Escrito en 1980
Por Efraim Castillo
Antes de que el PRD empleara en su plataforma
propagandística contra Balaguer la palabra cambio,
ya Luis Alberto Ferré, en Puerto Rico, y Rafael Antonio Caldera, en Venezuela,
la habían utilizado en sus campañas de 1969, las cuales les llevaron al triunfo.
Este vocablo lo emplearon como una fórmula capaz de resolver, a priori, los problemas socioeconómicos
de sus países. Ferré empleó el término en el eslogan Esto tiene que cambiar y Caldera en uno de los suyos, Caldera
es el cambio. Nueve años después, en
1978, Antonio Guzmán Fernández, candidato del PRD en nuestro país, triunfó apoyado
con el mismo argumento persuasivo (Vota por el cambio), el cual neutralizó la
estrategia balaguerista, afirmada en el concepto paz.
Hoy, es preciso decirlo, el término cambio hizo fracasar a Ferré en Puerto
Rico y al COPEI de Caldera en Venezuela, porque la palabra cambio, empleada como persuasión, almacena una simple concepción
propagandística que puede ser utilizada en una determinada coyuntura histórica, pero nunca en un proyecto de
transformaciones estructurales. Oswald Spengler, al respecto, enuncia que “es
preciso tener conciencia de que el devenir tiene como oposición, no al ser,
sino a lo devenido, a lo que ya no requiere ser cambiado” (La decadencia de occidente, 1918-22).
Sincrónicamente, nuestro pueblo es muy dado a aceptar palabras que comprende poco, pero que suenan bonitas, y cambio es una de ellas. Diacrónicamente, el dominicano analiza a posteriori el contenido de las palabras y es cuando comprende su valor real. Y esto parece ocurrir también en el temperamento de los puertorriqueños y venezolanos, ya que los gobiernos de Ferré y Caldera no alcanzaron una gran popularidad después del primer año de ejercicio. Por eso, los dominicanos, puertorriqueños y venezolanos deben entender que los fenómenos electorales están conformados por emociones en donde las palabras como cambio se utilizan como espejismos. O dicho con palabras de Hegel, como “un intermedio entre el cambio propiamente dicho y lo inmóvil” (Ciencia de la Lógica, 1812-16). Y es desde esta óptica que el asombro griego ante el cambio no será preciso buscarlo en la inmovilidad, por la sencilla razón de que el cambio en sí no ha acontecido.
Antonio Guzmán Fernández, en 1978.
(Joan Corominas, en su crítica etimológica sobre el verbo cambiar (Diccionario Crítico Etimológico de la Lengua Castellana, 1954), explica “que puede aceptarse la teoría de Johannes Hermans Terlingen (Los italianismos en español, 1943) en lo que toca a la acepción ‘cambiar moneda o efectos de cambio’, que él cree originada en Italia...”)
No es de extrañar, entonces, que la imagen del cambio propuesto por el PRD sea una
imagen que se diluye, que se atomiza y convierte en un peligroso boomerang que puede golpear a los que
osaron esgrimirla contra el continuismo balaguerista. Y es por esto,
sencillamente, que considero que en las campañas electorales futuras será muy
difícil confundir al pueblo con palabras, con plataformas apriorísticas
atrapadas en el sistema.
(Artículo
publicado en 1980 e incluido en mi libro Publicidad Imperfecta; Editora Taller,
1984, Portada de Nicolás Brito.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario