jueves, 6 de enero de 2011

Respuesta a Quico Tabar


Enero 6, 2011.

Estimado Quico:
Este artículo tuyo de Hoy enfrenta —muy valientemente— el costado principal de esa desenfrenada invasión de haitianos al país. Y al subrayar lo de valientemente lo hago apoyándome en los enlaces históricos que han movilizado esas migraciones:
·       las persecuciones de Dessalines a los blancos y mulatos de aquella parte de la isla, luego de la independencia haitiana, en 1804;
·       la ocupación de nuestro territorio por fuerzas haitianas, en 1822;
·       los miles de haitianos que ocuparon Hincha y Las Caobas, tras la separación de 1844, y Veladero y Cachimán, luego de la guerra restauradora, auspiciados por Boyer, Geffrard y Saget, aunque este tipo de ocupación ya había sido diseñado por Dessalines y Cristophe, perdiendo el país alrededor de 3,500 kilómetros cuadrados de territorio;


·       la modernización de la industria azucarera dominicana, auspiciada por emigrantes cubanos y puertorriqueños, así como agroempresarios norteamericanos, entre 1874-1880, requería de braceros expertos, algo que no ofrecía el país, por lo que se precisó importar jornaleros haitianos y barloventinos, expertos en estas faenas;
·       la disminución de la oferta europea de azúcar de remolacha durante la Primera Guerra Mundial provocó el encarecimiento de los precios azucareros, los cuales se elevaron, de $5.50 en 1914, a $22.50 en 1920, lo que indujo a la instalación de nuevos ingenios y a la importación masiva de más braceros haitianos;
·       otra de las oleadas beneficiosas para la producción de azúcar de caña aconteció durante la Segunda Guerra Mundial, lo que abrió el apetito de Trujillo, que construyó en 1948 el Central Catarey, en 1952 el Central Río Haina, y en 1956 el Central Esperanza, y comprando a propietarios canadienses, norteamericanos y puertorriqueños  los ingenios Monte Llano, Ozama, Central Amistad, en 1952; el Central Porvenir, en 1953, el Santa Fe, en 1954; y los de Barahona, Boca Chica, Quisqueya y Consuelo, en 1956. Estas compras demandaron, desde luego, grandes importaciones de más braceros haitianos, las cuales se oficializaron a través de acuerdos bilaterales;
·       con la subida al poder de Balaguer, en 1966, se inició otra modalidad en la importación de jornaleros haitianos: la construcción de edificaciones;
·       la tragedia histórica de la economía haitiana, cuyos líderes no supieron mantener a flote la maquinaria agroindustrial dejada allí por Francia, convirtiéndola en odio hacia todo lo blanco y europeo; y
·       las preocupantes tragedias acaecidas el año pasado: el terrible terremoto del 12 de enero y la epidemia de cólera, que han ocasionado las masivas migraciones de los últimos meses.
Demás está decirte, estimado Quico, que la población de haitianos en el país, concentrada hasta el 1961 en los bateyes y sus contornos, se ha desbocado hacia las ciudades atraída por los promotores de urbanizaciones, torres y hoteles, responsables de esta explosiva avalancha, la cual se ensancha hacia todas las faenas que ocupaban hombres y mujeres del país: quincallería, mensajería, motoconchismo, etc., y que llena comercios y esquinas de pedigüeños, entre los cuales se encuentran niños desde dos a catorce años.
Así, los culpables verídicos de este caos han sido, a través de la historia:
·       los gobernantes e intelectuales haitianos, que han manifestado a través de proclamas y teorías raciales que esta isla debe tener una sola nación: Haití;
·       los propietarios extranjeros y dominicanos de ingenios, que han propiciado importaciones de braceros haitianos sin políticas de repatriación;
·       los promotores de edificaciones que, al igual que los empresarios azucareros, han estimulado la contratación de mano de obra de ese país en las construcciones, sin importarles el estatus del inmigrante;
·       y los gobiernos que, desde Balaguer hasta Leonel Fernández, han patentizado una increíble ineptitud ante este problema que, a la larga, podría destruir nuestra médula cultural: la lengua y la religión.
Con mi admiración de siempre, queda de ti,


Efraim

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