lunes, 13 de agosto de 2012


Esta ventana que abro




 1

Esta ventana que abro al atardecer

rasga los velos de la claridad moribunda

devolviéndome la noción y quimera.

Esta ventana crujiente indetermina la noción del pecado,

filtra de sonidos y graznidos la quietud del horizonte.

¿Por qué abro esta ventana-observatorio,

tamiz estacionario de un cosmos adulterado?

¿Por qué permito violentar la memoria

que recorre remotas euforias?


2

 

Esta mirada que se pierde anida la percepción de tus labios

y los  arrinconados amagos de tu presencia.

Esta mirada se amedrenta y sube y baja constantemente

en el rocío de tu lengua invertida como rosca,

como serpiente de fuego y lacerante espada.



Esta mirada se niega a sí misma y me grita,

cruza sin saludos las vías donde tu aliento

mella y viola la posibilidad de tristeza;

cae y especula, late y gime, danza y canta

allí donde sueños y despertares saltan

y crujen entre llamas y espumas.


3

 

Podría cerrar esta ventana frente a la tarde:

tendría sólo que detener los recuerdos en el claustro de la memoria:

accionar cada reclamo, cada ladrido, cada lágrima vertida

y todo goce perpetrado.

Podría sellar este observatorio frente al moribundo sol

irguiéndome como rata atrapada y mascullar lo que habría

que agregar a una defensa ya perdida.


4



¿Y entonces? ¿Cómo acatar las voces interiores?

Esos alaridos que gritan, ensordecen y piden los truenos del humedal,

las punzadas de tus dientes, los ocultos anillos,

la gula inimaginable de tu esfínter ahogador?

¿Y entonces? ¿Cómo renacer de las oscuras aguas?

¿Del magma que comprime, que aúlla y relampaguea frente a mis ojos?

¿Cómo volver a encontrar los trinos, la música,

el camino sin piedras y los palpitantes destellos?

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