domingo, 6 de diciembre de 2020

LA DÉCADA FINAL

 La década final

Por Efraim castillo

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Así como la década del cuarenta marcó el auge de la dictadura trujillista, la del cincuenta fue la final, debido a un encadenamiento de fenómenos socio-políticos y cambios significativos en las hegemonías globales. Ese decenio conformó la Entregeneración del 50 [Franklin Domínguez, Máximo Avilés Blonda, Marcio Veloz Maggiolo, Ramón Emilio Reyes, Carlos Esteban Deive, Silvano Lora, Paul Giudicelli, Papo Peña, Ada Balcácer, Eligio Pichardo, Oscar Renta Fiallo —convertido luego en Oscar de la Renta—,  Carlos Curiel, Gilberto Hernández Ortega, Radhamés Mejía, Tete Robiou y Eunice Canaán, entre otros], alimentada por las influencias de una ola migratoria que Trujillo —mediante sus asesores— aprobó a finales de los años treinta para inyectar al país de nuevos conocimientos. Además, esa generación fusionó las experiencias de los escritores pesimistas de los veinte, del individualismo de los treinta, de los  poetas sorprendidos del cuarenta y de los atrevimientos creativos de los jóvenes del 48, junto a las vanguardias científicas y tecnológicas que emergían en el mundo.

 Silvano Lora

Es bueno recordar que en el plano global el decenio de los cincuenta se abrió con los inicios del endurecimiento ideológico entre EEUU, la URSS, la China de Mao y el establecimiento del paralelo 38 [1902-1948], que dividió Corea en dos, produjo una sanguinaria guerra que dejó más de tres millones de muertos y profundas heridas que aún se sienten y mortifican. Pero para la dictadura esa década vio apartados —y uno asesinado— a tres de los asesores más influyentes del régimen: Anselmo Paulino, Manuel Arturo Peña Batlle y Ramón Marrero Aristy. Asimismo, Trujillo debilitó el tesoro público por los gastos incurridos en el montaje de la fracasada Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre [1954-55], que sólo sirvió como prototipo arquitectónico urbano.

 Manuel Arturo Peña Batlle [Chilo].

En los cincuenta —por un pobre asesoramiento—, Trujillo se atrevió a secuestrar y asesinar a Jesús de Galíndez, motivando que las agencias norteamericanas iniciaran una investigación sobre sus tentáculos en EEUU y el Caribe, que se acrecentó con la desaparición y muerte del aviador Gerald Lester Murphy y, luego, la de Octavio de la Maza [1957]. Por una enfermiza percepción que le llevó a ampliar su seguridad [tras los derrocamientos de Perón, Pérez Jiménez, Rojas Pinilla y Batista], Trujillo fortaleció la represión interna, creando una atmósfera de persecuciones, encarcelamientos y torturas que se dimensionaron con el arribo al país de sicarios argentinos, venezolanos y cubanos. Pero lo que rubricó su ruina fue la expedición de junio en 1959, el atentado a Betancourt y el asesinato de las hermanas Mirabal, en 1960. 

 Rafael Leónidas Trujillo

Muchos desaciertos de Trujillo están asociados al desengaño sufrido cuando Ramfis no pasó el examen del curso de liderazgo militar en la Escuela de Estado Mayor de Fort Leavenworth, Kansas [1958], por preferir la dolce vita de la farándula hollywoodense que le presentó su cuñado Porfirio Rubirosa, donde conoció estrellas de cine como Kim Novak, a quien hizo fabulosos regalos. En esa aventura hollywoodense, Ramfis conoció a su última esposa, la actriz Lita Milán.

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Los testigos del recibimiento de Trujillo a su hijo Ramfis —luego de fracasar en sus estudios de liderazgo militar en Kansas [1958]—, narran que esa recepción se convirtió en un amargo y vergonzoso desencuentro. Explican que el dictador había acudido al puerto de Santo Domingo acompañado de una unidad mixta de soldados y una banda musical militar a recibirlo y que, al subir a la fragata Presidente Trujillo y contemplar a su mimado hijo borracho, desaliñado y en compañía de mujeres, descendió furioso de la fragata y ordenó un “rompan filas” que aún retumba en los recodos históricos del país. Tras aquella frustrada bienvenida de un amoroso padre a su hijo, Trujillo obligó a Ramfis a someterse en Bélgica a tratamientos psiquiátricos y marcó y estimuló el progreso político de Joaquín Balaguer, quien ascendería desde la vicepresidencia del país a la presidencia, en 1960, cuando la dictadura navegaba hacia su final. 

 Ramfis Trujillo y Kim Novak

Además, la década del cincuenta —la final de la dictadura—  se vio marcada por la Revolución cubana [1959], un estremecimiento continental que motivó a la juventud dominicana y mundial a vislumbrar un camino redentor y fue a partir de aquella revolución que se encadenaron los factores que echaron a Trujillo del poder: a) en junio de ese mismo año llegaron desde Cuba expediciones armadas por Constanza, Maimón y Estero Hondo a combatir la dictadura; y aunque los expedicionarios fueron torturados y asesinados, dejaron en el corazón del pueblo dominicano un espíritu de rebeldía, germinando el Movimiento Revolucionario Catorce de Junio, cuyos miembros, mayoritariamente, representaban una juventud nacida y criada dentro del propio régimen; y b) el atentado a Rómulo Betancourt y el asesinato de las hermanas Mirabal, en 1960, acorralaron a Trujillo, siendo su régimen expulsado de la OEA. Al sentirse abrumado por esta expulsión, Trujillo trató de acercarse — sin el consentimiento de estos países— a la URSS y a Cuba, los cuales rechazaron sus propósitos.

 Fidel Castro Ruz

El atentado a Betancourt y el asesinato de las hermanas Mirabal crearon una visible repulsa a la dictadura, sobre todo en los sectores progresistas de la iglesia católica, y un año después, el 30 de mayo del 1961, Trujillo fue emboscado y muerto mientras viajaba a San Cristóbal para asistir a una cita amorosa.

 Manolo Tavárez y Minerva Mirabal

El decenio de los cincuenta, repleto de descubrimientos científicos y tecnológicos, así como de bruscos cambios en las estructuras sociales, dimensionaron los lenguajes estéticos y posibilitaron al hombre la exploración del cosmos. Influida por esos cambios, la joven intelectualidad dominicana se alejó vigorosamente del espectro de un trujillato que, a falta de ideólogos como Peña Batlle, instauró en el país una represión más violenta que la ejercida en los años treinta, mordiéndose su propia cola y obviando que en esa asombrosa década —por sobre la fuerza y la arbitrariedad— el ser dominicano ansiaba encontrar a ese sujeto, a ese propio yo perdido en la historia, a ese individuo insular pisoteado por los tratados fronterizos, por un colonialismo abrumador y las crueles dictaduras.

 

 

 

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