CUANDO
QUIERO LLORAR, NO LLORO[1]
Por Efraim Castillo.
1.
S
|
Í, HUBIESE QUERIDO llorar, pero no pude, cuando contemplé
las obras (aproximadamente treinta lienzos de diferentes formatos) que Mirna
Ledesma y Alejandro Asencio me mostraron en uno de los salones de la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA), y las cuales formarán parte de la
muestra Percepciones que, a partir
del próximo mes de Noviembre, montarán en la Casa de Guayasamín, de Santo Domingo.
Lo de llorar
se convierte muchas veces en un desafío, en una afrenta, porque se trenza a ese
último elemento de la estética aristotélica —la catarsis— y que, por ósmosis o penetración, nos deja en la boca el
sabor del goce. Pero frente a las obras de Mirna y Alejandro no pude hacerlo,
porque, simple y llanamente, el goce lo dejé bien adentro, degustándolo,
catándolo, apreciándolo de la misma manera como se estiman esas sorpresas
maravillosas que se arrinconan en lo
estético.
Tanto Mirna, como Alejandro —graduados ambos
en la promoción del 2001 de la ENBA—,
han desarticulado por completo en sus Percepciones
las pesadas cargas argumentales con que los nuevos egresados tratan de impactar
en sus realizaciones, creyendo éstos (los graduandos) que así desafiarán un
mercado que, como el de la plástica, se transforma constantemente tras la
búsqueda de lo trascendente; de aquello que se
mueve y abre dentro de la peculiaridad de lo estético[2],
y que, como sustancia viva, debe reflejar, no sólo los problemas de lo
cotidiano, sino, también, lo que se percibe como una búsqueda de la quimera y
de los sueños, y que se adelanta a los propios reflejos científicos, a esa
dualidad especulativa, a esa actitud epistemológica burguesa, tal como ya lo
debatían en el Bateau-Lavoir Picasso
y sus compinches, a comienzos del Siglo XX. Porque, ¿no es, acaso, el problema de la historia, la historia
misma?, talcomo lo enunció Hegel y que defendió Lukács de mil maneras en su
monumental Estética?
Dentro de esa incomprensión hacia lo nuevo con que suelen egresar los académicos
de sus respectivos centros de aprendizaje (buscando entre los epítetos con que
los bombardean los profesores, los productores y los maestros, los cuales, casi
siempre, los miran con el desdén de lo incomprensible), se anida regularmente
cierto miedo hacia los encuentros,
hacia esos tránsitos por donde —a
menudo especulando— consideran que deben moverse, y de ahí, entonces, que esa noción de vacío, que ese compartimiento
donde suelen encerrarse, se convierta en un espacio-tiempo estanco. Sin embargo, Mirna Ledesma y Alejandro Asencio han
logrado escaparse de esas conceptualizaciones donde la palabrería sustituye la
acción, enmascarándose con cientos de epítetos que, en la mayoría de los casos,
causan más desconcierto que confianza: postmodernismo,
abstraccionismo-post-pictórico, cinetismo, futurismo, neoplasticismo, dripping, expresionismo abstracto,
casualismo, fauvismo, computer art,
materismo, neoconstructivismo, art pouvre,
colour painting, arte concreto,
tachismo, vibracionismo, etc., aparte, claro está, de las corrientes surgidas a
partir de Las señoritas de Avignon,
de Picasso, y que formaron verdaderas escuelas que superviven hasta nuestros
días, precisamente por eso, por asentar a miles de cultores que vieron en ellas
respuestas para sus búsquedas: cubismo, surrealismo, abstraccionismo y
expresionismo. Mirna y Alejandro, insertándose plenamente en el oficio de la
plástica, justo allí donde la expresión, casi siempre, aparece como una
consecuencia de la praxis, de la actividad subjetiva que corre pareja con la
investigación, han logrado evadir las resacas que producen los anecdotismos
académicos y se han reorientado hacia una preocupación estética que —se podría
apostar a ello—, los hará arribar a las metas presupuestadas en sus búsquedas.
Por eso, cuando contemplé sus trabajos, pensé inmediatamente en el minimal y en ese Robert Morris de
mediados de los sesenta, que ascendió al más puro reduccionismo como reacción, claro está, a ese
abigarramiento, a esa noción del anecdotismo inútil, que planteaba el enfoque
del arte como puro objeto, y que recobró, sustancialmente, ciertos elementos
del suprematismo de Kasimir Malevitch
(o quizás de Vladimir Tatlin o de Piet Mondrian), sobre todo en el empleo de
formas geométricas descontextualizadas de sus correlatos emotivos, y que,
desgraciadamente, no devino en escuela debido a que se adelantó muy
violentamente a su época, por un lado, y al contexto en donde surgió este
movimiento, la convulsa Rusia del final del zarismo, por el otro. Sin embargo,
las esencias del suprematismo
quedaron integradas a los principios metodológicos de la Bauhaus.
Pero los trabajos de Ledesma y Asencio no
miran hacia el pasado, no. Ni siquiera otean este presente. Son, eso sí, como
testigos que, de pie, señalan un horizonte que luce algo sospechoso y le gritan
«que ya está bueno de burdas truculencias, de frenéticos bailes en donde se
mueven, como marionetas, las esferas inauditas de la imitación y el
desconcierto».
Alejandro Asencio |
2.
Tanto
Mirna Ledesma como Alejandro Asencio, han adoptado —para su oficio— un
fundamento existencial que separa, meticulosamente, la verdadera realidad
social dominicana de esa otra falsa realidad que se petrifica en el folclor o
en la imitación, y que siempre provoca las averías que conllevan a los solipsismos
tardíos, a esos malestares culturales de trágicas consecuencias. Porque es,
precisamente, desde esas petrificaciones e imitaciones de donde emanan las
frustrantes búsquedas que suelen arrimar los procesos creativos nacionales a
horizontes ajenos, desalojando lo que podría ser una cultura propia de su esencia vital. Octavio Paz enuncia que el fondo brota de la forma y no a la inversa[3],
agregando que cada forma secreta (oculta) su idea, su visión del mundo, por lo
queavenirse a la interpretación de la
realidad dada, es otra de las trampas mortales en que suelen caer los
productores plásticos que se entrampan al salir de la academia. Pero, al
parecer, Mirna Ledesma y Alejandro Asencio la han evadido, explorando e
insertándose en modos de interpretación que lucían distantes u ocultos, tras
las esferas que se alimentan con los altibajos de la estructura cultural y que
sólo saben encontrar los trabajadores consagrados, esos que, como Yoryi Morel
(con su impresionismo tardío), Eligio Pichardo (con su figurativismo
ancestral), Paul Giudicelli (con su exploración de la línea), Cándido Bidó (con
su primitivismo exhaustivo) y Ramón Oviedo (con su constante búsqueda del ser
estético atrapado en lo secular), han desdoblado y presentado al mundo,
trascendiendo, así, lo petrificado, lo meramente folclórico… ¡o lo enajenado
como propio, y que, desgraciada o felizmente, pertenece a otro!
3.
Sí,
quiero llorar, pero no lloro, porque
esta muestra, Percepciones, de
Ledesma y Asencio es todo un desafío, toda una provocación que proviene de dos
artistas noveles, recién egresados de la promoción del pasado año, pero que, a
base de sacrificios y penurias, han logrado reunir una treintena de obras cuyo
valor es evidente, rebasando los buenos augurios y proyectando espacios plásticos
(como el minimal art y otras nuevas
corrientes que tratan de recobrar las particularidades perdidas de las
esencialidades del arte) que sólo habían sido tocados, muy levemente, por otros
realizadores dominicanos consagrados.
Esta exhibición, entonces, es una feliz
demostración de que la ENBA está
funcionando, de que la ENBA está
llenando un vigoroso cometido y reflejándose con una extraordinaria vitalidad
que hace honor a sesenta años de promociones constantes; a sesenta años que
marcan un derrotero iniciado en el año 1942, cuando su dirección recayó, nada
más y nada menos, que en ese renombrado escultor español llamado Manolo
Pascual, y que continuó con José Vela-Zanetti, Josep Gausachs, Yoryi Morel,
Celeste Woss y Gil, Gilberto Hernández Ortega, Joaquín Priego, Guillo Pérez,
Joaquín Mordán Ciprián, Ana Luisa García, Marianela Jiménez, Rosa Tavárez y
que, actualmente, dirige Juan Medina, produciendo, en estos sesenta años (y a
excepción del año de la Gesta de Abril),
sin lugar a dudas el grueso de los grandes productores plásticos dominicanos:
Gilberto Hernández Ortega, Marianela Jiménez, Plutarco Andújar, Iván Tovar,
José Ramírez (Conde), José Rincón Mora, Silvano Lora, Fernando Peña Defilló,
Paul Giudicelli, Eligio Pichardo, Clara Ledesma, Domingo Liz, Ada Balcácer,
Mariano Eckert, Aquiles Azar, Virgilio Méndez, Alberto Ulloa, Rosa Tavárez,
Cándido Bidó, Leopoldo Pérez, Elsa Núñez, Soucy de Pellerano, José Félix Moya,
amable Sterling, Joaquín Mordán Ciprián, Noemí Mella, Nidia Serra, Manuel
Montilla, Vicente Pimentel, Dionisio Blanco, Alonso Cuevas, Miguel Núñez, Juan
Medina, José Perdomo, Radhamés Mejía, Gaspar Mario Cruz, Norberto Santana y
Freddy Javier.
Sé que muchos nombres faltan en esta lista.
Pero eso no importa. Lo vital es lo otro,
lo que deberá anexarse al conjunto
cultural. Porque, de medir bien sus pasos, evitando caer en los rejuegos de una
mercadotecnia que marca valores inexactos o ficticios, y remontando las
corrientes adversas de los facilismos,
Mirna Ledesma y Alejandro Asencio, después de estas maravillosas Percepciones, habrán de estar entre esos
nombres faltantes, integrándose, así, a las maravillosas realidades que la Escuela Nacionalde Bellas Artes (ENBA) ha producido para el
engrandecimiento de la plástica dominicana.
Y es
por este futuro, que avizoro esplendoroso, por lo que, aunque quiero llorar…
¡no puedo!
Octubre, 2002.
[1]En este trabajo,
escrito en el año 2002, aposté por los talentos de Mirna Ledesma y Alejandro
Asensio, y el tiempo me ha dado la razón: ambos, ocho después, se encaminan
hacia la cumbre, no sólo de la plástica dominicana, sino regional.
[2] LUKÁCS, Georg: ESTÉTICA 1. Editorial Grijalbo, S.A.
Barcelona – México. 1966. Pag. 33.
[3] PAZ, Octavio: CORRIENTE ALTERNA, Siglo XXI Editores,
S.A., México. P. 7.
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