martes, 18 de junio de 2013


Los Inventores del Monstruo
Cuadro segundo (Diciembre 9, 1918)

Por Efraim Castillo

Una tienda de campaña levantada en las afueras de algún pueblo, con reducidos muebles de oficina (un escritorio pequeño con un sillón giratorio y, frente a éste, dos sillas plegadizas con fondo de tela gris; un armario que sirve de archivo, así como un mueble donde reposan un sombrero y una casaca) y una Victrola en uno de los rincones del lateral izquierdo. Sobre el escritorio se amontonan algunos fólderes conteniendo papeles y, pendiendo de uno de los soportes de la tienda, aparece un gran cartel cuyo titular reza, en gruesas y llamativas letras: ¡Se buscan vivos o muertos!, destacando cuatro fotografías y, debajo de éstas, los nombres de Fidel Ferrer, Cayo Báez, Ramón Natera y Cristino Sánchez. También se lee en el cartel:

“Se dará una gran recompensa a quien informe sobre los paraderos de estos peligrosos gavilleros”.

Cuando el telón se levanta, el coronel WILLIAMS,  sentado en el sillón giratorio, hojea los documentos, mientras de la Victrola sale la voz de Enrico Caruso entonando alguna aria de «Rigoletto». Es una plena mañana de diciembre y fuera se escuchan voces y griteríos que identifican el entorno de la tienda como un campamento militar. Después de transcurrir algunos segundos, entra a escena EL SARGENTO, portando en una de sus manos un sobre lacrado, y quien, al detenerse con rigidez frente al escritorio, saluda militarmente a WILLIAMS.

 
WILLIAMS (sin apartar sus ojos de lo que lee, devuelve el saludo al SARGENTO)
¿Qué desea, sargento?

 
EL SARGENTO (parándose en posición de descanso, luego de WILLIAMS devolverle el saludo)
Coronel Williams, afuera hay un sujeto preguntando por usted y me pidió que le entregue este sobre.

 
(EL SARGENTO le pasa el sobre lacrado a WILLIAMS y éste lo abre, extrayendo de su interior un legajo de papeles)

 
WILLIAMS (después de leer detenidamente el contenido del sobre)
¿Dónde está el hombre que trajo este sobre?

 
EL SARGENTO (señalando la entrada de la tienda)
Ya le dije, señor… ¡El sujeto está afuera! ¿Desea que le haga pasar?

 
WILLIAMS
Sí, sargento, dígale que pase…

 
(EL SARGENTO sale y retorna a la escena seguido de RAFAEL, un hombre que ronda los veinticinco o los treinta años, vestido con ropas baratas pero muy limpias. Frente al coronel, RAFAEL se quita el sombrero y, sin saber como comportarse, observa la manera en que lo hace EL SARGENTO. Al notar que el civil no sabe comportarse frente al CORONEL, EL SARGENTO lo corrige con un gesto)

 
EL CORONEL (observando el papel y luego a RAFAEL, se pone de pie y camina hasta la Victrola, apagándola. Tras hacer esto, vuelve a sentarse)
¿Y bien, señor Trujillo? ¿Por qué desea usted ingresar a la Guardia Nacional Dominicana? (Al SARGENTO) ¡Puede retirarse, sargento!

 
EL SARGENTO
Sí, señor.

 
(EL SARGENTO saluda a Williams y hace mutis)

 
RAFAEL (carraspeando)
Bueno, señor Williams, tal como le dije a mister Johnson en el ingenio, deseo que la República Dominicana se pacifique…



WILLIAMS (observa de pies a cabeza a RAFAEL)
¿Y cree usted que a su edad podrá realizar un buen trabajo? Nosotros buscamos, para conformar la Guardia Nacional Dominicana, hombres de entre los dieciocho y veintidós años, señor Trujillo… ¿Qué edad tiene usted?

 
RAFAEL (tartamudea)
Cumplí veintisiete el pasado mes de Octubre, señor Williams…


WILLIAMS
¡No me diga señor Williams! ¡Yo soy el coronel C. F. Williams, de la Infantería de Marina de los Estados Unidos de América!, ¿comprende? El vocablo señor lo utilizamos sólo para imprimir respeto en las conversaciones, no para endosarlo como un título. ¿Comprende, señor Trujillo?


RAFAEL (tartamudeando)
Ssssí, coronel… ¡comprendo!

 
WILLIAMS
Pues bien, señor Trujillo, creo que usted sobrepasa la edad requerida para entrar como oficial en la recién creada Guardia Nacional Dominicana, aunque (mira de reojo el papel y el sobre), teniendo en cuenta lo que expresa acerca de usted el señor Johnson, podríamos hacerle algún hueco. ¿Dónde aprendió a disparar tan bien como expresa el señor Johnson?

 
RAFAEL (con cierta confianza)
Me enseñó mi padre, coronel…


WILLIAMS
¿Y quién enseñó a su padre?

 
RAFAEL (con cierto orgullo)
¡Lo enseñó mi abuelo, coronel!


WILLIAMS
¿Y quién diablos era su abuelo?

 
RAFAEL
Mi abuelo era oficial del ejército español, coronel…

 

WILLIAMS (fingiendo entusiasmo)
¡Ah, conque esas tenemos, señor Trujillo! ¿Y no sabe usted que nosotros les quitamos a los españoles las islas de Cuba y Puerto Rico, y también el archipiélago filipino?


RAFAEL
¡Lo sabía, señor!

 
WILLIAMS
¿Cómo lo supo?
 

RAFAEL
Bueno, coronel, trabajé como telegrafista en mi pueblo natal, San Cristóbal, y he leído algunos libros en la biblioteca de mi tío, Teófilo Pina Chevalier…

 
WILLIAMS (señalando el papel)
¡Eso no lo menciona Johnson en su carta! Debe usted saber, señor Trujillo, que en la Infantería de Marina de los Estados Unidos de América nos cagamos en los intelectuales… ¿Acaso no sabe usted que los intelectuales de mierda sólo sirven para bla, bla, bla? Los intelectuales se mean en los pantalones a la hora de la verdad y, si no lo hacen, caen en el primer combate. Entre sus lecturas, ¿no leyó algo sobre Martí, en Cuba?
 

RAFAEL
Perdone usted, coronel… ¡pero no, no leí nada sobre ese Martí, en Cuba, y, de verdad, coronel, no sabía que la lectura afectara tanto el valor! ¡Se lo digo de verdad, coronel!

 
WILLIAMS
¡Pues sépalo, señor Trujillo! ¡El militar debe servirse del intelectual y nunca podrá convertirse en uno de ellos, so pena de que se vuelva un blandengue! Pero, volviendo a la recomendación de mister Johnson, señor Trujillo, y de esos etéreos motivos que tiene usted de pacificar este paisaje, ¿qué otra cosa, de verdad, lo mueve? Johnson dice aquí que su padre y varios hermanos suyos han sido sometidos a la justicia por abigeos… ¿Es eso cierto?
 

RAFAEL (carraspeando)
Esas son habladurías de los enemigos de nuestra familia, coronel… y son esas infamias las que, precisamente, me han movido a desear ingresar a la recién formada Guardia Nacional Dominicana. Debe usted saber, coronel Williams, que en nuestro país ha imperado, desde su separación de Haití, un verdadero caos, una carencia absoluta de disciplina en todos los órdenes, y el ejército no ha sido más que una caricatura. Yo, que trabajé como telegrafista, puedo afirmárselo, señor… ¡perdón, coronel!

 
(RAFAEL, al hablar, se acerca más al escritorio. Definitivamente desea «saltar» la alusión de WILLIAMS a sus familiares)
 

¿Sabe usted, coronel, cuántos generales, coroneles, mayores, capitanes y tenientes, llegó a tener nuestro ejército antes de que ustedes, valientemente, nos auxiliaran? ¡Pues miles, coronel… miles!


(RAFAEL mira a WILLIAMS y, tras descubrir, que su discurso le ha causado buena impresión, lo refuerza y camina hasta el borde del escritorio)
 

¡Yo creo que ustedes significan la salvación de nuestro país, coronel, y es por eso que deseo ingresar a la Guardia Nacional Dominicana, a ese ejército que bajo sus directrices hará entrar en cintura a nuestro país!

 
WILLIAMS (observa con curiosidad a RAFAEL y sonríe)
Eso lo sé, señor Trujillo… ¡eso lo sé! Y nuestro gobierno lo sabía, mucho antes de enviarnos a nosotros a salvar la economía dominicana, que todo el que quería hacerse capitán, o mayor, o coronel, o general, tan sólo tenía que reunir a los vecinos del barrio, ponerse un uniforme de carnaval y proclamarse alzado contra los gobernantes... ¡Y es por eso que estamos aquí, señor Trujillo, y también es por eso que estamos tratando de organizar un ejército dominicano que nos ayude a pacificarlos!

 
(Transición)

 
Pero, volviendo al asunto de sus familiares, señor Trujillo, en su correspondencia, Johnson hace una clara alusión al asunto del robo de ganado y menciona específicamente a su padre, Pepe, y a sus hermanos Pipí y Petán.

 

RAFAEL
Pero, coronel, ¿qué dice mister Johnson de mí?


WILLIAMS

A usted trata de exonerarlo, diciendo que sabe enfrentarse a los problemas, a pesar de haber atravesado por algunos incidentes de falsificación. Pero, ¿cómo es eso de que usted sabe enfrentar los problemas, señor Trujillo?     

 
RAFAEL
Los problemas yo los enfrento de dos maneras, coronel…

 
WILLIAMS (visiblemente interesado)
¿De dos maneras? A ver, ¡explíquemelas!

 
RAFAEL
Aplicando la persuasión número uno o la persuasión número dos…

 
WILLIAMS (mucho más interesado)
¿Persuasión uno y persuasión dos? Pero, ¿qué coño son esas persuasiones, señor Trujillo?

 
RAFAEL (saboreando las palabras)
A las buenas o a las malas, coronel… O, simplemente, con palabras o con cuchillo…

 
WILLIAMS (sonriendo)
¡Ah, conque esa es la forma en que usted enfrenta los problemas, señor Trujillo! Pero, ¿acaso no será esa manera una estratagema para que se le acepte en la Guardia Nacional Dominicana, a pesar de su edad… y de su tamaño?

 
RAFAEL
Mister Johnson sabe que soy así, coronel, por lo que puede usted estar seguro de que le hablo la verdad. Y si su país me acepta como oficial del nuevo ejército dominicano, coronel Williams, tendrá en mí al mejor de sus aliados en toda la región del Caribe. ¡No les haré quedar mal, coronel!

 
WILLIAMS (sonriendo, observa con curiosidad a RAFAEL)
Usted ha empezado a caerme bien, señor Trujillo. Pero, no sé… ¡hay algo que me preocupa! 
 

RAFAEL
¿Qué le preocupa, coronel?
 

WILLIAMS
Sus dientes, señor Trujillo….
 

RAFAEL (sorprendido, se lleva una de las manos a la boca)
¿Mis dientes, coronel? ¿Qué tienen mis dientes?
 

WILLIAMS (se pone de pie y camina hasta situarse junto a RAFAEL, frente al escritorio)
¿Acaso no tiene usted un espejo en su casa? ¡Están muy careados, señor Trujillo!
 

RAFAEL (decidido)
¡Eso no es problema, coronel! Si tengo que sacarme los dientes y colocarme una caja… ¡lo haré!
 

WILLIAMS (se aproxima más a RAFAEL y le abre la boca, observando sus dientes)
No, señor Trujillo, no será necesario que nuestro dentista le extraiga los dientes, aunque sí un par de muelas que hieden. Nuestro dentista sólo tendrá que cortar y remendar algo en los incisivos y caninos.
 

(WILLIAMS deja de examinar los dientes de RAFAEL, saca un pañuelo de uno de los bolsillos traseros de su pantalón y limpia con él sus manos. Mientras guarda el pañuelo, camina hacia su sillón y se sienta)

 
¡Siéntese, señor Trujillo!
 

(RAFAEL se sienta en una de las sillas frente al escritorio)

 
Hay otra cosa que me preocupa, señor Trujillo.
 

RAFAEL (inquieto)
¿Otra cosa?
 

WILLIAMS
¡Sí, su adicción a las mujeres!
 

RAFAEL
¿Le contó también eso, mister Johnson?

 
WILLIAMS
¡Claro que lo dice en la comunicación! Johnson, al recomendarlo, tenía que detallar sus virtudes y defectos, señor Trujillo.
 

RAFAEL
Pero, coronel, las mujeres forman parte de mi vida privada…
 

WILLIAMS (áspero)
¡En el ejército no hay vida privada para los oficiales, señor Trujillo! Además, Johnson indica que su gusto por las mujeres va más allá de lo normal. ¿Es eso cierto?
 

RAFAEL
Los dominicanos somos así, coronel…
 

WILLIAMS (sorprendido)
¡Cómo! ¿Trata usted de decirme que todos los hombres de este país adolecen de esa aberración?
 

RAFAEL (asustado)
¿Aberración, coronel?
 

WILLIAMS
Sí, señor Trujillo… ¡aberración! Escuche lo que dice Johnson: (leyendo) «Trujillo, al ver que una mujer le pasa por el lado, sin importar que ésta sea fea o bonita, vieja o joven, blanca, negra o mulata, la sigue con la mirada como si deseara comérsela. Eso lo he notado cuando, juntos, buscamos por los cañaverales del este a los secuestradores de mister Sandler, a comienzos de año. Creo por esto, coronel Williams, que de no corregirse, Trujillo enfrentará en el futuro muchos inconvenientes por esta aberración, la cual lo hace inclinarse muy peligrosamente hacia las mujeres casadas, muchas de las cuales, aquí en Boca Chica, se han acercado a mí para que lo cancele o lo reprenda…»
 

(WILLIAMS deja de leer y observa el rostro de RAFAEL, que se ha tornado lívido)
 

¿Oyó, señor Trujillo, lo que dice de usted mister Johnson? Él fue quien mencionó la palabra aberración, no yo. ¿Cree usted, entonces, que todos los dominicanos sufren de ese mal? ¿Cree usted que la moral dominicana no existe? Nosotros sabemos, por los sociólogos que hemos enviamos a realizar estudios en el Caribe, que esta es una región donde el sensualismo forma parte del paisaje, y también donde hasta los curas, si no son pederastas, le echan mano a las feligresas; pero también sabemos, señor Trujillo, cuáles son los límites de esa afección.
 

(WILLIAMS se pone de pie y camina hasta el frente del escritorio, donde RAFAEL está sentado)
 

¿Cree usted, señor Trujillo, que esa enfermedad pueda corregirse?

 

RAFAEL (observando esperanzado a WILLIAMS)
Sí, coronel… ¡creo que podría superar esa adicción por las mujeres! 


WILLIAMS
Y lo otro, señor Trujillo… ¿podrá superar usted lo otro?
 

RAFAEL
¿Lo otro? ¿Qué es lo otro, coronel?
 

WILLIAMS
¡Los robos, señor Trujillo! ¡El abigeo! ¡En el oeste de mi país matamos a los ladrones de ganado sin avisar a las autoridades!
 

RAFAEL (como implorando)
¡Pero, coronel, no soy yo el ladrón de ganado, sino mis familiares!
 

WILLIAMS
Piense esto, señor Trujillo: imagínese que consiga usted entrar a la Guardia Nacional Dominicana y que, tras demostrar un comportamiento valiente y disciplinado, escalara en ella un puesto de primacía, el cual vendría a ser, desde luego, un puesto de privilegio dentro del gobierno y del país… Entonces, explíqueme, ¿cómo enfrentaría usted su adicción por las mujeres y, más aún, como resolvería los robos de sus familiares? Dígame, señor Trujillo, ¿podría usted solucionar satisfactoriamente esos terribles lastres? ¡Explíquemelo! ¿Podría hacerlo?
 

RAFAEL (confuso)
Bueno, coronel, lo intentaría. Pero debo decirle que los dominicanos somos así…
 

WILLIAMS (arremetiendo)
¡Eso lo sé, señor Trujillo! ¡Eso lo sé! ¡Conozco al dedillo la historia de este país! ¿Cree, acaso, que nos metimos aquí como indecisos turistas buscando el sol? ¡Pues vaya que no, señor Trujillo! ¡Cuando les hicimos los préstamos y enviamos a nuestros emisarios, ya conocíamos vuestras debilidades, vuestros malditos vicios heredados de los españoles y los africanos! Nosotros tenemos un destino manifiesto, señor Trujillo, algo a lo que nos hemos aferrado con decisión y fe desde mucho antes de la Ley del guano de 1856, donde nos propusimos apropiarnos de toda isla, cayo o roca guanera de este continente que, dicho sea de paso, sólo funciona bien del río Grande hacia arriba….
 

RAFAEL (gagueando)
Pero, señor…

 
WILLIAMS (comienza a pasear frente a RAFAEL)
¿Conocía usted esa Ley del guano, señor Trujillo?
 

RAFAEL (sigue gagueando)
¡No, coronel… no la conocía!
 

WILLIAMS
¡Esa fue la ley inicial…, esa fue la primera puerta imperial que abrimos en el mundo, señor Trujillo! ¡A través del guano inyectamos en nuestra agricultura la modernidad!
 

(WILLIAMS detiene su paseo y observa el techo de la tienda como si observara a través de él la anchura de un horizonte esplendoroso) 
 

Señor Trujillo, mientras la reina Victoria y los ingleses volvían los ojos hacia el oro y un orgullo obsoleto, nosotros los dirigíamos hacia el futuro, hacia la tecnología, hacia los alimentos. Antes del 1856 nuestras travesuras se hicieron sentir: destruimos Puerto Soledad, en las islas Malvinas, en 1831 y nos burlamos de la Doctrina Monroe al permitir que los ingleses la ocuparan… ¿Lo sabía, señor Trujillo?

 
RAFAEL (gagueando)
No, señor… no lo sabía…
 

WILLIAMS (desafiante)
Pero eso no fue nada, señor Trujillo. Entre 1835 y 1853, nos cagamos en México, apoyando insurrecciones, invadiéndola cada vez que nos daba la gana, ocupando gran parte de su territorio y, al final, robándole California, Arizona, Utah, Colorado, Nuevo México y, lo más importante, Texas.
 

RAFAEL (visiblemente impresionado)
¿De verdad hicieron eso, coronel?
 

WILLIAMS (desafiante)
Sí, señor Trujillo, hicimos eso… ¡y mucho más!
 

RAFAEL
¿Hicieron mucho más?
 

WILLIAMS (se acerca más a RAFAEL y lo encara)
¡Claro que hicimos más, señor Trujillo! ¡Nos burlamos del alma mexicana, de eso que encierra el fuero, el aliento vital de patria, haciéndoles creer, como expresó el general Winfield Scout, quien fue jefe de nuestros ejércitos, que los americanos no eran enemigos de México sino «enemigos transitorios» de los malos mexicanos. Y sabe, señor Trujillo, primero nos ganamos a la iglesia mexicana, haciéndole creer que éramos los salvadores de aquella guerra que los desmembraba. ¡Y vaya si nos portamos mal con los llamados hombres malos de México, señor Trujillo!...

 
RAFAEL (interesado)
Pero, coronel, ¿qué les hicieron a los hombres malos?

 
WILLIAMS (comienza a pasearse de nuevo)
¡Los acabamos, señor Trujillo! ¡Y para hacerlo bien, arrasamos con ciudades y villas, haciendo realidad el sueño de Jefferson de que Estados Unidos debía contemplar como su madriguera a toda la América, poblando con nuestra raza el norte y el sur! ¡Y eso lo dijo nuestro prócer en 1786, en su famosa carta a Archibald Stuart, señor Trujillo!
 

(WILLIAMS se detiene y se sienta en la otra silla frente al escritorio, muy acerca de RAFAEL)
 

Sí, señor Trujillo, nosotros no vinimos aquí a contar ovejas ni a enseñarles a brincar la tablita. Nosotros estamos aquí para abrir puertas, para abrir el futuro de la que será la más grande nación que jamás existió. ¡Nosotros somos los nuevos romanos, los nuevos conquistadores, señor Trujillo! ¡Y si el siglo pasado supo algo de nosotros a través de William Walker, en este que comienza probaremos al mundo quiénes coño somos! ¿Acaso no les quitamos Guan, Filipinas y Puerto Rico a los malditos españoles? ¿Acaso no gobernamos Cuba de 1898 a 1902, con el general Leonard Wood, y saliendo de allí tras la Enmienda Platt, que nos confería el derecho de intervenir la isla cuando nos saliera del forro, tal como hicimos en 1906 y 1912? ¡Nuestros ejércitos son los mejores del mundo, señor Trujillo!
 

RAFAEL (extasiado)
¿De verdad, coronel?
 

WILLIAMS (respira hondo y cruza las piernas)
¡Ah, señor Trujillo, me pregunta que si es verdad! ¡Pues claro que sí! ¡Nosotros dominamos el petróleo de Venezuela; a Panamá y su canal, luego del beneficioso Tratado Buneau Varilla; dominamos a Colombia desde mediados del siglo pasado, a Cuba, a México, a Nicaragua… nosotros dominamos todo el Continente, señor Trujillo, y el distante cono sur no podrá vivir sin nosotros! ¡Esa es la Doctrina Monroe, señor Trujillo: América para nosotros los gringoslos nuevos romanos!
 

(Transición. WILLIAMS se pone de pie y camina hasta detrás del escritorio, sentándose en el sillón. RAFAEL sigue sus pasos, mirándolo con admiración. WILLIAMS saca una cajetilla de cigarrillos de su camisa, toma uno para sí y ofrece uno a RAFAEL)

 
¿Un cigarrillo, señor Trujillo?
 

RAFAEL  
No, gracias, coronel. No fumo.
 

 WILLIAMS (toma un encendedor del escritorio y enciende el cigarrillo, aspirando una gran bocanada de humo y lanzándola luego hacia el techo de la tienda)
Es bueno que no fume, señor Trujillo. A la larga, este maldito vicio virginiano acabará con mi salud.
 

(WILLIAMS vuelve a aspirar otra bocanada de humo, lanzándola esta vez al rostro de RAFAEL)
 

Sin embargo, este vicio es más soportable que el de ir pillando muchachas por ahí, o que dedicarse al hurto de reses (tras las palabras de WILLIAMS, RAFAEL baja la cabeza hasta el pecho). Pero eso usted podrá superarlo, señor Trujillo…
 

RAFAEL (esperanzado)
¿Lo cree usted, coronel?
 

WILLIAMS
Sí, lo creo… ¡siempre y cuando se ciña usted a la disciplina de los marines!
 

(Transición. EL SARGENTO entra precipitadamente a la tienda y se detiene frente al escritorio y saluda militarmente a WILLIAMS)
 

EL SARGENTO (tras saludar a WILLIAMS)
Coronel…
 

WILLIAMS (tras devolver el saludo al SARGENTO)
Diga, sargento…
 

EL SARGENTO
El capitán McCourt pide permiso para verlo, señor…
 

WILLIAMS
¿McCourt? ¿Y qué desea McCourt?

 
EL SARGENTO
Llegó con un prisionero y dos alistados, señor…

 
WILLIAMS (sorprendido)
¿Con un prisionero?
 

EL SARGENTO
Sí, señor… parece ser ese prisionero (EL SARGENTO señala la fotografía de Cristino Sánchez que se encuentra en el cartel que reza «se busca»)...
 

WILLIAMS (volviendo la cabeza hacia el cartel)
¿Cristino Sánchez?
 

EL SARGENTO (algo inseguro)
Parece ser él, señor…

 
WILLIAMS (áspero)
¡Coño, sargento!… ¿es ese o no es ese?
 

EL SARGENTO (dudoso)
Parece ser él, señor, pero es que está muy golpeado…
 

WILLIAMS
¿Está golpeado?
 

EL SARGENTO
Sí, señor. Aparenta como si le hubiese pasado un tren por encima…
 

WILLIAMS
¿Y para qué coño desea verme McCourt con un prisionero torturado?
 

EL SARGENTO
No lo sé, señor. ¿Qué le digo, señor?
 

WILLIAMS (observando a RAFAEL y luego al SARGENTO)
Sargento, dígale al capitán McCourt que pase.
 

EL SARGENTO
Se lo diré, señor.

 
                                        (EL SARGENTO sale)
 

WILLIAMS
¿Qué tal, señor Trujillo? Tiene usted ahora su primera prueba de lealtad a los Estados Unidos de América.
 

RAFAEL (como perdido)
¿A qué se refiere usted, coronel?
 
WILLIAMS
A una prueba… ¡A una pequeña y simple prueba!


RAFAEL (continúa perdido)
Pero, ¿cuál prueba, coronel?
 

WILLIAMS
¡Ya lo verá, señor Trujillo, cuando el capitán McCourt entre con el gavillero Cristino Sánchez a cuestas… ya lo verá!
 

(RAFAEL, extrañado, observa la sonrisa que aflora al rostro de WILLIAMS, mientras entra el capitán McCOURT arrastrando al «gavillero» Cristino SÁNCHEZ)
 

McCOURT (arrastrando a Cristino SÁNCHEZ, quien luce muy golpeado)
¡Aquí  está su hombre, coronel Williams!
 

(McCOURT lanza al suelo a Cristino SÁNCHEZ, que se queja por los golpes recibidos, y le asesta dos o tres patadas por las costillas)
 

WILLIAMS (se pone de pie y camina hasta donde se encuentra SÁNCHEZ y le propina varias patadas)
¡Toma, maldito gavillero, toma!
 

(Mientras WILLIAMS patea a SÁNCHEZ, McCOURT mira con extrañeza a RAFAEL, que contempla incrédulo las patadas que el coronel da al prisionero)


McCOURT (acercándose a WILLIAMS, le secretea algo)
¡Eh, coronel!, ¿quién es ese civil sentado frente a su escritorio?


WILLIAMS (deja de patear a SÁNCHEZ y habla en voz alta a McCOURT, procurando que RAFAEL escuche)
¿Ése? (se acerca a RAFAEL). ¡Este que ves sentado aquí se llama Rafael Trujillo, un recomendado de Paul Johnson!
 

McCOURT
¿Recomendado de Johnson?... Pero, ¿para qué, coronel?
 

WILLIAMS
Pues para ingresar como oficial a la Guardia Nacional Dominicana…   
 

McCOURT (atónito, vuelve a secretear a WILLIAMS, esta vez para que RAFAEL escuche)
¡Pero, coronel, este hombre debe tener más de treinta años!
 

WILLIAMS (secreteándole a  McCOURT para que RAFAEL escuche)
¡No, McCourt, en la recomendación dice que tiene 27!
 

McCOURT (secreteándole igual a  WILLIAMS)
¡Es lo mismo, coronel! ¿Qué más dan tres añitos?
 

WILLIAMS (cambiando el tono)
Bueno, capitán McCourt, ¿y para qué trajo usted a este gavillero a Haina?


(WILLIAMS camina hasta el sillón, detrás de su escritorio, y se sienta. McCOURT se sienta en la silla frente a RAFAEL y lo observa con detenimiento, mientras habla a WILLIAMS)
 

McCOURT
Recuerde, coronel, que usted me habló de lo mucho que le estaba fastidiando Sánchez junto al tal Liborio…
 

WILLIAMS
Bueno, McCourt, eso fue hace más de tres meses…
 

McCOURT (deja de observar a RAFAEL y se enfrenta a WILLIAMS)
Lo sé, coronel, pero deseaba, antes de llevarlo al cuartel general en Santo Domingo, que usted lo tuviera frente a frente y le diera dos o tres patadas… ¿Qué le parece?
 

(Transición. McCOURT vuelve a observar a RAFAEL, que aún contempla a SÁNCHEZ retorciéndose de dolor)
 

WILLIAMS
Si es así, está bien, McCourt. (A RAFAEL). Señor Trujillo, ¿qué le parecieron las patadas a este maldito gavillero?
 

RAFAEL (tartamudeando)
La verdad es que no sé, coronel…
 

McCOURT (a RAFAEL)
¿Dice usted que no sabe?

 
RAFAEL (tartamudeando y volviéndose a McCOURT)
Es que de verdad no lo sé, señor. No sé lo que hizo este hombre…

 
McCOURT
¿Y cree usted que mis pateadas y las del coronel Williams fueron aplicadas por nada? Ese hombre, señor Trujillo, ha asesinado a diez de nuestros infantes en emboscadas, y ha secuestrado a docenas de empresarios norteamericanos en toda la geografía de este maldito país. Entonces, si ya sabe lo que este hombre hizo, ¿qué opina usted de nuestras patadas?
 

(RAFAEL se frota las manos con nerviosismo y comienza a sudar copiosamente)
 

RAFAEL (nervioso)
Bueno, señor McCourt, si es así, considero que las patadas suyas y las del coronel Williams estuvieron bien aplicadas…
 

WILLIAMS
¡Sí, señor Trujillo, fueron bien aplicadas! (Se pone de pie y camina hasta RAFAEL, que lo observa con nerviosismo). ¿Patearía usted a este hombre, señor Trujillo?
 

RAFAEL (pasmado, mira a SÁNCHEZ y luego a McCOURT)
¿Yyyyo… que patee yo a este hombre?
 

WILLIAMS
¡Sí, señor Trujillo, que lo patee! ¡Mire, así! (WILLIAMS da una fuerte patada en las costillas de SÁNCHEZ). ¿Lo ve? Es sumamente fácil, ¿verdad capitán McCourt? 
 

McCOURT (se pone de pie y patea a SÁNCHEZ con saña)
¡Sí, señor Trujillo, es muy fácil, cómodo y placentero patear un gavillero! Mire, es así…

 
                                        (McCOURT vuelve a patear a SÁNCHEZ)
 

WILLIAMS
¡Venga, señor Trujillo, incorpórese a la fiesta! ¡Este hombre nos mató diez de nuestros muchachos! ¿Y sabe usted el historial de esos niños? ¡Algunos, de seguro, nacieron en las montañas de Vermont, o en las llanuras de Virginia, donde sus antepasados tuvieron que luchar con los indios iroqueses y algonquinos, pasando cientos de penurias! (A McCOURT). Por cierto, capitán McCourt, ¿de dónde viene usted?
 

McCOURT (con disimulado orgullo)
¡Soy de Virginia, señor, del primer lugar donde se estableció plenamente una colonia inglesa, después de expulsar a los cherokees y algonquinos! En nuestro estado, señor, se creó el estilo de vida norteamericano, y fuimos nosotros los que ondeamos la bandera que motivó la expulsión de los británicos de nuestro amado territorio. Otra cosa, coronel, fuimos los virginianos los que, liderados por Washington, Mason y Madison, estuvimos al frente del movimiento que elaboró la Constitución federal de 1787. ¿Y usted, coronel, de dónde viene?
 

WILLIAMS (da una patada por las costillas a SÁNCHEZ, antes de responder a McCOURT)
¡Yo soy de Oregón, McCourt… de Medford, que es la ciudad más próxima a California! Nosotros también tuvimos que luchar con indios, capitán… sobre todo con los chinooks, los yaminas, los cayuses, los modocs y los shoshones, que no eran nada fáciles.
 

(A RAFAEL)


¿Lo oyó usted, señor Trujillo? Algunos de nuestros muchachos asesinados por este bandido (da otra patada a SÁNCHEZ), nacieron, probablemente, o en Vermont, o en Virginia, o en Oregón, o en California, debiendo sus ancestros, probablemente, haber ayudado a establecer nuestra democracia, la más pura del mundo. ¡Nuestra democracia, señor Trujillo, hubiese enorgullecido a los griegos y a los romanos, y este maldito gavillero conspiró contra ella con premeditación y alevosía!

 
(Vuelve a golpear a SÁNCHEZ)
 

¿Y entonces, señor Trujillo?
 

RAFAEL (que estaba absorto, escuchando a WILLIAMS, vuelve a la realidad y tartamudea)
¿Cree usted, señor coronel, que una patada mía ayudaría a calmar los llantos de las esposas y madres de los muchachos de Vermont, Virginia y Oregón, asesinados por este hombre?
 

WILLIAMS (pateando a SÁNCHEZ)
Sí, señor Trujillo, ayudaría… ¡en algo!
 

McCOURT (pateando a SÁNCHEZ)
¡Venga, Trujillo, comience a patear a este perverso gavillero!
 

RAFAEL (sumamente nrvioso)
Pero, coronel, capitán… ¡mis piernas son muy cortas! ¿Creen ustedes que mis patadas le dolerán a este hombre?
 

McCOURT (furioso)
¡Maldición, Trujillo, este no es un asunto de dolor físico, sino de intención, de venganza, de ira! ¡Déjese de mierderías y comience a patear!
 

WILLIAMS (secundando a McCOURT)
¡Venga, hombre, y déjese de blanduras, coño, que a este asesino, luego de las patadas, le sacaremos los cojones y le echaremos ácido por la boca! ¡Venga, hombre… coño!
 

(RAFAEL se pone de pie con extremada timidez y comienza a patear a SÁNCHEZ, que emite un quejido)
 

SÁNCHEZ (tras emitir un quejido con la patada de RAFAEL)
¡No!… ¡No lo hagas tú… tú eres dominicano como yo!
 

WILLIAMS (risueño, a TRUJILLO)
¡Bravo, señor Trujillo, su patada le ha dolido más que las nuestras!
 

McCOURT (a RAFAEL)
¡Así se hace, hombre!

 
WILLIAMS
¡Ahora sé que usted da para infante de marina de las gloriosas fuerzas armadas norteamericanas, señor Trujillo! ¿Verdad, McCourt?
 

McCOURT
¡Cierto, coronel… este hombre sabe patear a los enemigos!

 
(RAFAEL, animado por los elogios, patea a SÁNCHEZ con mayor encono)
 

WILLIAMS
¡Siga, señor Trujillo! ¡Siga usted pateando a este canalla, que lo está haciendo bien… requetebién… súper bien!   

 
McCOURT (asombrado por el vigor que imprime RAFAEL en las patadas)
¡Coño, Trujillo, qué hermosas patadas lanza usted!
 

(A WILLIAMS)
 

Coronel, este hombre, aunque casi llega a los treinta años y tiene dientes podridos, podría salir un buen oficial… ¿Qué cree usted?
 

WILLIAMS (Risueño)
¡De seguir pateando como lo hace ahora, no tengo la menor duda de que el señor Trujillo saldrá un buen oficial!
 

(WILLIAMS y McCOURT dejan de patear a SÁNCHEZ y sólo RAFAEL continúa haciéndolo)
 

SÁNCHEZ (a punto de desfallecer)
¡No me golpees tú! ¡Tú eres dominicano! ¡No me golpees tú que eres igual que yo! ¡Por favor, no me golpees tú!
 

(Pero RAFAEL sigue golpeando a SÁNCHEZ hasta que éste pierde el conocimiento. Al notar el desmayo de SÁNCHEZ, WILLIAMS detiene las patadas de RAFAEL)


WILLIAMS (deteniendo a RAFAEL)
¡Basta ya, señor Trujillo! ¡Basta ya! ¡Este hombre se ha desmayado y ya no siente las patadas! Venga, siéntese de nuevo en la silla y conversemos sobre el glorioso futuro que le aguarda como oficial de la  Guardia Nacional Dominicana
 

RAFAEL (sentándose)
¿Cree usted, coronel?
 

WILLIAMS
¿Oyó la pregunta del señor Trujillo, capitán McCourt? ¡Me pregunta que si yo creo que a él le aguarda un maravilloso futuro dentro de la Guardia Nacional Dominicana! ¡Pues claro que sí, señor Trujillo!
 

RAFAEL (dudoso)
Pero usted me habló de mis debilidades, coronel. Mencionó mi afición a las mujeres y al abigeo…
 

WILLIAMS
¡Pamplinas, señor Trujillo! ¡En este país de mierda eso es un deporte, como usted dejó insinuado! Lo importante, eso sí, es lo que usted nos ha demostrado al capitán McCourt y a mí: ¡las patadas, saber patear, señor Trujillo… y usted lo sabe hacer bien, con encono, con rabia, con furia, con tirria, con bellaquería, como decimos en Oregón! ¿Verdad, capitán McCourt?
 

McCOURT
¡Claro, coronel Williams! ¡Este hombre, aunque es bajo de estatura, flaco, viejo y con los dientes podridos, tiene algo que a nosotros nos encanta: sus patadas, su ira, su estremecimiento arrollador ante los débiles y los malvados! Pero, ¿cree usted, coronel, que sirva para la próxima sesión de tortura?

 
RAFAEL (sorprendido por la pregunta de McCOURT, mira con timidez a WILLIAMS)
Pero, coronel, ¿seguirán torturando a este hombre? ¡Él está casi muerto!
 

WILLIAMS (sonriendo)
¡Claro, señor Trujillo! ¡Mientras respire, mientras sienta una pizca de dolor… lo seguiremos haciendo! ¡Usted, McCourt y yo! ¡Esta sesión de patadas acaba de empezar! ¡Recuerde que en este país de menos de un millón de habitantes hay que dar ejemplos de buena cajeta!

 
RAFAEL
¿Y qué le harán ahora, coronel?
 

WILLIAMS (a McCOURT)
¡Explíquele al señor Trujillo como continuará la sesión, capitán McCourt!
 

McCOURT (relamiéndose los labios)
Ahora viene algo simple, señor Trujillo…
 

RAFAEL (impaciente)
¿Qué, capitán… qué vendrá ahora?
 

McCOURT
Ahora le apretaremos los testículos, señor Trujillo, y más tarde le echaremos gasolina por la boca con un embudo. ¡Lo que viene es muy simple, a menos que desee usted seguir dándole patadas!
 

RAFAEL (muy nervioso)
¡Ah…!
 

WILLIAMS (voceando hacia la puerta)
¡Sargento!
 

                                        (Tras unos segundos, entra EL SARGENTO)
 

EL SARGENTO (después de saludar)
¡Ordene, mi coronel!
 

WILLIAMS
¡Traiga el alicate, el embudo y la gasolina!

 
EL SARGENTO (saludando)
En el acto, señor…

 
                                        (EL SARGENTO sale)

 
WILLIAMS (caminando hasta el sillón y sentándose)
¡Ahora viene lo bueno, señor Trujillo!

 
McCOURT (sentándose en la silla, frente a RAFAEL)
¡Sí, futuro infante de marina del que será el más poderoso ejército de la historia, ahora es que viene lo bueno!
 

WILLIAMS
¡Ahora haremos que este canalla gavillero sepa con quién coño se metió a pelear!
 

McCOURT
¡Lo volveremos un guiñapo, señor Trujillo! ¡Y es eso lo que deberá hacer usted en el futuro con nuestros enemigos, y que, a la larga, serán sus enemigos!
 

EL SARGENTO (entra con el embudo, el alicate y un envase con una etiqueta que reza: «Gasolina»)
¡Coronel, aquí está lo que ordenó!
 

(EL SARGENTO deposita los objetos sobre el escritorio, saluda militarmente y sale)
 

WILLIAMS (a McCOURT)
Capitán, explíquele al señor Trujillo los pasos que daremos para continuar torturando al gavillero Cristino Sánchez.
 

McCOURT (a RAFAEL, poniéndose de pie)
Bien, Trujillo, ¡póngase de pie!
 

(RAFAEL, sumamente nervioso, se pone de pie)

Ahora, sostenga este alicate firmemente con una de sus manos…
 

(RAFAEL toma con su mano izquierda el alicate)

 
Bien, señor Trujillo, el siguiente paso lo daré yo…
 

(McCOURT afloja los pantalones de SÁNCHEZ, los hace descender hasta las rodillas y luego hace lo mismo con la ropa interior. Al hacer descender hasta las rodillas la ropa interior, se lleva una de sus manos a la nariz)
 

¡Fo, fo, fo… este hombre se ha cagado en los pantalones, coronel!
 

WILLIAMS (observando desde el sillón)
¡Eso no importa, capitán! ¡Continúe!

 
McCOURT
¡Bien, señor Trujillo, ahora le toca a usted!
 

RAFAEL
Pero, ¿qué debo hacer, capitán?
 

McCOURT (se incorpora)
Algo simple, señor Trujillo: separe las piernas de este canalla y comience a apretarle los cojones… ¡Algo que hasta un recién nacido podría hacer! Sin embargo, recuerde que debe hacerlo con la saña que nos demostró al patear, señor Trujillo. El éxito de las torturas no reside tan sólo en el sufrimiento que se aplica, sino en el goce conque se hace… ¡recuérdelo!
 

WILLIAMS
¡Adelante, señor Trujillo! Recuerde que le aguarda una carrera venturosa en la Guardia Nacional Dominicana y dentro de la gloriosa Infantería de Marina de los Estados Unidos de América. ¡Adelante, futuro oficial!
 

(El telón cae violentamente, mientras las luces se apagan)