jueves, 5 de diciembre de 2019

DOS POETAS


Dos poetas

Por Efraim Castillo

1. Mateo Morrison:

En la poética de Mateo Morrison convergen dos opciones que, absorbiendo el lenguaje, lo oponen a la vida y lo transforman en poema: una es la clara evasión de toda emoción, y, la otra, un sosegado esmero donde la reflexión se torna negación, oposición, sospecha y trampa. Y a partir de ese aparente caos moldeado por la absorción, la transformación y la reflexión, Morrison construye la evocación de un pasado que no vivió, pero que sí apreció desde la pesadilla del batey y la periferia urbana (sustancias vitales en el discurso de la creación anexa al cocolismo), arribando a la estrategia vital de pluralizar lo evocado, partiendo del yo como sujeto del recuerdo: 

Ensillaré el caballo que derribó a mi abuelo 
quien trató de escapar de los grilletes de la esclavitud…  
Ahora sí me voy, orillando los polos, el del Norte y del Sur 
en un navío de árboles 
Me iré en ese tren en el cual las miradas 
de quietos pasajeros te hacen sentir distinto…

 Mateo Morrison

Como en el Norberto James de Los inmigrantes, Mateo Morrison separa en Pasajero del aire discurso y lengua y, como voz, se opone a la historia, interrogándola, añorándola y convirtiéndola —junto a él— en sujeto y ritmo.

2. Pastor de Moya

En Alfabeto de la noche Ramón Pastor de Moya, como navegante del recuerdo, se recuesta en la nostalgia, en esa figura que doblega el olvido y se regodea en él. Y es a través del tránsito donde la certidumbre es sometida a la tortura de la memoralidad, del acecho frenético de lo sublime y lo pecaminoso, donde Ramón se deshace negando las sospechas, cayendo en la sensualidad del goce erótico y embriagándose de la nostalgia para trucarse, doblarse y convertirse en ese otro que habitó el pasado. Porque, ¿qué sucedería con los sueños inconclusos, esos que se escapan en las madrugadas y la memoria los olvida? ¿Cómo romper los esquemas advenedizos, las trampas cotidianas, los efluvios del poder? 

La nostalgia —en Pastor— es un velo, una amalgama de epifanías, un ensamble de sonidos recordando a Vivaldi. Sí, Pastor es un talentoso cabalgador de las brisas, un miembro orgulloso del club de la nostalgia.

 Ramón Pastor de Moya

Sin lugar a equivocaciones, ni a esos subterfugios que se catequizan como paradojas y mentiras, debo —con una mano sobre el corazón y la otra saludando la osadía— vocear a viva voz que este Alfabeto de la noche, de Ramón Pastor de Moya, es ritmo centrifugado, metáfora desafiando lo analógico, asedio en sinfín golpeando el rubor, voz de cisne convirtiéndose en trino, látigo de luz azotando la historia, la esperanza y los tiempos.

Por eso puedo enunciar que este Alfabeto de la noche es lengua trepidante, lengua tan certera y holística como un verbo circular y transformador de esencias; como un gemido de agonía atrapado en la anti-historia y lo opuesto a los signos; como un silbido arremolinado en el arcoíris.  ¡Sí, como un alarido convertido en poema!

No hay comentarios:

Publicar un comentario