viernes, 9 de septiembre de 2011

A Danny de León de Efraim Castillo

Danilo León Vicioso (Danny de León)
Mi estimado René:
Desde el pasado lunes, 5 de los corrientes, en que Freddy Ortiz y yo visitamos a Danny, no he podido dormir. Y la razón es obvia: Danny fue para mí, más que el compadre al que le bauticé a Danilito, un claro ejemplo de ese talento musical tan escaso en el país y en el mundo, y a quien, en repetidas ocasiones, sermoneé para que lo utilizara en provecho del país y el mundo.
Ahora, luego de tu dolorosa noticia, presiento que algo faltará en mi vida, porque siempre tuve a Danny, no como un amigo, o un compadre, al que se llama de vez en cuando, sino como un asesor, como una mano abierta tendida hacia las mías y, más que todo, como un ser humano siempre dispuesto a dar sin esperar recibir nada a cambio.
Cuando lo conocí, una noche de sábado del año 1967, en que tocaba junto a Rafaelito Cepeda y Juan Valenzuela —en ese maravilloso trío que se llamó Los Bemols—, en el patio español el Hotel Hispaniola, le pedí que realizara algunos jingles para mis clientes, y ahí nació nuestra amistad y compadrazgo, una relación que se extendió ininterrumpidamente por cuarenta y cuatro años.
Junto a Danny formé el más armonioso tándem creativo, en donde yo aportaba los textos y él los musicalizaba, contándose por decenas las producciones que realizamos juntos. Inclusive, mi obra de teatro La fosa del mundo le sirvió de base para su extraordinaria composición Habrá un nuevo mundo y muchos de nuestros jingles se utilizaron en varios países del continente.
Pero aparte de su talento musical, Danny León Vicioso fue un excelente creativo y su numen se explayó hacia zonas sociales que, catapultadas por su visión humanista, recibieron sus creaciones como regalos de Dios.
Su vida, que se extendió por sesenta y cuatro años, transcurrió sin hacerle daño a nadie, empleándose a fondo en cada proyecto que asumía, como aquel legendario restaurante que llamó El Fogón, en la Avenida George Washington, y a quien le endosé el lema de Lo mejor del malecón, que servía de reunión vespertina a sus amigos del alma, sirviéndonos de apoyo para discutir y analizar, no sólo los problemas que ahogaban al país, sino los que acogotaban al mundo, como la contaminación ambiental, el desequilibrio ecológico, la Guerra de Vietnam y la vida dominicana, que comenzaba a ahogarse por los clientelismos políticos.
A Danny lo llamaba a cualquier hora (de noche, de madrugada, al mediodía) cuando arribaba a la idea buscada y, tras leerle el texto recién creado, él me llamaba luego para cantarme la melodía compuesta. Su mundo era la melodía pura y la articulaba siempre con ese dejo romántico que narraba las historias para que llegaran al corazón del oyente… ¡Y ese fue su gran aporte al mundo de la música y, sobre todo, a la publicidad nacional! En doce, dieciséis, treinta y dos compases, Danny, como si se tratara de una aria operática, narraba melódicamente el anuncio para ser aprehendido, para ser creído y, en la mayoría de los casos, para no ser olvidado.
Lo penoso de esta partida a destiempo, estimado René, es que Danny León, a quien nunca me cansé de sermonear para que se introdujera en un mundo musical más profundo, había comenzado a realizar —alejado de ese cosmos de los estribillos— obras musicales enmarcadas en nuestra historia, cantando las asperezas por las que ha tenido que atravesar nuestro pueblo desde el cruel encuentro de nuestros aborígenes con los conquistadores.
Pero sé que Danny no ha muerto. Eso lo sé porque su música y sus arreglos permanecerán más allá de los tiempos… Más allá de los espejismos modales a que este frenético desarrollo tecnológico nos tiene atrapados.
¡Sí, Danny León Vicioso está allí, donde lo inmortal se vuelve luminoso cuando se asienta en la virtud del talento!
Efraim Castillo

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