Ponencia dictada por Efraim Castillo en la mesa redonda "Trujillo y San Cristóbal", organizada por el periodista José Pimentel Muñoz. Participaron: Abigail Cruz Infante, Fernando Infante, Mario Read Cabral y Chico Despradel. Allí se debatió la incidencia de Trujillo en su pueblo natal. La madre de Efraim Castillo fue una víctima de la persecución del régimen, pero anteponiendo el sentido de la verdad y la justicia, el intelectual nos
Trujillo y su
evidente debilidad por dicha ciudad. "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio": Serrat.
San Cristóbal y Trujillo: hasta cuándo?
Por Efraim Castillo
Si
exceptuamos a Santo Domingo y Santiago, ninguna ciudad dominicana ha sido tan
insertada en la historia dominicana como San Cristóbal. Y no lo expreso por el
asunto de nuestra Constitución originaria, ni por ser la cuna de José María
Cabral y otros héroes, ni por la falacia histórica que oculta la rebelión de
Santa María, la primera sublevación negra de América -escenificada en esa Nigua
donde se entrega al mar el río del mismo nombre que cruza San Cristóbal, luego
de nutrirse del Yubazo-, ni por lo otro, tal como los registros que la señalan
como refugio principal de los mulatos haitianos durante la violenta diáspora
que siguió a la independencia haitiana, o como la marca geográfica que ostenta
de ser la puerta del Sur dominicano.
Sin embargo,
el grueso de los registros que señala a San Cristóbal como una de las tres
ciudades dominicanas con más citas históricas se reduce a unas ínfimas
cuartillas si se compara con los miles de folios escritos sobre Rafael Leónidas
Trujillo Molina y su ciudad natal, en esta singladura de setenta años que
abarcó su vida, por una parte, y los cuarenta y ocho que lo separan de su
muerte.
Y, señores,
¿acaso no es esa extensa, extensísima distancia de ciento dieciocho años, un
motivo suficiente para reparar el tratamiento y castigo inmerecidos que ha
recibido San Cristóbal, a partir del 30 de Mayo del año 1961, la fecha en que
Trujillo fue asesinado?
Porque aún
con todas las inserciones de San Cristóbal en la historia dominicana, la
bibliografía en donde se la menciona no la ha liberado de ser la responsable
del nacimiento -bajo el abrigo de su fuero- de quien todos, absolutamente todos
los dominicanos, llamaban El Jefe, y quien, sin ningún duda, ha sido uno de sus
mejores hijos.
Pero, ¿qué
significa ser el un buen hijo de un municipio? Para ser un buen hijo comunal
bastaría sólo con integrarse plenamente y con fluidez a sus regulaciones, a sus
principios, respetando y exaltando sus valores y su historia. Y si asociamos
estas virtudes a lo que Trujillo construyó e inyectó a San Cristóbal,
convirtiéndola, no sólo en la mejor ciudad del país durante su dilatado
mandato, sino en una de las mejores municipalidades del Caribe, deberemos estar
claros de que Trujillo fue un agradecido hijo de su lar, de su ciudad y, desde
luego, del país.
Y la mejor
muestra del agradecimiento de Trujillo por San Cristóbal, lo certifican los
ensanchamientos de sus fronteras provinciales, la creación de empresas
agroindustriales, tecnológicas, de moda y bebidas, tales como la armería, la
fábrica de vidrio, la industria licorera La Altagracia, la industria de modas
Miss América, los inmensos hatos ganaderos y sus laboratorios de
experimentación genética de la Hacienda Fundación, la fábrica de papel de Villa
Altagracia, los ingenios Haina y Catarey, entre otros, que hoy lloramos sus
desapariciones y que han sepultado las esperanzas de resurgimiento de la
provincia y este municipio. Y ahí están, también, las edificaciones,
monumentos, avenidas y urbanizaciones que Trujillo construyó en su pueblo y el
aumento de las jurisdicciones extraregionales, que fueron trasladadas, ex
profeso, hacia la geografía provincial. Trujillo, tomando a San Cristóbal como
un laboratorio social y antropológico, la pobló de inmigrantes europeos y de
otras localidades nacionales con el fin, no de blanquear su estructura racial
como muchos exponen, sino de potenciar las referencias culturales y, más que
nada, de asentar un mestizaje que nos separara de Haití.
Como
asentamientos culturales altamente beneficiosos para San Cristóbal, Trujillo
instaló en la ciudad a comienzos del decenio de los 50's, el Instituto
Politécnico Loyola, uno de los centros académicos y tecnológicos más avanzados
de su tiempo y que tan buenos frutos ha aportado al país, así como la joya
artística de su iglesia mayor, en cuyos paneles interiores se pueden contemplar
hermosos murales de Vela Zanetti, amén de la instalación de un liceo musical
altamente avanzado para su época. Sí, ahí está la San Cristóbal que Trujillo
llenó de brillo y la que, cuarenta y ocho años atrás, la mayoría de los
dominicanos deseaba aquilatar como suya y vivir en ella... y aquí está la San
Cristóbal de hoy, cuya ruina y abandono lloramos cada día.
BIBLIOGRAFIA
AVARA
La
bibliografía que toca, que roza, que manosea a San Cristóbal a partir de la
muerte de quien en vida llamamos El Jefe, ha sido constantemente avara con una
memoria favorable a ese hombre, a ese gigante de la historia, posiblemente por
plegarse a las exageraciones e hipérboles que, sobre su régimen, han venido
glosándose y ha sido sumamente benigna y complaciente cuando lo evocado toca la
arteria de la sangre, del dolor y de la desesperanza que ata el nacimiento del
Jefe a su ciudad natal. Así, la historia tejida alrededor de San Cristóbal, a
partir del asesinato de Trujillo ha tenido, por lo regular, una doble moral:
por un lado, uno de sus pespuntes trata de situar la cronología citadina
sancristobalense pre-Trujillo como la de mayor importancia de su vida
municipal, superando todo el progreso tejido durante los treinta y un años de
su régimen y echando a un lado la trascendencia de que el dictador había nacido
en su fuero. En el otro borde de la tela, no obstante, se tratan de registrar
como accidentes fortuitos los beneficios que le otorgó Trujillo a una ciudad, y
a una provincia, que amó entrañablemente.
Por eso, es
preciso rescatar, como lo patentó Ramón Puello Báez (Ramoncito, para todos los
que lo queremos) en su libro Crónicas de San Cristóbal, esta provincia y su
municipio cabecera, ocupando una región en donde convergen los mitos, las
anécdotas y los actos heroicos y enclavada en el más fértil de los territorios
nacionales debido a la abundancia de ríos -que hoy o se han secado, o se han
convertido en arroyos-, playas, llanuras y montañas que la circundan, y que ha sido
escenario, a veces por accidente y otras no, de epopeyas que se aproximan a lo
insólito. No es de extrañar, entonces, que los mulatos haitianos que huían de
los esclavos insurrectos por el odio de éstos hacia lo europeo, a comienzos del
Siglo XIX, como los Silié, Leger, Boisard, Aliés, Renville, Minier, Montaux
-hoy Montás-, Lachapelle, Coiscou, Duvergé, Chevalier y otros, hayan preferido
establecerse en la geografía sancristobalense. Es preciso recordar que la Haití
de finales del Siglo XVIII y comienzos del XIX, era la tacita de oro de las
colonias francesas y San Cristóbal se benefició altamente de la impronta
tecnológica que llegó con esa inmigración, como acaeció con los cultivos de
cacao, café y otros rubros.
En Crónicas
de San Cristóbal, Ramoncito Puello no evadió la apoyatura obtenida a través de
la investigación oral -algo que podría ser un atajo para despistar a los
odiadores de la provincia- y solidificó sus pesquisas con la investigación
rigurosa de esos viejos documentos archivados en las buhardillas del olvido y
que, desde los tiempos de Herodoto de Halicarnaso, han venido conformando la
historia entre trampas, falsos protagonismos y amores insólitos. En el libro de
Puello Báez hay, además, un profundo escrutinio entre los viejos textos que registran
el proceso de fundación, adaptación y florecimiento de San Cristóbal, tales
como San Cristóbal a través de la historia, de Pablo Barinas Coiscou; de San
Cristóbal: sus raíces, evolución y destino, de Sócrates Barinas Coiscou, un
sancristobalense que debería ser exaltado, ¡ya!, al olimpo de los hijos
ilustres del municipio; de La Provincia de San Cristóbal: investigación
socioeconómica, de Alberto (Chico) Despradel, de cuyo padre fui un gran amigo;
de Armas y poder, de Domingo Lilón, donde se recuenta todo lo relativo a la
inmigración húngara de los cuarenta y la instalación de La armería; y de San
Cristóbal de antaño, de Emilio Rodríguez Demorizi. Asimismo, Ramoncito escarba
en los rincones de la vieja burocracia nacional, apoyándose en un estudio epocal
de la historia dominicana, como el affaire que lleva el título El Asunto
Montás-Pimentel, que involucró durante décadas a dos distinguidas familias
sancristobalenses y que Puello Báez reverdece en sus crónicas con el propósito
manifiesto de que un arbitraje regido por lo histórico -pero más allá de lo
circunstancial- se encargara de ventilar, apaciguando el odio alimentado por el
tiempo. Este affaire, desde mi punto de vista, constituye uno de los tuétanos,
uno de esos nudos que vitalizan y robustecen los libros que se internan en la
historia y minimizan las anécdotas (siempre hiperbolizadas hacia el lado de la
fábula) porque narra un hecho acaecido antes de la ascensión de Trujillo al
poder y cuya presencia atravesó todo su régimen hasta el deceso de uno de sus
protagonistas, después del 30 de Mayo de 1961.
HIJO GRANDE
Y AGRADECIDO
Los que
queremos firmemente a San Cristóbal y con ella a la provincia de la que es
común cabecera, debemos luchar, definitivamente, para que el letargo que la
paraliza se quiebre para siempre y que la sombra construida alrededor del
fantasma de Trujillo, como esa maldita noción de que San Cristóbal no merece el
respeto nacional por haber acunado al Jefe, sea echada por el suelo y la
provincia toda grite a todo pulmón: ¡Que sí, que Trujillo nació en el corazón
mismo de la ciudad, en ese Parque de Piedras Vivas que hoy se reconstruye y que
debe convertirse en memoria, en fundamento de una verdad con la que se tiene
que vivir y renacer, porque Trujillo, hizo -como el más agradecido de sus
hijos- lo que nadie ha hecho para renovar, engrandecer y honrar esta olvidada
ciudad del Sur! Un pueblo, para alcanzar ese peldaño que se llama respeto
municipal, debe primero autocriticarse para llegar al autoconocimiento, que es
la materia cívica que lo llevará hacia el posterior sentimiento de orgullo,
pasión y alegría que posibilita su cohesión y su desarrollo, porque sino el
abandono se lo tragará en los procesos de búsqueda inútil. El más claro ejemplo
de este autoconocimiento lo demuestra Taiwán, que creció y se desarrolló bajo
la sombra de Chan Kai-sek, un líder al que, aún hoy, admiran y respetan. Sí,
San Cristóbal dejará de ser la Cenicienta del Sur cuando rescate para sí, para
su fuero, para su propia historia, para su orgullo desnudo de traumas -pero no
como un fantasma del mal, como un diablo maldecido por Dios, sino como a un
hijo grande y agradecido- la figura de Rafael Leonidas Trujillo Molina.
¿Y ES ESTO
PEDIR DEMASIADO?
A los que
así opinan los remito a Ucrania, de donde era oriundo Atila, el más
vilipendiado de los conquistadores históricos, exhortándolos a estudiar su
nombre en ese país, o en Hungría -donde murió ese fiero e indomable
conquistador eslavo, cuyos dominios se extinguieron por no haber preparado
adecuadamente un sucesor-, países en los que su nombre es venerado. Los remito,
asimismo, a Italia, al lugar donde nació Mussolini; o a la España de Franco; o
a la Georgia de Stalin, donde sus nombres son respetados y exaltados como
figuras legendarias, a pesar de haber manejado con mano dura, durísima, los
países que dirigieron.
San Cristóbal
debe sepultar para siempre la doble moral de exaltar por lo bajo el recuerdo de
Trujillo y por lo alto maldecir su recuerdo; San Cristóbal tiene que vivir con
la presencia de Trujillo como un icono municipal para no permitir que la
ofendan, que la esquilmen, que la abandonen. San Cristóbal debe recuperarse,
erguirse, levantarse de sus propias cenizas y sonreírle al futuro. Y estos
encuentros pueden convertirse en altamente beneficiosos si sus resultados son
publicados como folletos y distribuidos a los estudiantes de los grados
secundarios, intermedios y universitarios de la provincia. Podemos estar
seguros de que, a la larga, levantarán su orgullo y celebrarán la dicha de
haber nacido en un municipio y provincia de tan extraordinarias magnitudes.
Entonces, mi
pregunta de San Cristóbal, ¿hasta cuándo?, dejará de ser la utopía sangrante
que acongoja mis recuerdos de un río Nigua bendecido por el Dios de las aguas,
de una ciudad apacible por donde la trashumancia llenaba sus calles de
prodigiosas vacas y donde el olor de las fábricas inundaba los cielos...
Pero,
mientras tanto... ¡Oh, San Cristóbal!, ¿hasta cuándo?
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