domingo, 19 de julio de 2020

NADA DE MILAGRO


Nada de milagro

Por Efraim Castillo

[Soliloquio de Joaquín Balaguer en 1986 antes de acudir al Congreso, en mi relato El hombre que volvió]
Este regreso no es un milagro. Esto es tan concreto como lo que hice en mis doce años: cierre de aserraderos, creación de parques nacionales y polos turísticos, presas para administrar nuestros ríos, escuelas, puentes, reforma agraria, multi-familiares, hospitales, avenidas, carreteras, acueductos, y la pacificación del país a sangre y fuego. Pero también este regreso es el resultado de las cagadas políticas del PRD y una izquierda a la que atomicé con garrotazos y dinero. 

Pero si la esencia de este regreso no fuera una reafirmación del pasado, ¿se podría creer en Nefertitis, Ramsés, Julio César, o Gengis Khan? ¡Ah!, entonces esto satisfaría una tesis de grado, sin confundir una cosa con otra, ya que este regreso muchos lo verán como una venganza del destino y podría referirme a él yéndome un poco hacia atrás, hacia ese camino trazado por nuestros abuelos en este amasijo ingrato de razas que —como una simbiosis en ebullición— nos sumerge en un desequilibrio genético. Porque, ¿qué somos, realmente? ¿Negros? ¿Mulatos? ¿Indios? Peña Batlle jodió a Trujillo con la palabra indio y la suspendió de una historia vulnerable, ingrata y mentirosa, llevándonos hasta este punto en que creemos ser lo que no somos.

Habitamos ahora un mercado de abastos, una feria de servicios con entradas y salidas sujetas a condiciones variables, una nomenclatura superviviente de ocho años de atrasos perredeístas que nos enlazaron a un laissez faire, a un laissez passer bonapartista, aunque sin el quebrantamiento de los derechos que violé en los doce años. Pero, ¿qué querían? ¿No sabían que la guerra fría penetraba cada rincón del país con pestilentes cargas de misterios, pesquisas y trampas? ¡Ay, si la Unión Cívica se hubiese alzado con un poder que no podía sostener la cháchara infantil de Viriato Fiallo! ¿Adónde hubiera llegado este suelo que menospreció a Duarte y lo condenó al exilio? Cuando salí como un ente fugado, como una sombra humillada bajo el sol de enero, en 1962, sólo unos cuantos apostaron a mi glorioso retorno, auxiliado por la pólvora yanqui en 1966. 

 No, no se puede confundir la apetencia de poder con un milagro: este regreso mío está vinculado a otra situación; o mejor dicho, a otras intenciones con un discurso diferente, en donde podría operar la funcionalidad de una multiconciencia ideológica sostenida en la concepción del bienestar. Porque la masa silente ya no existe: ha tomado formas diversas a partir de la Avanzada Electoral y las otras mascaradas que forman las  contradicciones. Lo que me espera ahora, en este retorno, es una apertura con ligeras incorpora­ciones de permisividad para sentarme en esa silla presidencial a la que llaman y repiten como cotorras mi sentencia de que no es más que una silla de alfileres, y desde allí dejar que vean la verdadera cara del tiburón cuando viene de lado.


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