EL MALDITO PASEO
Por Efraim Castillo
El maldito
paseo a las siete pm en puntito. Claro, Trujillo cena, se acuesta y levanta
temprano, y yo vivo de noche: estudio y leo de noche porque la noche es mía, de
nadie más. Todos caminamos en fila india encabezados por el Jefe y lo seguimos los ministros, viceministros,
guardias, historiadores, poetas, soplones, burócratas, y para terminar el
carnaval con sarcasmo político, los bufones. Un tremendo sancocho de veinte carnes que se da el Jefe. Pero, ¿es prudente caminar con tanta gente? Porque a la hora
de morir todos morimos solos y hasta los faraones, los emperadores chinos y sus
largos ejércitos de velamuerte
murieron solos. Pero el Jefe es así,
pletórico en la exhibición del poder y cauto, casi solitario en la intimidad de
la maldad.
El paseo es a las siete en puntito y luego la noche cubre el país con remembranzas, cuitas y alegrías pasajeras. En montañas, valles, riberas de ríos y playas arrinconadas, en el mismo profundo silencio del país, hombres, mujeres, niños, ancianos, curas y monjas, elevarán sus rezos ante el temor por el futuro y el paseo, el conocimiento de que el Jefe camina desde la calle César Nicolás Penson hasta la avenida George Washington con un séquito de adulones y alcahuetes, los animará a dar gracias a Dios por otro día transcurrido.
El
maldito paseo es todo de él y luego de los ministros, viceministros, guardias,
soplones, burócratas, historiadores, poetas y bufones. El paseo es de apenas hora
y media y en él se puede saborear de todo: desde los chistes pasados por agua
hasta las sentencias de muerte y allí surgen agrias expresiones de burla,
desparpajo de risas y sorpresas ante las
noticias de desapariciones, cuernos y premiaciones. Trujillo camina con la
barbilla en alto. ¡Así quién no! Él se levanta a las cuatro, cuando la alborada
es un ligero presentimiento en este trópico misterioso; y la diferencia está
ahí: yo no soy él ni él soy yo, que me acuesto tarde y echo parrandas hasta la
medianoche. Al caminar, el Jefe lleva
un compás de historia: camina delante de nosotros con flux y chaleco de
cachemira sin excretar una gota de sudor, haciéndonos palidecer de envidia
dentro de nuestras empapadas vestimentas.
Al llegar al obelisco siempre medito, subconscientemente, una pregunta a Trujillo: ¿no desea sentarse, Jefe mío? ¡Deténgase, suavice la caminata un tanto, ¡please!... ¡Por favor, párese frente a ese obelisco que es réplica ridícula del de Tutmosis y del de Teodosto, y que Cucho Pina inauguró en 1937 para enaltecer la gratitud del país a usted, un ave Fénix engendrada ad infinitum desde el 1930. Sí, amado Jefe. ¿Acaso no lo dijo Cucho al recibir el obelisco?:
“Firmes sus bases, severas sus líneas, enhiesta la figura, señera la cima, la inmensidad del mar como fondo, y como palio el cielo azul: es el altar que se consagra a la gloria de un Benefactor”.
[Del Capítulo 5 de mi novela El
Personero, 1984-99]
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