jueves, 18 de octubre de 2012


Vértices del tiempo: El regreso de Gerardino a las artes plásticas

Por Efraim Castillo

CUANDO EN 1968 advertí a Luis Miguel Gerardino que debía dedicarse a la pintura en los momentos libres que le permitía la publicidad —la actividad de la que vivía—, me respondió “que sí, que lo haría”. Pero no lo hizo esa vez ni las tantas otras veces que volví a repetirle lo mismo, en atención al inmenso talento con que manejaba los colores y las líneas.
Luis Miguel Gerardino

Para entonces, Gerardino contaba con alrededor de veinticinco años, y cuando en las décadas siguientes le indicaba que su verdadera vocación se encontraba en un juicioso encuentro con su auténtico mundo interior, ese universo que se emboca hacia la profundidad de los lenguajes estéticos, sonreía diciéndome que “se dedicaría a la pintura cuando se retirara de la publicidad”.

Recuerdo que cuando había sobrepasado los cuarenta, le hablé de la decisión que había tomado Ramón Oviedo —al finalizar el decenio de los 70’s— de colgar las herramientas de la dirección artística de la Publicitaria Fénix para dedicarse por completo a la plástica, y me respondió que “prefería compartir ambas actividades”.

Motoconcho 1 
 
Gerardino consideraba entonces que el diseño publicitario, de alguna manera, estaba conectado a la otra estética, a esa que define la esencia del arte y sus valores intrínsecos. Desde luego, para él resultaba difícil apartarse de la publicidad para embarcarse en un camino por el que tenía que comenzar a ascender, máxime que para comienzos de los 80’s, Gerardino era considerado el más completo dibujante publicitario del país y eso le hacía meditar como algo ilógico el aventurarse en una actividad que reunía artistas del calibre de Guillo Pérez, Domingo Liz, Ramón Oviedo, Cándido Bidó y Papo Peña-Defilló, entre otros, cuyos posicionamientos en la plástica se dirigían hacia la maestría.
 Juana Saltitopa "La Coronela". Retrato al óleo de Luis Miguel Gerardino Goico que se exhibe en el Museo Nacional de Historia y Geografía
 
Desde luego, aunque se había embarcado por completo en el mundo utilitario del dibujo publicitario —fundando su propia agencia a mitad de los 70’s—, Gerardino nunca se apartó totalmente de la pintura y, de cuando en vez, ejecutaba trabajos pictóricos que vendía a muy buenos precios, debido sobre todo a la excelencia de sus realizaciones, por lo que aseguró, al menos, un pequeño eco en el mercado nacional. De las producciones que vendió en aquel tiempo sobresalen sus realizaciones La última cena, su famoso Retrato de Duarte y otras obras, las cuales se encuentran en colecciones privadas del país y del exterior. Y, posiblemente, fue esa actividad practicada a deshoras lo que le permitió mantenerse en contacto con la plástica y conservar la perspectiva de que podría, en el futuro, dedicarse por completo a la pintura.

Hoy —acercándose a los setenta años, un ciclo biológico que no acepta aplazamientos—, Gerardino ha decidido incorporarse plenamente a la actividad pictórica, desempolvando el viejo caballete y armándose hasta los dientes de tubos de óleo y acrílica, para llevar hasta la Galería de Arte Nader una colección de veinticuatro obras de diferentes formatos, en donde su pasión por el tema social prevalece a través de una producción expresionista-figurativa, pero trabajada con un perfil que rememora los reputados afiches que realizó en sus tiempos de grafista publicitario, y otorgando protagonismo a la impronta de espontaneidad que lo destacó como ilustrador.

 
 Yola del Destino 1
 
Algunos críticos se preguntarán que por qué Gerardino ha preferido trabajar temas sociales como el motoconcho, los viajes ilegales a través del mar y la vida nocturna de nuestras ciudades, ya recreados por artistas como Freddy Javier y Ramón Oviedo, cuando muchas de las obras que realizó, mientras trabajaba como dibujante publicitario, se centraron en magníficos retratos y escenas heroicas de nuestra historia (como su su Regreso de Duarte, Retrato de Caamaño y La batalla de Santomé). Sin embargo, podría afirmar que a este productor mimético lo que verdaderamente le interesó en sus realizaciones fue plasmar una singular cosmovisión sobre los ángulos y superficies en que transcurre la existencia de los dominicanos, atrapados en un sinfín de angustias y tribulaciones, temas que lo emparentaron —en la arquitectura de la obra— a una manufactura aproximada a Bacon, distanciándose de éste —claro está— en la desgarradora organización con que el artista anglo-irlandés proyectó una estética de profunda vinculación con Munch y con ese Goya explorador de los bordes. En la obra de Gerardino se mueven prostitutas, ángeles, buscavidas y soñadores, alrededor de los tormentos rememorados en las supresiones del día, de la misma manera en que transcurre la vida en el universo de Bacon, aunque separadas ambas estéticas por la metafísica del dolor. Mientras en Gerardino se comprime el tiempo en un ir y venir elíptico, en Bacon se tuestan las ambigüedades de una sociedad que condena al ser humano a convertirse en lo que el propio artista llamó meat, es decir, carne.

 
 Ángeles de la noche

 En este retorno, en esta vuelta de Luis Miguel Gerardino a lo que debió ser un trazado de su propia vida, a una ruta protagonizada por su talento, se abre un signo de alegría en el mundo estético de República Dominicana, donde los  lenguajes pictóricos se encuentran en un amplio y sombrío callejón sin salida, debido —sobre todo— a que la búsqueda de la creación se ha estancado en la imitación y no en esa sentencia de Benedetto Croce de que toda creación artística es una unidad intuitiva de la forma y del contenido, pero estrechamente relacionada con la historia[1].
Si se otea hacia atrás la trayectoria de la plástica dominicana, podrá observarse que las producciones cumbres han descansado sobre episodios protagónicos de nuestra historia o, como en la mayoría de las premiaciones, en sucesos que pertenecen a correlatos sociológicos. La misma cronología histórica del arte se aposenta en reproducciones de la vida misma, sobresaltada en las primeras civilizaciones por la mitología y las religiones mágicas y, luego, apoyadas por las directrices ideológicas de los imperios.
En estas veinticuatro pinturas de Luis Miguel Gerardino sobresale, como en toda realización expresionista-figurativa, la intención de provocar una reacción apasionada del espectador o lector frente a la obra, nunca permitir la indiferencia. Porque, ¿cuál es el proyecto fundamental del arte, sino inyectar en la piel social un arrebato, una herida sangrante en la masmédula de Girondo… o un goce subconsciente en la profundidad del sueño?

Los viajeros, las prostitutas, los niños, los ángeles y visionarios sociales de Luis Miguel Gerardino, como en aquel expresionismo arremolinado en el movimiento El puente (Die Brücke) de 1905, donde descollaron Ernst Ludwig y Erich Heckel, avisarán sobre los discursos tardíos, sobre las miserias existenciales y las voluptuosidades de las corruptelas, no sólo a los asistentes de la muestra Vértices del tiempo, sino también a los que han tratado de evadir un lenguaje que, como el expresionista-figurativo, ha permanecido y evolucionado a través de realizadores como Brueghel, Goya, Daumier, Cézanne, Gauguin, Van Gogh, Munch, Modigliani y otros, y que ha irrigado de fecundas esencias —con su impronta— a otros lenguajes estéticos.

Al fin, Luis Miguel Gerardino se lanza a la arena hostil, gozosa y esplendente de la plástica, con una colección que, como Vértices del tiempo, habrá de repercutir en esos ámbitos sagrados donde duele la presencia del verdadero arte.

Verano, 2010.

 

 

 

 



[1] CROCE, Benedetto: Breviario de Estética, editado en la Colección Austral, primera
edición 10-VIII-1938.

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