Ramón Oviedo: En el
discurso de las leyes*
Por Efraim Castillo
1. Introducción
QUIENES
HEMOS SEGUIDO el discurso estético de Ramón Oviedo —sobre todo
los que fuimos testigos de su gran encuentro con la historia del arte y,
consecuentemente, con su definitiva incursión en la pintura, abrazándola y
aferrándola como su tesoro más preciado—, sabemos que, aún hoy, a las puertas
de cumplir los 89 años, este insigne Maestro de la actividad plasticográfica (Maestro con letras mayúsculas) era capaz de alcanzar lo que hoy ha
logrado: no sólo una obra compuesta por miles de pinturas y dibujos sobre
lienzos, cartón y papel de diferentes formatos, que residen en las más ilustres
colecciones privadas y públicas de múltiples países, sino un conjunto de
murales que pueblan y trascienden las fronteras de la República Dominicana,
manteniéndose activo y siendo capaz de realizar una obra monumental de 195 por 116 pulgadas, como
el mural Nacimiento de la Constitución,
que hoy se inaugura en el sagrado recinto de la Cámara de Diputados de la
República Dominicana.
He dicho y escrito en
diferentes oportunidades, que el muralismo es la expresión fundamental de la
estética y representa la única manera posible de que la historia de una nación,
región e, inclusive, de una civilización, ya sea como discurso estético o como
recuento de sus más sobresalientes eventos, trascienda más allá de los claustros
y de las frías exhibiciones museográficas, porque la muralística alberga una
franquicia, no sólo de repaso anecdótico, sino de un notable balance donde los
sucesos que, como hitos, forjan el orgullo, la pasión y la epopeya de los pueblos,
para que puedan ser leídos, tanto por los ilustrados como por los ciudadanos comunes.
Si no, husmeemos como estudiosos lo que significaron las viejas civilizaciones
y encontraremos en las cuevas prehistóricas, en los palacios, en las tumbas y
los templos egipcios, en las ruinas de las ciudades griegas y romanas, así como
en los altares mayas de Chichén Itzá y en los tabernáculos aztecas de
Tlatelolco, la heredad de sus culturas a través de sus murales, realizados para
narrarnos sus agonías y defectos, sus alegrías, momentos brillantes, sus faenas
bélicas y de paz, el escudriñamientos de los misterios que los asombraron, así
como, también, encontrar en esos productos culturales el maravilloso estadio en
que el hombre, al fin, alcanzó y abrazó en Occidente la Fe a través de una
religión donde el amor y el perdón estallaron como una fusión de esperanza y
redención: la historia de un Jesús eternizado tras la caída del Imperio Romano
y su posterior división.
Porque el mural, como un
lenguaje estético altamente asimilable, se concentró en Bizancio como un libro
abierto y, posteriormente, llegó a Roma para testimoniar el cristianismo que
asienta y moraliza la base de nuestras leyes.
2.
La escuela muralística en República Dominicana
SI
ALGÚN ORGANISMO nacional se decidiera, algún día, a realizar un
estudio sobre los murales que han sido realizados en nuestras ciudades y
pueblos, determinando mediante esa investigación el estado en que se encuentran
sus valores estéticos, las historias que narran y, sobre todo, cómo son
recibidos por las comunidades en donde han sido producidos, ese estudio
posiblemente arrojaría tres preguntas trascendentes:
b) ¿Ha existido una disciplina muralística en el país?
c) ¿Existe algún departamento u organismo oficial que los monitoree?
Paul Giudicelli
El punto C reviste una importancia vital, porque el que lea una biografía sintetizada de Paul Giudicelli, uno de los artistas dominicanos que trabajó el mural (principalmente en mosaicos cerámicos), podrá observar que dejó plasmada una obra muralística en los palacios municipales de Luperón, Oviedo, Nagua, Sabana Grande de Boyá (donde realizó un tríptico), Sabana de la Mar, Higüey y, asómbrense, en una gallera de San Juan de la Maguana. A mí, personalmente, me gustaría saber cómo se encuentran esos murales. ¿Han sido curados? ¿Sabrán los ayuntamientos de esos municipios la enorme importancia que tienen? ¿Son visitados por los alumnos de las escuelas de esas provincias? Y mi preocupación se acrecienta, entonces, porque hace algún tiempo la prensa del país se hizo eco del penoso estado en que se encontraban los murales al fresco pintados por Amable Sterling y José Ramírez (Condesito) en la parte frontal de uno de los edificios del Parque Mirador Sur, actualmente ocupado por el Centro de Información Ambiental y que, antes, albergó un destacamento policial.
Tanto Sterling como Ramírez fueron alumnos destacados de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Santo Domingo y del Taller de Pintura Mural del Profesor Jaime Colson, junto a otros que, como Juan Medina, Roberto Flores y Norberto Santana, también han aportado producciones murales a la sociedad dominicana. Asimismo, recordarán el suceso que indignó al país sobre el tapiado que se practicó a un mural de Silvano Lora en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
Al respecto, no estaría demás apuntar que la destrucción de un mural no debe apoyarse en la calidad del mismo, ya que en su proyección se entiende que hubo una preselección con bocetos y maquetas y que un jurado calificador autorizó su aprobación. Lo trascendente, entonces, es curar el inventario de los murales existentes en el país para que sirvan de testigos estéticos a las generaciones futuras.
3. Pero, ¿qué es un mural?
Dentro
de la lexicografía de la estética, la validación sígnica, la raíz y la
derivación del vocablo mural tiene
como origen el muro, ya sea éste como pared de caverna o estructura cultural
(ladrillo, adobe, hormigón u otra argamasa), y el ser humano, cuando comprendió
que era mortal, lo destinó para narrar su historia y, desde luego, jugar a
la inmortalidad. Y eso aconteció desde el mismo momento en que el ser humano
descubrió el ocio y los juegos, ese estreno a lo lúdico que Roger Caillois
expone como un principio común de
diversión, de turbulencia, de libre improvisación y de despreocupada plenitud,
mediante la cual se manifiesta cierta fantasía desbocada (pero)… que, normalmente, desemboca en la conquista
de una disciplina[1].
Y puedo afirmar aquí, a viva voz que de
ese principio nació el mural, la expresión de un lenguaje que se transformó —madurado
por los siglos— en la escritura cuneiforme y en todas aquellas que han
mantenido, arbitraria o condescendientemente, la historicidad, en tanto
principio de acumulación de experiencias válidas para el ser humano. Así, el
mural ha sido, más que una diversión lúdica de nuestros ancestros, una huella
resistente, una señal luminosa que nos ha permitido rastrear lo que fueron y
por lo que lucharon nuestros antepasados.
Por
eso, dentro de una cantidad indeterminada de años —que podrían ser diez o
veinte, o ciento cincuenta o, ¿por qué no?, mil o dos mil— los que lleguen hasta el Palacio del Congreso dominicano podrán haber olvidado ciertas
actitudes hostiles que estuvieron presentes como lastres en su sociedad, pero
al contemplar el mural Nacimiento de la
Constitución, de Ramón Oviedo, se inclinarán hacia él y lo saludarán, no
como una página, sino como un compendio de gratitud hacia una Cámara de
Diputados que se atrevió a escribir una historia de amor, de comprensión y, más
que nada, de reconocimiento a su pasado.
4.
El mural Nacimiento de la Constitución
de Ramón Oviedo
Benedetto Croce abrió los
nuevos conceptos para una estética que yacía invernando desde Grecia —no
obstante Chateaubriand, Novalis, Von Schlegel, Ludwig Tieck, John Ruskin,
D’Annunzio y Paul Valéry—, enriqueciendo la teoría hegeliana del arte, que lo
definía como una actividad específicamente humana, porque creaba sus propias
leyes. Hegel limitó la estética a tres categorías de ascendente
espiritualización: el arte simbólico, el
arte clásico y el arte romántico[2].
Croce la idealizó como visión y expresión[3],
elevando la intuición humana a la jerarquía de conocimiento y otorgándole el
mismo valor que a la lógica, ya que toda
verdadera intuición o representación es, al propio tiempo, expresión, (aduciendo
que) lo que no se objetiva en una
expresión no es intuición o representación, sino sensación y naturalidad[4].
Sin
embargo, Umberto Eco, en Obra abierta, expone que la teoría de Croce no
resistió los planteamientos abordados durante el discurso del Siglo XX, de
que las estéticas tradicionales resultaban insuficientes para comprender las
nuevas expresiones y exigencias que el arte presentaba[5].
Y opone Eco a la teoría de visión y expresión, de Croce, la de la
normatividad de Luigi Pareyson[6], (que
la enriquece)[7], y donde el término forma
significa organismo, formación del carácter físico que vive una vida
autónoma, armónicamente calibrada y regida por leyes propias; y a un concepto
de expresión afronta el de producción y acción formante[8].
Esto lo escribo y lo digo para enfrentar, con una teoría válida y fuertemente
comprobada, que por encima de las academias está esa intuición planteada
por Croce y esa normatividad aportada por Pareyson. Si fundimos ambas
teorías podemos comprobar que el artista plástico, ese creador innegable de productos
estéticos, rige su oficio desde la unitotalidad
de sus instintos y, por ende, gobierna su talento en beneficio de sus
actividades cotidianas. Es decir, existen artistas que organizan sus
producciones siguiendo su instinto, como es el caso del Maestro (con m mayúscula) Ramón Oviedo, que por
invitación de la Honorable Cámara de Diputados y como parte de su Programa de Apoyo a las Artes y las Letras, ha
realizado el maravilloso mural Nacimiento
de la Constitución, que se une a su producción muralística repartida
alrededor del mundo y que, para los que la conocemos, debemos reconocer que
estamos en presencia de una de sus creaciones más importantes, ya que
interpretar la Constitución de la manera que lo ha hecho, requería de una
traducción desde lo abstracto, es decir, demandaba de una hermenéutica, de una
interpretación donde lo textual se convirtiera en pura iconografía, de la misma
manera en que Julia Kristeva, apoyándose en el crítico literario ruso Mijail
Bajtin, explica el fenómeno de la absorción
y la transformación desde un texto a otro texto[9].
Así, Ramón Oviedo, partiendo desde los cimientos mismos de la nacionalidad
dominicana, ha enrolado en Nacimiento de
la Constitución el tránsito esplendoroso del verbo legislar.
En sus 22 mil seiscientas
pulgadas cuadradas, Nacimiento de la
Constitución es un mural destinado a una lectura profunda. Por él desfilan
los esplendorosos momentos en que el ser humano emprende la búsqueda de
respuestas para calmar sus instintos y normar la convivencia en aquella
Ciudad-Estado que vulneró para siempre la fuga del nomadismo; por él desfilan
los reclamos de amparo de parte de los ciudadanos comunes; por entre sus líneas
y colores, Oviedo ha desarrollado, para permanecer en constante evolución dentro
del lenguaje figurativo, brotan esplendorosamente los signos que enmarcan los
preceptos legislativos. En Nacimiento de
la Constitución se entrelazan los sueños y las utopías de una historia
donde el Ser dominicano auspició y sintetizó las normas, los derechos y
obligaciones que convergieron en la realidad de San Cristóbal, un 6 de
noviembre del año 1844. Y todo en clave figurativa, alejada de la escuela
muralística mexicana que auspició José de Vasconcelos en los años veinte, pero
también alejada un tanto del concepto eurocentrista repartidor de ismos. Nacimiento de la Constitución expande su narrativa hacia los
símbolos que han poblado la totalidad de la producción de Oviedo y se incorpora
a esa identidad que ya ha creado escuela en el país: una identidad que se
vuelve roja, azul, verde, pero cimentada en un correlato donde la intuición y
la normatividad absorben y transforman la materia de lo narrado. La
Constitución, para Oviedo, deja de ser un papel, una idea abstracta y se metamorfosea
en luz, en enseñanza, en color y, sobre todo, en un guardián donde las leyes se
objetivan en lo universal.
El mural Nacimiento de la Constitución está destinado a convertirse en una
lectura obligada para los legisladores, para los funcionarios públicos, para
los estudiantes y para aquellos dominicanos y que aspiren a entender la carta
magna del país como una extraordinaria respuesta de qué hemos sido y qué
deseamos ser. Y es que en la muralística de Ramón Oviedo, siempre el punctum, ese foco fundamental hacia
donde se dirige la primera mirada a la obra de arte, se encuentra en la
convergencia donde la historia adquiere su magnificencia. De ahí, a que en Nacimiento de la Constitución, una
casita humilde de San Cristóbal divide en dos la obra: a la izquierda está el
pasado, la búsqueda, la simbiosis de todas las historias para confluir en la epopeya
del 27 de Febrero, donde nueve meses después (un 6 de noviembre) un grupo de
heroicos ciudadanos se atrevió a inscribir la Patria entre los Estados
organizados por normas supremas, abriéndola hacia un futuro que estamos
compartiendo como Estado soberano.
* Presentación del mural Nacimiento de la Constitución en la Cámara de Diputados, el 14 de noviembre del año 2007.
[2] HEGEL, J. G. F.: Estética, traducción de Ch. Bénard, 2a ed., Madrid, Daniel Jorro,
1908, t. I.
[3] CROCE, Benedetto:
Estética como
ciencia de la expresión y lingüística general. Gredos, Madrid, 1926, p. 53.
[4] Op. Cit.
[5] ECO,
Umberto: La definición del arte.
Editorial Martínez Roca S.A., Barcelona 1970.
[6] PAREYSON, Luigi: Conversaciones
de Estética. (Capítulo La
contemplación de la forma). Visor. Madrid. 1987.
[7] Expresión mía.
[8] ECO, Umberto. Op. Cit.
[9] KRISTEVA, Julia: El
texto de la Novela. Editorial Lumen. 1981.
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