miércoles, 20 de febrero de 2019

El amor a la vida como epopeya

EL AMOR A LA VIDA COMO EPOPEYA Por Efraim Castillo

Efraim Castillo, publicista, dramaturgo, novelista, poeta, ensayista, asesor mercadólogo...

Fue Ramón Oviedo quien me habló de una chinita que vivía en Villa Francisca, cuando desarrollaba una campaña para la marca de tenis Paseo, fabricada por la firma Celso Pérez. En aquella campaña tenía la idea de vulnerar la prohibición de la entonces Secretaría de Estado de Educación y Bellas Artes, que impedía el acceso a las aulas con ese tipo de calzado, sólo admitido para las faenas deportivas.
Cuando llegamos a la residencia de la chinita, ubicada en la calle José Reyes —que se bifurcaba con la Jacinto de la Concha, en Villa Francisca—, Ramón Oviedo, señalando a una hermosa jovencita, expresó:
—He ahí a Leibi, Efraim. Ella es la jovencita de quien te hablé.
Aunque no esperaba nada especial de aquella chinita de doce años, salvo su utilización como  modelo en la campaña de las zapatillas, al conversar con ella experimenté un inmenso asombro al contemplar sus ojos rasgados pestañear al compás de sus palabras y la gesticulación de sus manos. Supe, entonces, que en Leibi Ng se albergaba una inteligencia fuera de lo común, aureolada por una nobleza fuera de lo común.
Terminadas las sesiones fotográficas, publicados los anuncios e investigados sus resultados (que resultaron altamente provechosos), invité a Leibi a que visitara mi agencia y se incorporara a los trabajos creativos. Tras unos meses laborando junto a mí, sus estudios le impidieron continuar asistiendo a la agencia y la perdí de vista por un tiempo, enterándome de su matrimonio —algunos años después— y su posterior viaje a España.  
Sin embargo, cierto día en que abrí el correo electrónico (¡Oh, maravilloso Dios!) me encontré con un mensaje de Leibi Ng, ya convertida en una hermosa mujer, quien me saludaba e invitaba a incursionar en el prodigioso mundo del ciberespacio. Unos días más tarde me sorprendí cuando descubrí que yo era un bloguero gracias a Leibi, quien me creó un blogs y publicó algunos de mis trabajos literarios en el espacio virtual, enseñándome a insertarlos en el blog recién creado. Y aunque sabía de su capacidad creativa, nunca imaginé que aquella hermosa chinita fuera capaz de albergar tantas cualidades para procesar producciones estéticas, amén de desarrollar admirables aptitudes sociales, justo allí en donde se desangran y diluyen los cenáculos de intelectuales.
Hoy, Leibi Ng, crecida como ser humano, crecida como un ser cuya bondad ha socorrido a decenas de personas perdidas en el caos de las búsquedas estéticas; como un ser al que le duelen los desamparos infantiles y las fatigas que producen los abandonos y las pérdidas pasionarias, emerge como una exquisita poeta.
Porque en cada poema de Leibi Ng se mueve la vida, edificándose su canto a través de las evocaciones, de sus sueños y melancolías. En sus cantos crecen esas epopeyas diarias que se pierden en el Trafalgar de las urbes, porque en sus poemas grita al amor por la vida, por esa vida que forma parte integral del poeta en el tejido del texto y, por lo tanto, que transforma y subvierte su propia vida.
En Ficción del Unicornio, el poemario de Leibi Ng, cada verso conlleva un movimiento desde y hacia la vida, transformándola, deshaciendo y haciendo su propia historia, catapultando hacia el lector los misterios, goces y sueños, atrapados en su lenguaje. 
No, no me equivoqué al predecir lo que devendría en Leibi Ng de continuar aquellas pesquisas, aquellas indagaciones sobre las curiosidades que se abrían frente a sus ojos, llevándola a desahogarse —cuarenta años después— a plasmar como un fulgurante destello:

Apreso dos tiempos:
Uno en que yo misma me encontré
escuchando el Universo
Otro en que tus letras se hicieron bolero.

Hoy siento lo mismo que en aquella tarde:
pulso disparado y el júbilo de la sorpresa:
Mi árbol ilumina la estancia dormida.

Un árbol de vida verde, azul turquesa,
un murano frágil de belleza nueva
lo más cerca tuyo
el amor certero que cruzaba el cielo
volaba, volaba sobre un mar en calma
sonreía blanca como una gaviota
abría sus alas con su envergadura
como carta blanca
como una esperanza
aromatizaba mis noches despierta.
(“Ficción del Unicornio”, Cuadriga)

Porque desde el grito poético —hecho epopeya— de Gilgamesh, en aquella Sumeria atosigada por el tiempo y el dolor, el poema ha abrigado la historia, transformándola y convirtiéndola en ritmo, en canción y esperanza, como Leibi cuando enuncia:

Si me escondo
tras los calzones
coloridos de un payaso
camuflando de la rabia y la tristeza
mis sentidos...
Si me escondo
desde arriba para abajo
en la insegura levedad de este momento...
no es mi culpa.
Afuera está tan triste
y llueve.
(“Ficción del Unicornio”, Si me escondo)

En la tablilla III, columna 4 del poema, Gilgamesh grita:

Si caigo, habré conquistado la fama.
La gente dirá: ¡Gilgamesh cayó
luchando contra el fiero Humbaba!..
Estoy decidido a penetrar en el bosque de los credos

Ese grito de Gilgamesh es el que se ha venido escuchando a través de Homero y de todos los poetas a los que las civilizaciones que les tocó vivir se alojaron en sus pechos, sintiéndolas y albergándolas en sus dolores y pasiones. Por eso es que en el canto de Leibi Ng se mueve una luz que abate la sombra:

Un nombre, una mirada, un trago amargo
y los ojos avisan tempestades,
pulsos, intentos, situaciones, gritos, música, pasos
y el reverso de mi mano borra el rastro:
No tengo tiempo para regodearme
ni en mi alergia a los ácaros
ni en el dolor sentido.
Hay muchas más historias por delante
y otro sabor me aguarda en el cajón florido.
Tras ave en libertad de nuevo jaula sale.

(“Ficción del Unicornio”, Abro un cajón pequeño y brotan flores)

Aunque en el poemario de Leibi se agita y transfigura la pasión como un viento que serpentea entre horizontes y marismas, la bruma siempre se despeja dando paso al sol que nutre la vida:

A veces en la oscuridad resplandecen tus ojos.
Tintinea un sonajero y la brisa me besa.

Y sé que eres, que estás, que me piensas…

Cada alborada el rocío se cuela entre las sábanas
una gracia luminosa desciende por la estancia
se posa en el lugar que para ti reservo y ahueco el resplandor
como quien da las gracias acunando un tesoro
Es divino el momento y aunque no estés, te nombro.

A veces soy real

(“Ficción del Unicornio”, A veces en la oscuridad resplandecen)

Creo que si no hay vida, vida sentida, vida vivida, vida pensada, vida soñada o trascendida hacia linderos insospechados en el poema, se deshace la propia poesía y el poema no trasciende, convirtiéndose en carroña para alimentar los desaciertos. De ahí a que China, como un relámpago que alerta su pasión, se mueve en Leibi y la explaya hasta esos límites en donde la sangre vigoriza lo evocado:

Me rodean los centinelas inmóviles de la tumba Qin

Una capa de arena tras otra sepultan mis movimientos
Y quiero gritar, mas no puedo
Y quiero escapar, pero no se termina
Estoy cada vez más pequeña dentro de mí misma
Donde tus recuerdos me tienen prisionera.
Es como recorrer por dentro a un gusano espacial:
viajo directo a la caverna de su boca
donde la luz no llega
y me enterraron viva como a una concubina
en mitad de una pesadilla que regurgita en la memoria.
Son los círculos en el agua de una piedra lanzada con violencia desde la otra orilla. 

(“Ficción del Unicornio”, Desnudez de los árboles)

No, no me equivoqué al atreverme a inducir mi predicción sobre aquella chinita de doce años, sobre aquella Leibi Ng que hoy me vislumbra con Ficción del Unicornio,  un poemario que canta al amor, al amor que nutre la vida, al amor que zarandea y provoca las pasiones que mueven y transforman la historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario