domingo, 4 de octubre de 2020

EL MALDITO PASEO

 EL MALDITO PASEO

Por Efraim Castillo 

El maldito paseo a las siete pm en puntito. Claro, Trujillo cena, se acuesta y levanta temprano, y yo vivo de noche: estudio y leo de noche porque la noche es mía, de nadie más. Todos caminamos en fila india encabezados por el Jefe y lo seguimos los ministros, viceministros, guardias, historiadores, poetas, soplones, burócratas, y para terminar el carnaval con sarcasmo político, los bufones. Un tremendo sancocho de veinte carnes que se da el Jefe. Pero, ¿es prudente caminar con tanta gente? Porque a la hora de morir todos morimos solos y hasta los faraones, los emperadores chinos y sus largos ejércitos de velamuerte murieron solos. Pero el Jefe es así, pletórico en la exhibición del poder y cauto, casi solitario en la intimidad de la maldad.

El paseo es a las siete en puntito y luego la noche cubre el país con remembranzas, cuitas y alegrías pasajeras. En montañas, valles, riberas de ríos y playas arrinconadas, en el mismo profundo silencio del país, hombres, mujeres, niños, ancianos, curas y monjas, elevarán sus rezos ante el temor por el futuro y el paseo, el conocimiento de que el Jefe camina desde la calle César Nicolás Penson hasta la avenida George Washington con un séquito de adulones y alcahuetes, los animará a dar gracias a Dios por otro día transcurrido.

El maldito paseo es todo de él y luego de los ministros, viceministros, guardias, soplones, burócratas, historiadores, poetas y bufones. El paseo es de apenas hora y media y en él se puede saborear de todo: desde los chistes pasados por agua hasta las sentencias de muerte y allí surgen agrias expresiones de burla, desparpajo de risas y sorpresas  ante las noticias de desapariciones, cuernos y premiaciones. Trujillo camina con la barbilla en alto. ¡Así quién no! Él se levanta a las cuatro, cuando la alborada es un ligero presentimiento en este trópico misterioso; y la diferencia está ahí: yo no soy él ni él soy yo, que me acuesto tarde y echo parrandas hasta la medianoche. Al caminar, el Jefe lleva un compás de historia: camina delante de nosotros con flux y chaleco de cachemira sin excretar una gota de sudor, haciéndonos palidecer de envidia dentro de nuestras empapadas vestimentas.

Al llegar al obelisco siempre medito, subconscientemente, una pregunta a Trujillo: ¿no desea sentarse, Jefe mío? ¡Deténgase, suavice la caminata un tanto, ¡please!... ¡Por favor, párese frente a ese obelisco que es réplica ridícula del de Tutmosis y del de Teodosto, y que Cucho Pina inauguró en 1937 para enaltecer la gratitud del país a usted, un ave Fénix engendrada ad infinitum desde el 1930. Sí, amado Jefe. ¿Acaso no lo dijo Cucho al recibir el obelisco?:

El obelisco de Santo Domingo. Inaugurado en 1937.

Firmes sus bases, severas sus líneas, enhiesta la figura, señera la cima, la inmensidad del mar como fondo, y como palio el cielo azul: es el altar que se consagra a la gloria de un Benefactor”.

[Del Capítulo 5 de mi novela El Personero, 1984-99]

 

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