domingo, 28 de octubre de 2012


Ramón Oviedo: En el discurso de las leyes*

Por Efraim Castillo

1. Introducción






 
Ramón Oviedo


QUIENES HEMOS SEGUIDO el discurso estético de Ramón Oviedo —sobre todo los que fuimos testigos de su gran encuentro con la historia del arte y, consecuentemente, con su definitiva incursión en la pintura, abrazándola y aferrándola como su tesoro más preciado—, sabemos que, aún hoy, a las puertas de cumplir los 89 años, este insigne Maestro de la actividad plasticográfica (Maestro con letras mayúsculas) era capaz de alcanzar lo que hoy ha logrado: no sólo una obra compuesta por miles de pinturas y dibujos sobre lienzos, cartón y papel de diferentes formatos, que residen en las más ilustres colecciones privadas y públicas de múltiples países, sino un conjunto de murales que pueblan y trascienden las fronteras de la República Dominicana, manteniéndose activo y siendo capaz de realizar una obra monumental de 195 por 116 pulgadas, como el mural Nacimiento de la Constitución, que hoy se inaugura en el sagrado recinto de la Cámara de Diputados de la República Dominicana.

He dicho y escrito en diferentes oportunidades, que el muralismo es la expresión fundamental de la estética y representa la única manera posible de que la historia de una nación, región e, inclusive, de una civilización, ya sea como discurso estético o como recuento de sus más sobresalientes eventos, trascienda más allá de los claustros y de las frías exhibiciones museográficas, porque la muralística alberga una franquicia, no sólo de repaso anecdótico, sino de un notable balance donde los sucesos que, como hitos, forjan el orgullo, la pasión y la epopeya de los pueblos, para que puedan ser leídos, tanto por los ilustrados como por los ciudadanos comunes. Si no, husmeemos como estudiosos lo que significaron las viejas civilizaciones y encontraremos en las cuevas prehistóricas, en los palacios, en las tumbas y los templos egipcios, en las ruinas de las ciudades griegas y romanas, así como en los altares mayas de Chichén Itzá y en los tabernáculos aztecas de Tlatelolco, la heredad de sus culturas a través de sus murales, realizados para narrarnos sus agonías y defectos, sus alegrías, momentos brillantes, sus faenas bélicas y de paz, el escudriñamientos de los misterios que los asombraron, así como, también, encontrar en esos productos culturales el maravilloso estadio en que el hombre, al fin, alcanzó y abrazó en Occidente la Fe a través de una religión donde el amor y el perdón estallaron como una fusión de esperanza y redención: la historia de un Jesús eternizado tras la caída del Imperio Romano y su posterior división.

Porque el mural, como un lenguaje estético altamente asimilable, se concentró en Bizancio como un libro abierto y, posteriormente, llegó a Roma para testimoniar el cristianismo que asienta y moraliza la base de nuestras leyes.

2. La escuela muralística en República Dominicana

SI ALGÚN ORGANISMO nacional se decidiera, algún día, a realizar un estudio sobre los murales que han sido realizados en nuestras ciudades y pueblos, determinando mediante esa investigación el estado en que se encuentran sus valores estéticos, las historias que narran y, sobre todo, cómo son recibidos por las comunidades en donde han sido producidos, ese estudio posiblemente arrojaría tres preguntas trascendentes:
 
a)   ¿En virtud de cuál estrategia cultural se realizaron?
b)   ¿Ha existido una disciplina muralística en el país?
c)    ¿Existe algún departamento u organismo oficial que los monitoree?



 


 Paul Giudicelli


El punto C reviste una importancia vital, porque el que lea una biografía sintetizada de Paul Giudicelli, uno de los artistas dominicanos que trabajó el mural (principalmente en mosaicos cerámicos), podrá observar que dejó plasmada una obra muralística en los palacios municipales de Luperón, Oviedo, Nagua, Sabana Grande de Boyá (donde realizó un tríptico), Sabana de la Mar, Higüey y, asómbrense, en una gallera de San Juan de la Maguana. A mí, personalmente, me gustaría saber cómo se encuentran esos murales. ¿Han sido curados? ¿Sabrán los ayuntamientos de esos municipios la enorme importancia que tienen? ¿Son visitados por los alumnos de las escuelas de esas provincias? Y mi preocupación se acrecienta, entonces,  porque hace algún tiempo la prensa del país se hizo eco del penoso estado en que se encontraban los murales al fresco pintados por Amable Sterling y José Ramírez (Condesito) en la parte frontal de uno de los edificios del Parque Mirador Sur, actualmente ocupado por el Centro de Información Ambiental y que, antes, albergó un destacamento policial.



 
 José Ramírez (Condesito)




 
 Jaime Colson

Tanto Sterling como Ramírez fueron alumnos destacados de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Santo Domingo y del Taller de Pintura Mural del Profesor Jaime Colson, junto a otros que, como Juan Medina, Roberto Flores y Norberto Santana, también han aportado producciones murales a la sociedad dominicana. Asimismo, recordarán el suceso que indignó al país sobre el tapiado que se practicó a un mural de Silvano Lora en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).



 
 Silvano Lora

Al respecto, no estaría demás apuntar que la destrucción de un mural no debe apoyarse en la calidad del mismo, ya que en su proyección se entiende que hubo una preselección con bocetos y maquetas y que un jurado calificador autorizó su aprobación. Lo trascendente, entonces, es curar el inventario de los murales existentes en el país para que sirvan de testigos estéticos a las generaciones futuras.

3. Pero, ¿qué es un mural?

Dentro de la lexicografía de la estética, la validación sígnica, la raíz y la derivación del vocablo mural tiene como origen el muro, ya sea éste como pared de caverna o estructura cultural (ladrillo, adobe, hormigón u otra argamasa), y el ser humano, cuando comprendió que era mortal, lo destinó para narrar su historia y, desde luego, jugar a la inmortalidad. Y eso aconteció desde el mismo momento en que el ser humano descubrió el ocio y los juegos, ese estreno a lo lúdico que Roger Caillois expone como un principio común de diversión, de turbulencia, de libre improvisación y de despreocupada plenitud, mediante la cual se manifiesta cierta fantasía desbocada (pero)… que, normalmente, desemboca en la conquista de una disciplina[1]. Y puedo afirmar aquí,  a viva voz que de ese principio nació el mural, la expresión de un lenguaje que se transformó —madurado por los siglos— en la escritura cuneiforme y en todas aquellas que han mantenido, arbitraria o condescendientemente, la historicidad, en tanto principio de acumulación de experiencias válidas para el ser humano. Así, el mural ha sido, más que una diversión lúdica de nuestros ancestros, una huella resistente, una señal luminosa que nos ha permitido rastrear lo que fueron y por lo que lucharon nuestros antepasados.

Por eso, dentro de una cantidad indeterminada de años —que podrían ser diez o veinte, o ciento cincuenta o, ¿por qué no?, mil o dos millos que lleguen hasta el Palacio del Congreso dominicano podrán haber olvidado ciertas actitudes hostiles que estuvieron presentes como lastres en su sociedad, pero al contemplar el mural Nacimiento de la Constitución, de Ramón Oviedo, se inclinarán hacia él y lo saludarán, no como una página, sino como un compendio de gratitud hacia una Cámara de Diputados que se atrevió a escribir una historia de amor, de comprensión y, más que nada, de reconocimiento a su pasado.

4. El mural Nacimiento de la Constitución de Ramón Oviedo
 

Benedetto Croce abrió los nuevos conceptos para una estética que yacía invernando desde Grecia —no obstante Chateaubriand, Novalis, Von Schlegel, Ludwig Tieck, John Ruskin, D’Annunzio y Paul Valéry—, enriqueciendo la teoría hegeliana del arte, que lo definía como una actividad específicamente humana, porque creaba sus propias leyes. Hegel limitó la estética a tres categorías de ascendente espiritualización: el arte simbólico, el arte clásico y el arte romántico[2]. Croce la idealizó como visión y expresión[3], elevando la intuición humana a la jerarquía de conocimiento y otorgándole el mismo valor que a la lógica, ya que toda verdadera intuición o representación es, al propio tiempo, expresión, (aduciendo que) lo que no se objetiva en una expresión no es intuición o representación, sino sensación y naturalidad[4].

Sin embargo, Umberto Eco, en Obra abierta, expone que la teoría de Croce no resistió los planteamientos abordados durante el discurso del Siglo XX, de que las estéticas tradicionales resultaban insuficientes para comprender las nuevas expresiones y exigencias que el arte presentaba[5]. Y opone Eco a la teoría de visión y expresión, de Croce, la de la normatividad de Luigi Pareyson[6], (que la enriquece)[7], y donde el término forma significa organismo, formación del carácter físico que vive una vida autónoma, armónicamente calibrada y regida por leyes propias; y a un concepto de expresión afronta el de producción y acción formante[8]. Esto lo escribo y lo digo para enfrentar, con una teoría válida y fuertemente comprobada, que por encima de las academias está esa intuición planteada por Croce y esa normatividad aportada por Pareyson. Si fundimos ambas teorías podemos comprobar que el artista plástico, ese creador innegable de productos estéticos, rige su oficio desde la unitotalidad de sus instintos y, por ende, gobierna su talento en beneficio de sus actividades cotidianas. Es decir, existen artistas que organizan sus producciones siguiendo su instinto, como es el caso del Maestro (con m mayúscula) Ramón Oviedo, que por invitación de la Honorable Cámara de Diputados y como parte de su Programa de Apoyo a las Artes y las Letras, ha realizado el maravilloso mural Nacimiento de la Constitución, que se une a su producción muralística repartida alrededor del mundo y que, para los que la conocemos, debemos reconocer que estamos en presencia de una de sus creaciones más importantes, ya que interpretar la Constitución de la manera que lo ha hecho, requería de una traducción desde lo abstracto, es decir, demandaba de una hermenéutica, de una interpretación donde lo textual se convirtiera en pura iconografía, de la misma manera en que Julia Kristeva, apoyándose en el crítico literario ruso Mijail Bajtin, explica el fenómeno de la absorción y la transformación desde un texto a otro texto[9]. Así, Ramón Oviedo, partiendo desde los cimientos mismos de la nacionalidad dominicana, ha enrolado en Nacimiento de la Constitución el tránsito esplendoroso del verbo legislar.

En sus 22 mil seiscientas pulgadas cuadradas, Nacimiento de la Constitución es un mural destinado a una lectura profunda. Por él desfilan los esplendorosos momentos en que el ser humano emprende la búsqueda de respuestas para calmar sus instintos y normar la convivencia en aquella Ciudad-Estado que vulneró para siempre la fuga del nomadismo; por él desfilan los reclamos de amparo de parte de los ciudadanos comunes; por entre sus líneas y colores, Oviedo ha desarrollado, para permanecer en constante evolución dentro del lenguaje figurativo, brotan esplendorosamente los signos que enmarcan los preceptos legislativos. En Nacimiento de la Constitución se entrelazan los sueños y las utopías de una historia donde el Ser dominicano auspició y sintetizó las normas, los derechos y obligaciones que convergieron en la realidad de San Cristóbal, un 6 de noviembre del año 1844. Y todo en clave figurativa, alejada de la escuela muralística mexicana que auspició José de Vasconcelos en los años veinte, pero también alejada un tanto del concepto eurocentrista repartidor de ismos. Nacimiento de la Constitución expande su narrativa hacia los símbolos que han poblado la totalidad de la producción de Oviedo y se incorpora a esa identidad que ya ha creado escuela en el país: una identidad que se vuelve roja, azul, verde, pero cimentada en un correlato donde la intuición y la normatividad absorben y transforman la materia de lo narrado. La Constitución, para Oviedo, deja de ser un papel, una idea abstracta y se metamorfosea en luz, en enseñanza, en color y, sobre todo, en un guardián donde las leyes se objetivan en lo universal.       

El mural Nacimiento de la Constitución está destinado a convertirse en una lectura obligada para los legisladores, para los funcionarios públicos, para los estudiantes y para aquellos dominicanos y que aspiren a entender la carta magna del país como una extraordinaria respuesta de qué hemos sido y qué deseamos ser. Y es que en la muralística de Ramón Oviedo, siempre el punctum, ese foco fundamental hacia donde se dirige la primera mirada a la obra de arte, se encuentra en la convergencia donde la historia adquiere su magnificencia. De ahí, a que en Nacimiento de la Constitución, una casita humilde de San Cristóbal divide en dos la obra: a la izquierda está el pasado, la búsqueda, la simbiosis de todas las historias para confluir en la epopeya del 27 de Febrero, donde nueve meses después (un 6 de noviembre) un grupo de heroicos ciudadanos se atrevió a inscribir la Patria entre los Estados organizados por normas supremas, abriéndola hacia un futuro que estamos compartiendo como Estado soberano.
 
* Presentación del mural Nacimiento de la Constitución en la Cámara de Diputados, el 14 de noviembre del año 2007.

 

 

 



[1] CAILLOIS, Roger: Los juegos y los hombres, FCE, México, 1986.   
 
[2] HEGEL, J. G. F.: Estética, traducción de Ch. Bénard, 2a ed., Madrid, Daniel Jorro, 1908, t. I.
[3] CROCE, Benedetto: Estética como ciencia de la expresión y lingüística general. Gredos, Madrid, 1926, p. 53.
[4] Op. Cit.
[5] ECO, Umberto: La definición del arte. Editorial Martínez Roca S.A., Barcelona 1970.
[6] PAREYSON, Luigi: Conversaciones de Estética. (Capítulo La contemplación de la forma). Visor. Madrid. 1987.
[7] Expresión mía.
[8] ECO, Umberto. Op. Cit.
[9] KRISTEVA, Julia: El texto de la Novela. Editorial Lumen. 1981.

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