Por Efraim Castillo
Si alguien se atreviera a establecer un fluir del hálito o una transmisión de sapiencia en la vena equivocada del ser, ese alguien —para que se llenen de grafitis todas las paredes del mundo— tiene nombre: Armando Almánzar Botello, un emboscado ventrílocuo de cultos opuestos y plegarias irredentas, cuya misión, separada de las sospechas que despiertan sus sentencias, se vertebra como la de un flâneur que busca la reconciliación del atascadero citadino con el estallido humano de la aldea. Pero que no se confunda esto con el atajo de los oportunistas irredentos, que disparan sus palabras para sorprender y menoscabar. En Armando, las palabras se enuncian para que alcancen el eco, la sensualidad de una evocación multiplicada en la percepción de lo total.
Y esto tengo que decirlo por una comunicación que Armando, como siempre aprecia cuando establece un descubrimiento vertebral, me envió hace exactamente un año (junio 24, 2009) y que no llegué a comprender bien porque el poeta, a decir verdad, parecía realmente enamorado de una joven oriental (Comander, estoy en New York. Vivo en Queens, pero hoy me encuentro en un apartamento de Manhattan con una bella joven china de 21 años, a la que conocí hace unos días en una fiesta de mi joven primo Tony Rivero Botello, que es rockero y ciudadano americano), y cuando un bardo se enamora puede proferir, desde el más colérico insulto hasta el más dulce de los lamentos.
(This scholar chinese girl is music pure...)
Pero ayer mismo Armando esparció como una cascada de luces lo que no se atrevió a enviarme hace doce meses y que hoy, contraponiéndose a la ofuscación que despierta la sacudida de la ternura, vuelca en un apasionado poema, cuyo título (Alfred Hitchcock presents —Onírica y ausente se desnuda la muchacha) trata de enmascarar la duplicidad que traza el reglamento inconcluso de los vates cuando se vuelcan en la aventura del amor (esa misteriosa relación antónima en donde fluyen y confluyen odios y amores, evocaciones y antimemorias).
Detenido el ascensor,
se abre una ventana y ¡acontece al fin la luna!
Dialogan el viejo y la muchacha…
-¿Cogito, ergo sum?... Larvatus prodeo...
-What do you say?
-El payaso cayó desde lo alto, ergo… ¡risas!
Este poema dilucida el cogito, ergo sum como una andanada de dolor superpuesto; como el suspiro que lanza el ahogado antes de llenar de agua, humo o vapor sus reductos respiratorios para abrazarse sin desesperación con la muerte. Pero, ¡ojo, mucho ojo!, lo de Descartes no es más que una advertencia como la que el propio filósofo concibió para provocar una relación conductual entre su propia obra y el trayecto ideológico del pasado; es decir, Armando vulnera la aprehensión del dolor con la conciencia del haber sufrido y desgaja las imágenes del poema de la misma manera en que su memoria las perfila desde una óptica caleidoscópica:
Tiembla luz de lejanía entreabierta por sus manos.
En mágico trapecio su cuerpo de gimnasta,
suspende, promete, oculta,
desliza la muchacha
misterioso un torso lúcido en espejo
y toco ausencia…
(This scholar chinese girl is music pure...)
Noche tórrida en aullidos que regresan
con el Ferry... Liberty Enlightening the World
-“May i feel said he”...
-Cyberpunk’s Ideograms…
-Lin, you know: you are my dear little girl, my darling you,
you are my it!
-“you’re divine! said he,
you are Mine said she”
y reías misteriosa caminando entre las lenguas.
Resoplaban los amigos el scherzo del
Espanto: Buffalo Bill’s defunct!…
Un amigo poeta de la Generación maldita del 60 me confesó una vez que lo mejor del poema se multiplica en la anécdota y, como para completar lo dicho, me citaba versos de aquellas líricas que, en su mejor momento, estremecieron la humanidad y crearon una conciencia volátil de la historia, tan cambiante como el contexto de las estaciones. Aquel poeta, tan presente hoy como en aquel ayer, martillaba sus nociones con dos espadas inclementes: en la mano izquierda se auxiliaba de Nietzsche y, en la otra, con la daga filosa de Dante. En este dos mil diez, Armando empuña la postmodernidad y la anexa a los discursos antiguos que se renuevan en las lenguas silentes y sonoras de las memorias perennes, aquellas que nutrieron a Homero y a Platón, a Aristóteles y Virgilio, a Descartes, Spinoza, Leibniz, Malebranche y Kant, a Shakespeare y Hegel, y que hicieron un aterrizaje forzoso en las llanuras inmensas donde la episteme se viene auxiliando con la tecnología:
Year 2010, Dominican Republic: La Romana.
Exclusive Vacation Rental. Casa De Campo.
¡Por teléfono me dijo Lin su amor en español dominicano!:
“Estoy aquí en Santo Domingo, my crazy love, y quiero amarte”.....
Soñado el Paraíso está próximo a tus manos:
Hay sol, uvas de playa, tiernas frutas del secreto,
rojos vinos de sabores inmortales
¡y el merengue!
-Trópico enlutado íntimo en la sangre-
El mar latido al fondo.
Altavoces que recitan fragmentos de Lao-Tsé, palabras de Platón y
sexo a flor de labios…
En el imaginario del placer sólo superviven las locuras, los atrevimientos, los efluvios emanados desde las unciones del abatimiento y los goces; porque no hay explicación posible para la espontaneidad de la alegría. Pasolini trató de explicarlo con aquella figura del im-signo, la imagen significante que deviene de un tercer discurso, de una alegoría manifestada desde la satisfacción que nace como una heurística del atajo reconciliatorio y que, hasta prueba en contrario, sólo Armando, Alexis y dos o tres poetas más del patio, lo han logrado a partir de ese cogito, ergo sum que, como un posicionamiento de la observación simple, integra un planteamiento metafísico a la cotidianidad del goce, revolviendo las interioridades del vivir en la prolongación de la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario