Cultura y cambio
[A mi admirada amiga Carmen Heredia Vda. Guerrero, a
quien le pido cuidarse de algunas hienas que la rodean]
Por Efraim Castillo
No hay que asustarse
con el vocablo cultura. La cultura es
un cúmulo de entornos artificiales, de hallazgos y luchas; de combates ganados
a una naturaleza, o siempre hostil, o siempre espléndida, pero continuamente
apta para brindarnos lo bueno y lo malo que encierra. Por eso, desde el australopitecus al homo
sapiens —en un tránsito de más de un millón de años cargado de glaciaciones,
violentas hambrunas y peligrosas migraciones— el ser humano tuvo que prevalecer
con el mazo y el fuego como estandartes; todo para formarnos como somos hoy,
como seres humanos con modos de vida construidos y aposentados por geografías
que guiaron sus establecimientos. De ahí, a que cada etnia haya desarrollado
caracteres y singularidades emanados desde su hábitat. Y esa lucha y adaptación
es la que ha fundado y modelado a los sujetos y sus existencias, a sus culturas.
Pero en esa vasta
cronología de espantos, destierros y hallazgos, surgió como una luz la palabra,
y la palabra marcó un antes y un después, estableciendo los procesos que han
transformado la vida, ya que como enuncia Henri Meschonnic, “es el poema [la
palabra] lo que hace que esta vida se transforme y que el lenguaje se
transforme mediante esta vida” [Manifiesto por un Partido del Ritmo, 1999]. O
sea, que el lenguaje es quien nos define y señala como somos, a través de un
continuo perenne. Los griegos, que convirtieron lo abstracto en concepto mediante
el asombro, asentaron la transición de valores inculcados en la educación, en la
transmisión de lo heredado con la paidéia,
el proceso para arribar a la areté, a
la construcción del hombre virtuoso, perfecto. Para explicar mejor este
discurso, Marco Tulio Cicerón, dos años antes de ser decapitado por Marco
Antonio [45 a. C.], lo tradujo en Tusculanae Quaestiones como cultura animi
[cultura autem animi], porque “la cultura
del alma es la filosofía y es ella quien extirpa radicalmente los vicios”.
Cicerón creó una
matriz del viejo vocablo indoeuropeo kwel
y ese paradigma viajó hasta el Siglo XVI [1515], cuando fue documentada la
palabra cultura con múltiples acepciones
[diccionario crítico-etimológico de Corominas] y en 1729 la RAE ofreció sólo
tres, entre las cuales sobresalió que cultura es “metafóricamente el cuidado y aplicación para que alguna cosa se
perfeccione, como la enseñanza en un joven, para que pueda lucir su
entendimiento.”
Y esto lo escribo porque Carmen Heredia Viuda Guerrero —nuestra Ministra de
Cultura y amiga de toda la vida— sabe que es desde la cultura donde el cambio es
posible y tiene el conocimiento y la destreza, además, para enderezar los entuertos
de sus predecesores, los cuales manejaron ese ministerio ignorando la
importancia de la palabra y la magnitud de los múltiples entornos que han estructurado
al sujeto dominicano, permitiendo así que se pierdan asombros y creaciones debido
a los múltiples espectáculos y fusiones que los ahogan.
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