viernes, 5 de agosto de 2011

Currículum de Efraim Castillo, una Novela del Presente


Por Manuel Núñez

            He aquí, señores, una vasta panoplia en la que se enlazan como dentro de un rompecabezas: crónica histórica, panfleto periodístico, lugares comunes, guiños de humor, remedos publicitarios, pornografía, remilgos y guaserías, ejercicios de estilo; todo eso, pasado por el tamiz de la escritura novelesca, junto a la trama que genera toda una serie narrativa y que define la novela como una digresión de situaciones en torno al síndrome de la huida: la búsqueda desesperada del visado norteamericano para abandonar el país: verdadera fiesta escritural, en la que Castillo pasea su mirada incrédula —¡sin reticencias de ningún tipo!— en derredor de un bestiario de revolucionarios libertinos, develando la purulencia de las capillas ideológicas, físicas y morales; y el adecenamiento de las creencias sagradas, confrontado con el pragmatismo de la vida cotidiana.

            Con todo esto, Castillo persigue la desmesura narrativa: la novela se confunde con los discursos que él toma de la opinión y que, sin embargo, es imposible que construya sin éstos.  Hay, pues, en todo este guirigay narrativo la confrontación de varias ideologías y una rebelión contra los estilos narrativos tradicionales.

La dedicatoria de la novela Currículum implica todo un programa de exorcismo ideológico: «…a los que se van que no son culpables, a los que se quedan que no son culpables».  La ideología del pesimismo y de la culpabilidad, en lo concerniente a la insurrección de abril de 1965, es llevada a situaciones de acoso, pero sin conciliación; se construye como un conflicto, pero sin nostalgias ni veleidades morales.  Hay, pues, una carnavalización de la historia cotidiana, una caricatura del afán del heroísmo.  Prolifera en este texto el desenfado con una técnica de la utilización del estallido moral de situaciones embarazosas: Beto blasfemia a miss Ramírez, Beto castiga —¡sin concesiones!— la adulonería de Monegal.  Hay, además, la profanación de la ética, a través de la destrucción de la censura sexual, de la parodia del amor clandestino y del deber incontaminado del Mesías político: la novela no es respuesta, es interrogación.

Y, aún hay más, señores, la novela funciona como disgregador ideológico y este es su principal valor: la pluralidad de sentidos contradictorios. La crisis de las ideologías en las que todo fluye, se dispersa y se reúne bajo un denominador común: los conflictos ideológicos de la época, el feminismo y el machismo, el intelectual y el partido, así como el afán de poder.

En ese tenor, se sitúa la misoginia de Beto Pérez: la sexualidad y la política adquieren los mismos visos, por un lado el caudillismo, es decir, el dogmatismo en posición de poder; y por el otro, la sumisión de todas las amantes de Beto, y, en particular, el masoquismo de su esposa.  Todo ello sirve a la afirmación de su poder y de su razón de Estado.

La rémora de la ilusión lleva a nuestro héroe a despreciar el trabajo; y aquí entramos dentro de nuestra primera historia: la biografía de Beto Pérez, el político sosia del lumpen, el lumpen sosia del intelectual, todo ello ribeteado con visos de heroísmo.

Según la ideología del franciscanismo revolucionario, Beto debe purificarse, para desclasarse, como diría La Moa, uno de los personajes de la novela. Beto abomina su salida del presidio, porque restarle sufrimientos a su biografía, es restarle heroísmo: el suplicio es la consagración: el militante debe ser de mármol: sus obligaciones familiares, sus dudas, sus miedos, sus angustias no importan.  ¡La revolución es todo! El militante es cero.  Este jansenismo del nuevo apostolado, postula al militante como un ser que está por encima de las cosas terrenales, guiado únicamente por sus aspavientos.

Y todo esto, se confronta con el individualismo tentador de Monegal.  La literatura encuentra aquí su principal panacea, la complejidad de sentidos, la orgía semántica, llevada al paroxismo.  No hay lirización del fracaso de la guerra, no hay culpables tampoco.

El oportunismo es la fronda común en la que se pasean todos los personajes de Castillo: Cuqui y Pedro La Moa se convierten en soplones para obtener el visado norteamericano, Monegal y Vicente aprovechan la amistad de Beto para proponerle a la esposa de éste relaciones de alcoba; el poeta sorprendido es un pedigüeño que persigue que los otros paguen su ración de alcohol diaria, Beto es un gigoló, un vividor de las mujeres, «un auténtico pequeño burgués al que no le gusta bajar el lomo» (p. 31), Stewart, el cónsul norteamericano, quiere hacer de Beto un colaborador de su servicio de espionaje.  Y de toda esta amalgama surgen los aspavientos de pedagogo político de Beto Pérez, el paralelismo entre los procedimientos del partido y las pandillas de gánsteres y, finalmente, el fetichismo de los muertos: «los buenos están muertos Beto, quedan los que se apartaron… ¡como tú!»

El narrador omnisciente es el instigador, el crítico, el que interroga incesantemente.  Cada una de sus preguntas inaugura una serie inacabable: en una habitación cualquiera del hotel Londres, Beto Pérez reconstruye junto a su amiga Landa, el fantasma de la escena traumática: su madre y el señor Landrón burlándose soberbiamente de su complejo edípico, su madre aflorando en el recuerdo cual una esfinge profana despojada de sus mitos.  Estas y otras formas del recuerdo como abyección, pluralizan el texto.

Se trata de un texto polimorfo, donde narración, documentos, diálogos, descripción, reflexión, acontecimiento, trama, forman una misma unidad discursiva; tendida hacia el desenfado, la ironía y el cinismo: obra de artesano de entuertos ideológicos, desprovista de todo determinismo, de toda reconciliación, de todo finalismo.  ¡Amén!.


Currículum: La Escritura Novelesca

Tres tipos de tipografías tejen el tinglado novelesco de Efraim Castillo: la primera abarca 5 capítulos y la encuesta; la segunda corresponde al historial o Currículum del protagonista y consta igualmente de 5 capítulos; la tercera corresponde al resto de la novela y abarca 27 capítulos.

Tanto la tipografía Vicente-Beto y la correspondiente al Currículum operan una ruptura en el tiempo del relato.  El diálogo Vicente-Beto es una digresión temporal sobre los acontecimientos de la novela, la novela se inicia con un comentario sobre lo ocurrido y termina en el mismo tenor: la encuesta.

Hay, pues, en la tipografía de Castillo una estrategia semántica, en la que se funden tres tipos de relatos: historia, reflexión y acontecimientos del personaje Beto Pérez; y a éstos corresponden los remedos periodísticos del Currículum, el diálogo interminable de Beto y Vicente y la narración novelesca con sus diálogos y sus descripciones.

Sin embargo, si observamos en su puntuación el ritmo y la disposición escritural de los capítulos, constataremos que su puntuación oculta el ritmo y la dicción, por ejemplo en los capítulos 31, 32, 33, entramos en un hacinamiento tipográfico, selva de palabras (no hay puntos ni párrafos) en que la lectura se convierte en algo irritante, sobre todo en este texto que recoge un conjunto de voces parecidas y donde la narración debe airearse.  Y este procedimiento estropea el esquema acentual de la frase del autor, la prosodia novelesca, que se configura por la distribución de las pausas y los silencios, distribución del fraseado y por la puntuación o dicción textual y en ausencia de ésta por el blanco o el espacio.  Y esto fragiliza la estrategia novelística de Castillo, destruye la especificidad de su frase; pero no en toda la novela.  Por ejemplo, en las cuartillas del Currículum elaborado por Beto, aparece una escritura ideologizada al servicio exclusivo de la información; letanía histórica, que es fuente oral de la trama novelesca, pero no es la trama ni forma parte del ritmo de la novela.  Otro aspecto molesto son los yerros en otras lenguas, especialmente en francés, gazapos irritantes para lectores puntillosos y que no acotamos aquí para no hacer prolijas estas apostillas.


La Ideología y La Vida

Leyendo los epígrafes que orlan cada capítulo podemos entrever que la composición de la novela se construye como un conflicto (entre Beto y su identidad) y constatar, luego, un contraste entre esta composición general y el fraseado, en el que aparecen desigualdades marcadas incluso tipográficamente; pero el ritmo de la composición (las acotaciones del formulario, el dualismo narrativo entre Beto y Pérez, la búsqueda de una identidad, de una biografía) destruye por sí solo la homogeneidad de los esquemas ideológicos y sus maniqueísmos, y es desde ya, una anti-ideología.

La batalla central se ceba en torno a la ideología y la vida, la ideología tiende la razón política contra el individuo: los esquemas, la permanencia del pasado, la moral, el orden, la homogeneidad como entes fijos. La vida, en cambio, tiende las contingencias pragmáticas contra los modelos ideológicos que ella misma crea, desborda, muta, deshace, rehace y contrapone hasta hacerlos muchas veces imposibles y utópicos.

Sin embargo, el conocimiento y la vida no se oponen, están el uno en el otro, comparten una misma zona histórica, teórica y epistemológica.  Fuera de la vida no hay teorías ni ideologías.  Ambas sólo pueden surgir (y surgen) en y por la vida.

La vida es el laboratorio de las ideologías, en ella, por ella, todas las quimeras de los quimeristas se resquebrajan, los paraísos se pudren —¡pétreos portentos prófugos del principio de realidad!—; la vida es el mayor disgregador ideológico… Inclusive, la vida es más poderosa que la teoría —¡que todas las teorías!—, porque todas las teorías están en ella.

La novela de Castillo es un drama de la conciencia, una lucha entre la ideología izquierdista de Beto y su vida: las contingencias vitales son férreas obligaciones familiares, su conciencia (el narrador omnisciente) le hostiga punzantemente: «¡Oh, si su hija se mete a cuero, Pérez…! ¿Por qué no va haciendo algo, hombre?» (p. 122). A esta letanía se agregan las imprecaciones de la esposa de Beto: «Todos los días lo mismo, Beto. ¿Cuándo saldremos de esta miseria?» (p. 142).  Sin embargo, pese a la violencia de la vida sobre el modelo ideológico, Beto no se convertirá en un soplón como Cuqui y La Moa, porque del otro lado está la conciencia: «¿Qué pasaría, Boris, con la venta de la conciencia en los hombres? Mercado de las conciencias, conciencias podridas a dos por chele: conciencias semipodridas a centavo: conciencias usadas a cinco cheles: conciencia sin uso a diez centavos» (p. 305).

Pero, ¿acaso puede la literatura resolver estas contradicciones? ¿Con qué fines? ¿A favor de quién… en nombre de qué ideología? ¿En este conflicto entre el programa ideológico que es Beto Pérez y su vida, entre la razón política y el personaje, puede hablarse de ganadores y perdedores, de izquierdistas y anti-izquierdistas?


Currículum, de Efraim Castillo, la Ideología contra la vida

La vida degrada los esquemas ideológicos basados en el afán de coherencia y en la programación de sentido, es decir, en la verificación de las leyes ideológicas enunciadas por los profetas políticos.  La unidad entre la moral que tenemos en torno a las ideas positivas y la práctica política, entre nuestras frases en futuro y lo que ocurre en el presente, se deshace.  Porque la historia no es un programa, no premia ni castiga a nadie, ni está asociada con algún Dios bondadoso.

La vida no une, dispersa.  Sin embargo, tendemos a la teología cuando le atribuimos a lo que nos ocurre un sentido pesimista u optimista, y según el contexto político izquierdista o anti-izquierdista, falso o verdadero, y erigimos esta coartada como un principio normativo y aplicamos una semántica dualista, maniquea a nuestros análisis y hacemos de esta normativa un mausoleo y convertimos este mausoleo en guía de nuestra acción y buscamos una coherencia y una fijeza ideológica en todo lo que nos rodea y nos creemos instrumentos de una razón superior que atraviesa toda la sociedad y le rendimos culto, adoración, a esas ideas, a esos principios que ahora son la imagen de Dios travestido y en nombre de esta nueva religión matamos, condenamos, mandamos al infierno y a la gloria y henos aquí convertidos en viejos papas inquisidores, en los matamoros del nuevo fanatismo, con un morral de razones fijas, de esquemas fijos, mientras la vida fuera de este tiempo ocurre de otro modo.

Y cada vez se hace más difícil la coherencia entre lo que creemos y lo que hacemos, entre lo que somos y lo que queremos ser, porque los esquemas ideológicos son una respuesta, la vida es una interrogación: el riesgo permanente de los esquemas morales e ideológicos del sujeto.

Es el sujeto que la hace, la transforma; es ella la que lo modifica, lo construye, ya que el sujeto es, precisamente, la alianza del individuo con lo social, el paso de lo individual a lo colectivo, que es, también,  una pluralidad de lógicas y de intereses clasistas y grupales.  De ahí que la actividad política sea necesariamente la búsqueda de una coherencia de grupo, de una uniformidad discursiva.  Pero la coherencia —como la escolástica— es la expresión de un poder, porque éste no dispersa, sino que une.

Todo esto hace de Beto Pérez un militante utilitario al servicio de la uniformidad ideológica y moral de su organización política, aunque, sin embargo, la necesidad del éxito económico destruye la homogeneidad de su identidad política.

El contraste de estereotipos une Beto y Monegal: Beto parte de su fracaso como militante y como pares de familia al heroísmo: la liquidación del enemigo y su inmolación final; Monegal, en cambio, pasa del éxito económico a la esterilidad de los borregos del capitalismo; en ambos funcionan dos abstracciones: la disidencia y la apología del sacrificio en Beto, la reproducción del optimismo del poder y el elogio del individualismo en Monegal; pero en ambos funcionan igualmente el machismo, la religiosidad, la pereza intelectual.  Constatamos, pues, que si los esquemas ideológicos los separan, la vida (lo social, lo histórico y la práctica) los une, ambos reproducen y enarbolan nuestras taras culturales, nuestros valores.

Como en La Otra Penélope, de Andrés L. Mateo, como en Sólo cenizas hallarás, de Pedro Vergés, constatamos en Currículum la historia de una impotencia.  La historia vivida como fracaso.  Se trata de un pesimismo que forma parte del saber popularizado.  Este mito es tal vez un síntoma socializado; pero para indagar esto habría que analizar la fisonomía de los personajes en la novela dominicana y así sabremos en qué medida nuestros novelistas reproducen, o transforman, esos estereotipos y clichés popularizados, que los espeleólogos de la cultura nacional se empeñan en llamar esencia de lo dominicano, es decir, los rasgos permanentes de la nación.  Y todo esto responde a la ideología de la novela como mimesis de la realidad, se trata de la alienación de nuestra novela al discurso sobre la historia dominicana.  Estos personajes novelescos han pasado por 30 años de trujillato, por 12 años de balaguerato y toda esta dura prueba los ha convertido en seres adocenados e impotentes, en instrumentos de la sociedad.  Las limitaciones éticas del novelista reducen la aventura literaria.  Sólo la disidencia liberará estos personajes de toda la carga de positivismo, de moralismo, con que ha sido escrita nuestra historia.

Incapaz de resolver la contradicción entre su vida y su ideología, Beto golpea a su mujer, su sadismo es su desahogo, su viaje fuera del partido es un retorno: rechaza las tentaciones de Monegal y de Stewart y se convierte en héroe y se suicida como en las épocas trágicas, castigando su pasajera apostasía política y lavándose de toda claudicación.  Y con este crimen y castigo renace el credo político, se trata del triunfo del modelo izquierdista en la vida de Beto.  Castillo lo homologa al Cristo: «.¡Ah Cristojesús, tú y tu número!»

La muerte de Beto es la permanencia del pasado sobre la vida; pero la vida resuelve ese pasado con todas sus contingencias, Efraim Castillo nos hizo creer que Beto era izquierdista para que creyésemos que era anti-izquierdista, cuando en realidad Beto era izquierdista.  Puro guiño burlesco.  Más que romper con un tabú o una barrera, Castillo abre un páramo de posibilidades a la novelística dominicana.

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