discurso cuya conciencia requiera de la maduración. ¡Ah, si supieran, si comprendieran que los pasos míos, no sólo me condujeron de un espacio/tiempo de treinta y cinco años a la posesión de un peldaño político, sino que requirieron de miles de libros y millones de palabras tragadas y digeridas para poder insertarme en esta tremenda realidad nacional! Todos quieren correr, saltar, trepar por la escalerilla del patrimonio público sin comprender, antes, que es preciso aprender, aquilatar y adquirir la dimensión del ser apto, para valorar el En-Sí y poder asimilar lo que es necesario e innecesario…

—¡Doctor, están empujando la puerta, desean entrar a verle… antes de que el título que le otorgarán en el Congreso los separe de usted por algunos años luz!

—¡Déjalos y cálmalos! Explícales la importancia de este descanso, de esta tomadura de aliento antes de enfrentarme al nuevo reto, al nuevo desafío que probará si la tesis del continuum no es más que una herejía decimonónica, superada como las prácticas sepultadas en los atardeceres de la historia. Ellos, mejor que tú, que yo, tendrán que asumir la responsabilidad de que las aguas, los vientos, las espumas, inclusive, de las mejores olas, demandan de calmas y fragores. ¡Ya nos juntaremos en la osadía, si así puede llamársele, de una nueva aspiración! Pero, mientras tanto, ellos, o una parte pequeña de ellos, no podrá juntarse conmigo en este capítulo que se abre para borrar los escollos de las circunstancias; una parte de ellos tiene, aún, una herida que no cierra y que ocasionó la pequeña marginalidad de mi triunfo, obligándome a sentarme a discutir condiciones aberrantes que no tenía que haber discutido. ¡Diles, invéntate excusas, argumentos pueriles o satisfacciones de contratas y embajadas; ese es tu problema… no el mío!

—Pero, Doctor, ¿y a los generales? ¿Qué les digo?

—A esos no les digas nada. Esa es una parte de la estructura rota y cosida por tres cuatrienios atosigantes.

—¿Comprenderán, Doctor? 

—¡Tendrán que hacerlo!  La comprensión ya no está para pedirla prestada, sino para comprarla o aprehenderla y llevarla consigo. Es mi nombre versus sus nombres; es mi conciencia versus sus conciencias; es mi gloria versus la de ellos. En este empate con Buenaventura, la mediatinta no juega ningún papel, ni siquiera el de pitcher tapón en una liga de escarnio. Sí, no les digas nada: enfrentarán el reto. Después de todo, ese material está conectado a una organización del pasado, a una verticalidad que se hace silencio, comprensión, asimilación, obediencia y lodo, tal como acontece en los organismos hechos para el hacer-sin-pensar.

—¡Ya es la hora, Doctor!

—¿Ya?

—¡Sí, señor!

—Entonces, vamos —con gran esfuerzo el hombre se levanta del sillón y el ayudante corre a su lado para sostenerlo. 

—Doctor… ¿está todo bien? ¿Se siente bien?

—¿Tú qué crees?: mi memoria está en su sitio: no es asunto de ver, de otear un horizonte cuya confusión no está en la forma, sino en el contenido; no en los colores, sino en la mixtura y la memoria… ¡Y es así que tiene que ser!: un todo, una totalidad de englobamiento y amarres para que la continuidad permanezca inalterable. ¡Memorias a lo Telésforo, a lo Abelardo, a lo Arturo, a lo Marrero, a lo Emilio, a lo Vidal Torres! ¡Memorias de un tango que ya no se baila, ni se contorsiona, ni se arremete en las salas de fiesta, ni se pide prestado, ni se alquila! ¡Memorias, sólo memorias dentro de la gran memoria y una imaginación para alcanzar ciertas estrellas demasiado lejanas y escondidas!… ¿Y todo para qué? ¿Para llenar el vacío y cruzar el empate con Buenaventura que tendré que romper más allá de estos cuarenta-y-ocho meses que contaré día-tras día y hora-tras-hora, construyendo lo que nadie será jamás capaz de construir, por aquello de las pequeñas fobias históricas atrapadas en las megalomanías y que yo, haciendo caso omiso, descargo a base de block-sobre-block y varilla-sobre-varilla? Pero dime, ¿no es acaso así? ¿No requiere este pedazo de isla un mejor testimonio, un mejor futuro que esos edificuchos coloniales que nos dejó como recompensa de sus raterías, de sus abusos y maldiciones, una España que nos abandonó a destiempo? ¿No somos dignos, quizás, de que los muchachos del año dos mil cincuenta  vean y disfruten de un trecho esplendente, sin la ridiculez de unos callejones sin sentido y hereden una conciencia parecida a una Liliput sin Gulliver? Vamos, que habrá sorpresas; habrá tiburón virado: mi nombre no podrá ser ligado a esos jardines colgantes de Babilonia impresionados en kepis de mil sudores, ni en los cadáveres que tendrán que salir a flote en busca de los culpables. ¡He vuelto, he regresado, y este retorno no será borrón-y-cuenta-nueva! ¡Este regreso no podrá ser excusa para una alienación-en-extenso ni para el continuum del terror! ¡Este regreso será un-dejar-hacer en que se unirán nuestra endeble democracia con la mala educación, los semáforos irrespetados y los buhoneros buscavidas!

—¿Le pongo la banda, Doctor?

—Vamos, colócame la misma banda del último cuatrienio y oriéntala sobre estos hombros alicaídos por los años y el peso de la gran memoria: todo aprendido: palabra por palabra: edificación por edificación: premura por premura: block tras block: ahí está la historia delante de mí y tengo que alcanzarla con este y el próximo regreso.

—¡Sí, Doctor, usted ha vuelto y el carro número uno le espera para abrir sus puertas frente a un congreso que le respeta! ¿Nos vamos ya?

—¡Sí, habrá sorpresas porque la historia me pesa! ¡Habrá sorpresas porque ya los tiempos de contar centavos lucen devaluados! Pero dime, ¿y esas voces? ¿De quiénes son esas voces que se confunden con la luz?

—¡Hay una multitud, Doctor, aguardando su salida!

—¿Buscan empleos, prebendas?

—¡Buscan lo de siempre, Doctor! ¡Verlo, tocarlo, pedirle algo por el voto depositado!

—¡Ah, cuántas sorpresas habrá para los buitres y los lobos! ¡Cuántos dolores para los que han retornado con el pasado a rastras… como las sombras!

Efraim Castillo
agosto, 1986.

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