Aquella
reunión del 37
Por
Efraim Castillo
A
|
NOCHE
SE EFECTUÓ un colosal
agasajo en la residencia campestre de Jacinto Pichardo, el gobernador
provincial de Dajabón. La mansión de Pichardo se levanta a unos cuatrocientos
metros del río que da nombre al poblado y la provincia, Dajabón, y que se aprovecha como una de las líneas fronterizas
entre Haití y República Dominicana. Desde la residencia se divisa el pequeño
puente sobre el río, por el que cruzan a diario cientos de haitianos que acuden
a Dajabón en busca de las viandas que no producen en su territorio, trayendo
consigo las que demandan los dominicanos. En la cabeza oriental del puente se
levanta una pequeña fortaleza custodiada por soldados dominicanos, al igual que
la garita que se yergue en el lado haitiano. El agasajo, preparado por las
autoridades de Dajabón, tenía como fin calmar la preocupación de Trujillo por
las constantes denuncias de incursiones de bandas haitianas al territorio
dominicano, para robar ganado, secuestrar y asesinar personas. La residencia
campestre de Pichardo fue custodiada por soldados y agentes secretos,
veinticuatro horas antes de la llegada del Jefe,
quien al escuchar el murmullo del río se detuvo para escucharlo, mascullando a
su asistente:
—¿Oyes ese
murmullo de agua?
—Sí,
Jefe… ¡Es el río Dajabón!
"El río Dajabón se aprovecha como una de las líneas fronerizas entre Haití y República dominicana..."
—¡Claro
que lo sé! ¡Ese río hay que salvarlo!... —gruñó Trujillo.
No comprendiendo aquella
expresión, el asistente preguntó:
—¿Lo
cree así, Jefe?
Sin mirarlo, Trujillo sonrió, y
con su voz aflautada volvió a murmurar:
—¡Sí…
hay que salvar ese río! —y esbozando una sonrisa, penetró a la residencia,
donde lo esperaba el gobernador Pichardo y sus acompañantes.
La residencia campestre de Jacinto Pichardo...
Al agasajo asistieron las
principales autoridades de Dajabón y del país, algunos con sus esposas, para
escuchar las denuncias de las tropelías haitianas formuladas por los
comerciantes, agricultores y ganaderos del noroeste dominicano. Cuando Trujillo
entró a la residencia, el gobernador provincial lo condujo hasta el comedor y
allí lo invitó a tomar asiento en la silla que encabezaba una mesa rectangular.
Al tomar asiento Trujillo, los demás asistentes hicieron un repentino silencio
que culminó cuando, eufóricamente, todos gritaron a coro:
—¡Viva
Trujillo! ¡Viva Trujillo! —seguido por efusivos aplausos que provocaron una
sonrisa, más bien un mohín, en el rostro del Jefe.
Al cesar los vítores y
aplausos, Pichardo carraspeó y se dirigió a Trujillo:
—¡Bienvenido
a Dajabón, amado Jefe!
Y a seguidas comenzó el
agasajo: dos muchachas vestidas con llamativos vestidos llevaron a Trujillo una
botella de brandy Carlos I con su
respectiva copa y para los demás garrafas de ron y whisky escocés. A las
muchachas les siguieron mozos con bandejas surtidas de manjares, y un trío de la
región tocó la música favorita de Trujillo: merengues y boleros. Después de
apurar varios tragos de brandy y
probar algunos bocados, El Jefe levantó
su copa y gritó:
—¡Brindo
por Dajabón y el noroeste dominicano, tierra de héroes y buenas hembras! Les
agradezco este agasajo y deseo que me expongan el motivo del mismo, el cual,
supongo, es el mismo del que me han enterado los organismos de seguridad del
Estado, referente a los atropellos que bandas de delincuentes haitianos han
venido cometiendo contra propiedades públicas y privadas del país.
—…Y también contra seres humanos, Señor
Presidente —se atrevió a señalar René Escobar, quien ostentaba el cargo de
Secretario Regional del Partido Dominicano.
—¡Sí, Jefe! —expresó Pichardo—. Los haitianos
no respetan las vidas dominicanas y se guían por brujos del vudú, uno de los
cuales participó en una ceremonia en las proximidades de Montecristi que se
convirtió en algo terrible…
—¿Y qué
fue lo terrible en esa ceremonia? —inquirió Trujillo—.
—Lo que
siempre pasa, Jefe… ¡Algo horrible!
—contestó Pichardo.
—¿Qué
coño pasó? —preguntó Trujillo, aflautando la voz como un tenor lírico.
Pero esta vez no fue Pichardo
quien respondió a Trujillo, sino Escobar:
—¡Asaron
un cabrito de dos patas,
generalísimo!
Al escuchar las palabras cabrito de dos patas, el cuerpo de
Trujillo se sacudió, adquiriendo
su rostro la apariencia de una grotesca máscara.
su rostro la apariencia de una grotesca máscara.
—¡Coño
—estalló Trujillo—, los malditos haitianos han vuelto a lo mismo!
—Sí, Jefe, han vuelto a lo mismo… —expresó el
Pichardo, quebrando la voz.
Pero Escobar, ampliando el
énfasis sarcástico, remató la información:
—No, Jefe, no han vuelto a lo mismo…
¡Simplemente han seguido en lo mismo! Recuerde que esas ceremonias han
continuado y continuarán mientras los mañeses
rindan culto a Papá Legbá, la
serpiente tutelar del vudú…
—… y a Wangol, la potencia máxima —agregó el
Pichardo—…
—… y a Badagris, el Dios de la guerra
—intervino Escobar—…
—… y a Papá Bocor, la divinidad de la selva
—anexó Pichardo—…
—… y a Dangbé, la serpiente cortesana de Papá
Legbá —adicionó Escobar.
—… y a Damballah Ouedó, que es su Dios del
perdón —expresó Pichardo, acercándose a Trujillo—…
—… y a Aizán —gritó Escobar—…
—… y a Ogún —intervino Otero, el guardaespaldas
de Escobar—…
—… y a Sobó —dijo desde la galería circular de
la casa solariega, la esposa de Pichardo—…
—… y a Agwé Woyó —apuntaló Mélido Infante, un
ganadero de Guayubín a quien los haitianos habían robado decenas de reses—…
—… y a Siligbó —expresó, con un dejo de
picardía, la esposa de Escobar—…
—… no
olviden a Ossange —gritó eufórico
Bertrán, el taquígrafo del Partido Dominicano en Dajabón—…
—… ni a
Lokó Atinsú —sentenció Pichardo—…
—… ni a
Papá Guedé —vociferó Escobar—…
Casi aturdido por el concierto
de nombres de deidades animistas y santeras, Trujillo detonó como una bomba
circular:
—¡Sí,
coño, a todos los groseros dioses que trajeron los mañeses del África… para jodernos!
Y como si estuviese preparada
la reafirmación al estallido de Trujillo, Pichardo subrayó:
—¡Sí, Jefe, estamos y estaremos más jodidos
mientras esos malditos vecinos sigan robando, matando y practicando su vudú en
nuestro sagrado suelo!
—¡Usted
lo sabe, Jefe: al único santo que
debemos adorar los dominicanos se llama Rafael… San Rafael! —afirmó Escobar con
cara de satisfacción.
—¡Sí, Jefe! ¡A San Rafael Trujillo es al único que debemos seguir los quisqueyanos! ¡Y a los que no les guste
eso… que se jodan! —vociferó la esposa de Pichardo.
—Porque
generalísimo —aulló Escobar—, ¡ya lo de Horacio
y la Virgencita de la Altagracia hace rato que pasó a la historia! ¡Ahora
lo que nos mueve y guía es Trujillo y la
Virgencita! ¿Verdad, Jefe?
Al observar que el rostro de
Trujillo volvía a la expresión del fiel recibidor de lisonjas, el taquígrafo
Bertrán apuntó con cara de horror:
—¡Mira
que comerse un niñito!
—Pero
eso no es nada —arguyó Pichardo—, ya en San Juan de la Maguana circula el gourde…
—… y en
Santiago se está vendiendo más clerén
que ron Bermúdez —dijo Escobar.
—Eso es
cierto, Jefe —gritó Bertrán—, los
Bermúdez están que rugen…
—… Y
también los Bello —adicionó Escobar.
—Detrás
del clerén vendrá el Barbancourt… —gritó la esposa de
Pichardo desde la galería.
—… y
después la hechicería constante —dijo a su vez la esposa de Escobar.
—… la
hechicería agresiva —sentenció Pichardo—…
—… la
hechicería antinatural —vomitó Escobar—…
—… la
hechicería selvática… —escupió la esposa de Pichardo…
—… ¡y
la maldita nigromancia de la Guinea!
—gritó Bertrán.
—¡La
misma que trajo Dessalines, Jefe!...
—dijo el guardaespaldas.
—… ¡la
misma que Cristóbal llevó al paroxismo! —afirmó Escobar.
—Recuerde las amenazas de Soulouque, Jefe —dijo Pichardo—. ¿Recuerda sus palabras?: ¡A los dominicanos no les dejaremos ni gallinas ni gatos vivos! ¡Yo los
perseguiré hasta el fondo de sus bosques, hasta las alturas del Cibao, sin
piedad, como a puercos cimarrones!, dijo ese hijoeputa negro.
—¿Dijo eso el maldito Soulouque? —preguntó Trujillo.
—¡Sí, Jefe, eso
dijo el hijoeputa seudo emperador! ¡Esas mismas fueron sus palabras! —reafirmó
Pichardo.
—¡Ya los houngans y
boccors haitianos venden sus elíxires
con sangre humana en las calles de Barahona!… ¡Con sangre de dominicanos!
—intervino Escobar…
—… ¡y también en las calles de Montecristi y de esta
hermosa Dajabón, generalísimo! —dijo el guardaespaldas, deletreando las sílabas
como si deshojara flores.
—… ¡y también en las de Puerto Plata, amado guía! —bufó
la esposa de Escobar.
—¡Esos mañeses
descienden de los boccors yorubas, Jefe! —lanzó Pichardo—. ¡Descienden de esos malditos brujos que los
jefes tribales vendían a los negreros españoles y portugueses, para librarse de
ellos y que, al no ser aceptados ni en la Louisiana
ni Alabama, los dejaban caer en
Puerto Príncipe!…
—… que debió llamarse por los siglos de los siglos Villa de la Santa María, como la bautizó
el Gran Almirante —lanzó la esposa de Escobar.
—¡Recuerde, Jefe,
cómo devoraron los mañeses, en Viajama, el corazón del coronel Viet por mandato preciso de Dessalines!
—dijo apesadumbrado Pichardo.
—¡El mismísimo Chanlatte lo dijo, generalísimo! —sentenció
Escobar.
—¿Qué, Escobar... qué dijo el tal Chanlatte? —preguntó
Trujillo.
—Que los haitianos están siempre listos para el
robo y la devastación —contestó Escobar, agregando—: Por eso, Jefe, muy pronto, no tendremos bosques,
ni ríos, ni madrugadas frescas.
—Tenemos que recelar de Papá Vincent y su laissez
faire, Jefe —arguyó Pichardo—,
porque si la cosa sigue como va, en nuestros carnavales sólo se bailará el yanvalú y el petró!
—¡Ese es un desgraciado desideratum que mueve a los que los azuzan —expresó Escobar—, a los
que envían mensajes de odio a las aldeas haitianas, a los que alimentan la idea
de la indivisibilidad insular, como si esta isla hubiese sido descubierta por
África!
—¡Coño! —gritó Trujillo, colérico.
—¡Sí, Jefe
—dijo Pichardo—, me gusta ese coño!
¿Y sabe por qué? ¡Pues porque el maldito animismo
no puede inyectarse como una vacuna!
—¡Por suerte tuvimos a un Sánchez Ramírez —intervino
Bertrán—, a un Santana y, sobre todo, Jefe,
lo tenemos a usted!
—¡Que viva Trujillo, coño! —gritó Pichardo.
—¡Que viva! —gritaron todos, mientras los ojos de
Trujillo se achicaban y su lengua recorría los oscuros labios, relamiéndolos de
puro gusto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario