Vértices
del tiempo: El
regreso de Gerardino a las artes plásticas
Por
Efraim Castillo
CUANDO
EN 1968 advertí a Luis Miguel Gerardino que debía dedicarse a la
pintura en los momentos libres que le permitía la publicidad —la actividad de la
que vivía—, me respondió “que sí, que lo haría”. Pero no lo hizo esa vez ni las
tantas otras veces que volví a repetirle lo mismo, en atención al inmenso
talento con que manejaba los colores y las líneas.
Luis Miguel Gerardino
Para entonces, Gerardino
contaba con alrededor de veinticinco años, y cuando en las décadas siguientes le
indicaba que su verdadera vocación se encontraba en un juicioso encuentro con
su auténtico mundo interior, ese universo que se emboca hacia la profundidad de
los lenguajes estéticos, sonreía diciéndome que “se dedicaría a la pintura
cuando se retirara de la publicidad”.
Gerardino consideraba entonces que el diseño publicitario, de alguna manera, estaba conectado a la otra estética, a esa que define la esencia del arte y sus valores intrínsecos. Desde luego, para él resultaba difícil apartarse de la publicidad para embarcarse en un camino por el que tenía que comenzar a ascender, máxime que para comienzos de los 80’s, Gerardino era considerado el más completo dibujante publicitario del país y eso le hacía meditar como algo ilógico el aventurarse en una actividad que reunía artistas del calibre de Guillo Pérez, Domingo Liz, Ramón Oviedo, Cándido Bidó y Papo Peña-Defilló, entre otros, cuyos posicionamientos en la plástica se dirigían hacia la maestría.
Desde luego, aunque se había
embarcado por completo en el mundo utilitario del dibujo publicitario —fundando
su propia agencia a mitad de los 70’s—, Gerardino nunca se apartó
totalmente de la pintura y, de cuando en vez, ejecutaba trabajos pictóricos que
vendía a muy buenos precios, debido sobre todo a la excelencia de sus
realizaciones, por lo que aseguró, al menos, un pequeño eco en el mercado nacional.
De las producciones que vendió en aquel tiempo sobresalen sus realizaciones La última cena, su famoso Retrato de Duarte y otras obras, las
cuales se encuentran en colecciones privadas del país y del exterior. Y,
posiblemente, fue esa actividad practicada a deshoras lo que le permitió
mantenerse en contacto con la plástica y conservar la perspectiva de que
podría, en el futuro, dedicarse por completo a la pintura.
Yola del Destino 1
Algunos críticos se preguntarán
que por qué Gerardino ha preferido trabajar temas sociales como el motoconcho, los viajes ilegales a través
del mar y la vida nocturna de nuestras ciudades, ya recreados por artistas como
Freddy Javier y Ramón Oviedo, cuando muchas de las obras que realizó, mientras
trabajaba como dibujante publicitario, se centraron en magníficos retratos y
escenas heroicas de nuestra historia (como su su Regreso de Duarte, Retrato de Caamaño y La batalla de Santomé). Sin embargo, podría afirmar que a este
productor mimético lo que verdaderamente le interesó en sus realizaciones fue
plasmar una singular cosmovisión sobre los ángulos y superficies en que
transcurre la existencia de los dominicanos, atrapados en un
sinfín de angustias y tribulaciones, temas que lo emparentaron —en la
arquitectura de la obra— a una manufactura aproximada a Bacon, distanciándose
de éste —claro está— en la desgarradora organización con que el artista anglo-irlandés
proyectó una estética de profunda vinculación con Munch y con ese Goya
explorador de los bordes. En la obra de Gerardino se mueven prostitutas,
ángeles, buscavidas y soñadores, alrededor de los tormentos rememorados en las
supresiones del día, de la misma manera en que transcurre la vida en el
universo de Bacon, aunque separadas ambas estéticas por la metafísica del
dolor. Mientras en Gerardino se comprime el tiempo en un ir y venir elíptico, en
Bacon se tuestan las ambigüedades de una sociedad que condena al ser humano a
convertirse en lo que el propio artista llamó meat, es decir, carne.
Ángeles de la noche
Los viajeros, las prostitutas, los niños, los ángeles y visionarios sociales de Luis Miguel Gerardino, como en aquel expresionismo arremolinado en el movimiento El puente (Die Brücke) de 1905, donde descollaron Ernst Ludwig y Erich Heckel, avisarán sobre los discursos tardíos, sobre las miserias existenciales y las voluptuosidades de las corruptelas, no sólo a los asistentes de la muestra Vértices del tiempo, sino también a los que han tratado de evadir un lenguaje que, como el expresionista-figurativo, ha permanecido y evolucionado a través de realizadores como Brueghel, Goya, Daumier, Cézanne, Gauguin, Van Gogh, Munch, Modigliani y otros, y que ha irrigado de fecundas esencias —con su impronta— a otros lenguajes estéticos.
Recuerdo que cuando había
sobrepasado los cuarenta, le hablé de la decisión que había tomado Ramón Oviedo
—al finalizar el decenio de los 70’s— de colgar las herramientas de la
dirección artística de la Publicitaria Fénix para dedicarse por completo a la
plástica, y me respondió que “prefería compartir ambas actividades”.
Gerardino consideraba entonces que el diseño publicitario, de alguna manera, estaba conectado a la otra estética, a esa que define la esencia del arte y sus valores intrínsecos. Desde luego, para él resultaba difícil apartarse de la publicidad para embarcarse en un camino por el que tenía que comenzar a ascender, máxime que para comienzos de los 80’s, Gerardino era considerado el más completo dibujante publicitario del país y eso le hacía meditar como algo ilógico el aventurarse en una actividad que reunía artistas del calibre de Guillo Pérez, Domingo Liz, Ramón Oviedo, Cándido Bidó y Papo Peña-Defilló, entre otros, cuyos posicionamientos en la plástica se dirigían hacia la maestría.
Juana Saltitopa "La Coronela". Retrato al óleo de Luis Miguel Gerardino Goico que se exhibe en el Museo Nacional de Historia y Geografía
Hoy —acercándose a los setenta
años, un ciclo biológico que no acepta aplazamientos—, Gerardino ha
decidido incorporarse plenamente a la actividad pictórica, desempolvando el
viejo caballete y armándose hasta los dientes de tubos de óleo y acrílica, para
llevar hasta la Galería de Arte Nader
una colección de veinticuatro obras de diferentes formatos, en donde su pasión
por el tema social prevalece a través de una producción
expresionista-figurativa, pero trabajada con un perfil que rememora los
reputados afiches que realizó en sus tiempos de grafista publicitario, y
otorgando protagonismo a la impronta de espontaneidad que lo destacó como
ilustrador.
En este retorno, en esta vuelta
de Luis Miguel Gerardino a lo que debió ser un trazado de su propia vida, a una
ruta protagonizada por su talento, se abre un signo de alegría en el mundo
estético de República Dominicana, donde los
lenguajes pictóricos se encuentran en un amplio y sombrío callejón sin
salida, debido —sobre todo— a que la búsqueda de la creación se ha estancado en la imitación y no
en esa sentencia de Benedetto Croce de que toda creación artística es una unidad intuitiva de la forma
y del contenido, pero estrechamente relacionada con la historia[1].
Si se otea hacia atrás la trayectoria de la plástica
dominicana, podrá observarse que las producciones cumbres han descansado sobre
episodios protagónicos de nuestra historia o, como en la mayoría de las
premiaciones, en sucesos que pertenecen a correlatos sociológicos. La misma
cronología histórica del arte se aposenta en reproducciones de la vida misma,
sobresaltada en las primeras civilizaciones por la mitología y las religiones
mágicas y, luego, apoyadas por las directrices ideológicas de los imperios.
En estas
veinticuatro pinturas de Luis Miguel Gerardino sobresale, como en toda
realización expresionista-figurativa, la intención de provocar una reacción
apasionada del espectador o lector frente a la obra, nunca permitir la
indiferencia. Porque, ¿cuál es el proyecto fundamental del arte, sino inyectar
en la piel social un arrebato, una herida sangrante en la masmédula de Girondo…
o un goce subconsciente en la profundidad del sueño?Los viajeros, las prostitutas, los niños, los ángeles y visionarios sociales de Luis Miguel Gerardino, como en aquel expresionismo arremolinado en el movimiento El puente (Die Brücke) de 1905, donde descollaron Ernst Ludwig y Erich Heckel, avisarán sobre los discursos tardíos, sobre las miserias existenciales y las voluptuosidades de las corruptelas, no sólo a los asistentes de la muestra Vértices del tiempo, sino también a los que han tratado de evadir un lenguaje que, como el expresionista-figurativo, ha permanecido y evolucionado a través de realizadores como Brueghel, Goya, Daumier, Cézanne, Gauguin, Van Gogh, Munch, Modigliani y otros, y que ha irrigado de fecundas esencias —con su impronta— a otros lenguajes estéticos.
Al fin, Luis Miguel Gerardino se lanza a la arena hostil, gozosa y
esplendente de la plástica, con una colección que, como Vértices del tiempo, habrá de repercutir en esos ámbitos sagrados
donde duele la presencia del verdadero arte.
Verano, 2010.
edición 10-VIII-1938.
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