domingo, 25 de abril de 2010

Ponencia de Efraim Castillo en Coloquio de la FIL 2010


Las marcas de la guerra en la creación literaria


Por Efraim Castillo

1. Introducción

MUCHO DESPUÉS DE los sucesos que se iniciaron aquel 24 de abril del año 1965 —de los que tanto se ha hablado y se hablará—, y ya rotos y disipados los paradigmas que los precedieron (la muerte de Trujillo y el golpe de estado a Bosch), los cuales acarrearon una división dentro de las Fuerzas Armadas y una revuelta popular que se convirtió en Guerra Patria tras la intervención norteamericana, las miradas hacia atrás bosquejan esa fecha como un recuerdo anecdótico, casi como una singularidad donde se entrecruzan los heroísmos y las villanías y se prefiere recordar estos sucesos así, porque nadie —o casi nadie— acaricia la idea de hablar de los eventos tal como acaecieron o significaron: como un triunfo esporádico que se convirtió en derrota, y es por eso que la trucan, la aderezan y la venden para que lo que se inició ese sábado soleado de hace cuarenta y cinco años, sea olfateado de igual manera a como se aprecia una tentativa de salvación, o un esfuerzo ciclópeo para alcanzar la gloria y, quizás, ¡la utopía! Y esto se recuerda y se narra así, posiblemente con la intención de ocultar lo que Juan Bosch escribió y gritó —para alertar a los historiadores de que lo que comenzó como un movimiento para devolverlo al poder, se convirtió cuatro días después, el 28 de abril, en una guerra patria.Pero lo más importante del trazado que ha venido marcando la cartografía de la revuelta de abril y su conversión forzosa en guerra patria —una ruta en donde cada día se incorporan más protagonistas— fue que trazó múltiples vertientes para modificar la historia, no sólo de la República Dominicana, sino de Latinoamérica y el mundo. Para nuestro país, verbigracia, los días 24 y 28 de abril de 1965 posibilitaron el regreso de Joaquín Balaguer, quien se alzó con las basuras de aquellos acontecimientos y las recicló para utilizarlas en la manipulación del país a su antojo durante doce violentos años, permitiendo que una escuela de corrupción y barbarie creciera hasta las dimensiones que observamos y padecemos hoy. Aquel 24 de abril de 1965, también nos marcó con una frustración que, para muchos, aparenta ser absurda, pero que no lo es, porque su evocación, a veces dolorosa, sorda y ácida, se convierte en un apasionante equipaje de sorpresas, ya que las sospechas, como conjuros, aguijonean las angustias y es, entonces, cuando afloran las fantasías y Abril se convierte en la presencia que tratamos de comprender este día.

2. Los escritores dominicanos antes del 24 de abril de 1965.Meses antes de aquel hito, de aquella fecha de conmoción, escarnio y esplendor, los escritores dominicanos, sobre todo los que nacimos entre los años 1935 y 1942 y que contábamos desde los treinta, los mayores, a los veintitrés años los más jóvenes, nos encontrábamos rodeados de una relación de fenómenos completamente diversos: nos aguijoneaba un trujillismo achacoso, pero que repercutía en la educación recibida, en donde el dictador era dueño absoluto de los resortes; nos deslumbraba el existencialismo sartreano en todo su esplendor, porque habíamos descubierto, estudiándolo, que el nacer estaba atado irremediablemente a la muerte; y nos atraía el naciente y contagioso fulgor de la revolución cubana, donde Fidel y el Che irradiaban un extraordinario encanto en el Olimpo mágico de la aventura, reflejando sueños y fantasías gloriosas.Los jóvenes escritores de entonces, como Franklin Domínguez, que hoy es el rey de nuestro teatro, era entonces el príncipe de la escena y sus Espigas maduras espolvoreaban el gluten de las candilejas; como Marcio Veloz Maggiolo, el poeta, dramaturgo y narrador que levantaba la admiración de nuestra crítica y que ahora es el indiscutido maestro de nuestra narratología; como Grey Coiscou, que con su poemario Raíces catapultó la claridad de un sendero señalado años antes por Carmen Natalia Martínez y Aida Cartagena Portalatín; como Ramón Emilio Reyes, que se adentró en el relato bíblico junto a Marcio y Carlos Esteban Deive, para devolvernos la expectativa de retornar a los credos; como Iván García, que extrajo la sustancia de una puesta en escena absurda para vincularla a este trópico del dolor; como Miguel Alfonseca, cuya voz convirtió en presencia viva la metáfora silente de la angustia; como Antonio Lockward Artiles, cuya evocación de los cultos lo impulsaron a escribir poemas y relatos asombrosos; como Juan José Ayuso, que esgrimió y esgrime la brevedad sobre la rampa de lo participativo, convirtiéndonos en cómplices de los tropos; como Jacques Viaux, el silencioso profesor de francés domínico-haitiano que sorprendió la tribuna de la crítica nacional con una poesía que trascendía las fronteras y los siglos; como Jeannette Miller, la niña de la calle Doctor Delgado, que a sus veinte años desbordó la paciencia de la urbe con sus atrevidos versos; como Héctor Dotel, que desvistió los fantasmas del sur para introducirlos en los cenáculos de la aurora; como Rafael Añez Bergés, que operó un teatro cuyos personajes, como marionetas del destino, señalaban los nuevos tiempos; como Armando Almánzar Rodríguez, siempre dispuesto a narrar el sarcasmo del oprobio para resucitarlo en la utopía del cinematógrafo; y como René del Risco, un tambor sonoro en la alborada, que transportó desde San Pedro de Macorís la alegría de las simbiosis para encurtirlas en esta ciudad, ya condenada a los enfrentamientos entre los halcones y las palomas. Sí, aquellos jóvenes del ayer pretendido, del ayer conturbado, pero llenos de la pasión que bulle en la búsqueda del horizonte, fueron los protagonistas culturales de ese movimiento de heroicidad y esplendor que, uniéndose al grafismo capitaneado por Silvano Lora, inyectaron a la revolución y la guerra patria de abril una luminosidad cultural que completó el círculo de la resistencia. Sin embargo, es bueno apuntar que desde la otra cara de la cultura, de ese perfil que pertenece a la redacción de las alocuciones y proclamas de los estruendos históricos, es preciso introducir a otros jóvenes que, como José Israel Cuello, Asdrúbal Domínguez, Narciso Isa Conde y Bonaparte Gautreaux Piñeyro (Cabito), apoyaron con sus escritos —junto a Hugo Tolentino Dipp y Jottin Cury— la sostenibilidad de la revolución y guerra patria.  3. La resistencia cultural como fortaleza de los pueblos.Y es que todo movimiento que resiste al asedio de las armas —sea este asedio de fuerzas extranjeras o nativas—, o a la penetración de unidades de transmisión cultural (como los memes[1]), si no cuenta con la participación de un frente integrado por escritores y artistas comprometidos con una ideología, está condenado a la derrota y se hunde en el olvido. ¿Acaso no registra la vencida República Española un mayor despliegue heroico que el triunfante ejército franquista? Esta gran repercusión a favor de la República se debió a la participación de una extraordinaria ofensiva propagandística de la Generación del 27, que durante la proclamación de la República y luego, durante la Guerra Civil, llenaron los espacios culturales de España y el mundo con poemas y relatos que prodigaban las bondades de una nueva España. Así, los testimonios de Pedro Salinas, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, León Felipe, Miguel Hernández,Rosa Chacel, María Zambrano, Manuel Altoaguirre y Emilio Prados, integrantes de aquella prodigiosa Generación del 27, resuenan gloriosos para perturbar los vítores de los triunfadores franquistas, en un mundo que no puede olvidar la barbarie. Inclusive, el mural Guernica de Picasso, realizado en 1937 —en plena Guerra Civil— fue parte de esa resistencia cultural que denunció las brutalidades que los ejércitos fascistas y nazis cometían en España.Y lo mismo aconteció, por otra parte, con la victoria soviética en Stalingrado, donde la derrota del VI Ejército Nazi, comandado por el mariscal Von Paulus, no sólo se debió al fuego de los cañones rusos, sino también a la gran legión de los escritores de guerra soviéticos, como Ilya Ehrenburg Konstantin Simonov y Vasili Grossman, entre otros, que, como subraya el novelista Viktor Nekrasov en su novela de En las trincheras de Stalingrado (1946), con sus escritos volcaban en el espíritu ruso los valores esenciales para resistir la agresión. Nekrasov afirma que los relatos, poemas y artículos periodísticos de los escritores de guerra eran “leídos y releídos hasta dejar los periódicos hechos trizas”[2]. Y es que tanto en la derrota como en la victoria, las guerras crean en los escritores y artistas un sedimento imborrable, un espíritu de lucha que filtra en las evocaciones el sabor sorprendente de una nostalgia, que aun impacientando el aliento, provoca el sobresalto por la pérdida, por el quebranto de un placer sin retorno, en donde lo humano se vierte en el dolor, el amor y la muerte. Marta Traba bosqueja lo que es una falta de interés en la lucha contra la agresión cultural y, por lo tanto, en la creación de un frente cultural, en un ensayo publicado en 1974 con el título La cultura de la resistencia[3]: Aunque la cultura de la resistencia haya florecido en el desierto, el desierto no es, normalmente, un ámbito estimulante. Lo normal es que a la anomia[4] social corresponda una anomia creativa, una debilidad constante ante las invasiones culturales y la docilidad mimética. Esto es lo que ha inducido a estudiosos de muy diversa extracción a ver a América Latina como un campo cultural devastado, exangüe, donde la dependencia ha marcado de modo irrevocable toda la producción creativa.Es decir, sólo la firmeza de los pueblos, o de alguna fracción de ellos, ante la penetración cultural —violenta o no— es lo que determina la defensa fundamental de su pluralidad y creatividad.  Y deseo que se lea la palabra cultura como el entorno artificial, como el conjunto de patrones que conforman una sociedad: lengua, arte, vestimenta, rituales, etc.

4. La resistencia cultural en la ciudad sitiada.Pero, ¿qué fue lo que impulsó a la Generación del 60, a Iván García, Miguel Alfonseca, Antonio Lockward Artiles, Juan José Ayuso, Jacques Viaux, Rafael Añez Bergés, Armando Almánzar Rodríguez, René del Risco, así como a algunos de los que integraron la Entregeneración del 50, entre los que hay que destacar la figura de Franklin Domínguez y, para mí, a la figura señera del grupo que conformó La poesía sorprendida, Franklin Mieses Burgos, (que se mantuvo firme en su hogar de la calle Espaillat y se enroló en el movimiento de artistas creado por Silvano Lora), a formar parte de la resistencia cultural contra el asedio del CEFA[5] y la intervención yanqui?


Para conocer a fondo lo que impulsó al grueso de los escritores dominicanos y del resto de Latinoamérica a abrazar para sí los motivos esenciales de una revolución totalizadora y capaz de renovar las bases de los lenguajes estéticos, habría que realizar un estudio detallado sobre los escenarios geopolíticos de aquel estadio histórico, en donde la guerra fría estrenaba nuevos frentes:

a) se inauguraba la revolución cubana, en 1959 y su posterior conversión en socialista, hacia 1961;

b) se daba inicio al final de las más sangrientas dictaduras en América Latina, comenzado a mediados de los 50’s con el derrumbamiento de Perón en 1955, y continuado hacia la mitad final de esa misma década con las caídas de Rojas Pinilla, en 1957 en Colombia; Pérez Jiménez en Venezuela, hacia 1958; en 1959 con Fulgencio Batista, en Cuba; y aquí con Trujillo, en 1961;

c) las descolonizaciones de África, con el Congo y Argelia a la cabeza; de Asia, donde el espíritu de la batalla de Dien Bien Phu, en 1954, cuando los vietnamitas derrotaron al ejército colonial francés, llenaba aún el corazón de un Vietnam dividido;

d) Juan XXIII deslumbró al catolicismo latinoamericano y mundial, anunciando en 1959 el Concilio Vaticano II, y con la promulgación en 1961 de la Encíclica Mater e Magistra;

e) Theodore Levitt lanzaba desde Harvard sus teorías sobre el naciente marketing, tras el inicio de la sociedad de consumo;

f) Yuri Gagarin ya había surcado el cosmos en la Vostok I, en 1961;

g) Ese mismo año comenzó a construirse el muro de Berlín y la guerra fría se intensificó al rojo vivo;

h) el rock’n roll se internacionalizó con los Rolling Stone y los Beatles;

i) y el poema Howl, el gran Alarido de Allen Ginsberg —escrito en 1956, cuando la beat generation era la voz que anunciaba los nuevos tiempos— resonó como un trueno en los cenáculos subterráneos de los hippies: He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial a la dínamo estrellada de la maquinaria de la noche[6]

Y esos acontecimientos no sólo repercutieron en la intelectualidad de un mundo que buscaba afanosamente nuevos horizontes de expresión, sino que la impulsaron a militar activamente en dicha búsqueda, tal como hizo la Generación del 60, formando filas en 1962 en el movimiento cultural Arte y Liberación, creado por Silvano Lora, José Ramírez (Condecito), Antonio Toribio e Iván Tovar, que fue la base para el aglutinamiento de los escritores y artistas en la revolución y guerra patria de abril, dirigiendo sus trabajos hacia la integración del pueblo con el arte y haciéndole partícipe de una estética comprometida con sus reivindicaciones. En esos noventa y pico de días (desde el 28 de abril al 3 de septiembre), las veinte y pico de cuadras que conformaban el Gobierno Constitucionalista vio y escuchó recitales poéticos, exposiciones de pintura, obras de teatro, conferencias sobre arte, edición de libros y, lo más importante, todo escenificado desde el ronco grito de la emancipación total, de esa soberanía que brota esplendorosa desde el alma y el corazón de los hombres y mujeres que, empuñando las armas de la razón y la justicia, pueden gritar a todo pulmón: ¡Somos libres… somos libres!

Abril 24, 2010. 


[1] Los memes son imágenes condensadas que estimulan asociaciones visuales, verbales, musicales o conductuales que son fácilmente imitables y transmisibles.
[2] NEKRASOV, Viktor: En las trincheras de Stalingrado. Editorial Universal. Santa Fe, Rosario. Argentina. 1950.
[3] TRABA, Marta: La cultura de la resistencia. En Literatura y praxis en América Latina. Monte Ávila, Caracas. 1974.
[4] La anomia es un término introducido por el sociólogo Emile Durkheim y se refiere a la falta de normas o incapacidad de la estructura social de proveer a ciertos individuos lo necesario para lograr las metas de la sociedad.
[5] Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas, con asiento en la base aérea de San Isidro.
[6] GINSBERG, Allen: Howl (Alarido). Publicado en 1956.

lunes, 12 de abril de 2010

El hombre que volvió



Por Efraim Castillo

AGUARDABA AÚN CON la camisa por fuera y los ojos cerrados frente a la luz de la lámpara. Podía oír, a través de la ventana, la multitud vociferante que se aglomeraba en la avenida que baja al mar, y sólo pensó en el reto por delante, en el hacer del camino. Entró la camisa y llamó al ayudante militar para que le anudara la corbatita de lazo. Una a una las botonaduras encontraron su lugar y los gemelos se acomodaron en los puños de la camisa. Mañana de sol, mañana de brisa en esa mitad de agosto, donde todos sus seguidores esperarían, como después de las catástrofes, la diminuta redención de lo-por-hacer. Después de todo, ¿no es el fenómeno de la esperanza una metáfora, un tropo, una lúdica sensación de conformismo y aturdimiento?

—Doctor, la multitud está impaciente…

—¡Déjalos! —le dijo el hombre a su ayudante y se dirigió a la cómoda butaca colocada en un rincón del aposento y se dejó caer en ella—.  Hoy habrá fiesta en barrios y comarcas... ¡Mañana, tal vez, surgirá la eterna presión de lo que no se hizo y debió hacerse!

—Es casi la hora de partir —expresó el ayudante—. ¿Informo al general?

—¡No! ¡Ellos vendrán porque conocen la hora exacta y, además, se imaginan los nuevos nombres que aparecerán en los decretos! Todo está, en apariencia, en su justo lugar… pero luego aparecerán los desencantos, la pérdida de virginidad de la ficción y la cordura y entonces comenzarán los ataques, el continuum de las viejas estructuras y se recordará, al final, la perdurabilidad del hormigón armado reventándose de varillas con el color de la veleidad.

— ¿Valdrá la pena el sacrificio, Doctor?

—Todo sacrificio será válido si el método empleado guarda la relativa coherencia de mantener la presencia de lo histórico: sin la brusquedad del cambio, sin el atosigamiento de las rupturas innecesarias. Esa es la diferencia entre revolución y continuación. ¿Para qué los traumas sociales sangrantes? ¿Sabes dónde descansa el mérito de la Revolución Cubana?

—No, Doctor… no lo sé…

—¡En la alfabetización! He ahí una ruptura-en-continuación, respetuosa de que lo cambiante no es el alborozo de una consigna hacia la violencia, hacia el estrépito de lo avasallante y quebradizo.

Incorporándose del sillón, el hombre extiende los brazos y el ayudante los cubre con la levita color humo-de-Londres que recuerda la ceniza de Pompeya tras el Vesuvio, o de aquellos lodos hallados en el viejo camino que conduce de Las Matas de Farfán a El Cercado. Frente al espejo, el hombre lanza una pregunta:

—¿Está bien anudado el lacito? —Y el ayudante, observándolo, atina a balbucir, casi en silencio—:

—Está perfecto, señor.

Caminando despacio hacia la ventana, el hombre escucha el bullicio de la multitud y piensa: Podría comenzar el camino… la misma conducción de siempre, la misma rutina donde los cuatrienios podrían llevarme al infierno de la maledicencia definitiva, o a la gloria de una perpetuidad bien amada, digna de inserciones en los catálogos históricos de las buenas obras. Porque es el mismo camino: apenas dos o tres distancias entre punto y punto, entre eje y eje, entre infierno y goce. El reto es un camino pesado o un camino ligero… dependiendo de cómo se juegue con las alternativas, con los lastres de una exportación/importación en desuso, enfrentada a la contracultura del no/calórico, de la concienzuda dieta baja en azúcares y sodios que los baby/boomers están imponiendo como autodefensa tipo Siglo XXI. Será, no puede caberme duda, un enfrentamiento entre las verdades de una tecnología a mil-por-hora y de un bucolismo tercermundista que podría descansar en la venta del paisaje, o en el alquiler de terrenos, vía el arrendamiento quinquenal o, en casos extremos, el alquiler de la Patria. Pero como quiera será arduo el caminar las distancias, el atreverse, siquiera, a tratar de detener la caída sin firmar los acuerdos que llevaron a ese otro abril, diecinueve años después, que aún golpea la conciencia social del país.

—¿Está muy claro el día? —pregunta el hombre a su ayudante.

—Está muy hermoso, Doctor —responde el ayudante—. ¿Nos marchamos ya al acto?

—Esperemos un poco —y muy despacio, el hombre vuelve hacia el sillón y se sienta, llevando sus ojos tras los espejuelos hacia la claridad de la ventana. ¿Podría ser un milagro?, se pregunta. ¡No, jamás creí en milagros! Esto, simplemente, ha sido un regreso, una terrible vuelta en el tiempo, en el apabullante trecho de una realidad inmanejable, dejada deteriorar por equipos sin la debida noción, asaltadas las posiciones sin el raciocinio de una ejecutoria rítmica, endosada a una cadencia sonora, de trasborde, sin el entusiasmo pueril de la cosa que se estrena, concatenándola al pasado, a la penumbra que sobrevive del archivo y la hemeroteca. Pero, ¿por qué desechar el milagro? ¿No es posible, así, remontarse a unos doscientos años atrás y emprender la sensación de una fe reencontrada? ¡No! ¡Nada de milagros! Esto es tan concreto como lo ya apuntado: como las vías y los edificios, como las avenidas y los acueductos, como las murallas y los tótems. ¡Ay, si lo concreto de lo construido hubiese sido paradoja y papiro! ¡Cómo explicarlo! ¡Cómo aposentar al hombre en el orgullo del pasado! Se podrá defender el discurso memorial de lo empírico como sustancia primaria del aleteo popular, de toda una unión de coyunturas, estructuras y fenómenos comprobados… Pero si lo preciso de la ruina no superviviera como prueba del pasado, ¿se creería en Nefertitis o en Ramsés, en Julio César o en Gengis Khan? ¡Ah, entonces esta podría ser una tesis de grado, pero sin confundir una cosa con la otra! Porque es el remonte a lo que podría referirme, dejándome llevar un poco hacia atrás, hacia el camino pretérito de los abuelos y ascendientes de este amasijo ingrato de razas que nos azota como simbiosis trunca y que retrasa, en débil equilibrio, el futuro que nos aguarda. Porque, ¿qué somos, realmente? ¿Negros? ¿Mulatos? ¿Indios?

Peña Batlle jodió a Trujillo con la palabra indio y la suspendió de una historia vulnerable, ingrata y mentirosa, llevándonos hasta este punto en que deseamos ser lo que no somos. Pero a partir de hoy no podrá continuar esa política de subterfugios y quimeras y rodaremos como piedras de río hacia la tesis del profesor Chamberlin, de 1933, para impulsar la ausencia de incertidumbres, recurriendo a la elasticidad frente a la demanda… Porque, ¿qué es el mercado, el país, sino una estructura de entradas y salidas sujetas a condiciones variables? Todo el corpus, toda la estructura superviviente de estos ocho años de atrasos ha enlazado a mi favor un laissez faire, laissez passer bonapartista, pero sin el quebrantamiento de los derechos que violé en mis otros gobiernos, como fruto de circunstancias extremas. ¿Qué querían? ¿Acaso deseaban que la guerra fría perturbara cada rincón del país con sus cargas de misterios, de pesquisas inútiles y visiones quiméricas?  ¡Ah, si la Unión Cívica se hubiese alzado con un poder que no podía sostener la verborrea infantil de Viriato Fiallo! ¿Adónde hubiera llegado este suelo que menospreció a Duarte y lo condenó al exilio? Cuando salí como un ente fugado a destiempo, como una sombra humillada por el sol, en 1962, nadie, ¡absolutamente nadie!, me tomó en cuenta para aquel glorioso retorno ayudado por la pólvora yanqui…  ¿Es este, entonces, uno de los resultados del destino? Porque… ¡no, no se puede confundir sacrificio con apetencia: esta nueva toma del poder está vinculada a otra situación o, mejor dicho, a otras esferas con discursos diferentes, en donde podría operar la funcionalidad de una multiconciencia, de una ideología en que se pluralizan la concepción del bienestar con la ocupación de un espacio, por parte de aquellos a los que la esperanza no ubicó en las parcelas políticas eficientes! ¡Ah, la masa silente! ¡No la hay ya; la masa silente ha tomado formas diversas a partir de la Avanzada Electoral y a otras mascaradas que podrían entrar en redivivas contradicciones con sus operarios de turno! Lo que me espera es una apertura total hacia lo humano, con ligeras incorporaciones de permisividad y, luego, un dejarse caer sobre el espaldar de la silla presidencial a sonreír de las contradicciones. Y desde ese asiento mustio, al que llaman y repiten como cotorras mi sentencia de que no es más que una silla de alfileres, enfilaremos las evocaciones hacia Madrid, París, Bogotá, Buenos Aires, México, San José, Caracas… todas las ciudades y villas, caminos y lagos perdidos entre montañas y desfiladeros, pero siempre con la sensación de soledad entre mis labios y preguntándome que ¿dónde, dónde habrá quedado aquella joven de piel aceituna y ojos negros, aprisionada por mis manos en el Boulevard Raspail, presintiendo que al alejarse se alejaba para siempre la virtud de sentar cabeza? Sí, desde ese asiento mustio, inmutable como un laberinto impenetrable, quedará finalizada mi plataforma de sensualidad, sin las represiones ni atropellos cerebrales que desvían los discursos… ¡y sin la fomentación de los clásicos ensueños que pervierten los entusiasmos!

—Doctor… —el ayudante ha llamado al hombre y éste viola sus pensamientos para atender el llamado.

—Sí, dime.

—Han llegado los generales.

—¿Cuáles? ¿Los de verdad, los que aún quedan de uniforme? ¿O los saltimbanquis, los payasos del séquito ambulante?

—Lucen mezclados, Doctor. Pero...

—¡Dime... dime!

— ¡Todos están uniformados!

— ¡Ah, esperan la reincorporación!

—Así parece, Doctor.

—¡Déjalos! ¿Es la hora, ya?

—Casi, señor…

—¡Cálmalos, entonces! ¡Despáchalos! Diles que llamen después de los actos. –El hombre vuelve la cabeza hacia las pisadas que se alejan y llama—: ¡Escucha! ¿Hay civiles entre los que aguardan?

—¡Muchos, señor! ¿Les digo lo mismo?

—No, no les digas nada. Pídeles que escuchen y después resuelvan, porque los futuros personeros estarán impacientes delante de la multitud, con sus trajes blancos de dril o de pesada cachemira oscura; estarán aguardando a que los papeles inserten sus nombres para así alojarse en la cúpula, en la vuelta, en lo que, para ellos, podría ser la última oportunidad de sus vidas. ¡Qué cambios! ¿Adonde habrá volado el espíritu de Peña Batlle, o de Arturo Logroño, o de Ortega Frier, o de aquellos otros cuyo intelecto podía incrustarse en el discurso de la práctica de Estado, con todo y una conciencia de real poder y de percepción teórica? La organicidad de una intelliguentsia verdaderamente inquisidora, anecdótica e inmersa en nuestra realidad social sin los brillos del efectismo politiquero, ¡ha desaparecido para siempre! ¿Cuándo volverá a resurgir, como Ave Fénix, como una sensación retórica de comprensión de lo dominicano otra pléyade de verdaderos pensadores? ¿Será tan difícil agruparla? Porque sé que la hay… Sé que por ahí está dispersa una carnada de productores culturales que podrían insertarse en este discurso mío que ya luce tan pesado y cruel, y ellos podrían tomar la bandera de lo político/literario y pasearla por nuestras ciudades y campos, llevando la luz que se evapora, las esencias que se volatilizan de nuestro entorno desgraciado. ¡Ah, si me suministraran la cooperación de un Veloz Maggiolo, de un José Israel Cuello, de un Franklin Domínguez, de una Grey Coiscou! ¡Ah, si me dieran lo mejor de esas generaciones que se arremolinaron en los románticos 60’s! Porque es tan sólo una pequeña dosis de preparación política cuanto necesitan; hacer una práctica despaciosa de la operación del Estado; trabajar con la idea sacrosanta de que país, república, nación, no es más que una abstracción, una ilusión redentora de ánimos y sonrisas; que lo sacrosanto de la patria podría reivindicarse en la búsqueda del amor. Feliz, muy feliz ese Antonio Guzmán que tuvo su Incháustegui Cabral, y desgraciado del que lo siguió, que se apoyó en la ausencia total de la organicidad intelectual como un heredero de la praxis. ¡Es que no puede existir la evasiva, el abrupto salto de un escalón vital, la glorificación del consejo preciso, espacioso y lleno de tiempo, sin la recurrencia al culto del experto, a la maduración que se encuentra implícita en la educación para el educador y en el consejo para el consejero, echando a su debido lado las sobras de las aberraciones, las distorsiones y los sobresaltos de lo que los tecnólogos tratan de atrapar en la incultura! No, no es pasándole por encima a este desastre como podremos entenderlo: es estudiando los propósitos de los que importaron los tecnólogos para tratar de reírse de nuestra incultura, como podremos entenderlos y neutralizarlos. Los patrones están aquí; esos patterns, esas matrices sociales desprovistas de todo vestigio conductor del gran salto, de la fotocopia china, o coreana, o argentina es lo que deberemos superar para hacer avanzar esta republiqueta. ¿Se puede, o podría, saltar el escarnio de la prisión que encierra la no/educación y su mezcla a una democracia demasiado fusionada a la exteriorización de la geopolítica? ¡Por Dios, no se puede encontrar esa fotocopia! Es lo simbiótico ayudado por lo practicado, como actividad subjetiva conducente, lo que podría activar la nueva memoria; tal como un riachuelo que se vuelca en la convergencia para formar la definitiva corriente de río y gran agua.

—Están ahí, Doctor; ya se apretujan para verlo, para tocarlo, ya no como candidato triunfante, sino como recogedor de la desgracia, del desastre, de la deuda y sus contornos. ¿Qué les digo, Doctor? ¿Podría recibirlos antes de que como cosa tomada y nombrada, se le tenga que llamar de otra forma?

—¡Déjalos ahí! ¡Que escuchen todo cuanto tengan que escuchar y obedezcan todo cuanto tengan que obedecer: estos tiempos mandan algo más que los apoyos políticos: el nuevo mando requiere de la formación de un nuevo material humano gastable, porque el probado no sirvió y tres cuatrienios fueron la mejor de las pruebas! ¿Aparecerá material a mano? ¿No fallarán los nombres insertados en los decretos? Tendremos que, ineludiblemente, inventar a la carrera los hombres y mujeres para la emergencia que se avecina, si no resultan los seleccionados. ¿Crees que aparecerán otros? El partido luce exhausto y me echarán en cara la no/selección de nuestros cuadros. Pero, ¿quién podría tomar el papel de los desaparecidos, de los consejeros gratuitos y con fe en el país que me servían con sus caudales de opinión? ¿Dónde conseguir a otro Polibio Díaz, a otro Luís Julián Pérez? Sabes bien que no puedo osar pedir prestado al último hombre del exilio, su material humano gastable; sabes bien, que este corpus ideológico que poseemos no soporta el leve peso de un discurso cuya conciencia requiera de la maduración. ¡Ah, si supieran, si comprendieran que los pasos míos, no sólo me condujeron de un espacio/tiempo de treinta y cinco años a la posesión de un peldaño político, sino que requirieron de miles de libros y millones de palabras tragadas y digeridas para poder insertarme en esta tremenda realidad nacional! Todos quieren correr, saltar, trepar por la escalerilla del patrimonio público sin comprender, antes, que es preciso aprender, aquilatar y adquirir la dimensión del ser apto, para valorar el En-Sí y poder asimilar lo que es necesario e innecesario…

—¡Doctor, están empujando la puerta, desean entrar a verle… antes de que el título que le otorgarán en el Congreso los separe de usted por algunos años luz!

—¡Déjalos y cálmalos! Explícales la importancia de este descanso, de esta tomadura de aliento antes de enfrentarme al nuevo reto, al nuevo desafío que probará si la tesis del continuum no es más que una herejía decimonónica, superada como las prácticas sepultadas en los atardeceres de la historia. Ellos, mejor que tú, que yo, tendrán que asumir la responsabilidad de que las aguas, los vientos, las espumas, inclusive, de las mejores olas, demandan de calmas y fragores. ¡Ya nos juntaremos en la osadía, si así puede llamársele, de una nueva aspiración! Pero, mientras tanto, ellos, o una parte pequeña de ellos, no podrá juntarse conmigo en este capítulo que se abre para borrar los escollos de las circunstancias; una parte de ellos tiene, aún, una herida que no cierra y que ocasionó la pequeña marginalidad de mi triunfo, obligándome a sentarme a discutir condiciones aberrantes que no tenía que haber discutido. ¡Diles, invéntate excusas, argumentos pueriles o satisfacciones de contratas y embajadas; ese es tu problema… no el mío!

—Pero, Doctor, ¿y a los generales? ¿Qué les digo?

—A esos no les digas nada. Esa es una parte de la estructura rota y cosida por tres cuatrienios atosigantes.

—¿Comprenderán, Doctor? 

—¡Tendrán que hacerlo!  La comprensión ya no está para pedirla prestada, sino para comprarla o aprehenderla y llevarla consigo. Es mi nombre versus sus nombres; es mi conciencia versus sus conciencias; es mi gloria versus la de ellos. En este empate con Buenaventura, la mediatinta no juega ningún papel, ni siquiera el de pitcher tapón en una liga de escarnio. Sí, no les digas nada: enfrentarán el reto. Después de todo, ese material está conectado a una organización del pasado, a una verticalidad que se hace silencio, comprensión, asimilación, obediencia y lodo, tal como acontece en los organismos hechos para el hacer-sin-pensar.

—¡Ya es la hora, Doctor!

—¿Ya?

—¡Sí, señor!

—Entonces, vamos —con gran esfuerzo el hombre se levanta del sillón y el ayudante corre a su lado para sostenerlo. 

—Doctor… ¿está todo bien? ¿Se siente bien?

—¿Tú qué crees?: mi memoria está en su sitio: no es asunto de ver, de otear un horizonte cuya confusión no está en la forma, sino en el contenido; no en los colores, sino en la mixtura y la memoria… ¡Y es así que tiene que ser!: un todo, una totalidad de englobamiento y amarres para que la continuidad permanezca inalterable. ¡Memorias a lo Telésforo, a lo Abelardo, a lo Arturo, a lo Marrero, a lo Emilio, a lo Vidal Torres! ¡Memorias de un tango que ya no se baila, ni se contorsiona, ni se arremete en las salas de fiesta, ni se pide prestado, ni se alquila! ¡Memorias, sólo memorias dentro de la gran memoria y una imaginación para alcanzar ciertas estrellas demasiado lejanas y escondidas!… ¿Y todo para qué? ¿Para llenar el vacío y cruzar el empate con Buenaventura que tendré que romper más allá de estos cuarenta-y-ocho meses que contaré día-tras día y hora-tras-hora, construyendo lo que nadie será jamás capaz de construir, por aquello de las pequeñas fobias históricas atrapadas en las megalomanías y que yo, haciendo caso omiso, descargo a base de block-sobre-block y varilla-sobre-varilla? Pero dime, ¿no es acaso así? ¿No requiere este pedazo de isla un mejor testimonio, un mejor futuro que esos edificuchos coloniales que nos dejó como recompensa de sus raterías, de sus abusos y maldiciones, una España que nos abandonó a destiempo? ¿No somos dignos, quizás, de que los muchachos del año dos mil cincuenta  vean y disfruten de un trecho esplendente, sin la ridiculez de unos callejones sin sentido y hereden una conciencia parecida a una Liliput sin Gulliver? Vamos, que habrá sorpresas; habrá tiburón virado: mi nombre no podrá ser ligado a esos jardines colgantes de Babilonia impresionados en kepis de mil sudores, ni en los cadáveres que tendrán que salir a flote en busca de los culpables. ¡He vuelto, he regresado, y este retorno no será borrón-y-cuenta-nueva! ¡Este regreso no podrá ser excusa para una alienación-en-extenso ni para el continuum del terror! ¡Este regreso será un-dejar-hacer en que se unirán nuestra endeble democracia con la mala educación, los semáforos irrespetados y los buhoneros buscavidas!

—¿Le pongo la banda, Doctor?

—Vamos, colócame la misma banda del último cuatrienio y oriéntala sobre estos hombros alicaídos por los años y el peso de la gran memoria: todo aprendido: palabra por palabra: edificación por edificación: premura por premura: block tras block: ahí está la historia delante de mí y tengo que alcanzarla con este y el próximo regreso.

—¡Sí, Doctor, usted ha vuelto y el carro número uno le espera para abrir sus puertas frente a un congreso que le respeta! ¿Nos vamos ya?

—¡Sí, habrá sorpresas porque la historia me pesa! ¡Habrá sorpresas porque ya los tiempos de contar centavos lucen devaluados! Pero dime, ¿y esas voces? ¿De quiénes son esas voces que se confunden con la luz?

—¡Hay una multitud, Doctor, aguardando su salida!

—¿Buscan empleos, prebendas?

—¡Buscan lo de siempre, Doctor! ¡Verlo, tocarlo, pedirle algo por el voto depositado!

—¡Ah, cuántas sorpresas habrá para los buitres y los lobos! ¡Cuántos dolores para los que han retornado con el pasado a rastras… como las sombras!

Efraim Castillo
agosto, 1986.

jueves, 8 de abril de 2010

Materia de ángel



Materia de ángel

Las alas no son precisas,
ni la sustancia etérea que enciende sus ojos.
No son necesarias las leyendas y sus móviles sagrados,
ni las claras nubes donde descansan las arpas.
Deséchense la inexcusable negación de los sexos
y las fábulas tejidas desde las mitologías remotas.

Sus rubicundos vellos no son precisos
ni la emanación sonora de la voz suprema
que funda los misterios, los milagros y las respuestas.

Tu materia de ángel, como vibrante luz,
es el perdón y el amor,
los desprendimientos que brotan desde la tierna esencia,
allí donde la luminosidad de la alborada
tiende puentes entrelazados de sonrisas,
de júbilos y estremecimientos.

Basta sólo con tu entrega,
con tu compasión en bandolera como arcabuz de la ilusión,
como espectro de la medianoche,
liberando los miedos y las pasiones cercenadas.

Tu materia de ángel es un vertido de lágrimas,
un cobijo del dolor entre los viejos recodos del mundo,
justo allí donde no caben los altibajos del rencor
y las miradas de soslayo se revierten frente a las praderas.
Tu materia de ángel es la tristeza por la tristeza,
el dolor por el dolor,
las lágrimas por las lágrimas,
las culpas por las culpas,
afirmando que la compasión puede tornarse en manso arroyo,
en réplica de esperanza donde confluyen los apasionados cantos…


Efraim Castillo
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