domingo, 19 de septiembre de 2010

Diógenes Céspedes: Ese atrevido navegante de los paradigmas




Eko. Xilografía, Vas a ver lo que yo quiero que veas.


Por Efraim Castillo

¿QUÉ ES LA crítica? ¿Para qué sirve?… ¿Con qué se come?... (Así me preguntó cierto día de lluvia un agricultor en Constanza, luego de leerle un artículo de prensa que llevaba el epígrafe de crítica de cine).
Desde luego, aquel agricultor de Constanza ignoraba que cualquier diccionario, académico o no, resume la palabra crítica con algunas variantes, como, por ejemplo, que proviene del griego krineim, el arte de evaluar o juzgar las cosas, o juicio formado sobre una obra literaria o artística, etc.

Las preguntas del agricultor me las repetí a mediados del decenio de los 60’s, cuando el estructuralismo —casi-casi— llegó a apoderarse de la intelligentzia de los países centrales (era la gloria para Lacan, Foucault, Barthes y, desde luego, Lévi-Strauss, quien era una referencia obligada), e influía poderosamente en la de los países periféricos que se llamaban a sí mismos y, muy alegremente, del segundo mundo. Para entonces, la vieja noción de que la crítica servía para juzgar algo, cayó en desuso, reforzándose la teoría kantiana de los procesos intuitivos inherentes a la sensibilidad y de los procesos discursivos inherentes al entendimiento. Desde luego, los arrastres del hippismo —que de contracultura a mediados de esa misma década se convirtió en cultura a finales de la misma— ayudó en el surgimiento del postestructuralismo, encabezado por Derrida, Deleuze y Julia Kristeva (en 1966, Jacques Derrida presentó su famosa conferencia Estructura, signo y juego en las ciencias humanas, en la Universidad John Hopkins[1], que se convirtió en un verdadero manifiesto antiestructuralista, y las reglas del juego para los enfoques críticos variaron sustancialmente.

El propio Foucault pronunció una conferencia en la Escuela Francesa de Filosofía, en el mes de mayo de 1978, doce años después de la presentada por Derrida, donde —y un poco alejado del estructuralismo— se planteaba la misma pregunta que yo me había formulado: ¿Qué es la crítica?, en donde planteaba la búsqueda de definiciones para esta actividad. La pregunta de Foucault ya había sido planteada por Habermas, Raymond Williams y decenas de otros pensadores[2].

Como sabía que aquella práctica no era ejercida en el país como tal, yéndose la misma a la reducción que preocupó a Raymond Williams, de señalar errores y de aplaudir preferencias[3], en el año 1982 expresé algo que, para muchos, fue un atrevimiento, una apostasía e, inclusive, lo señalaron como una deslealtad para lo que, entonces, era la estructura crítica del país. Lo que expresé a mediados de aquel año, lo que motivó odios, rencores y venganzas hacia mí, fue un señalamiento que hice en el diario La Noticia sobre la ausencia en la República Dominicana de una crítica literaria con un cabal conocimiento de la teoría literaria[4], indicando en el mismo trabajo que lo que se practicaba aquí como crítica literaria no asumía, desde el plano histórico-político, la vertebralidad de los procesos sociales y, por lo tanto, se desvinculaba de la totalidad.




Sin embargo, lo que más mortificó a los que me acusaron de atrevido, apóstata y desleal, fue mi enunciado de que un comunicador que respondía al nombre de Diógenes Céspedes, con sus abordamientos teóricos de los 70’s había provocado un verdadero revuelo, una especie de ciclón conceptual, haciendo posible que la crítica literaria ejercida en República Dominicana no volviera a ser la misma.

Pero no, no voy a enjuiciar el estilo, ni mucho menos las sistematizaciones de los géneros y subgéneros literarios que ha criticado Diógenes Céspedes, ni tampoco —que quede claro— tampoco pienso conducir esta pequeña charla por los conocidos vericuetos a que nos tienen acostumbrados los aduladores de turno, cuando loan a sus empleadores en los conciliábulos literarios. Me limitaré, tan sólo, a expresar la importancia que, para la comprensión de la literatura producida aquí, así como la que importamos, tienen los trabajos que Diógenes Céspedes ha venido realizando desde hace más de treinta años, y que han originado rupturas y creado improntas, marcas que, como hitos en el camino, han servido de guías, no sólo a los que han ejercido la crítica a partir de él, sino a los productores de objetos literarios y artísticos.



Todos los que, de alguna forma, producen literatura en República Dominicana saben (incluyendo a los que me odiaron entonces y ahora) que mucho antes de que surgiera Diógenes Céspedes en el horizonte de la comunicación y del ejercicio crítico del país, la crítica literaria nacional —no sólo de los géneros y subgéneros que agrupan la lírica, la épica y el  drama, sino también la que involucra a la oratoria y la didáctica— se limitaba a aprobar o desaprobar las obras publicadas con, simplemente, un visto bueno o un visto malo. Es decir, como regaños o elogios, o silencios cargados de recelos, pero sin auscultar con rigor la valoración de su creación ni de su trascendencia histórica, por lo que la misma se convertía en palabrería lisonjera, hueca, aduladora, en una especie de metacrítica sospechosa, donde prevalecían los cánones que la publicidad de las editoras introducían en las solapas y contraportadas de las ediciones. Y a veces, los silencios suspicaces hacia las obras publicadas con cierto valor taxativo se producían para tratar de ocultar sus calidades literarias, convirtiendo el silencio en un vehículo de rechazo.

El revuelo causado por Céspedes en el país tenía un tremendo parecido al provocado por Hegel, cuando retomó las ideas de Leibniz, Hume y Newton, sin renunciar a la teoría kantiana, reafirmando que si la razón es lo Absoluto, que si todo lo real es racional y todo lo racional es real, entonces el hombre y su mundo han dejado de ser problemáticos[5]. Desde luego, la agitación desatada por Céspedes no se explayó más allá de nuestras fronteras, pero permitió que las críticas literaria y periodística tuviesen una demarcación específica: un antes y un después de él. Y es bueno apuntar que antes de Céspedes no se tenía una demarcación, un territorio diferenciador entre las crónicas literarias y artísticas y los ensayos sobre estas praxis, por lo que los practicantes de estas actividades se convertían en francotiradores que se apoderaban de lo leído u observado y, como ejerciendo un papel de dioses, lo valoraban desde una plataforma, o emocional o ideológica.

Dr. Diógenes Céspedes
 También es preciso apuntar que el método empleado por Céspedes fue bien simple: comenzó a ejercer una crítica fundamentada en lo objetivo y lo científico, evitando el predominio de los gustos por el pernicioso lastre de sus cargas subjetivas.

(Eso sí, como apuntaré más adelante —y como una irreverencia mortificadora— Diógenes Céspedes, primero disparó desde la luz de una catedral francesa y, luego, desde la naciente aurora de otra sagrada orilla gala.)

Yo valoré y aplaudí las críticas de Céspedes en aquellos finales de los 70’s, porque nos señaló la magnitud del signo, y me pregunté lo que habría sido mi generación literaria, la generación maldita del 60, donde los talentos de Miguel Alfonseca, René del Risco, Juan José Ayuso, Grey Coiscou, Rubén Echavarría, Héctor Dotel, Jeannette Miller, Jacques Viaux Renaud, Iván García, Rafael Vásquez, Áñez-Bergés y los otros —donde me encontraba yo entre la maraña—, si hubiese contado con una estructura de observación, con una fecunda y rigurosa guía de valoración de los objetos literarios que producíamos en un estadio donde la revolución cubana se movía en el mundo como un código sacrosanto, y la muerte de Trujillo aún servía para los gritos épicos.

Antes de Céspedes, el oxímoron y las paradojas eran las figuras retóricas que llenaban las crónicas de los que señalaban las supuestas virtudes y defectos de los objetos literarios y artísticos, pero nunca explicaron, ni al país ni al mundo, por qué aquella literatura —a todas voces excitada, convulsiva y apasionada— brotaba a partir de una misma evocación: la furia del aprisionamiento y que, luego de una revolución aplastada por el abuso inconmensurable de una ocupación extranjera, se tornó nostálgica y, hasta cierto punto, desolada.

Los cronistas de aquella época, como pavos reales, practicaron la irresponsabilidad, porque al desconocer los signos que marcaron a la generación maldita del 60, no podían especificar su producción, limitándose a describir lo anecdótico y detenerse en los análogos. El asunto, simplemente, consistía en la ausencia de una crítica con cabal conocimiento de la teoría de la literatura.

Cuando Céspedes inició sus trabajos en el vespertino Última Hora, en 1973, los que escribíamos sobre cine y arte leímos sus trabajos con cierto recelo. Pero, unos años más tarde —hacia finales de esa misma década—, lo aplaudí de pie y se lo manifesté dos años más tarde cuando escribí sobre sus Ensayos críticos, en 1982.

Desde luego, el Diógenes Céspedes del 1973 a 1976, que es la fecha de la publicación de sus Ensayos críticos, fue el Diógenes Céspedes producto de Besanzón y Tel quel, de la metafísica del signo, no el que se doctoró en la universidad de París VIII (Vincennes-Saint Denis), con una especialidad en poética, entre 1977 y 1980, y cambió la mochila de las percepciones por la antimetafísica del signo, buscando entre los objetos leídos, escudriñados, auscultados, la importancia del ritmo para redefinir el lenguaje y arribar al conocimiento donde la oposición oralidad/escritura separan y distinguen lo oral, de lo hablado y de lo escrito.

La impronta de Céspedes no sólo se estampó en la estructura crítica nacional, sino que punzó áreas sensibles de nuestra intelligentzia, y en esa misma década marcharon hacia Cuba, Francia y varios países del bloque socialista, decenas de jóvenes que deseaban ponerse al día para entender los laberintos de la teoría literaria y poder juzgar así lo que, verdaderamente, decían los libros, sin inmovilizarse cuando las anécdotas y frases rimbombantes leídas golpearan sus cerebros, haciendo suyos uno de los enunciados que Céspedes, en sus Escritos críticos gritó a los cuatro vientos: Mi ejercicio de crítico ha sido el resultado de una actividad en la cual siempre hubo la tentativa de aplicar una teoría a una práctica[6]. 

Como el análogo de una teoría a una práctica, expresada por Céspedes en sus Escritos críticos, sería bueno resaltar que el país, en aquella década de los 70’s, adolecía de una Teoría del Estado, algo que, hoy, por el desmoronamiento del caudillismo tras las desapariciones físicas (que no políticas) de los caudillos Balaguer, Bosch y Peña Gómez, tiende a sobrar, ya que con la aglomeración en nuestra sociedad de politólogos y sociólogos, así como de aspirantes a la heredad de los caudillos fallecidos, sería interesante repasar y ponderar el enunciado de Michel Foucault de que, necesariamente, debemos relacionar la historia y el conocimiento en general, con el papel que desempeña el discurso en su propia conformación[7]. La afirmación de Foucault tiene que ver con eso que él mismo refrenda cuando anota que frente a la discontinuidad que presenta la realidad, el discurso plantea una articulación que se introduce desde el exterior[8]. Para revalidarse, Foucault introduce la teoría de Thomas Khun sobre los paradigmas (The structure of scientific revolutions, 1962), que somete a reflexión no sólo la problemática lógica, sino también la problemática histórica del proceso científico[9]. Aunque Foucault trata de evitar y rebasar la teoría de Khun a través de una profunda reflexión sobre la dependencia del pensamiento y el conocimiento del paradigma mayor, afirma que la propia realidad es generada por aquel[10].

En su teoría, Khun se centra en lo que llama una matriz disciplinaria[11], que sirve de guía a los pequeños grupos de investigadores tras una línea con problemas y objetivos comunes (que en el caso de Céspedes, estuvo compuesto o estructurado por los que partieron al exterior luego de él, en busca de los conocimientos que les permitieran desglosar y extraer de los textos estudiados lo que distingue y redefine la oposición oralidad/escritura). 

Para estudiar el fenómeno, el paradigma que transforma la estructura de la crítica literaria y artística del país, provocado y asentado por Diógenes Céspedes en los 70’s, sólo es preciso leer sus Ensayos críticos, en donde la teoría del lenguaje y de la historia, del sujeto y lo social, del individuo y del Estado, de la poesía y la traducción, del discurso, de la lengua y de la ideología, para obtener una idea de lo que sus trabajos fueron capaces de ofrecer a los lectores estudiosos, internándolos en los pormenores interpretativos de una comprensión polisémica del lenguaje, y ayudándolos a desentrañar los verdaderos senderos de los textos, la auténtica orientación del sentido contra todo lo que la sociedad valora como trascendente, venerable y eterno.

A partir de aquel primer libro de 1976, que recoge su actividad de lenguaje de cuatro años, Diógenes Céspedes ha publicado veintiún libros:

1.       Escritos críticos (1976),
2.      Seis ensayos de poética latinoamericana (1982), Premio Anual de Ensayo,
3.      Estudios sobre literatura, cultura e ideologías (1983),
4.      Ejercicios II (1983),
5.      Ideas filosóficas, discurso sindical y mitos cotidianos en Santo Domingo (1984),
6.      Lenguaje y poesía en Santo Domingo en el siglo XX (1985),
7.      Antología de la oratoria en Santo domingo (1984),
8.     Política de la teoría del lenguaje y la poesía en América Latina en el siglo XX (1994),
9.      José Martí en la política y en el amor (1995),
10.  Antología del cuento dominicano (1996),
11.    La poética de Franklin Mieses Burgos (1997),
12.   Contra la ideología racista en Santo Domingo (1998),
13.   Historia de la Asociación de Empresas Industriales de Herrera: Entrevistas y Documentos (1998),
14.   Política de la teoría del lenguaje y la poesía en España en el Siglo XX (1999),
15.    Vigil Díaz /Zacarías Espinal. Obras (2000, en colaboración con Andrés Blanco Díaz),
16.  Memorias contra el olvido 19471995 (2001).
17.    Al arma contra figuraciones (poemas, 2001),
18.  Los orígenes de la ideología trujillista (2002),
19.   Salomé Ureña y Hostos ((2003),
20. Tres ensayos acerca de la relación entre los intelectuales, el poder y sus instancias ((2003),
21.   Ensayos sobre lingüística, poética y cultura ((2005), y
22.  La sangre ajena. Cuentos (2007),

Entonces, debe quedar claro, que aquella alarma que provoqué a finales de los 70’s, cuando señalé a Diógenes Céspedes como el iniciador de una verdadera cultura crítica en el país, alejada de las benevolencias y los escarnios, de las complacencias hacia las logias y las cofradías, no sólo se convirtió en una realidad trascendente, sino en un axiomático paradigma, porque su voz, lejos de la vieja gramática de la valoración, bien apartada de las ideologías y religiosidades, auscultó y radiografió los textos nacionales y latinoamericanos bajo el cedazo del lenguaje y de la historia, del sujeto y lo social, del individuo y del Estado, dejando tras su impronta una nueva crítica que, en el país, ha coadyuvado en la producción de una literatura nacional en pleno ascenso.

—Charla pronunciada en el Teatro Nacional el 4 de mayo del 2007, durante la celebración de la X Feria Internacional del libro de Santo Domingo.



[1] La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas (La structure, le signe et le jeu dans le discours des sciences humaines). Conferencia pronunciada en el Collage Internacional de la Universidad John Hopkins (Baltimore), sobre Los lenguajes críticos y las ciencias del hombre. Octubre 21, 1966. Publicada luego en L’Ecriture et la Différence.
[2] Conferencia pronunciada en la Escuela Francesa de Filosofía el 27 de mayo de 1978, posteriormente publicada en el Bulletin de la Société française de Philosophie, año 84º, número 2, abril-junio de 1990, págs. 35-63.
[3] WILLIAMS, Raymond: Palabras clave. Un vocabulario de la cultura y la sociedad. Nueva Visión. Buenos Aires. 2000. (Traducción de Horacio Pons). Págs. 85-87.
[4] Lectura del domingo en el Diario La Noticia. Mayo de 1982. Santo Domingo.
[5] Ver: TAYLOR, Charles: Identidad, comunidad y libertad.  Por Rubén Benedicto Rodríguez. Universitat de Valencia. 2005.
[6] CÉSPEDES, Diógenes: Escritos críticos. Editora Cultural Dominicana. 1976.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.
[9] Khun, Thomas S.: The structure of scientific revolutions (La estructura de las revoluciones científicas), en su cuadragésimo aniversario, 1962-2002. Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica.
[10] Ibídem.
[11] Ibídem.

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