Yo, que me burlaba a menudo de aquellos que se guarecían en deducciones metafísicas para consentir indiferentemente la desmoralización y pérdidas de nuestros valores básicos, he llegado a la conclusión de que la sociedad dominicana atraviesa, más allá de la confusión, un proceso que convierte en ideología la aceptación del destino. Esto, de no haberlo constatado a través de una persistente observación del desenvolvimiento social, las lecturas de nuestros diarios y, sobre todo, de escuchar las vocinglerías emanadas de los programas radiales, jamás lo hubiese creído. Este fenómeno la vox pópuli lo identifica como “todo es todo y nada es nada” (to e’ to y na e’ na), una simple vulgarización del amor fati nietzscheano: “No quiero hacer la guerra a lo feo. No quiero acusar, ni siquiera a los acusadores. ¡Que mi única negación sea apartar la mirada! ¡Y en todo y en lo más grande, yo sólo quiero llegar a ser algún día un afirmador!” (Nietzsche, artículo 276 de La gaya ciencia, 1882).
Pero lo peligroso del amor fati es que nos envuelve y nos alela, nos arrincona y nos convierte, no en simples observadores, sino en cómplices de lo que nos sucede y ya no nos importa nada, remitiendo las horripilantes pérdidas de tiempo en los tapones del tránsito en paseos olímpicos y los miedos a los atracos en pesadillas pasajeras. El amor fati, esa aceptación del to e’ to y na e’ na, ha convertido el proceso a los inculpados en el caso Odebrecht en una serie televisiva de mala muerte de la que todos sospechamos un complaciente final, así como propiciando que los robos envueltos en la compra de los Tucanos, en los robos de la OMSA, la OISOE y otros organismos estatales, se diluyan como sucesos de un inevitable destino. Con el tiempo, ese amor fati nos internará, luego de trasponer la abulia —que ya nos invade— en una perniciosa anomia, propiciando que ignoremos los principios sagrados que deberían normar la nación.
Entonces, cuando seamos una presa insalvable de ese amor fati —ya convertido en ideología—, el país dejará de ser lo que una vez soñaron Duarte y los Trinitarios, eso que los viejos libros asentaron con maravillosas palabras describiendo un pueblo honrado, cariñoso, humano, y nos convertiremos entonces en una jungla de calles selladas con todo tipo de peligros: asaltos, insultos y congestionamientos salvajes; en carreras de partidos políticos cuya metal final serán los torneos electorales canibalizados; en plazas comerciales saturadas de drogas; en una cueva de frontera violada.
Sí, ese amor fati, ese ominoso to e’ to y na e’ na, podría ser perdición —o salvación— si no lo detenemos a tiempo, expulsándolo junto a los que lo han introducido como una bestial epidemia para deshacer el otro amor, ese que se arraiga en la axiología y en los valores que deben modelar la vida social: la honestidad, el respeto mutuo, la justicia, la responsabilidad, la dignidad, la solidaridad, la reciprocidad y la equidad participativa.
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