martes, 15 de diciembre de 2020

DICTADURA Y DISCURSO ESTÉTICO

 

Dictadura y discurso estético

Por Efraim Castillo

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Años atrás traté de situar en la historia del arte latinoamericano el nombre de algún artista dominicano que, anterior a los años cuarenta del siglo pasado, estuviese involucrado en las llamadas vanguardias estéticas, esos ciclos históricos en donde surgieron antes de la Primera Guerra Mundial— movimientos como el impresionismo, el expresionismo, el fauvismo, el cubismo y el futurismo; y los germinados entre finales de esa contienda y el surgimiento de la Segunda Guerra Mundial, como el dadaísmo, el surrealismo, el suprematismo, el abstraccionismo, el constructivismo, etc. En esa búsqueda sólo encontré a Jaime Colson, quien se nutrió de abundantes escuelas y vivencias —entre 1918 y 1924— en Barcelona y Madrid, así como buena parte de los siguientes años, entre París y México, hasta su regreso al país, precisamente antes de finalizar el decenio de los treinta.

 Jaime Colson [1901-1975]

Aquella indagación la realicé porque en el inventario de los renuevos estéticos que acontecían en Iberoamérica hasta finales de los años treinta, nuestro país adolecía de una identificación nacional, mientras otras naciones se habían anexado a las vanguardias, o habían creado nuevos lenguajes: México con el muralismo; Brasil con una asombrosa avanzada pictórica; Argentina con el Grupo Florida, en donde emergieron Xul Solar y Emilio Pettoruti; Uruguay, en donde Joaquín Torres García creó el constructivismo; Cuba, que había iniciado en los años veinte un arte nuevo; y Haití, que se anexó a las cargas simbólicas que catapultaron —desde el movimiento de la negritud— su arte naïf.

 Emilio Pettoruti [1892-1971]

Cuando Trujillo nombró Superintendente de Educación a Pedro Henríquez Ureña en 1931, dio notaciones de una clara visión acerca de las necesidades culturales del país; algo que, con seguridad, provenía del amplio asesoramiento con que el tirano se rodeó. Y fue a partir de ese año que el dictador visionó la oportunidad de utilizar el arte como parte de la estructura propagandística del régimen, lo que no era nuevo en la historia, ya que Pericles lo había empleado en la Atenas del Siglo V a. C., aprovechando la arquitectura, la escultura y la literatura para beneficiarse.

 Pedro Henríquez Ureña [1884-1946]

Trujillo comprendió que el pueblo —por sí mismo— era incapaz de alcanzar una conciencia estética nacional y sistematizó su difusión a través de la propaganda, servida ésta desde una cartilla ablandada a ritmo de merengue y programando un proyecto cultural anexado a la dictadura como superestructura ideológica; todo servido desde el Partido Dominicano, el único organismo capacitado para ejercer la función de guía social, a excepción de su jefe único, el mismo Trujillo.

A finales de los treinta, cuando se vislumbró la ausencia en el país de una escuela que identificara los movimientos estéticos vanguardistas, los asesores de Trujillo observaron que era necesario encaminar la dictadura hacia la estructuración de un espíritu cultural libre de las calcomanías importadas desde Cuba y Puerto Rico, en donde la sociedad se movía en otras direcciones. Y entonces, la dictadura abrió las puertas a productores miméticos europeos que huían del nazi-fascismo.

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En la búsqueda de la conformación de un arte vinculado a la esencia de lo dominicano, la dictadura de Trujillo aprovechó la intranquilidad de una intelligentsia europea vinculada a la estética y permitió la entrada al país a productores miméticos  desafectos a las opresivas tiranías y a otros que sólo escapaban de persecuciones raciales y religiosas. La noción de los ideólogos del régimen tenía, anexada a la teoría del desarrollo intelectual, la de un mejoramiento racial y aprovecharon la Conferencia de Évian de 1938 para comunicar al representante del país en Francia que el gobierno dominicano se comprometía a aceptar hasta cien mil refugiados de guerra, siguiendo una iniciativa del presidente de EE.UU, Franklin Delano Roosevelt.

 Franklin Delano Roosevelt

Los exiliados que llegaron al país antes de finalizar los treinta fueron George Hausdörf, pintor y profesor de arte que huía de los nazis, y José Vela Zanetti, pintor y muralista que huía de la dictadura franquista. Luego, bien temprano en los cuarenta, arribaron el austríaco Ernest Lothar, pintor, dibujante e ilustrador; los españoles Eugenio Fernández Granell, pintor, escritor y músico; la profesora de ballet Herta Brauer y su esposo; Josep Gausachs, pintor; el jovencito Antonio Prats Ventós [que luego se convertiría en pintor y escultor]; Manolo Pascual, dibujante, escritor y escultor; Ángel Botello Barros, dibujante y pintor; Francisco Vázquez Díaz [Compostela], escultor; Alfonso Vila [Juan Bautista Acher, Shum], dibujante y pintor; Francisco Rivero Gil, dibujante y muralista; Joan Junyer, pintor y escultor; José Alloza, dibujante y cartelista; Antonio Bernard [Toni], Víctor García [Ximpa], y Blas, caricaturistas; Mateo Fernández de Soto, escultor; Miguel Marinas, pintor; Luis Soto, escultor; Guillermo Dorado, broncista; Oliva Viforcos (Oliva) y Miguel Anglada, fotógrafos, entre otros.

 André Breton y Eugenio Fernández Granell

En ese exilio también llegó Manuel Valldeperes, quien creó una conciencia crítica del arte, desapasionando los conceptos aferrados al amiguismo y otras pasiones, que protagonizaban las reflexiones sobre el discurso estético. Asimismo, llegó Magda Corbett [que continuaría las clases de ballet iniciadas por la profesora Brauer]; también arribó al país María Ugarte, organizadora de la investigación histórica adscrita al arte; y en 1948 el pintor y escultor húngaro Joseph Fulop y su esposa, así como la pintora alemana Mounia L. André, integrándose a una década que, verdaderamente, estructuró la mezcla creativa que marcó el desarrollo del arte en República Dominicana.

Irene Costa Poveda, en “Jornades de Foment de la Investigació”, de la Universitat Jaume I de Valencia, escribió que “el exilio español perteneciente al campo de la estética escogió a París, Moscú, Nueva York, La Habana, Buenos Aires, México y Santo Domingo, como los destinos de sus destierros”. Jesús de Galíndez señaló en su ensayo “La Era de Trujillo. Un estudio casuístico de dictadura hispanoamericana”, que “la inmigración de refugiados españoles se hizo de acuerdo con el SERE, la oficina montada en París por el Gobierno de la República Española, a fin de evacuar sus centenas de millares de refugiados hacia países donde pudieran reconstruir sus vidas”.  Por eso —sin duda alguna—el decenio de los 40’s fue la fase renacentista del arte dominicano y el nacimiento de nuestra de conciencia acerca de la marcha de los nuevos lenguajes estéticos mundiales.

 Jesús de Galíndez
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¿Qué avala mi afirmación de que los años cuarenta constituyeron el nacimiento de un arte genuinamente dominicano? La respuesta, obviamente, se apoya en el vacío estético que vivimos desde la independencia efímera proclamada por José Núñez de Cáceres (1821), hasta la llegada al país de la inmigración de músicos, artistas e intelectuales europeos entre 1939 y 1948, la cual permitió que —a través de sus  influencias— se crearan situaciones y contextos que alimentaron y presionaron las condiciones creativas endógenas, fomentando procesos de producción que hicieron posible el establecimiento de academias de aprendizaje para enseñar los nuevos lenguajes culturales. En esa prodigiosa década se desarrollaron eventos cruciales relacionados con el arte que nos permitieron asimilar las vanguardias históricas, generando —a su vez— que las teorías y los modos de creación se multiplicaran geométricamente entre alumnos y profesores.

 Rafael Díaz Niese

La revolución estética producida en el país por la inmigración de músicos, artistas e intelectuales europeos, puede sintetizarse así:

En 1940 se crea la Dirección General de Bellas Artes, dirigida por Rafael Díaz Niese; en 1941 se funda la Orquesta Sinfónica Nacional, con el español Enrique Casal Chapí como director y Eugenio Fernández Granell como primer violín; en 1942 abre sus puertas la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA), siendo su primer director Manolo Pascual y un profesorado integrado por Josep Gausachs, José Vela Zanetti, el judío-alemán George Hausdörf y el austríaco Ernest Lothar (en ese mismo decenio también dirigieron la escuela Celeste Woss y Gil y Yoryi Morel); en 1942 se realiza la primera Bienal de Artes Plásticas y se crea el Conservatorio Nacional de Música y Declamación; en ese 1942 la judío-alemana Herta Brauer inaugura una escuela de ballet (que en 1948 continuaría Magda Corbett); en 1943 los alumnos de la ENBA exponen sus obras; en 1946 se funda el Teatro Escuela de Arte Nacional (TEAN), dirigido por el español Luis Aparicio.

 Yoryi Morel

Pero en esa década surge, en 1943, la agrupación literaria La Poesía Sorprendida, integrada por Franklin Mieses Burgos, Alberto Baeza Flores, Rafael Américo Henríquez, Manuel Llanes, Freddy Gatón Arce, Aída Cartagena Portalatín, Antonio Fernández Spencer, Manuel Rueda, Mariano Lebrón Saviñón, Manuel Valerio, José Glas Mejía y el músico, escritor y pintor español Eugenio Fernández Granel, quien además realizaba las viñetas de la revista del grupo. En 1945 se integra a la ENBA como profesor Gilberto Hernández Ortega, un alumno graduado en la primera promoción. En ese decenio exponen junto a los profesores los egresados de la ENBA, demostrando que la institución había llenado el propósito para el cual se había fundado: engendrar artistas que provocaran la creación de un arte genuinamente nacional. Y el catorce de abril de 1948 se funda el diario El Caribe, desde cuyas páginas se apadrina la talentosa promoción de poetas conocida como Generación del 48.

 Gilberto Hernández Ortega

 Sí, indiscutiblemente, el decenio de los cuarenta fue el nacimiento y afianzamiento del arte dominicano.

 


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