domingo, 25 de abril de 2010

Ponencia de Efraim Castillo en Coloquio de la FIL 2010


Las marcas de la guerra en la creación literaria


Por Efraim Castillo

1. Introducción

MUCHO DESPUÉS DE los sucesos que se iniciaron aquel 24 de abril del año 1965 —de los que tanto se ha hablado y se hablará—, y ya rotos y disipados los paradigmas que los precedieron (la muerte de Trujillo y el golpe de estado a Bosch), los cuales acarrearon una división dentro de las Fuerzas Armadas y una revuelta popular que se convirtió en Guerra Patria tras la intervención norteamericana, las miradas hacia atrás bosquejan esa fecha como un recuerdo anecdótico, casi como una singularidad donde se entrecruzan los heroísmos y las villanías y se prefiere recordar estos sucesos así, porque nadie —o casi nadie— acaricia la idea de hablar de los eventos tal como acaecieron o significaron: como un triunfo esporádico que se convirtió en derrota, y es por eso que la trucan, la aderezan y la venden para que lo que se inició ese sábado soleado de hace cuarenta y cinco años, sea olfateado de igual manera a como se aprecia una tentativa de salvación, o un esfuerzo ciclópeo para alcanzar la gloria y, quizás, ¡la utopía! Y esto se recuerda y se narra así, posiblemente con la intención de ocultar lo que Juan Bosch escribió y gritó —para alertar a los historiadores de que lo que comenzó como un movimiento para devolverlo al poder, se convirtió cuatro días después, el 28 de abril, en una guerra patria.Pero lo más importante del trazado que ha venido marcando la cartografía de la revuelta de abril y su conversión forzosa en guerra patria —una ruta en donde cada día se incorporan más protagonistas— fue que trazó múltiples vertientes para modificar la historia, no sólo de la República Dominicana, sino de Latinoamérica y el mundo. Para nuestro país, verbigracia, los días 24 y 28 de abril de 1965 posibilitaron el regreso de Joaquín Balaguer, quien se alzó con las basuras de aquellos acontecimientos y las recicló para utilizarlas en la manipulación del país a su antojo durante doce violentos años, permitiendo que una escuela de corrupción y barbarie creciera hasta las dimensiones que observamos y padecemos hoy. Aquel 24 de abril de 1965, también nos marcó con una frustración que, para muchos, aparenta ser absurda, pero que no lo es, porque su evocación, a veces dolorosa, sorda y ácida, se convierte en un apasionante equipaje de sorpresas, ya que las sospechas, como conjuros, aguijonean las angustias y es, entonces, cuando afloran las fantasías y Abril se convierte en la presencia que tratamos de comprender este día.

2. Los escritores dominicanos antes del 24 de abril de 1965.Meses antes de aquel hito, de aquella fecha de conmoción, escarnio y esplendor, los escritores dominicanos, sobre todo los que nacimos entre los años 1935 y 1942 y que contábamos desde los treinta, los mayores, a los veintitrés años los más jóvenes, nos encontrábamos rodeados de una relación de fenómenos completamente diversos: nos aguijoneaba un trujillismo achacoso, pero que repercutía en la educación recibida, en donde el dictador era dueño absoluto de los resortes; nos deslumbraba el existencialismo sartreano en todo su esplendor, porque habíamos descubierto, estudiándolo, que el nacer estaba atado irremediablemente a la muerte; y nos atraía el naciente y contagioso fulgor de la revolución cubana, donde Fidel y el Che irradiaban un extraordinario encanto en el Olimpo mágico de la aventura, reflejando sueños y fantasías gloriosas.Los jóvenes escritores de entonces, como Franklin Domínguez, que hoy es el rey de nuestro teatro, era entonces el príncipe de la escena y sus Espigas maduras espolvoreaban el gluten de las candilejas; como Marcio Veloz Maggiolo, el poeta, dramaturgo y narrador que levantaba la admiración de nuestra crítica y que ahora es el indiscutido maestro de nuestra narratología; como Grey Coiscou, que con su poemario Raíces catapultó la claridad de un sendero señalado años antes por Carmen Natalia Martínez y Aida Cartagena Portalatín; como Ramón Emilio Reyes, que se adentró en el relato bíblico junto a Marcio y Carlos Esteban Deive, para devolvernos la expectativa de retornar a los credos; como Iván García, que extrajo la sustancia de una puesta en escena absurda para vincularla a este trópico del dolor; como Miguel Alfonseca, cuya voz convirtió en presencia viva la metáfora silente de la angustia; como Antonio Lockward Artiles, cuya evocación de los cultos lo impulsaron a escribir poemas y relatos asombrosos; como Juan José Ayuso, que esgrimió y esgrime la brevedad sobre la rampa de lo participativo, convirtiéndonos en cómplices de los tropos; como Jacques Viaux, el silencioso profesor de francés domínico-haitiano que sorprendió la tribuna de la crítica nacional con una poesía que trascendía las fronteras y los siglos; como Jeannette Miller, la niña de la calle Doctor Delgado, que a sus veinte años desbordó la paciencia de la urbe con sus atrevidos versos; como Héctor Dotel, que desvistió los fantasmas del sur para introducirlos en los cenáculos de la aurora; como Rafael Añez Bergés, que operó un teatro cuyos personajes, como marionetas del destino, señalaban los nuevos tiempos; como Armando Almánzar Rodríguez, siempre dispuesto a narrar el sarcasmo del oprobio para resucitarlo en la utopía del cinematógrafo; y como René del Risco, un tambor sonoro en la alborada, que transportó desde San Pedro de Macorís la alegría de las simbiosis para encurtirlas en esta ciudad, ya condenada a los enfrentamientos entre los halcones y las palomas. Sí, aquellos jóvenes del ayer pretendido, del ayer conturbado, pero llenos de la pasión que bulle en la búsqueda del horizonte, fueron los protagonistas culturales de ese movimiento de heroicidad y esplendor que, uniéndose al grafismo capitaneado por Silvano Lora, inyectaron a la revolución y la guerra patria de abril una luminosidad cultural que completó el círculo de la resistencia. Sin embargo, es bueno apuntar que desde la otra cara de la cultura, de ese perfil que pertenece a la redacción de las alocuciones y proclamas de los estruendos históricos, es preciso introducir a otros jóvenes que, como José Israel Cuello, Asdrúbal Domínguez, Narciso Isa Conde y Bonaparte Gautreaux Piñeyro (Cabito), apoyaron con sus escritos —junto a Hugo Tolentino Dipp y Jottin Cury— la sostenibilidad de la revolución y guerra patria.  3. La resistencia cultural como fortaleza de los pueblos.Y es que todo movimiento que resiste al asedio de las armas —sea este asedio de fuerzas extranjeras o nativas—, o a la penetración de unidades de transmisión cultural (como los memes[1]), si no cuenta con la participación de un frente integrado por escritores y artistas comprometidos con una ideología, está condenado a la derrota y se hunde en el olvido. ¿Acaso no registra la vencida República Española un mayor despliegue heroico que el triunfante ejército franquista? Esta gran repercusión a favor de la República se debió a la participación de una extraordinaria ofensiva propagandística de la Generación del 27, que durante la proclamación de la República y luego, durante la Guerra Civil, llenaron los espacios culturales de España y el mundo con poemas y relatos que prodigaban las bondades de una nueva España. Así, los testimonios de Pedro Salinas, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, León Felipe, Miguel Hernández,Rosa Chacel, María Zambrano, Manuel Altoaguirre y Emilio Prados, integrantes de aquella prodigiosa Generación del 27, resuenan gloriosos para perturbar los vítores de los triunfadores franquistas, en un mundo que no puede olvidar la barbarie. Inclusive, el mural Guernica de Picasso, realizado en 1937 —en plena Guerra Civil— fue parte de esa resistencia cultural que denunció las brutalidades que los ejércitos fascistas y nazis cometían en España.Y lo mismo aconteció, por otra parte, con la victoria soviética en Stalingrado, donde la derrota del VI Ejército Nazi, comandado por el mariscal Von Paulus, no sólo se debió al fuego de los cañones rusos, sino también a la gran legión de los escritores de guerra soviéticos, como Ilya Ehrenburg Konstantin Simonov y Vasili Grossman, entre otros, que, como subraya el novelista Viktor Nekrasov en su novela de En las trincheras de Stalingrado (1946), con sus escritos volcaban en el espíritu ruso los valores esenciales para resistir la agresión. Nekrasov afirma que los relatos, poemas y artículos periodísticos de los escritores de guerra eran “leídos y releídos hasta dejar los periódicos hechos trizas”[2]. Y es que tanto en la derrota como en la victoria, las guerras crean en los escritores y artistas un sedimento imborrable, un espíritu de lucha que filtra en las evocaciones el sabor sorprendente de una nostalgia, que aun impacientando el aliento, provoca el sobresalto por la pérdida, por el quebranto de un placer sin retorno, en donde lo humano se vierte en el dolor, el amor y la muerte. Marta Traba bosqueja lo que es una falta de interés en la lucha contra la agresión cultural y, por lo tanto, en la creación de un frente cultural, en un ensayo publicado en 1974 con el título La cultura de la resistencia[3]: Aunque la cultura de la resistencia haya florecido en el desierto, el desierto no es, normalmente, un ámbito estimulante. Lo normal es que a la anomia[4] social corresponda una anomia creativa, una debilidad constante ante las invasiones culturales y la docilidad mimética. Esto es lo que ha inducido a estudiosos de muy diversa extracción a ver a América Latina como un campo cultural devastado, exangüe, donde la dependencia ha marcado de modo irrevocable toda la producción creativa.Es decir, sólo la firmeza de los pueblos, o de alguna fracción de ellos, ante la penetración cultural —violenta o no— es lo que determina la defensa fundamental de su pluralidad y creatividad.  Y deseo que se lea la palabra cultura como el entorno artificial, como el conjunto de patrones que conforman una sociedad: lengua, arte, vestimenta, rituales, etc.

4. La resistencia cultural en la ciudad sitiada.Pero, ¿qué fue lo que impulsó a la Generación del 60, a Iván García, Miguel Alfonseca, Antonio Lockward Artiles, Juan José Ayuso, Jacques Viaux, Rafael Añez Bergés, Armando Almánzar Rodríguez, René del Risco, así como a algunos de los que integraron la Entregeneración del 50, entre los que hay que destacar la figura de Franklin Domínguez y, para mí, a la figura señera del grupo que conformó La poesía sorprendida, Franklin Mieses Burgos, (que se mantuvo firme en su hogar de la calle Espaillat y se enroló en el movimiento de artistas creado por Silvano Lora), a formar parte de la resistencia cultural contra el asedio del CEFA[5] y la intervención yanqui?


Para conocer a fondo lo que impulsó al grueso de los escritores dominicanos y del resto de Latinoamérica a abrazar para sí los motivos esenciales de una revolución totalizadora y capaz de renovar las bases de los lenguajes estéticos, habría que realizar un estudio detallado sobre los escenarios geopolíticos de aquel estadio histórico, en donde la guerra fría estrenaba nuevos frentes:

a) se inauguraba la revolución cubana, en 1959 y su posterior conversión en socialista, hacia 1961;

b) se daba inicio al final de las más sangrientas dictaduras en América Latina, comenzado a mediados de los 50’s con el derrumbamiento de Perón en 1955, y continuado hacia la mitad final de esa misma década con las caídas de Rojas Pinilla, en 1957 en Colombia; Pérez Jiménez en Venezuela, hacia 1958; en 1959 con Fulgencio Batista, en Cuba; y aquí con Trujillo, en 1961;

c) las descolonizaciones de África, con el Congo y Argelia a la cabeza; de Asia, donde el espíritu de la batalla de Dien Bien Phu, en 1954, cuando los vietnamitas derrotaron al ejército colonial francés, llenaba aún el corazón de un Vietnam dividido;

d) Juan XXIII deslumbró al catolicismo latinoamericano y mundial, anunciando en 1959 el Concilio Vaticano II, y con la promulgación en 1961 de la Encíclica Mater e Magistra;

e) Theodore Levitt lanzaba desde Harvard sus teorías sobre el naciente marketing, tras el inicio de la sociedad de consumo;

f) Yuri Gagarin ya había surcado el cosmos en la Vostok I, en 1961;

g) Ese mismo año comenzó a construirse el muro de Berlín y la guerra fría se intensificó al rojo vivo;

h) el rock’n roll se internacionalizó con los Rolling Stone y los Beatles;

i) y el poema Howl, el gran Alarido de Allen Ginsberg —escrito en 1956, cuando la beat generation era la voz que anunciaba los nuevos tiempos— resonó como un trueno en los cenáculos subterráneos de los hippies: He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial a la dínamo estrellada de la maquinaria de la noche[6]

Y esos acontecimientos no sólo repercutieron en la intelectualidad de un mundo que buscaba afanosamente nuevos horizontes de expresión, sino que la impulsaron a militar activamente en dicha búsqueda, tal como hizo la Generación del 60, formando filas en 1962 en el movimiento cultural Arte y Liberación, creado por Silvano Lora, José Ramírez (Condecito), Antonio Toribio e Iván Tovar, que fue la base para el aglutinamiento de los escritores y artistas en la revolución y guerra patria de abril, dirigiendo sus trabajos hacia la integración del pueblo con el arte y haciéndole partícipe de una estética comprometida con sus reivindicaciones. En esos noventa y pico de días (desde el 28 de abril al 3 de septiembre), las veinte y pico de cuadras que conformaban el Gobierno Constitucionalista vio y escuchó recitales poéticos, exposiciones de pintura, obras de teatro, conferencias sobre arte, edición de libros y, lo más importante, todo escenificado desde el ronco grito de la emancipación total, de esa soberanía que brota esplendorosa desde el alma y el corazón de los hombres y mujeres que, empuñando las armas de la razón y la justicia, pueden gritar a todo pulmón: ¡Somos libres… somos libres!

Abril 24, 2010. 


[1] Los memes son imágenes condensadas que estimulan asociaciones visuales, verbales, musicales o conductuales que son fácilmente imitables y transmisibles.
[2] NEKRASOV, Viktor: En las trincheras de Stalingrado. Editorial Universal. Santa Fe, Rosario. Argentina. 1950.
[3] TRABA, Marta: La cultura de la resistencia. En Literatura y praxis en América Latina. Monte Ávila, Caracas. 1974.
[4] La anomia es un término introducido por el sociólogo Emile Durkheim y se refiere a la falta de normas o incapacidad de la estructura social de proveer a ciertos individuos lo necesario para lograr las metas de la sociedad.
[5] Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas, con asiento en la base aérea de San Isidro.
[6] GINSBERG, Allen: Howl (Alarido). Publicado en 1956.

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