miércoles, 19 de mayo de 2010

Poema inédito de Efraim Castillo


Trampa en el sol cambiante



No, no he venido a preguntarte por Cirilo ni Metodio,
ni siquiera por Ladislao o por Wojtyla.
Nada deseo saber de Mieszko, viejo domador de estrellas,
ni de Boleslao I, El Valiente, al que ves de tarde morir con el sol.

Nada me inquieta de tus pensamientos que atraviesan 
Lód’z, caminando desde Varsovia o nadando sobre el Vístula
para luego introducir tus pies de ballerina
en las frías aguas del Mamry.

De nada valdrán las prontas y cambiantes
intenciones de tus ojos al pensar en los Cárpatos,
en el alto Rysy, con sus canas invernales,
en las vastas dunas bañadas por el Báltico,
ni en ese desconocido que enfrentó al Panzer Heinrich
desde un delgado corcel de viento.

He venido completamente desnudo de intenciones;
sólo con una esperanza apretada entre mis manos;
con estos pasos de ritmo tembloroso y el dejo de ir o no ir,
de un hacer o no hacer y la decisión de parar tu llanto.
Podría adivinar la trampa circundante,
la pesada cruz de haber conocido lo mejor de Marx
y la torcida intención de los que equivocaron el discurso
aposentados en las brumas del caos,
para inventar un proyecto con barrotes de acero,
un paraíso con ángeles sin alas y sueños inducidos.

Esta trampa no podrás verla en Marx,
ni en el afilado pensamiento de Lenin,
ni en la brisa púrpura de Octubre.
Ese falso espejo, ese delgado equilibrio
que se retuerce bajo tus pies,
no es más que la ruptura de la emoción mayor,
esa membrana como ala de mariposa
que orienta cada pasión y cada goce esplendente.

¿No estarán gimiendo tus recuerdos?
¿No golpearán las desigualdades tus sienes?
¿Acaso Friedman tendrá la razón de la historia?

Podría, entonces, adivinar tus tristezas
el sabor de la duda sobre si la materia
moldeada responde al nombre de hombre
y será capaz de adaptarse a las rupturas
como sanguijuela en el oscuro lodo
o como colibrí en el espacio del jardín.

Habría que dilatarse y caminar los tiempos,
cobijar la desesperanza que arropa,
respaldando una ecuación de luz,
y replantear si aquella cárcel de alas rotas
fue o no mejor infierno que este paraíso
de precios libres, de virgos y de cabizbajas gentes
caminando alrededor del dolor y del tiempo.

Habría, ¡oh, ángel de mirada distante!,
que almacenar quásares y migajas
para que la ecuación final
—no la que se grita como el fin de la historia—
devenga en cuasi/exacta y definitoria.

Mientras tanto, ¡oh amiga dulce y triste!,
sentémonos en el balcón a mirar caer la tarde;
contemos por instantes cada hoja estremecida,
cada mariposa que vuela, cada estela sosegada
y luego descansar tu cabeza entre mis piernas,
colocando cada pensamiento sobre Wroclaw,
sobre el río Older, sobre el Bug y el lago Sniardwy
al lado de los míos sobre Barahona y su espantada sal,
o sobre el cansado Yuna y su recorrido de penas,
separando la alegría polaca de la esperanza caribeña.

Así, nadie podrá interceder ni a favor ni en contra
de estos pensamientos yuxtapuestos,
de estos vuelos libertarios de la mente y la pasión.
Entonces arribaremos a la fuente primaria
más allá de esta trampa en el sol cambiante.

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