jueves, 30 de septiembre de 2010

Historia personal con Efraím Castillo


Por
Aquiles Julián

He tenido un vínculo largo, gratificante y curioso con Efraím Castillo, uno
de mis héroes literarios personales.
Mi primer contacto con la obra de Efraím fue en los primeros años de los
´70, cuando fundé junto a Roberto Tavárez, Efrén Ballenilla y otros
amigos el Teatro de la Búsqueda, al que por la onda epocal se le agregó la
coletilla “Experimental”, por lo cual terminamos siendo el Teatro de la
Búsqueda – Experimental, TEBUSEX. El grupo surgió en una zona clase
media de Los Mina, vinculado a un club denominado Cultural Seis. Por 
residían Raúl Bartolomé, Domingo Tejada y otros, y desde esos años arranca
mi aprecio por él.
En el grupo montamos “Más allá de la búsqueda”, obra en un acto que
era parte del libro Viaje de regreso, de la autoría de Efraím Castillo. Y la receptividad del público,
en las presentaciones que hacíamos en clubes culturales, colegios y liceos, era alta.
La obra, que trata la angustia existencial de unos soldados, era aplaudida por la
concurrencia. Así arrancó la relación con Efraím, por mi parte.
Años después, Efraím, que posterior a la contienda del 1965 había incursionado
exitosamente en la publicidad, fue una referencia, junto a René del Risco y otros
escritores, cuando me inicié gracias a Juan Freddy Armando y a la receptividad de
William y Darío Vargas que me acogieron en Extensa Publicidad, en la actividad
publicitaria a comienzos de los años ´80 del siglo pasado.
Efraím era no sólo un ejecutivo y hacedor dedicado publicitario, también era un
polemista y teórico que sostenía puntos de vista sobre el quehacer publicitario,
contradecía otros y defendía un espacio profesional ganado a pulso. Es histórica su
Efraim Castillo
Premio Nacional de Literatura
polémica con el creativo franco-italiano Francois Zillé, importado transitoriamente
debido a una alianza entre Extensa Publicidad y la agencia europea Unitrós.
Zillé vino y alborotó el país con sus tesis creativas y publicitarias, buscando lógicamente llamar la atención y atraer clientela hacia la representante local de Unitrós, Extensa. Y Efraím le salió al frente sosteniendo sus tesis y ambos publicaron extensas páginas que yo leía y aprendía de Efraím, no de Zillé.  Años después, Efraím recopiló esos artículos junto a otros y los publicó en un libro.
François Zillé
Yo entré a Extensa Publicidad mucho después. No conocí a Zillé, pese a que mi fraterno Freddy Ortiz me señala como uno de los epígonos de Zillé. De hecho, cuando entré a Extensa, ya Unitrós y Extensa habían descontinuado la alianza, que no logró sus metas (Zillé se fue por todo lo alto y le hizo invertir a la pequeña Extensa unas pomposas dobles páginas autopromocionales en el Listín Diario que lastraron penosamente las finanzas de la agencia. No es sencillo impresionar en una ciudad y un país aldeanos, donde todos nos conocíamos y las cuentas publicitarias se movían, y todavía se mueven, por relaciones personales y no por criterios profesionales).

Años después, comenzamos por el 1977 a promover la Unión de Escritores
Dominicanos, UED. Su primer y único presidente lo fue el Dr. Víctor Villegas y yo
pertenecí como vocal a su primera directiva.
Iniciamos una serie de acercamientos a escritores renombrados de nuestro país, entre
ellos a Manuel Rueda. Y también lo hicimos con Efraím Castillo y ese fue el primer
encuentro personal que sostuve con él. Nos invitó a almorzar a varios escritores en El
Mesón de la Cava y compartió con nosotros impresiones.
La UED desarrolló un programa quincenal de actividades en la Biblioteca Nacional en
que estuve personalmente involucrado. Luego, hubo un cambio de directiva en la que no figuré y posteriormente el intento se sumó a decenas de intentos infructuosos de
relacionar y organizar institucionalmente a nuestros escritores. Don Víctor siguió
fungiendo formalmente como presidente de una institución que no existía, tal como
nuestros sindicatos, los “partidos emergentes” y muchísimas otras instituciones que sólo existen en los nombres y en los sellos.
Por aquellos años acompañé como un asistente más a Efraím Castillo a aquel acto en el antiguo Roxy de la calle El Conde en que puso en circulación su primera novela: Currículum, el síndrome de la visa,
y leyó, luego de la presentación de Diógenes Céspedes, aquel capítulo cargado de malapalabras que provocó la exaltación de lo que había quedado de Ramón Lacay Polanco, que arrastraba lastimosamente sus últimos
años mendigando un trago en la calle El Conde.
En ocasiones yo transitaba por la Enrique Henríquez, la calle donde estaba Síntesis, la
agencia de Efraím, sobre todo cuando por allí vivió mi queridísima amiga Genoveva González.

Efraím evolucionó hacia la novela, sin dejar de hacer crítica de cine, literaria, teoría de la comunicación publicitaria, teatro y las campañas con las que producía sus medios de vida. Era el comander, al que muchos envidiaban bajo las críticas acerbas en que la pequeña burguesía urbana dominicana entretiene sus noches.
Un día  Efraím nos invitó a la novelista Emilia Pereyra y a mí a su hogar y allí nos
agasajó con esmero. De él y su esposa recibimos un trato exquisito, afable y agradable. Y de ese día es la foto en que estamos juntos. 
Posteriormente hemos coincidido en algún lugar: en Plaza Lama, su cliente,  del que es la voz oficial y el asesor por excelencia, su mejor obra comunicacional visto los
imponentes resultados; o en cualquier lugar de la zona próxima al Jardín Botánico, ya
que somos vecinos. Él vive en Los Ríos y yo en Altos de Arroyo Hondo III.
Siempre sonriente, siempre fraterno, siempre estimulante. La última vez que le vi me
animaba a escribir novelas, su pasión. Y me expresó que me enviaría una obra de teatro: Adán, Eva y los Moluscos, para compartirla con el público lector.





 EFRAIM CASTILLO

Adán, Eva y los moluscos 

Escena
 
Personajes:
La mujer 
El hombre

La acción transcurre en una casa vacía que comienza a ser amueblada.

Una gran sala vacía. En algún rincón se apiñan muebles nuevos. En el foro,
dos grandes ventanas de cristal fino por donde entran los rayos plateados
de la luna. A pesar de la gran luna, la noche no es profunda y luce como si
colgara de uno de esos almanaques populares que se tiran en viejos divanes
como desperdicios. Se podría decir, entonces, que la escena es una rara
mezcla de credo oculto y feliz sospecha por algo que se presiente.

Cuando el telón se alza, EL HOMBRE y LA MUJER están acuclillados junto al cuerpo
de un anciano de pelo blanco y brillante. Él es joven y fuerte. Ella, joven también, y
muy atractiva. Ambos visten de rojo y, cosa extraña, llevan el pelo muy largo.

EL HOMBRE (como dándose cuenta de algún error)
¡Ah, sorprendente! ¡Aún respira!

LA MUJER
¡Cierto! ¡Aún respira!
(Ambos se miran perplejos)

EL HOMBRE
¿Habrá que matarlo de nuevo?

LA MUJER
¡No, no lo creo! ¡Él morirá solo!

EL HOMBRE (como recordando algo)
Recuerda esto: “...hay que ayudar a morir”. ¿Lo recuerdas?

LA MUJER
Lo recuerdo bien... “...hay que ayudar a morir”. ¡Sí, lo recuerdo!

EL HOMBRE (está anonadado, mientras observa el
cuerpo del anciano. No cree bien lo que ve)
¿Entonces...?

LA MUJER
¡Entonces nada! ¡Aún respira!
EL HOMBRE (como excusándose)
¡Pero...!

LA MUJER (enérgica)
No, ¡elimina los peros de tus labios!...!Lo que pasa es que aún respira!

EL HOMBRE 
¡Al menos...!

LA MUJER
¡Deja, deja!... ¿No lo ves, no lo sientes...? ¡Lo que pasa es que aún respira!

(Silencio largo. EL HOMBRE se incorpora y camina hasta
una de las ventanas y se detiene allí. Luego vuelve hacia
donde está el cuerpo del anciano, lo contempla y, de repente,
como presa de una furia repentina, comienza a patearlo por
las costillas)

EL HOMBRE (pateando)
¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, nueve, nueve, nueve, nueve y...
diez y diez!

LA MUJER (que ha permanecido en cuclillas,
observa, relamiéndose los labios, la acción de EL HOMBRE)
¡Ya está! ¡Ya está!

EL HOMBRE (golpeando de nuevo)
¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, nueve, nueve, nueve y... diez y
diez! (Mira a LA MUJER y se seca el sudor que gotea desde su frente). ¿Qué? ¿Lo sigo
pateando?
 
LA MUJER (incorporándose, se encara a EL
HOMBRE)
¿Qué?... ¿Crees que ya está?... 

EL HOMBRE (aún sudoroso, abre la camisa del
anciano y coloca su oído sobre el pecho izquierdo de éste.
Permanece así unos segundos y luego se pone de pie y mira
a LA MUJER, que espera nerviosa una respuesta.)
¡Mierda! ¡Aún respira!

LA MUJER (cae abatida)
¡Coño, y yo pensaba que todo había acabado!

EL HOMBRE
¡Aún no… aún no está!

LA MUJER
¡Ah, todavía falta mucho tiempo!

EL HOMBRE
¡Cierto, todavía su muerte no está al doblar de la esquina! (Pensativo). ¡Te lo juro, creí
que a estas horas ya sería cadáver!

LA MUJER
¡Pero nada, coño… que aún el maldito respira! (Gritando) ¡Aún el maldito respira!

EL HOMBRE (gritando también)

¡Eso mismo… el maldito aún no es cadáver!

LA MUJER (como si se le ocurriese algo)
Pero aún podría ser…

EL HOMBRE (esperanzado)
¿Lo crees así?

LA MUJER
Tú lo insinuaste, al comienzo.

EL HOMBRE
Sí, pero...

LA MUJER
¿Ves? ¿Sientes?... ¡Has vuelto con los hijo-e-putas peros! ¡Estás apostando a que aún no
es la hora!

(Tras un largo silencio, EL HOMBRE camina hasta uno de
los muebles arrinconados y se sienta)

EL HOMBRE (golpeándose el estómago) 
Estoy hambriento.

LA MUJER
Vigila tus tripas.

EL HOMBRE
Llevo tanto tiempo vigilándolas, esperando que caiga el racimo maduro. Pero aún el
maldito respira… ¡señal de que el tiempo aún no ha llegado!

LA MUJER
¡Bah… la incierta hora llegará... y mientras más esperemos… con más vigor llegará! ¡Que
no te quepa duda! Todo será cuestión de saber esperar la hora, la terrible hora para
ellos, la feliz hora para nosotros.

EL HOMBRE
¡Esta es una verdadera mierda! 

LA MUJER
¿Por qué lo dices?

EL HOMBRE
Bien simple: ¡por el tiempo que falta para que sea feliz! Ahora pienso que nuestra hora
llegará con los escarabajos. ¡Tendremos que reiniciar los cichos!

LA MUJER

¡Echa a un lado los escarabajos, bien sabes que prefiero los moluscos! ¿Tú lo sabes? Los
moluscos no tienen huesos y son apetitosos.

EL HOMBRE
Eso es cierto, pero ciertas membranas conducen a los huesos. Te lo digo siempre que
hablamos de evolución.

(Un largo silencio que se quiebra por el sonido acompasado
y triste del tic-tac de un reloj, que EL HOMBRE y LA
MUJER escuchan con atención. Tras unos segundos, ambos
caminan hacia el centro de la escena)

¡Lo oyes… lo estás oyendo!

LA MUJER (prestando atención al sonido del tic-tac)
Escucho algo… ¿Y tú, lo escuchas?

EL HOMBRE
¡Sí, escucho algo! 

LA MUJER (acercándose al cuerpo del anciano)
Te digo que escucho algo. Dime, ¿qué coño escuchas?

EL HOMBRE (acercándose al cuerpo del anciano)
¡Calla, calla! ¡Déjame escuchar! (Encara a la mujer). ¿No sientes algo?

LA MUJER
¡Calla, coño! ¡Déjame escuchar!

EL HOMBRE
¡Shshshshshsh, escucha, escúchalo… aún respira!

LA MUJER


¡Ah, era eso: la respiración! ¡Cierto, la escucho, aún! ¡La escucho golpeándome aquí, en
las sienes, y aquí en las tripas, y aquí en el útero!

EL HOMBRE (mira hacia las ventanas)
¡Mírala, todavía está ahí la maldita noche! ¡Aún la noche persiste con sus sonidos y
oscuridad asfixiantes! (Señala hacia una de las ventanas por donde entran los rayos de
la luna) ¿La ves? ¿La ves? ¡Allí está la noche con sus rayos de plata esperando por los
muertos… esperando que caigan los huesos diseminados por el viento! ¡Ah, cómo odio la
noche avariciosa y glotona que rodea de silencio las luces del alba! ¡Sí, maldita sea, aún
está la noche que truena y que asusta… aún está!

LA MUJER (observando hacia las ventanas)
¡Aún está todo! ¡Aún está el huidizo sol desperezándose allá, por donde se mete el búho
cabizbajo y triste


EL HOMBRE (observa con pesadumbre el cuerpo del
anciano)
Y pensar que aún respira. Pensé que a estas horas mi corazón gritaría alborozado. ¡Pero
nada! ¡Ahí está el maldito cuerpo con sólo una leve herida en el parietal derecho! ¿Crees
que será preciso que nos devolvamos hacia el lodo, hacia el desgraciado charco
darwiniano y desde allí movernos como células aisladas, como espesos moluscos en
busca de huesos con formas! ¿Acaso seremos eso, tan sólo?

LA MUJER (áspera)
¡Los moluscos, los moluscos… nada de huesos tienen los moluscos!

EL HOMBRE (como buscando algo desde sus
adentros)
¡Ah, si todavía pudiera!

LA MUJER
¿Qué? ¿Si pudieras qué?

EL HOMBRE (señalando el cuerpo del anciano)
¡Pisar su boca y estrujarla!

LA MUJER
¿Y qué, coño? ¿Es que acaso no puedes?

EL HOMBRE (apenado)
Pero, ¡lo has visto, lo has sentido! Al parecer… ¡aún no es tiempo!

LA MUJER (dándole a EL HOMBRE y a ella misma,
un rayo de esperanza)
Pero, ¿por qué no probamos? ¡A lo mejor resulta!

EL HOMBRE
¿Tú crées? ¿Y si los tiempos nos traicionan?

LA MUJER (insistente)
¿Por qué no te callas y te preguntas si cuando le vuelvas a pisar la boca al maldito no
brotará algún diente de su apestosa boca?

EL HOMBRE (observa el cuerpo del anciano)
¿Tú crees? ¡Podría ser...!

LA MUJER (redobla su insistencia)
¡Vamos… anímate!


EL HOMBRE
¿Tú crees?

LA MUJER
¡Vamos, coño, vamos!

EL HOMBRE (entre la indecisión y la acción)
¿Sí...?

LA MUJER
¡Vamos… que esta vez resultará! ¿O crees que no?

EL HOMBRE
¿Qué, acaso no estás segura?

LA MUJER
¡Sí, pero debemos cambiar la estrategia! 

EL HOMBRE
¿Cambiar la estrategia?

LA MUJER
¡Sí! ¿Por qué ahora no le pateas las extremidades?

EL HOMBRE
Si hago eso… ¡podría gritar y alimentar la noche!

LA MUJER
¿Y qué?

EL HOMBRE
Eso mismo, que alguien podría escucharlo...

LA MUJER
¿Quién podría escuchar su agónico llanto?

EL HOMBRE
¡Bien lo sabes!

LA MUJER
¡No, no lo sé!

EL HOMBRE
¡Sí, sí lo sabes! ¡Bien sabes que Dios podría escucharlo y él está de su parte!

LA MUJER (camina hacia el mueble en donde estuvo
sentado EL HOMBRE y se deja caer pesadamente. El sonido
del tic-tac baja su intensidad y se escucha a lo lejos)
¡Ah, conque esas tenemos! ¡Aún, coño, le temes a lo invisible, a la desgraciada metafísica
que nos ha aplastado por siglos! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Todavía le temes! ¿Acaso no sabes que ya
nos remontamos al espacio y allí no vimos más que lejanas estrellas! ¿Acaso no
comprendes que sólo somos un equilibrio de esplendorosa materia?

EL HOMBRE
Bien sabes que nací con él... ¡Con Dios!

LA MUJER
¡Ja, ja, ja! ¿Y qué?

EL HOMBRE
¡Ay, compréndelo! ¡Las cosas viejas, esas apestosas cosas viejas siempre están en
contraposición con las nuevas!

LA MUJER (cruzando las piernas provocativamente)
Lo que pasa es que todavía la tienes agarrada de la mano...

EL HOMBRE (sorprendido)
¿Qué? ¿Qué tengo aún agarrada de la mano?

LA MUJER (con brusquedad)
¡La metafísica! ¿Qué otra cosa podría ser? (Transición brusca). ¡Suéltala, me oyes,
suelta la maldita metafísica o morirás con ella! (señala el cuerpo del anciano)… ¡Y con
él!

EL HOMBRE (sentándose sobre el cuerpo del
anciano)
¡Ay, es que estoy tan cansado!

LA MUJER 
¡Nada! ¡Lo que pasa es que no quieres continuar! ¡Temes, temes a que te vean y te
señalen! ¡Pero ellos no podrán hacerte nada! Ellos están perdidos, y todo el que se
oponga a la historia morirá junto a él! (Larga pausa). Hace días, ¿recuerdas?

EL HOMBRE
¿Qué?

LA MUJER
Hace días... ¿no recuerdas?

EL HOMBRE
No, seguro que no recuerdo.

LA MUJER
Te lo diré. ¡Cuando subimos allá, al espacio, nos acompañamos mutuamente! Las
estrellas estuvieron más cerca del hombre. Dimos pasos sobre el infinito, desapareció la
atmósfera para nosotros. Es esto. Esto es todo. Ya comenzamos a ser independientes. Ya
no somos hombres de un solitario planetita perdido en las galaxias. ¿Y dónde crées que
estaban los ángeles? ¡En ningún sitio! Los ángeles, como dicen los curas, no están allá,
en las estrellas, ni detrás de las nubes. ¿Y Dios, acaso se dejó ver Dios en el infinito? ¡No!
¡Ya nadie podrá decir que Dios camina de nube en nube desparramando la guerra y la
paz!

EL HOMBRE
La guerra y la paz… ¿Tolstoi, verdad?

LA MUJER
¡Tolstoi murió! Y ya no habrá aislamiento del hombre hacia los hombres. ¿Sabes?, el
hombre se ha estado dividiendo mucho y necesitamos agruparnos para ser compañeros.
(Pausa). Animales sociales... ¡un hermoso mote (con fuerza) que podría traducirse
como animales colectivos!

EL HOMBRE
Me das fuerzas, pero...

LA MUJER (áspera)
¡Pero qué!

EL HOMBRE
¿No lo sientes tú?...

(EL HOMBRE desea cambiar de tema y entonces abre la
camisa del anciano)

LA MUJER
¿Qué? ¿La respiración? 

EL HOMBRE (buscando aún entre la camisa del
cuerpo del anciano)
¡Sí, cierto, la respiración, la respiración!

LA MUJER
¡Mírate, estás temblando como una gallina! ¿Sabes algo? ¡Desde que pueda te arrojaré a
los moluscos! Ellos, al menos, respetarán los tiempos. 

(LA MUJER se incorpora y grita con viva voz)
¡Cobarde, temes seguir adelante!

EL HOMBRE (incómodo)
¡No, no es eso! (Hace un gesto de incomodidad). ¡Bah, tú no comprendes!

LA MUJER
Sí, comprendo.
atmósfera para nosotros. Es esto. Esto es todo. Ya comenzamos a ser independientes. Ya
no somos hombres de un solitario planetita perdido en las galaxias. ¿Y dónde crées que
estaban los ángeles? ¡En ningún sitio! Los ángeles, como dicen los curas, no están allá,
en las estrellas, ni detrás de las nubes. ¿Y Dios, acaso se dejó ver Dios en el infinito? ¡No!
¡Ya nadie podrá decir que Dios camina de nube en nube desparramando la guerra y la
paz!

EL HOMBRE
La guerra y la paz… ¿Tolstoi, verdad?

LA MUJER
¡Tolstoi murió! Y ya no habrá aislamiento del hombre hacia los hombres. ¿Sabes?, el
hombre se ha estado dividiendo mucho y necesitamos agruparnos para ser compañeros.
(Pausa). Animales sociales... ¡un hermoso mote (con fuerza) que podría traducirse
como animales colectivos!

EL HOMBRE
Me das fuerzas, pero...

LA MUJER (áspera)
¡Pero qué!

EL HOMBRE
¿No lo sientes tú?...

(EL HOMBRE desea cambiar de tema y entonces abre la
camisa del anciano)

LA MUJER
¿Qué? ¿La respiración? 

EL HOMBRE (buscando aún entre la camisa del
cuerpo del anciano)
¡Sí, cierto, la respiración, la respiración!

LA MUJER
¡Mírate, estás temblando como una gallina! ¿Sabes algo? ¡Desde que pueda te arrojaré a
los moluscos! Ellos, al menos, respetarán los tiempos. 

(LA MUJER se incorpora y grita con viva voz)
¡Cobarde, temes seguir adelante!

EL HOMBRE (incómodo)
¡No, no es eso! (Hace un gesto de incomodidad). ¡Bah, tú no comprendes!

LA MUJER
Sí, comprendo. (Silencio largo. El tic-tac del reloj se hace de nuevo intenso.
Cuando disminuye, EL HOMBRE se acerca a la ventana
más próxima al cuerpo del anciano y se detiene a observar a
través de ella)

EL HOMBRE
¿Cuándo se habrá ido el sol?

LA MUJER
Se fue hace mucho tiempo.

EL HOMBRE (sorprendido)
¿Mucho tiempo?

LA MUJER
Si, hace mucho tiempo.

EL HOMBRE
¿Cuánto tiempo hace que se fue el sol?

LA MUJER
Casi en seguida…

EL HOMBRE (sorprendido)
¿Enseguida?... ¿En seguida de qué?

LA MUJER
Pues… ¡en seguida!

EL HOMBRE
¡Si!, ¿pero en seguida de qué?

LA MUJER
Al instante de nosotros comenzar a pensar… ¡el sol nos dejó! ¡Se largó, dejándonos de
lado! ¡Y eso que quisimos adelantarnos a su abandono! Pero el sol es sabio. Sí, muy
sabio es el sol. Nos prestó toda la energía necesaria para que nosotros razonáramos y,
sin embargo, nos dejó de lado. Parece que no vió con buenos ojos lo que comenzamos a
hacer… ¡y nos excluyó!

EL HOMBRE
¡Si, comprendo! ¡El sol se fue y nos dejó de lado! ¡El sol es muy sabio, muy sabio es el
sol! ¡No quiso estar con nosotros y por eso nos abandonó! (Pausa). Escucha, ¿y cuándo
regresará?

LA MUJER
(Silencio largo. El tic-tac del reloj se hace de nuevo intenso.
Cuando disminuye, EL HOMBRE se acerca a la ventana
más próxima al cuerpo del anciano y se detiene a observar a
través de ella)

EL HOMBRE
¿Cuándo se habrá ido el sol?

LA MUJER
Se fue hace mucho tiempo.

EL HOMBRE (sorprendido)
¿Mucho tiempo?

LA MUJER
Si, hace mucho tiempo.

EL HOMBRE
¿Cuánto tiempo hace que se fue el sol?

LA MUJER
Casi en seguida…

EL HOMBRE (sorprendido)
¿Enseguida?... ¿En seguida de qué?

LA MUJER
Pues… ¡en seguida!

EL HOMBRE
¡Si!, ¿pero en seguida de qué?

LA MUJER
Al instante de nosotros comenzar a pensar… ¡el sol nos dejó! ¡Se largó, dejándonos de
lado! ¡Y eso que quisimos adelantarnos a su abandono! Pero el sol es sabio. Sí, muy
sabio es el sol. Nos prestó toda la energía necesaria para que nosotros razonáramos y,
sin embargo, nos dejó de lado. Parece que no vió con buenos ojos lo que comenzamos a
hacer… ¡y nos excluyó!

EL HOMBRE
¡Si, comprendo! ¡El sol se fue y nos dejó de lado! ¡El sol es muy sabio, muy sabio es el
sol! ¡No quiso estar con nosotros y por eso nos abandonó! (Pausa). Escucha, ¿y cuándo
regresará?

LA MUJER

Eso mismo… el maldito aún no es cadáver!

LA MUJER (como si se le ocurriese algo)
Pero aún podría ser…

EL HOMBRE (esperanzado)
¿Lo crees así?

LA MUJER
Tú lo insinuaste, al comienzo.

EL HOMBRE
Sí, pero...

LA MUJER
¿Ves? ¿Sientes?... ¡Has vuelto con los hijo-e-putas peros! ¡Estás apostando a que aún no
es la hora!

(Tras un largo silencio, EL HOMBRE camina hasta uno de
los muebles arrinconados y se sienta)

EL HOMBRE (golpeándose el estómago) 
Estoy hambriento.

LA MUJER
Vigila tus tripas.

EL HOMBRE
Llevo tanto tiempo vigilándolas, esperando que caiga el racimo maduro. Pero aún el
maldito respira… ¡señal de que el tiempo aún no ha llegado!

LA MUJER
¡Bah… la incierta hora llegará... y mientras más esperemos… con más vigor llegará! ¡Que
no te quepa duda! Todo será cuestión de saber esperar la hora, la terrible hora para
ellos, la feliz hora para nosotros.

EL HOMBRE
¡Esta es una verdadera mierda! 

LA MUJER
¿Por qué lo dices?

EL HOMBRE
Bien simple: ¡por el tiempo que falta para que sea feliz! Ahora pienso que nuestra hora
llegará con los escarabajos. ¡Tendremos que reiniciar los cichos!

LA MUJER¡Echa a un lado los escarabajos, bien sabes que prefiero los moluscos! ¿Tú lo sabes? Los
moluscos no tienen huesos y son apetitosos.

EL HOMBRE
Eso es cierto, pero ciertas membranas conducen a los huesos. Te lo digo siempre que
hablamos de evolución.

(Un largo silencio que se quiebra por el sonido acompasado
y triste del tic-tac de un reloj, que EL HOMBRE y LA
MUJER escuchan con atención. Tras unos segundos, ambos
caminan hacia el centro de la escena)

¡Lo oyes… lo estás oyendo!

LA MUJER (prestando atención al sonido del tic-tac)
Escucho algo… ¿Y tú, lo escuchas?

EL HOMBRE
¡Sí, escucho algo! 

LA MUJER (acercándose al cuerpo del anciano)
Te digo que escucho algo. Dime, ¿qué coño escuchas?

EL HOMBRE (acercándose al cuerpo del anciano)
¡Calla, calla! ¡Déjame escuchar! (Encara a la mujer). ¿No sientes algo?

LA MUJER
¡Calla, coño! ¡Déjame escuchar!

EL HOMBRE
¡Shshshshshsh, escucha, escúchalo… aún respira!

LA MUJER
¡Ah, era eso: la respiración! ¡Cierto, la escucho, aún! ¡La escucho golpeándome aquí, en
las sienes, y aquí en las tripas, y aquí en el útero!

EL HOMBRE (mira hacia las ventanas)
¡Mírala, todavía está ahí la maldita noche! ¡Aún la noche persiste con sus sonidos y
oscuridad asfixiantes! (Señala hacia una de las ventanas por donde entran los rayos de
la luna) ¿La ves? ¿La ves? ¡Allí está la noche con sus rayos de plata esperando por los
muertos… esperando que caigan los huesos diseminados por el viento! ¡Ah, cómo odio la
noche avariciosa y glotona que rodea de silencio las luces del alba! ¡Sí, maldita sea, aún
está la noche que truena y que asusta… aún está!

LA MUJER (observando hacia las ventanas)
¡Aún está todo! ¡Aún está el huidizo sol desperezándose allá, por donde se mete el búho
cabizbajo y triste!

EL HOMBRE (observa con pesadumbre el cuerpo del
anciano)
Y pensar que aún respira. Pensé que a estas horas mi corazón gritaría alborozado. ¡Pero
nada! ¡Ahí está el maldito cuerpo con sólo una leve herida en el parietal derecho! ¿Crees
que será preciso que nos devolvamos hacia el lodo, hacia el desgraciado charco
darwiniano y desde allí movernos como células aisladas, como espesos moluscos en
busca de huesos con formas! ¿Acaso seremos eso, tan sólo?

LA MUJER (áspera)
¡Los moluscos, los moluscos… nada de huesos tienen los moluscos!

EL HOMBRE (como buscando algo desde sus
adentros)
¡Ah, si todavía pudiera!

LA MUJER
¿Qué? ¿Si pudieras qué?

EL HOMBRE (señalando el cuerpo del anciano)
¡Pisar su boca y estrujarla!

LA MUJER
¿Y qué, coño? ¿Es que acaso no puedes?

EL HOMBRE (apenado)
Pero, ¡lo has visto, lo has sentido! Al parecer… ¡aún no es tiempo!

LA MUJER (dándole a EL HOMBRE y a ella misma,
un rayo de esperanza)
Pero, ¿por qué no probamos? ¡A lo mejor resulta!

EL HOMBRE
¿Tú crées? ¿Y si los tiempos nos traicionan?

LA MUJER (insistente)
¿Por qué no te callas y te preguntas si cuando le vuelvas a pisar la boca al maldito no
brotará algún diente de su apestosa boca?

EL HOMBRE (observa el cuerpo del anciano)
¿Tú crees? ¡Podría ser...!

LA MUJER (redobla su insistencia)
¡Vamos… anímate!




domingo, 19 de septiembre de 2010

Diógenes Céspedes: Ese atrevido navegante de los paradigmas




Eko. Xilografía, Vas a ver lo que yo quiero que veas.


Por Efraim Castillo

¿QUÉ ES LA crítica? ¿Para qué sirve?… ¿Con qué se come?... (Así me preguntó cierto día de lluvia un agricultor en Constanza, luego de leerle un artículo de prensa que llevaba el epígrafe de crítica de cine).
Desde luego, aquel agricultor de Constanza ignoraba que cualquier diccionario, académico o no, resume la palabra crítica con algunas variantes, como, por ejemplo, que proviene del griego krineim, el arte de evaluar o juzgar las cosas, o juicio formado sobre una obra literaria o artística, etc.

Las preguntas del agricultor me las repetí a mediados del decenio de los 60’s, cuando el estructuralismo —casi-casi— llegó a apoderarse de la intelligentzia de los países centrales (era la gloria para Lacan, Foucault, Barthes y, desde luego, Lévi-Strauss, quien era una referencia obligada), e influía poderosamente en la de los países periféricos que se llamaban a sí mismos y, muy alegremente, del segundo mundo. Para entonces, la vieja noción de que la crítica servía para juzgar algo, cayó en desuso, reforzándose la teoría kantiana de los procesos intuitivos inherentes a la sensibilidad y de los procesos discursivos inherentes al entendimiento. Desde luego, los arrastres del hippismo —que de contracultura a mediados de esa misma década se convirtió en cultura a finales de la misma— ayudó en el surgimiento del postestructuralismo, encabezado por Derrida, Deleuze y Julia Kristeva (en 1966, Jacques Derrida presentó su famosa conferencia Estructura, signo y juego en las ciencias humanas, en la Universidad John Hopkins[1], que se convirtió en un verdadero manifiesto antiestructuralista, y las reglas del juego para los enfoques críticos variaron sustancialmente.

El propio Foucault pronunció una conferencia en la Escuela Francesa de Filosofía, en el mes de mayo de 1978, doce años después de la presentada por Derrida, donde —y un poco alejado del estructuralismo— se planteaba la misma pregunta que yo me había formulado: ¿Qué es la crítica?, en donde planteaba la búsqueda de definiciones para esta actividad. La pregunta de Foucault ya había sido planteada por Habermas, Raymond Williams y decenas de otros pensadores[2].

Como sabía que aquella práctica no era ejercida en el país como tal, yéndose la misma a la reducción que preocupó a Raymond Williams, de señalar errores y de aplaudir preferencias[3], en el año 1982 expresé algo que, para muchos, fue un atrevimiento, una apostasía e, inclusive, lo señalaron como una deslealtad para lo que, entonces, era la estructura crítica del país. Lo que expresé a mediados de aquel año, lo que motivó odios, rencores y venganzas hacia mí, fue un señalamiento que hice en el diario La Noticia sobre la ausencia en la República Dominicana de una crítica literaria con un cabal conocimiento de la teoría literaria[4], indicando en el mismo trabajo que lo que se practicaba aquí como crítica literaria no asumía, desde el plano histórico-político, la vertebralidad de los procesos sociales y, por lo tanto, se desvinculaba de la totalidad.




Sin embargo, lo que más mortificó a los que me acusaron de atrevido, apóstata y desleal, fue mi enunciado de que un comunicador que respondía al nombre de Diógenes Céspedes, con sus abordamientos teóricos de los 70’s había provocado un verdadero revuelo, una especie de ciclón conceptual, haciendo posible que la crítica literaria ejercida en República Dominicana no volviera a ser la misma.

Pero no, no voy a enjuiciar el estilo, ni mucho menos las sistematizaciones de los géneros y subgéneros literarios que ha criticado Diógenes Céspedes, ni tampoco —que quede claro— tampoco pienso conducir esta pequeña charla por los conocidos vericuetos a que nos tienen acostumbrados los aduladores de turno, cuando loan a sus empleadores en los conciliábulos literarios. Me limitaré, tan sólo, a expresar la importancia que, para la comprensión de la literatura producida aquí, así como la que importamos, tienen los trabajos que Diógenes Céspedes ha venido realizando desde hace más de treinta años, y que han originado rupturas y creado improntas, marcas que, como hitos en el camino, han servido de guías, no sólo a los que han ejercido la crítica a partir de él, sino a los productores de objetos literarios y artísticos.



Todos los que, de alguna forma, producen literatura en República Dominicana saben (incluyendo a los que me odiaron entonces y ahora) que mucho antes de que surgiera Diógenes Céspedes en el horizonte de la comunicación y del ejercicio crítico del país, la crítica literaria nacional —no sólo de los géneros y subgéneros que agrupan la lírica, la épica y el  drama, sino también la que involucra a la oratoria y la didáctica— se limitaba a aprobar o desaprobar las obras publicadas con, simplemente, un visto bueno o un visto malo. Es decir, como regaños o elogios, o silencios cargados de recelos, pero sin auscultar con rigor la valoración de su creación ni de su trascendencia histórica, por lo que la misma se convertía en palabrería lisonjera, hueca, aduladora, en una especie de metacrítica sospechosa, donde prevalecían los cánones que la publicidad de las editoras introducían en las solapas y contraportadas de las ediciones. Y a veces, los silencios suspicaces hacia las obras publicadas con cierto valor taxativo se producían para tratar de ocultar sus calidades literarias, convirtiendo el silencio en un vehículo de rechazo.

El revuelo causado por Céspedes en el país tenía un tremendo parecido al provocado por Hegel, cuando retomó las ideas de Leibniz, Hume y Newton, sin renunciar a la teoría kantiana, reafirmando que si la razón es lo Absoluto, que si todo lo real es racional y todo lo racional es real, entonces el hombre y su mundo han dejado de ser problemáticos[5]. Desde luego, la agitación desatada por Céspedes no se explayó más allá de nuestras fronteras, pero permitió que las críticas literaria y periodística tuviesen una demarcación específica: un antes y un después de él. Y es bueno apuntar que antes de Céspedes no se tenía una demarcación, un territorio diferenciador entre las crónicas literarias y artísticas y los ensayos sobre estas praxis, por lo que los practicantes de estas actividades se convertían en francotiradores que se apoderaban de lo leído u observado y, como ejerciendo un papel de dioses, lo valoraban desde una plataforma, o emocional o ideológica.

Dr. Diógenes Céspedes
 También es preciso apuntar que el método empleado por Céspedes fue bien simple: comenzó a ejercer una crítica fundamentada en lo objetivo y lo científico, evitando el predominio de los gustos por el pernicioso lastre de sus cargas subjetivas.

(Eso sí, como apuntaré más adelante —y como una irreverencia mortificadora— Diógenes Céspedes, primero disparó desde la luz de una catedral francesa y, luego, desde la naciente aurora de otra sagrada orilla gala.)

Yo valoré y aplaudí las críticas de Céspedes en aquellos finales de los 70’s, porque nos señaló la magnitud del signo, y me pregunté lo que habría sido mi generación literaria, la generación maldita del 60, donde los talentos de Miguel Alfonseca, René del Risco, Juan José Ayuso, Grey Coiscou, Rubén Echavarría, Héctor Dotel, Jeannette Miller, Jacques Viaux Renaud, Iván García, Rafael Vásquez, Áñez-Bergés y los otros —donde me encontraba yo entre la maraña—, si hubiese contado con una estructura de observación, con una fecunda y rigurosa guía de valoración de los objetos literarios que producíamos en un estadio donde la revolución cubana se movía en el mundo como un código sacrosanto, y la muerte de Trujillo aún servía para los gritos épicos.

Antes de Céspedes, el oxímoron y las paradojas eran las figuras retóricas que llenaban las crónicas de los que señalaban las supuestas virtudes y defectos de los objetos literarios y artísticos, pero nunca explicaron, ni al país ni al mundo, por qué aquella literatura —a todas voces excitada, convulsiva y apasionada— brotaba a partir de una misma evocación: la furia del aprisionamiento y que, luego de una revolución aplastada por el abuso inconmensurable de una ocupación extranjera, se tornó nostálgica y, hasta cierto punto, desolada.

Los cronistas de aquella época, como pavos reales, practicaron la irresponsabilidad, porque al desconocer los signos que marcaron a la generación maldita del 60, no podían especificar su producción, limitándose a describir lo anecdótico y detenerse en los análogos. El asunto, simplemente, consistía en la ausencia de una crítica con cabal conocimiento de la teoría de la literatura.

Cuando Céspedes inició sus trabajos en el vespertino Última Hora, en 1973, los que escribíamos sobre cine y arte leímos sus trabajos con cierto recelo. Pero, unos años más tarde —hacia finales de esa misma década—, lo aplaudí de pie y se lo manifesté dos años más tarde cuando escribí sobre sus Ensayos críticos, en 1982.

Desde luego, el Diógenes Céspedes del 1973 a 1976, que es la fecha de la publicación de sus Ensayos críticos, fue el Diógenes Céspedes producto de Besanzón y Tel quel, de la metafísica del signo, no el que se doctoró en la universidad de París VIII (Vincennes-Saint Denis), con una especialidad en poética, entre 1977 y 1980, y cambió la mochila de las percepciones por la antimetafísica del signo, buscando entre los objetos leídos, escudriñados, auscultados, la importancia del ritmo para redefinir el lenguaje y arribar al conocimiento donde la oposición oralidad/escritura separan y distinguen lo oral, de lo hablado y de lo escrito.

La impronta de Céspedes no sólo se estampó en la estructura crítica nacional, sino que punzó áreas sensibles de nuestra intelligentzia, y en esa misma década marcharon hacia Cuba, Francia y varios países del bloque socialista, decenas de jóvenes que deseaban ponerse al día para entender los laberintos de la teoría literaria y poder juzgar así lo que, verdaderamente, decían los libros, sin inmovilizarse cuando las anécdotas y frases rimbombantes leídas golpearan sus cerebros, haciendo suyos uno de los enunciados que Céspedes, en sus Escritos críticos gritó a los cuatro vientos: Mi ejercicio de crítico ha sido el resultado de una actividad en la cual siempre hubo la tentativa de aplicar una teoría a una práctica[6]. 

Como el análogo de una teoría a una práctica, expresada por Céspedes en sus Escritos críticos, sería bueno resaltar que el país, en aquella década de los 70’s, adolecía de una Teoría del Estado, algo que, hoy, por el desmoronamiento del caudillismo tras las desapariciones físicas (que no políticas) de los caudillos Balaguer, Bosch y Peña Gómez, tiende a sobrar, ya que con la aglomeración en nuestra sociedad de politólogos y sociólogos, así como de aspirantes a la heredad de los caudillos fallecidos, sería interesante repasar y ponderar el enunciado de Michel Foucault de que, necesariamente, debemos relacionar la historia y el conocimiento en general, con el papel que desempeña el discurso en su propia conformación[7]. La afirmación de Foucault tiene que ver con eso que él mismo refrenda cuando anota que frente a la discontinuidad que presenta la realidad, el discurso plantea una articulación que se introduce desde el exterior[8]. Para revalidarse, Foucault introduce la teoría de Thomas Khun sobre los paradigmas (The structure of scientific revolutions, 1962), que somete a reflexión no sólo la problemática lógica, sino también la problemática histórica del proceso científico[9]. Aunque Foucault trata de evitar y rebasar la teoría de Khun a través de una profunda reflexión sobre la dependencia del pensamiento y el conocimiento del paradigma mayor, afirma que la propia realidad es generada por aquel[10].

En su teoría, Khun se centra en lo que llama una matriz disciplinaria[11], que sirve de guía a los pequeños grupos de investigadores tras una línea con problemas y objetivos comunes (que en el caso de Céspedes, estuvo compuesto o estructurado por los que partieron al exterior luego de él, en busca de los conocimientos que les permitieran desglosar y extraer de los textos estudiados lo que distingue y redefine la oposición oralidad/escritura). 

Para estudiar el fenómeno, el paradigma que transforma la estructura de la crítica literaria y artística del país, provocado y asentado por Diógenes Céspedes en los 70’s, sólo es preciso leer sus Ensayos críticos, en donde la teoría del lenguaje y de la historia, del sujeto y lo social, del individuo y del Estado, de la poesía y la traducción, del discurso, de la lengua y de la ideología, para obtener una idea de lo que sus trabajos fueron capaces de ofrecer a los lectores estudiosos, internándolos en los pormenores interpretativos de una comprensión polisémica del lenguaje, y ayudándolos a desentrañar los verdaderos senderos de los textos, la auténtica orientación del sentido contra todo lo que la sociedad valora como trascendente, venerable y eterno.

A partir de aquel primer libro de 1976, que recoge su actividad de lenguaje de cuatro años, Diógenes Céspedes ha publicado veintiún libros:

1.       Escritos críticos (1976),
2.      Seis ensayos de poética latinoamericana (1982), Premio Anual de Ensayo,
3.      Estudios sobre literatura, cultura e ideologías (1983),
4.      Ejercicios II (1983),
5.      Ideas filosóficas, discurso sindical y mitos cotidianos en Santo Domingo (1984),
6.      Lenguaje y poesía en Santo Domingo en el siglo XX (1985),
7.      Antología de la oratoria en Santo domingo (1984),
8.     Política de la teoría del lenguaje y la poesía en América Latina en el siglo XX (1994),
9.      José Martí en la política y en el amor (1995),
10.  Antología del cuento dominicano (1996),
11.    La poética de Franklin Mieses Burgos (1997),
12.   Contra la ideología racista en Santo Domingo (1998),
13.   Historia de la Asociación de Empresas Industriales de Herrera: Entrevistas y Documentos (1998),
14.   Política de la teoría del lenguaje y la poesía en España en el Siglo XX (1999),
15.    Vigil Díaz /Zacarías Espinal. Obras (2000, en colaboración con Andrés Blanco Díaz),
16.  Memorias contra el olvido 19471995 (2001).
17.    Al arma contra figuraciones (poemas, 2001),
18.  Los orígenes de la ideología trujillista (2002),
19.   Salomé Ureña y Hostos ((2003),
20. Tres ensayos acerca de la relación entre los intelectuales, el poder y sus instancias ((2003),
21.   Ensayos sobre lingüística, poética y cultura ((2005), y
22.  La sangre ajena. Cuentos (2007),

Entonces, debe quedar claro, que aquella alarma que provoqué a finales de los 70’s, cuando señalé a Diógenes Céspedes como el iniciador de una verdadera cultura crítica en el país, alejada de las benevolencias y los escarnios, de las complacencias hacia las logias y las cofradías, no sólo se convirtió en una realidad trascendente, sino en un axiomático paradigma, porque su voz, lejos de la vieja gramática de la valoración, bien apartada de las ideologías y religiosidades, auscultó y radiografió los textos nacionales y latinoamericanos bajo el cedazo del lenguaje y de la historia, del sujeto y lo social, del individuo y del Estado, dejando tras su impronta una nueva crítica que, en el país, ha coadyuvado en la producción de una literatura nacional en pleno ascenso.

—Charla pronunciada en el Teatro Nacional el 4 de mayo del 2007, durante la celebración de la X Feria Internacional del libro de Santo Domingo.



[1] La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas (La structure, le signe et le jeu dans le discours des sciences humaines). Conferencia pronunciada en el Collage Internacional de la Universidad John Hopkins (Baltimore), sobre Los lenguajes críticos y las ciencias del hombre. Octubre 21, 1966. Publicada luego en L’Ecriture et la Différence.
[2] Conferencia pronunciada en la Escuela Francesa de Filosofía el 27 de mayo de 1978, posteriormente publicada en el Bulletin de la Société française de Philosophie, año 84º, número 2, abril-junio de 1990, págs. 35-63.
[3] WILLIAMS, Raymond: Palabras clave. Un vocabulario de la cultura y la sociedad. Nueva Visión. Buenos Aires. 2000. (Traducción de Horacio Pons). Págs. 85-87.
[4] Lectura del domingo en el Diario La Noticia. Mayo de 1982. Santo Domingo.
[5] Ver: TAYLOR, Charles: Identidad, comunidad y libertad.  Por Rubén Benedicto Rodríguez. Universitat de Valencia. 2005.
[6] CÉSPEDES, Diógenes: Escritos críticos. Editora Cultural Dominicana. 1976.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.
[9] Khun, Thomas S.: The structure of scientific revolutions (La estructura de las revoluciones científicas), en su cuadragésimo aniversario, 1962-2002. Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica.
[10] Ibídem.
[11] Ibídem.